Resumen
Capítulo 17: El pastor y la feligresa
Hester llama a Dimmesdale y comienzan a conversar. Sin decirse nada, por un acuerdo implícito, se sientan en la sombra de donde Hester lo llamó. El reverendo se desahoga: le dice que por primera vez siente alivio al encontrar ojos que lo miran y ven quien es él realmente. Ella decide que es el momento y le revela la verdadera identidad de Chillingworth. Dimmesdale tiene un arranque de pasión y comienza a culparla por lo sucedido. Ella ruega por su perdón y lo abraza. Él la perdona.
Dimmesdale dice que la venganza del médico ha violado la santidad de un corazón humano, y compara este hecho con el pecado que cometió con Hester. Ella le dice que lo que ellos hicieron juntos tuvo su propia consagración. Bajo las sombras, Hester le dice que debe dejar de vivir con Chillingworth, que morirá si sigue junto a ese hombre. Le propone que se vaya de allí y vuelva al viejo mundo. Él teme ir solo, a lo que ella le responde que eso no sucederá; no se irá solo.
Capítulo 18: Un diluvio de sol
Dimmesdale siente una nueva esperanza. La decisión no es fácil; debe optar entre volver a pecar y huir como un criminal confeso, o quedarse y vivir una vida hipócrita. Se deja llevar por los argumentos de Hester y decide ir con ella. Vuelve a sentir alegría, un sentimiento que creía perdido para siempre. El sol asoma de repente, acompañando la alegría de los amantes. Tal es la afinidad de la naturaleza con sus sentimientos. En un impulso de pasión, Hester se arranca la letra escarlata del pecho y la arroja junto al arroyo.
Hester le dice a Dimmesdale que debe conocer a Pearl. Llama a la niña, que está a una cierta distancia y se acerca lentamente por el bosque. Ha estado jugando con los animales, recogiendo frutos, adornándose con plantas. Incluso un lobo se deja acariciar por la pequeña: las criaturas salvajes reconocen en Pearl un espíritu afín. Ella se acerca despacio, porque ve al clérigo.
Capítulo 19: La niña a orillas del arroyo
Pearl se detiene junto al arroyo antes de acercarse al reverendo y su madre. Ambos la ven como un símbolo del lazo que los une. Dimmesdale está ansioso y le pide a Hester que le diga a la niña que se apure. Le dice que anhela la conversación con ella, pero que a la vez le teme. Le habla de cómo nunca tuvo afinidad con los niños, que generalmente lloran cuando los toma en brazos.
La niña se queda junto al agua mirando hacia abajo. Señala con el índice frunciendo el ceño y apunta hacia abajo. En un momento comienza a gritar y convulsionar y le señala el pecho a su madre. Hester comprende. Va junto al arroyo y vuelve a colocarse la letra escarlata en el vestido. Solo así Pearl reconoce a su madre, pero se niega a hablar con Dimmesdale. Él le besa la frente, pero Pearl corre a lavarse a la orilla del pequeño río.
Capítulo 20: El ministro en un laberinto
Dimmesdale regresa a la ciudad con una nueva percepción de lo que lo rodea y una energía renovada. Todo le resulta diferente, y siente raptos de humor negro. Deseos de blasfemar lo asaltan en el encuentro con diferentes personas. Se siente inclusive tentado de enseñarle malas palabras a los niños pequeños.
La señora Hibbins lo ve y percibe su actitud. Se detiene junto a él y le pregunta cuándo es que regresará al bosque, para poder unirse a él. El reverendo, sorprendido, le dice que no volverá al bosque, pero la señora Hibbins insiste en que a medianoche se reunirán allí. Al marcharse, deja a Dimmesdale mortificado por lo que ha hecho con Hester.
El reverendo finalmente regresa a su casa y entra en el estudio. Allí se encuentra con Chillingworth, que se ofrece a prepararle un medicamento para que tenga suficiente energía para preparar su sermón electoral. Este sermón está destinado a ser el evento más destacado en la carrera del clérigo; es un discurso muy importante para el cual estará presente toda la comunidad. Pero Dimmesdale rechaza la medicina. En su lugar, come con un apetito voraz inusitado. Luego se sienta y comienza a escribir su sermón. Pasa toda la noche trabajando en el texto hasta bien entrada la mañana.
Análisis
El encuentro íntimo, por primera vez en siete años, entre Dimmesdale y Hester tiene consecuencias radicales en el modo de reflexionar de Hester con respecto al vínculo entre ambos. El pecado se convierte en “consagración”, casi una ley natural, como si la naturaleza, que en este momento vuelve a cobijarlos, fuera artífice de esta unión.
En los últimos capítulos, el texto emprende un camino de reinterpretación del pecado cometido. Es importante tener en cuenta que los puritanos toman de Calvino los principios base de su doctrina: por un lado, la consideración de la Biblia como fuente originaria de derecho que regula tanto lo religioso como lo social. Este derecho debe ser aplicado en su totalidad por el poder civil. Por el otro lado, toman la teoría de la predestinación, sustentada en la naturaleza pecaminosa del hombre “no elegido” y la inutilidad de sus buenas obras para ser salvado, como es el caso de Hester, en tanto que solo los “elegidos” por Dios lo serán.
La discusión entre Hester y Chillingworth en el capítulo 14 ya enfatizaba este gesto de Hester de releer lo sucedido poniéndole un contexto. Dimmesdale, en diálogo con Hester, propone una especie de jerarquía del pecado, al comparar sus acciones con las del médico. Le dice: “Hester, no somos los peores pecadores del mundo. Hay uno que es peor aún que este sacerdote impuro. La venganza de ese anciano ha sido más negra que mi pecado. Ha violado, a sangre fría, la santidad de un corazón humano. ¡Tú y yo, Hester, nunca hicimos semejante cosa!” (p.172). Este comentario del reverendo es la primera alusión explícita a un orden alternativo al puritano, que no reconoce jerarquías entre pecados. Hester, por su parte y como vimos, ya había construido su propio rango de pecados, cuando consideró que el adulterio no era tan grave como el hecho de que Chillongworth la haya hecho su esposa engañándola con respecto a la felicidad.
Bajo la condición de aislamiento social, Hester fue forjando un pensamiento propio, un punto de vista que se distancia de las instituciones sociales. Pudo, como pocas mujeres de su siglo, darse la libertad de pensar por sí misma. De algún modo agradece por esto último a la letra escarlata. A través de esta experiencia de pecado y vergüenza amplió su punto de vista y desarrolló una comprensión de una ley natural que excede el mundo tal cual lo concibe el puritanismo de Nueva Inglaterra. Llega así a la conclusión de que ella y Dimmesdale deben huir al Viejo Mundo.
En esta revisión del paradigma puritano se empiezan a distanciar las nociones de “pecado” y “maldad”. El pecado de Hester constituye un daño contra el orden establecido, moral y social, pero no contra el prójimo directamente. A pesar de que su crimen conduce al aislamiento, y eso, como vimos, va contra la naturaleza humana y no es deseable según Hawthorne, es verdad también que el aislamiento conduce al conocimiento y la reflexión en libertad. En todo caso, las acciones cometidas por el reverendo y Hester pueden diferenciarse del mal porque este jamás puede conducir a nada que se asemeje a la felicidad. El mal, como lo vemos en la transformación de Chillingworth, corrompe los corazones y solo desea el daño a los demás, sin buscar siquiera la felicidad, ni ajena ni propia.
A pesar de que Dimmesdale reacciona con alegría ante la posibilidad de escapar con Hester, y de que ella también está decidida a hacerlo, Pearl nos abre un espacio de duda. Si hasta ahora la niña es sinónimo de verdad, de la espontaneidad natural de la inocencia, es inquietante el hecho de que no quiera acercarse a la pareja cuando está junto al arroyo, o que desee que su madre vuelva a usar la cofia y la letra escarlata en el pecho. El silencio de la hija sugiere que el plan de la madre no está bien. Sin embargo, la luz del sol los ilumina de repente cuando Hester se quita la letra, sugiriendo que Dios o la naturaleza están a favor del plan. La incapacidad para leer los signos, o el hecho de ver esta contradicción entre los signos y que no sea fácil dilucidar el camino correcto, tiene que ver no tanto con una falta de visión, sino con el reconocimiento de que el mundo es mucho más complejo de lo que el puritanismo fuerza a creer.
Pearl, como señala el narrador al comienzo de la novela, es la "flor moral" en el centro de la historia. Ella parece ser la intermediaria entre los valores de la ciudad y del bosque, es decir, la pasión mutua de Hester y Dimmesdale. De hecho, ella es al mismo tiempo el fruto de su pecado y también quien imparte justicia, porque exige en cada encuentro con sus preguntas y demandas que Dimmesdale se responsabilice por sus actos. Pearl no se contenta con que su padre la abrace en el escondido bosque y regrese a la ciudad como el reverenciado ministro que es allí. Tampoco se contenta con que su madre se quite la letra escarlata del pecho; más aún, casi que no la reconoce como su madre cuando lo hace.
La luz del sol se oculta cuando Pearl obliga a Hester a volver a colocarse la letra escarlata y a recogerse el pelo, sumiendo a los tres nuevamente en la sombra. Aun así, inmediatamente después de que Pearl se reúne con sus padres, se evidencia el por qué de la distancia de Pearl y sus reservas con Dimmesdale: el reverendo, ante los interrogantes de la niña, le dice explícitamente que no reconocerá de forma pública su vínculo con ella. Hay algo que no está bien en el modo en que Hester y el ministro buscan resolver su situación, es decir, escapando, y se nos sugiere que ese error se relaciona con este juego de identidades de Dimmesdale que tan bien señala Pearl.
Él, a su vez, experimenta un encadenamiento de pequeñas revelaciones con respecto a su propia naturaleza en su camino a casa, que lo asaltan bajo la forma de impulsos maliciosos. Dimmesdale no cede ante ellos. Inclusive se podría decir que su actitud al reprimir estos impulsos preserva el orden establecido en lugar de cuestionarlo. Cree haber hecho un pacto con el demonio en el bosque, aunque sabemos que esos impulsos no tienen tanto que ver con el plan con Hester sino con algo que antecede su encuentro de esta tarde y es el sistema de apariencias en el que vivió siempre.
De camino a casa, el ministro se encuentra con una joven feligresa a quien él mismo había llevado a su congregación y que sabía que lo tenía en su corazón: “(...) el archidemonio lo exhortó a decir palabras que sembraran en ese tierno pecho un germen del mal que florecería hasta dar su negro fruto. Tal era su poder sobre ese alma virgen y confiada, que el ministro podía marchitar su inocencia con una sola mirada perversa, y exacerbar sus apetitos con una sola palabra” (p.192). Dimmesdale huye sin saludarla, haciendo un esfuerzo por no ceder ante este impulso maligno. Pero se nos revela que tiempo atrás ha sabido conducir ese deseo de la joven para que entre a la congregación y sabe que tiene su favor.
“¿Por qué siento estas tentaciones? -se preguntó el ministro, deteniéndose en la calle y golpeándose la frente con la mano” (p.193). Esta secuencia se completa con la aparición de la señora Hibbins, que suele presentarse y, como Pearl, incomodar a quienes de algún modo niegan verdades evidentes. “Reverendo, con que ha hecho una visita al bosque” (p.193), le dice Hibbins y se ríe a carcajadas. El reverendo niega haber ido más que para ver al apóstol Eliot y se va. Pero el tormento lo persigue; la señora Hibbins lo hizo sentir expuesto.
Desde la noche del cadalso, junto a Hester y Pearl, y más allá del plan de escape, Dimmesdale se encuentra cada vez más atormentado. Aun así, no deja de intentar conservar la compostura: como dijimos, preserva el orden establecido reprimiendo todos sus pensamientos. Su conservadurismo se pone aún más en evidencia cuando, una vez en su casa, planea con esmero su discurso para el día siguiente, en el que se celebra la elección del gobernador. El reverendo cerrará su carrera clerical dando un discurso el día de la máxima celebración del sistema que lo oprime.