Resumen
Introducción: La Aduana
La introducción comienza con una breve reflexión sobre la narración autobiográfica como género. El narrador propone que será autobiográfico “en la justa medida”. Inmediatamente se dedica a la descripción de la ciudad de Salem, su ciudad natal. Salem es una ciudad portuaria que no logró con el tiempo evolucionar como otras hasta convertirse en un puerto importante. Las calles y los edificios delatan con sus ruinas cierto estancamiento; la hierba crece entre los adoquines como muestra de este estatismo. Su población envejecida se caracteriza por la sobriedad.
Cuando habla en particular de sus antepasados, ciudadanos ilustres de Salem, el narrador lo hace a través de una mezcla de ironía, burla y reverencia. Así es como se pregunta cómo alguien como él pudo haber nacido de un linaje tan noble. Atribuye esto al hecho de que su familia se enraizó en Salem.
Al hablar de la Aduana lo hace con el mismo tono de respeto y, a la vez, una ironía persistente. Su gente es descrita como vieja, lenta, decrépita y, salvo por contadas excepciones, insensible y de bajo intelecto. Cuenta su llegada: él no era un político, pero sí un fiel demócrata. Llegar a este puesto de rector de la Aduana, que era un puesto designado políticamente, le otorgaba el derecho implícito de despedir a todo aquel opositor político que se interpusiera. Sin embargo, el narrador hace énfasis en que esa jamás fue su idea; se autodescribe como inofensivo como jefe.
Sin demora, inicia la descripción de los personajes ilustres de la Aduana. Por un lado, se refiere al supervisor “inamovible”, patriarca de la Aduana, un ser sin alma, corazón o mente; una reducción del hombre a sus funciones animales básicas, descrito por el narrador como “cuadrúpedo”. Por el otro, se describe al recaudador, un gallardo general militar por quien el narrador siente cierto afecto. Reflexiona sobre sus nuevos vínculos, tan distantes del ámbito donde hasta hacía no mucho se desenvolvía. Menciona a Alcott, Emerson, Thoreau, con quienes compartía tiempo en una comunidad experimental utópica llamada Brook Farm, inscribiéndose de este modo en una red de vínculos literarios.
Un día de tantos en la Aduana, el narrador encuentra un extraño paquete mientras revisa un pilón de documentos viejos. Hay un pequeño paquete envuelto con un pergamino y, dentro, papeles personales de puño y letra del inspector Pue, fallecido ochenta años atrás. También ve un trozo de paño rojo con la forma de la letra “a” bordado en dorado. Se apoya la letra en el pecho y siente un ardor, como si la letra estuviera hecha de hierro candente y no de paño. La explicación del significado de este símbolo es lo que se encuentra en esos papeles manuscritos.
A partir de allí, el narrador dice haber decidido retomar su tarea como escritor, pero la inspiración no lo acompaña. Se dice a sí mismo que, en un lugar como la Aduana, es muy difícil imprimir a las páginas la pasión o la ternura del sentimiento. Sus personajes tienen una “rigidez cadavérica”.
Finalmente, al narrador lo despiden de la Aduana mediante esa facultad implícita que adquieren los funcionarios designados luego de un cambio de gobierno de la cual nos habló antes. Esto no solo no lo sorprende sino que, en cierta medida, lo alivia. Han tomado una decisión por él que tal vez él mismo no habría podido tomar. Y ahora puede dedicarse de lleno a su texto.
Esta introducción cierra con un pensamiento con respecto a su futuro en el mapa de la literatura norteamericana. Desea ser recordado quizá por los tataranietos de las caras conocidas de Salem a las que tal vez ha ofendido.
Análisis
En marzo de 1850, Hawthorne agrega un breve prefacio a la segunda edición de La letra escarlata. Afirma que, a pesar de la polémica que ha generado su texto en Salem, debido a sus retratos de los funcionarios aduaneros y las costumbres de la ciudad, obra de buena fe y que en sus palabras es tan veraz como lo permite su talento. Este prefacio, que no se incluye en todas las ediciones que circulan actualmente de la obra, opera como una "advertencia": La letra escarlata es, o fue, un texto que despertó polémicas.
Así como veremos que, en la introducción, la realidad y la ficción entran en un diálogo complejo, sobre todo en cuanto a la construcción de la voz del narrador, en este caso es claro que estamos ante la voz de Hawthorne en persona. Nos dice que comprende las razones por las cuales la gente de Salem se puede haber sentido ofendida, pero ratifica cada una de sus palabras. Igualmente, a pesar del objetivo claro de este prefacio, hay un efecto sobre la historia que se va a contar que no puede haberle sido indiferente a Hawthorne. El prefacio genera expectativa y predispone al lector de una manera particular para enfrentarse al texto.
La introducción de La letra escarlata, "La Aduana", funciona como marco para la historia que se va a narrar. La narración enmarcada es un recurso literario tradicional: podemos pensar en relatos como Frankenstein, Las mil y una noches, el Decamerón o El corazón de las tinieblas para nombrar algunos de diferentes épocas, estilos y procedencias. El objetivo muchas veces es el de inscribir lo que se va a relatar en una época, en una tradición, en un momento particular o en un contexto causal. Generalmente se nos da, en el marco, un por qué para lo que se va a narrar, además de un dónde y un cuándo; “este bosquejo de la Aduana cumple la función común en la literatura, de explicar cómo llegó a mis manos la historia que cuento en estas páginas, para demostrar la autenticidad del relato” (p.10). Con frecuencia, como es el caso de La letra escarlata, el marco funciona también como una manera de imprimir verosimilitud al relato enmarcado; hay un peso fuerte en el hecho de que el narrador encuentra el sustento testimonial de este texto; unos manuscritos que fueron propiedad de un funcionario importante, en un edificio público.
Por otro lado, hay una identificación por momentos muy fuerte entre el narrador y Hawthorne: por ejemplo, el marco inscribe al narrador dentro de una serie literaria norteamericana, por supuesto aún incipiente. El narrador menciona su experiencia en la comunidad de ideas utópicas que efectivamente Hawthorne en persona conformó con escritores como Thoreau, Alcott y Emerson. Tenían en la comunidad de Brook Farm todos ellos una misión que trascendía la literatura: entre sus objetivos estaba la promoción de los grandes propósitos de la cultura humana y de un sistema de cooperación fraternal que sustituyera el de la competencia egoísta, con el propósito de asegurar los más altos beneficios de educación física, intelectual y moral. Esta identificación entre la voz del narrador y Hawthorne aporta verosimilitud, a la vez que hace dialogar la ficción con la realidad, tanto del Siglo XVI como del Siglo XVIII.
Volviendo hacia la inscripción de este narrador en un universo literario vigente en el momento en que se escribe La letra escarlata, este mismo gesto se ve un poco más adelante, cuando el narrador menciona que escritores como Chaucer o Burns fueron, como él, funcionarios aduaneros. Deja constancia a través de esto del reconocimiento que tiene entre sus pares. A su vez, busca darle entidad a su propia persona autoral al compararse con Chaucer o Burns, que también cumplieron funciones aduaneras. De este modo puede, incluso cuando ironiza con respecto a su trabajo como funcionario aduanero, darle cierta respetabilidad.
La descripción de la Aduana y sus trabajadores más llamativos es implacable. Como todo hombre joven y moderno, el narrador cuestiona su época. La Aduana y el "Tío Sam" (así se refiere el narrador a Estados Unidos) son motivo de su hastío y falta de inspiración. Al narrador le cuesta comenzar a escribir esta historia, y la dificultad va mucho más allá de la falta de tiempo por el trabajo. Hay un conflicto interno profundo. Sabe que su público lector será pequeño y que muchos de sus contemporáneos puritanos van calificar al relato de frívolo. A su vez, escribir la novela es un acto de resistencia contra el solipsismo y su idea de que el mundo solo puede ser comprendido a través del yo, lo único que podemos confirmar que existe; también es una resistencia contra la sociedad moderna, que destierra al artista por calificarlo de improductivo en una época de la productividad y el comercio.
El narrador solo puede comenzar a escribir realmente una vez que es despedido de la Aduana. Liberado, puede responder a ese llamado que es la escritura de esta novela. Hay algo místico en el encuentro con el paquete de papeles y la letra escarlata. Esto se acentúa en el momento en el que, al descubrir la letra y aun sin saber qué significa, se la apoya en el pecho: “Experimenté una sensación que no era del todo física -el lector puede sonreír, pero no debe dudar de mi palabra-, casi de calor ardiente, como si la letra no fuera de tela roja sino de hierro al rojo” (pp.33-34). Parece haber un poder en esa letra escarlata; algo de ella que está vivo. Este tipo de motivos que denominamos generalmente “objetos mágicos” son recursos bastante frecuentes en la literatura. Hay algo del orden de la curiosidad personal y la atracción involuntaria, pero también, en casos como este, los objetos mágicos despiertan en quien toma contacto con ellos una necesidad de “ponerlos en su lugar”. El narrador tiene, al encontrar la letra y más adelante leer la historia de las páginas que la acompañan, una misión: calmar el aura fantasmal de la letra. Debe llevar esto a cabo incluso si esta acción lo hace enfrentarse con su comunidad.
Con respecto a esto último, no olvidemos el prefacio a la segunda edición, donde Hawthorne asume haber sido crítico con Salem, pero ratifica cada palabra dicha en la primera edición sin modificar un solo artículo. El destierro al que la sociedad comercial condena al artista en este caso es voluntario: él mismo habla de la importancia de desarraigarse de Salem. “Soy ciudadano de otra parte. Mis buenos vecinos no me echarán de menos” (p.45), dice.
Por último, llama la atención a un lector de nuestro siglo el uso de ciertos términos y un especial detenimiento en la descripción tanto de los exteriores como de los pensamientos más profundos del narrador. Por un lado, lo primero tiene que ver con una época remota y su propio vocabulario, pero, por el otro, también hay que resaltar que Hawthorne tiene él mismo un estilo bastante ornamentado, que se evidencia sobre todo en la introducción.