El hombre que fue jueves

El hombre que fue jueves Resumen y Análisis Capítulos VIII-XII

Resumen

Capítulo VIII: El profesor se explica

Inesperadamente, el profesor encara a Syme y se dirige hacia él. Lo confronta directamente y le pregunta si es un policía, a lo que Syme responde que no, ocultando su pánico. Sin embargo, el profesor De Worms, sorprendentemente, le confiesa que él mismo pertenece a la policía y le muestra una tarjeta azul igual a la suya. De Worms revela que su nombre real es Wilks, que es un actor de 38 años y que todo comenzó cuando imitó -por hacer una broma- al verdadero profesor De Worms. Sin embargo, su actuación resultó tan convincente que todos, incluidos sus compañeros, lo tomaron por el auténtico profesor y lo aceptaron como uno de ellos.

A continuación, Syme -aliviado- también comparte su historia y explica cómo se convirtió en Jueves en la organización de los anarquistas. El profesor y Syme deciden unirse para buscar al doctor Bull y evitar el atentado en Francia. Finalmente, se dirigen a una fonda para pasar la noche y discuten más sobre los pasos a seguir, además de establecer un código para hablar en secreto a través de un lenguaje de señas.

Capítulo IX: El hombre de las gafas

En la oscuridad del amanecer, el profesor y Syme caminan hacia el edificio donde vive el doctor Bull. Tras observar la ciudad mientras suben una larga escalera, llegan al último piso del edificio y entran en la buhardilla del doctor. Lo encuentran escribiendo en su mesa y Syme piensa que su apariencia, con gafas negras y aspecto peculiar, se asemeja a la de un personaje de la Revolución Francesa. De Worms y Syme improvisan una historia para intentar sacarle información al doctor sobre el posible paradero del Marqués de San Eustaquio. De repente, a Syme se le ocurre la idea de pedirle al doctor que se quite las gafas, lo que revela un rostro gentil y honesto. Entonces, se descubre que el doctor Bull también es un agente infiltrado.

Finalmente, los tres deciden tomar el tren a Calais para buscar al Marqués. En el viaje discuten cómo actuar cuando lo encuentren y coinciden en que llamar a la policía no es una opción. Syme dice que tanto él como el Marqués son de una familia muy antigua, lo que puede ser una ventaja, pero no explica por qué. Al llegar al puerto, caminan hasta que lo encuentran sentado en un café.

Capítulo X: El duelo

Syme y sus compañeros se reúnen en el bar a planear el encuentro con el Marqués, que se encuentra en una mesa cercana. Syme se emborracha y, exaltado, elabora un "catecismo" de preguntas y respuestas para interpelar a su adversario. Sin embargo, sus compañeros lo instan a calmarse. Syme se acerca al Marqués e intenta pellizcarle la nariz. Luego, pretende que lo ha insultado. La provocación escala rápidamente, Syme desafía al Marqués a un duelo y este acepta enseguida. El plan de Syme es en realidad lograr que el duelo coincida con el horario de partida del tren hacia París, el día siguiente, para evitar así que se cometa el atentado.

Al otro día, a las 7:00, llegan los dos contrincantes, con sus respectivos padrinos, al lugar de la cita: un campo cercano a la estación de tren. Después de batirse con espadas por unos minutos, el Marqués frena la pelea y se quita una máscara que oculta otro rostro. Así, revela su verdadera identidad: es el inspector Ratcliff, un miembro de la policía también infiltrado en el Consejo. Ratcliff les dice que todos están en peligro, ya que Domingo y sus secuaces los han engañado y vienen en el tren para matarlos. El tren llega a la estación y los hombres observan, desde el campo, a una multitud que desciende. Notan que algunos llevan antifaces negros. Aunque no pueden identificar claramente a los disfrazados, Syme puede ver que uno de ellos solo sonríe con la mitad de su cara.

Capítulo XI: Los malhechores dando caza a la policía

El coronel Ducroix, amigo del falso Marqués de San Eustaquio y que oficiaba como padrino en el duelo, se suma a Syme, al doctor Bull y al profesor, para ayudarlos a combatir a los anarquistas. Los malhechores se acercan, pero Syme siente alivio al ver que Domingo no está entre ellos. Ratcliff, sin embargo, se muestra abatido y dice que el presidente es tan poderoso que no necesita estar presente para derrotarlos. También dice que se ha apoderado de los cables telegráficos y que confía en el secretario, Lunes, para suprimirlos. Luego, Ratcliff los insta a seguirlo hacia el bosque: el plan es ir hacia Lancy para pedir ayuda a la policía.

Mientras huyen, Syme ve que la multitud que los persigue se mueve disciplinadamente hacia ellos, como una masa negra. En el camino, el inspector Ratcliff explica que Domingo y sus secuaces no son de la clase trabajadora, sino millonarios, y que tienen socios sudafricanos y americanos.

A continuación, se encuentran con un leñador francés y el coronel Ducroix regatea con él para que los lleve en su carro. El campesino acepta y se dirigen hacia una posada en Lancy. El posadero, un viejo amigo de Ducroix, les ofrece comida y caballos para escapar de los perseguidores. Mientras montan los caballos, ven al ejército de hombres vestidos de negro acercándose a la posada.

Capítulo XII: La Tierra en anarquía

Los protagonistas escapan a caballo de sus perseguidores y llegan a Lancy al atardecer. El coronel sugiere buscar ayuda de un amigo rico del pueblo, el doctor Renard, para pedirle prestado un automóvil. Llegan a la casa de Renard y le explican la situación, pero él se muestra escéptico acerca de la posibilidad de un levantamiento anarquista. Mientras discuten, escuchan un ruido que indica la llegada de un jinete que se había adelantado: es el secretario. Tras esforzarse, Syme logra encender el auto y escapan al tiempo que se asoma la caballería.

En el escape, el cielo se torna completamente oscuro y apenas puede verse el camino, pero el coronel Ducroix ilumina con una linterna antigua, que tiene una cruz en una de sus caras y que había tomado de la casa del doctor Renard. El grupo se da cuenta de que algo extraño está ocurriendo en el pueblo, ya que las calles están llenas de jinetes y la multitud parece estar del lado de los anarquistas. Pronto se ven rodeados y amenazados. El doctor Bull reconoce al frente de las filas a su colega, el doctor Renard, y se acerca a hablarle, pero aquel responde con dos disparos que le rozan la cabeza y lo obligan a volver al coche. Incrédulo frente a la actitud de su amigo, el coronel Ducroix baja para intentar razonar con él. Syme propone arrojar el auto contra la multitud, pero antes de que puedan hacerlo, otro grupo de caballería liderado por un personaje misterioso se acerca. Syme se da cuenta de que es el posadero que los había recibido antes de llegar a Lancy. Decepcionado y desesperado, choca el automóvil contra un poste de luz eléctrica.

Tras verse acorralados, Syme propone alcanzar un barco rompeolas para adentrarse en el mar y esperar la ayuda de la policía. La multitud se acerca y algunos intentan alcanzar el rompeolas por la playa. Syme y sus compañeros quedan atrapados entre la turba y el mar. Syme reconoce al coronel Ducroix y lo enfrenta, pero recibe un disparo en su sable. Pide a sus compañeros que se le unan para pelear y golpea al coronel con la linterna. En ese momento, el secretario frena la disputa y se revela como policía encubierto. Así, se descubre que todos los miembros del supuesto Consejo Supremo de Anarquismo son, en realidad, detectives disfrazados, y la multitud que los persigue los considera dinamiteros.

Análisis

En otro de los giros argumentales de la novela, el profesor De Worms resulta ser también un infiltrado de la policía. De nuevo, Chesterton reafirma que, en el mundo de las apariencias, el bien y el mal no son tan fáciles de distinguir: quien parecía un temible enemigo ahora es un aliado y Syme se siente feliz en su compañía.

La historia del profesor -en realidad llamado Wilks- lleva al extremo la idea de la identidad como un disfraz: él era un actor que interpretó tan bien el papel del profesor que terminó por convertirse en él, se metamorfoseó con su disfraz. La escena en la que recuerda cómo el verdadero De Worms fue acusado de impostor demuestra que a veces la verdad es menos verosímil que la simulación. Además, Wilks interpretó tan bien el papel que ahora, según él mismo lo dice, aunque quiera no puede dejarlo.

El entusiasmo de Syme -el narrador cuenta que incluso está pasado de excitación y por eso se emborracha- tiene dos motivos: haber sorteado el peligro y haber encontrado un compañero. En el mundo simbólico de Chesterton, esto se traduce en dos conceptos: el del bien, como fuerza que prevalece aún en los tiempos más oscuros; y el del prójimo, la idea de comunidad como base fundamental para el humano, contra el pensamiento moderno y el individualismo. Esto se evidencia en esta frase del narrador:

Su mayor tormento en todas aquellas aventuras había sido el sentirse solo. Entre aquella soledad y su situación actual en compañía de un aliado, había un abismo. Digan en buena hora las matemáticas que cuatro es igual a dos por dos; pero no pretendan que dos es igual a dos por uno: dos es igual a uno multiplicado por dos mil (p. 97).

Además, Syme debe enfrentar su paranoia y bajar la guardia para poder confiar en su compañero. Se trata de otra enseñanza oculta en el libro: en un mundo tan escéptico como el moderno, donde nada es seguro y reinan las falsas apariencias, la única salida, a final de cuentas, es aferrarse a la fe (es decir, a la confianza ciega).

Por otro lado, el lenguaje secreto que comparten Syme y De Worms es otro tipo de disfraz. Chesterton aprovecha para hacer un nuevo guiño a los lectores de policial: ahora hay dos compañeros de aventuras y un misterio por resolver, al estilo de los clásicos del género. Sin embargo, pronto veremos que el enigma sobre el que se construye la trama, lejos de esconder una verdad, se articula sobre un enigma aún mayor.

Cuando Syme y el profesor llegan a la buhardilla del doctor Bull, se enfrentan a un temido enemigo. La visión del doctor estremece a Syme, y le recuerda a la muerte y a la Revolución Francesa. Otra vez, Chesterton asocia a la revolución con la destrucción y el caos que solo conducen a la muerte.

Finalmente, se revela que el doctor es también un policía. Syme lo descubre al hacer que se saque las gafas y revele su mirada. Esta situación tiene reminiscencias también medievalistas: la idea de los ojos como ventana del alma. Además, recuerda a los lectores la importancia de mostrarse vulnerable o, en otras palabras, sacarse el antifaz de las apariencias. Bajo el disfraz del horror y la muerte, está el rostro de la bondad: “Los dos detectives se encontraron ante un joven de aspecto infantil, de ojos avellanados, expresión franca y dulce, de fisonomía despejada, vestido vulgarmente como un empleadillo, con aire decidido de excelente persona y naturaleza más bien común” (p. 111).

Cuando los nuevos tres amigos salen en busca del Marqués, se enfrentan a un peligro de muerte. Sin embargo, Syme adopta una actitud burlona y alegre: escribe un guion desopilante de su próxima conversación con el enemigo. Esto es una reflexión sobre el propio proyecto de escritura de Chesterton: está diciendo, implícitamente, que el humor y la ficción son también formas de hablar de la realidad y decir cosas serias detrás de la máscara de la risa.

El enfrentamiento con el Marqués realza todos los rasgos siniestros de su primera aparición al hacer énfasis en su aspecto demoníaco. Así, la simbología del mal encarnada en lo diabólico está muy presente en la novela, como contracara de los símbolos cristianos asociados a la luz, la claridad y la bondad. Por otro lado, el diálogo entre Syme y el Marqués introduce a la novela aún más en el mundo de lo absurdo. Todo lo que dice Syme carece de sentido y, sin embargo, logra su cometido con ello: que su oponente acepte un duelo. Si se analiza el diálogo, el duelo no tiene razón de ser, no hay un motivo real de discusión. El hecho de que Syme logre lo que se proponía confirma la inmersión efectiva de este en un mundo paralelo, donde la lógica y lo esperable ya no rigen el funcionamiento de las cosas. Syme parece haberse entregado a aceptar esa otra realidad, pero no como gesto de resignación, sino de aceptación. Lo que antes le resultaba extraño y le generaba terror, ahora lo usa a su favor para lograr lo improbable y luchar contra las fuerzas del mal con sus propias armas, como había anticipado al unirse a la policía.

El duelo entre los dos personajes está plagado de contenido simbólico, que el propio narrador hace explícito, como cuando señala el contraste entre el paisaje primaveral del campo -donde tendrá lugar el combate- con la oscuridad de los hombres que van a pelear, a quienes compara con un cortejo fúnebre.

La revelación del Marqués como inspector de la policía es quizás la más detallada y horrorosa. La transformación se narra de un modo muy crudo: la cara del Marqués comienza a desintegrarse y caerse en pedazos, con un efecto terrorífico. La aparición del inspector Ratcliff después de ese momento, abandona el tono sobrenatural -como en la persecución del fantasmal profesor o la visita al diabólico doctor- y retoma la trama de la aventura policial. Además, esta tercera revelación deja en claro a los lectores que están frente a algo más que una novela de detectives y espías: el hecho de que haya más espías que espiados subraya el elemento absurdo.

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