La letra escarlata

La letra escarlata Resumen y Análisis Capítulos 5-8

Resumen

Capítulo 5: Hester y su aguja

Una vez liberada de prisión, Hester encuentra una pequeña cabaña con techo de paja rodeada de árboles achaparrados que fue abandonada por un colono. Allí se instala con Pearl bajo la vigilancia y con la autorización de los magistrados. El narrador reflexiona sobre el hecho de que Hester no escape a algún lugar donde pueda empezar nuevamente lejos de la mirada de la sociedad de Boston. Insiste sobre la fatalidad que atrae a las personas a los lugares donde ocurrieron hechos significativos de sus vidas.

Hester es muy hábil con la aguja, como ya quedó demostrado en el bordado de la letra escarlata que luce en su pecho. Esta labor le permite tener una vida económicamente estable, para la pobre situación social que habita. Por sus habilidades, y por morbo, ya que de este modo pueden espiar la vida de Hester, las mujeres le llevan encargos. Estos encargos son de toda índole menos, por supuesto, velos de novia. De esta forma se le recuerda el rigor implacable de la sociedad de Boston.

Salvo por la presencia de Pearl, la soledad de Hester es absoluta. La mirada de su hija y de la comunidad sobre su letra escarlata jamás deja de revivir su dolor. No obstante, a veces recibe miradas que traen pensamientos a su mente con respecto a los pecados de los demás: mujeres que se sonrojan o le dedican una mirada compasiva, o la sensación mágica de que su emblema puede palpitar ante la presencia de algún venerable ministro o un magistrado, con la intuición de que algo diabólico se avecina. Hester cree que la letra escarlata le ha dado una nueva sensibilidad; “Era pavoroso, pero creía que le permitía conocer el pecado oculto en otros corazones” (p.80). Ante estas revelaciones se siente aterrada; no sabe si tomar este nuevo sentido otorgado por la letra como revelaciones sobre la naturaleza humana o susurros del demonio, que busca confundirla.

Capítulo 6: Pearl

La elección del nombre Pearl (“perla” en inglés) representa el gran valor de la niña para Hester; ella le cuesta su lugar en la sociedad y su virtud. Si bien por un lado teme por su hija, ya que nada bueno puede provenir del pecado, a su vez siente que ella puede ser en cierto modo una suerte de presencia redentora.

Pearl, ya de dos años de edad, es bella y luminosa. A pesar de que luce muy bien con cualquier vestimenta, Hester le cose los más hermosos vestidos. Las pasiones de la madre se trasladan a la niña: es aguerrida, tiene coraje y enfrenta a los niños que la maltratan. Juega a luchar contra seres imaginarios, está dotada de una prodigiosa imaginación y es muy perspicaz. Los niños puritanos, sin embargo, tienen la vaga idea, infundada por sus padres, de que hay algo antinatural en la madre, y por ende también en la hija. Ante los insultos y maltratos Pearl reacciona con una hostilidad y una pasión heredadas, y Hester, aunque no se alegra por esto, tampoco desaprueba definitivamente esos estallidos temperamentales.

Lo primero que Pearl advirtió en su infancia fue la letra escarlata. Incluso siendo una beba se estiraba y la tocaba, provocándole a Hester un dolor muy profundo. Pearl juega ahora con su madre y le tira al pecho flores que arranca del lugar. Le pregunta a su madre por su procedencia, a lo que Hester responde que ha sido enviada por el padre celestial. Por un caprichoso impulso Pearl grita que no, que no tiene un padre celestial. La madre recuerda, entonces, a los vecinos, que con malicia comentan sobre el origen pecaminoso de algunos niños y cómo estos son vástagos del demonio.

Capítulo 7: La casa del gobernador

A Hester le han encargado un par de guantes para el señor gobernador. Aunque ha perdido las últimas elecciones, el gobernador Bellingham conserva un lugar influyente en la magistratura colonial y tiene una cena de gala.

Hester va con Pearl a la casa del gobernador para dejar los guantes. Su objetivo es rogar al señor Bellingham, que opina que el alma de Pearl corre peligro si la cria su madre, que le permitan conservar a la niña bajo su cuidado. Para ella ha confeccionado un vestido especial para la ocasión, que emula con sus texturas y colores la letra escarlata.

Cuando llegan a la casa del gobernador, las hacen esperar a que él las reciba. Observan la casa, llena de imágenes de los ancestros del dueño y una armadura con la que Pearl juega. La niña sale al jardín y pide una rosa roja. Cuando el gobernador aparece, ambas hacen silencio; la presencia de los hombres que se acercan despierta la curiosidad de Pearl.

Capítulo 8: La niña duende y el ministro

El gobernador se encuentra en compañía del reverendo John Wilson, el reverendo Dimmesdale y Roger Chillingworth. Lo primero que ve es a la niña, vestida lujosamente como una rosa roja, que se presenta a sí misma. Luego, divisan a Hester en el fondo y comprenden que se trata de Pearl.

El gobernador deja asentado que cree que lo mejor es apartar a la niña de su pecaminosa madre. Ella discute esta idea; afirma que puede enseñarle a Pearl todo lo que ha aprendido de la letra escarlata. Él intenta examinar a Pearl, pero la niña se muestra reacia a la conversación. Le pregunta si sabe quién la ha creado, a lo que Pearl, como una provocación y a pesar de tener una profunda educación puritana, responde que proviene del rosal que crece junto a la puerta de la prisión. Bellingham, estupefacto, dice que está dispuesto a quitarle inmediatamente a Hester el cuidado de la niña.

Hester toma a Pearl y grita que morirá antes de que los hombres allí le quiten a su hija. En su desesperación mira al reverendo Dimmesdale y le ruega que interceda por ella. Él se acerca, con la mano en su corazón, y argumenta que evidentemente Dios le ha dado a Hester una hija por alguna razón, y que quitársela sería ir en contra de su designio divino. Agrega que Pearl es, también, un recordatorio del castigo para Hester. Quizá, si la madre logra conducir a la niña al reino de Dios, pueda ella redimirse también. Bellingham no tiene opción más que asentir, al igual que los demás. Hester logra lo que se propuso inicialmente y se retira con la niña.

Mientras camina a casa la hermana del gobernador, la señora Hibbins, abre su ventana y llama a Hester. Aparentemente ella es una bruja, y convoca a Hester al bosque esa noche, para encontrarse con el Hombre Negro. Hester se excusa; tiene que velar por su hija, aunque, le dice, de no estar Pearl con gusto la acompañaría y firmaría con su propia sangre el libro del Hombre Negro.

El narrador reflexiona con respecto a esta escena. Comenta que aquí se expone uno de los argumentos del joven reverendo; Hester ha sido salvada por la niña de la trampa de Satanás.

Análisis

El narrador, y el lector posiblemente también, se pregunta por las razones que llevan a Hester a quedarse en Boston. Tranquilamente podría irse a vivir a otro lugar y comenzar de cero, donde nadie la conozca. Pero también nos dice: “existe una fatalidad, un sometimiento tan inexorable que tiene la fuerza del destino y casi siempre obliga a los seres humanos a rondar como fantasmas el lugar donde un hecho significativo y notorio ha dado color a su vida, y es más irresistible cuanto más oscuro es el tinte que lo entristece” (p.74). Hay cierto tinte casi autobiográfico en esta reflexión: el vínculo con Salem del narrador del prólogo, una encarnación del mismo Hawthorne, es similar al vínculo que establece Hester con Boston. Por un lado, está la claustrofobia de un sistema de creencias que los oprime y, por otro, un sentimiento de pertenencia originado en experiencias significativas en el seno de esa sociedad opresiva.

Uno de los temas fundamentales de este texto es la moral. El hecho de que Hester decida vivir cerca del bosque, en la frontera entre este y la ciudad, es una metáfora con respecto a su lugar, un limbo entre las esferas de lo moral y lo inmoral. Hester parece estar intentando vivir en ambos mundos simultáneamente. Así como la vergüenza sonrojaba su cara cuando estaba arriba del cadalso ante la severa mirada del público en el capítulo 2, pero a la vez se dibujaba una sonrisa en su rostro y su frente se mantenía erguida, en este capítulo sucede algo similar. Eventualmente, Hester deberá elegir entre plegarse ante la tradición puritana y vivir bajo su manto o vagar libremente y seguir sus pasiones e instintos, alejándose de la sociedad. El entorno de este mundo moral que habita apenas concibe la idea de una inmoralidad pasada; mucho menos tolera el mínimo signo de orgullo o dignidad de parte de quien debe vivir eternamente en penitencia. Incluso el narrador se pregunta por el aspecto dudoso y cuestionable de la conciencia de Hester, que considera la costura un modo de aplacar sus pasiones a través de la alegría. La alegría es algo que una penitente no debería permitirse.

Volveremos sobre esto en el capítulo 13, pero cabe resaltar que a través de la costura Hester está ganando su sustento. Este derecho a trabajar, y a la propiedad privada, solo podía otorgarse a una mujer casada en la sociedad puritana si era viuda. Allí reside también la inquietud del narrador: Hester no debería permitirse la alegría y mucho menos la alegría por el hecho de trabajar. Haber logrado su libertad mediante su viudez, y haberla reafirmado a través de su aislamiento, contribuye a preparar el terreno para que se transforme en el personaje que reflexiona libremente, cosa que veremos más adelante.

Otra alegría para Hester es su hija. Elegir llamarla “perla” es nombrar lo que la beba representa para su madre. La sexta parábola de la Biblia, la parábola de la gran virtud, versa sobre el valor del reino de Dios en la vida del ser humano. En Mateo (13:45-46), un hombre vende todo cuanto tiene para adquirir una perla de gran valor, que representa al reino de Dios; este está compuesto por hombres y mujeres que perdieron todo en la vida. Para Hester, Pearl representa el costo de su lugar perdido en la sociedad y su virtud, pero al mismo tiempo es su camino a la salvación.

Esta mirada sobre la pequeña Pearl como una vía de salvación por momentos se contrapone a un sentimiento inquietante de su madre y a la mirada implacable del público. La niña tiene impulsos de orígenes inciertos; se la describe desde diferentes puntos de vista como una niña-duende, una pequeña bruja y un vástago del demonio, inclusive.

Por momentos Hester desconoce a su hija. Su mirada, que se posa sobre la letra escarlata, o algunas respuestas espontáneas la hacen temer por el alma de Pearl:

-Dime quien eres y quién te envió aquí.

-Dímelo tú, madre -dijo la niña con seriedad, acercándose a Hester y apretándose contra sus rodillas-. ¡Dímelo tú!

-¡Tu padre celestial te envió! respondió Hester Prynne.

Pero lo dijo con un titubeo que no pasó inadvertido para la aguda niña. En uno de sus caprichosos impulsos, o quizá inspirada por un espíritu maligno, alzó el índice y tocó la letra escarlata.

-¡Él no me envió! -Exclamó enfáticamente-. ¡No tengo un padre celestial!.

(p.90)

Las preguntas sobre su propio origen aparecen cada tanto en boca de la niña, a pesar de que Hester le da una educación religiosa. Este mismo limbo en el que viven, entre el bosque y la ciudad, entre la moralidad y la inmoralidad, hace que Hester no pueda tomar una decisión definitiva con respecto a la educación de su hija. La madre no está segura con respecto a las consecuencias morales de su aventura; se encuentra en medio de esta tensión entre la pasión y el deber que se refleja en sus titubeos a la hora de controlar o conducir el temperamento de Pearl. Generalmente cede a la naturaleza interior de la niña, que de algún modo no es más que la exposición de las emociones reprimidas de Hester.

La simbología en el texto es muy productiva: si volvemos sobre el asunto del binomio corazón/razón, los impulsos caprichosos de Pearl no son otra cosa que la verdadera naturaleza de Hester. El narrador no solapa esta analogía: Hester le cose a la niña un vestido que emula perfectamente a la letra escarlata que ella misma lleva cosida en el pecho, al punto que es reconocida esta identidad entre ambas creaciones por la gente en la calle, así como por el gobernador y los hombres presentes en su casa. Pearl es la letra escarlata viviente, el fruto del pecado y, a la vez, de la pasión, es decir, del corazón. A su vez, se forma una tríada simbólica con la rosa: el narrador se ocupa de resaltar este paralelismo, sobre todo en el capítulo 8. Ante la pregunta del gobernador por su origen, la niña, vestida emulando la letra escarlata, le dice que proviene del rosal que crece junto a la cárcel. Esta respuesta desconcierta al gobernador. Recordemos que junto a la puerta de la cárcel (ver "Capítulo 1: La puerta de la cárcel") crece un viejo rosal. De él el narrador nos ha regalado en aquella escena, como lectores, una rosa que espera "que sirva para simbolizar un dulce capullo moral que encontraremos a lo largo del camino" (p.47). Ahora, años después, Pearl se presenta como la hija del rosal. Es el primer indicio fuerte de que Pearl será nuestra brújula moral en el texto.

La letra escarlata no deja de ser un objeto mágico de alguna manera, casi al estilo de los objetos mágicos de los cuentos fantásticos o maravillosos. Generalmente, Hester sufre bajo la mirada severa de la gente de Boston pero, cada tanto, se posa sobre la letra una mirada compasiva y ella siente una especie de “hermandad mística”. “A veces el rojo emblema de su vergüenza se ponía a palpitar cuando pasaba junto a un venerable ministro o magistrado, un dechado de piedad y justicia al que esa época reverencial respetaba como un mortal que comulgaba con los ángeles. ¿Qué cosa maligna se avecina?, se preguntaba Hester” (p.80). El efecto la aterra. “Era pavoroso, pero creía que le permitía conocer el pecado oculto en otros corazones” (p.80).

Nuevamente, el reverendo Dimmesdale se lleva la mano al corazón al hablar con Hester y los hombres presentes en la casa del gobernador. El joven ministro es evidentemente, a los ojos de los demás presentes, más emocional que el gobernador o el reverendo Wilson. Pálido y tembloroso, se dirige a todos y argumenta en favor de que Hester conserve a la niña. Esta escena está plagada de pequeños movimientos simbólicos. En primer lugar, recordemos que Chillingsworth dijo que reconocería al padre de la niña por su corazón. No es casual que ambas veces que Dimmesdale se expresó con respecto a este asunto lo hizo colocando su mano en el pecho, como si quisiera ocultar una letra escarlata que él no lleva bordada en las ropas, es decir, la presencia del pecado a pesar de la ausencia del símbolo. A su vez, el hecho de que espontáneamente Hester haya recurrido a él y le haya suplicado con la niña en brazos puede ser una sutil revelación de que ambos se conocen más de lo que todos saben. Como corolario, ella le besa la mano a Dimmesdale, y el reverendo, al mismo tiempo, besa la frente de Pearl. Todo este entramado de pequeños gestos expone un subtexto que capítulo a capítulo se intensifica.

La escena final, en la que la hermana del gobernador Bellingham invita a Hester a ir al bosque por la noche a encontrarse con el Hombre Negro, hace énfasis en que el bosque es un lugar ingobernable y amoral. Allí es donde rigen la oscuridad, los secretos y las pasiones, en contrapartida a la ciudad, lugar de la razón, las creencias puritanas y la estricta moralidad. El bosque es un motivo de larga data en la literatura (ver sección "Símbolos, alegorías y motivos”). Desde el medioevo se presenta como un lugar opuesto a la ciudad y encarna el dilema entre naturaleza y sociedad. Además, es el lugar de las fuerzas sobrenaturales y, en este caso, del mal y de Satán. A Hester, sin embargo, la mantiene lejos del bosque la responsabilidad de cuidar a Pearl. Esto es paradójico, ya que Pearl es llamada en la novela “la niña elfo” en referencia a su comunión con el bosque. Esto es un indicador de que, para Hawthorne, el bosque no es necesariamente un lugar de aspectos puramente negativos, sino un depositario de todo aquello que la sociedad puritana de la ciudad de Boston quiere ocultar y reprimir.

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