“Su voz y su risa, que resonaban perpetuamente en la Aduana, no tenían nada del graznido tembloroso de un anciano, sino que salían pavoneándose de sus pulmones, como el cacareo de un gallo o el trompetazo de un clarín” (Introducción, página 21)
La Aduana es un lugar de silencio, en el cual irrumpe este sonido de la risa del supervisor. La imagen auditiva del cacareo del gallo tiene que ver, a su vez, con un recurso que Hawthorne utiliza a menudo para la descripción negativa de algunos personajes: la animalización. Un lugar serio, como la Aduana, se ve interrumpido por un sonido animal grosero, con la fuerza de un trompetazo.
La luz del fuego y la luna
“El tenue resplandor del fuego tiene una influencia esencial para surtir el efecto que deseo describir. Proyecta su tinte discreto en toda la habitación, con un leve rojo en las paredes y el techo, y un brillo en el lustre de los muebles. Esta luz cálida se mezcla con la fría espiritualidad de los rayos lunares (...)” (Introducción, página 37).
Esta imagen visual de la luz del fuego mezclada con los rayos de la luna nos sitúa en la escena de escritura de la novela. Además, funciona como una metáfora de la combinación, el equilibrio de espiritualidad (la luna) y pensamiento (el fuego). Mediante estas dos iluminaciones es que el escritor se propone componer el relato.
“Vio el rostro de su padre, con su frente enérgica, y una venerable barba blanca que se derramaba sobre la anticuada gorguera isabelina (...)” (Capítulo 2, página 55)
Hester Prynne es asaltada por imágenes de otros tiempos cuando se encuentra en su primera etapa del castigo, parada sobre el cadalso. Entre esos recuerdos aparece la barba de su padre. La barba es una de las características principales de los viejos puritanos en la novela; aparecen siempre en las escenas de censura y desaprobación. La imagen visual de cómo se derrama sobre su gorguera da la pauta de la imponencia de la barba y, por ende, a modo de sinécdoque, del padre.
El resplandor del meteorito
“Su potente resplandor iluminó los densos nubarrones. La gran bóveda del cielo resplandeció como una lámpara gigantesca. Mostró la escena familiar de la calle con la claridad del mediodía, pero también con el aura que una luz inusitada siempre imparte a los objetos conocidos” (Capítulo 12, página 136). Esta imagen remite al meteorito que refulge en el cielo por unos momentos y revela la imagen de Hester, Dimmesdale y Pearl sobre el cadalso. La potencia de su resplandor tiene la intensidad de la luz del mediodía, pero, a la vez, ilumina la escena con una luz “nueva”. Esta salvedad refiere a la particularidad de la luz de ese fenómeno en particular pero, a la vez, es una metáfora que más adelante se desarrolla sobre el hecho de que, a partir de aquí, se inicia una “nueva interpretación moral de las cosas de este mundo” (p. 137).
“El sol asomó como una súbita sonrisa del cielo, derramando un diluvio de luz en el oscuro bosque, acariciando cada hoja verde, transformando las hojas amarillas en oro, y reluciendo sobre los grises troncos (...)” (Capítulo 18, página 179)
La imagen resplandeciente del sol sobre lo que minutos antes era lúgubre es interpretado por los amantes, que se acaban de reencontrar, como un visto bueno de la naturaleza. El bosque se encontraba en sombras, pero al quitarse Hester la letra escarlata se disipa la sombra. El sol transforma rotundamente el paisaje “con una sonrisa”, avalando la unión con su luz, que convierte en oro los grises troncos y las hojas amarillas.