“Existe una fatalidad, un sometimiento tan inexorable que tiene la fuerza del destino y casi siempre obliga a los seres humanos a rondar como fantasmas el lugar donde un hecho significativo y notorio ha dado color a su vida, y es más irresistible cuanto más oscuro es el tinte que lo entristece”.
Esta cita, tomada del momento en que Hester comienza a habitar la cabaña junto al bosque, nos retrotrae nuevamente a la introducción, en la que el narrador habla de su vínculo con la ciudad de Salem. Esto remite a la vez a la propia biografía de Hawthorne. En estas palabras, señala la tensión que se establece entre las personas que desean, por un lado, alejarse de la oscuridad que entristece su corazón y, por el otro, les es inevitable rondar ese espacio donde les ocurrió un hecho significativo, incluso si este hecho no es un evento gratificante. Hester podría huir y, sin embargo, se queda. Hawthorne, por su parte, también podía irse de la ciudad de Salem, y sin embargo se limitó a cambiar una letra a su apellido e intentó conciliar ese impulso de rondar la ciudad con el hecho de repeler el sistema opresivo en que fue educado.
“(...) este peso le daba una íntima comprensión de la pecaminosa hermandad humana, y su corazón vibraba al unísono con el de los demás, y recibía el dolor ajeno y enviaba su propia palpitación de angustia a través de otros mil corazones, en torrentes de triste y persuasiva elocuencia. ¡Persuasiva, pero a veces tremenda! La gente no entendía el poder que la conmovía tanto. Consideraban al clérigo un milagro de santidad”.
Si por un lado el pecado es un fuego que quema a Dimmesdale por dentro, porque se vincula con la culpa y el mal, por el otro le abre una puerta a la comprensión del alma humana. Desde el punto de vista puritano, el pecado es una amenaza externa. Pero Hawthorne cree que el hombre es inherentemente pecaminoso y santo. En la lucha interior contra el pecado radica el camino hacia Dios, e inclusive la santidad. No es casual que la gente se conmueva; efectivamente, el pecado acerca al clérigo a su congregación desde la empatía. En lugar de aislar a los hombres, el pecado los emparenta.
“Era una época en que el intelecto humano acababa de librarse de siglos de tradición para buscar horizontes más vastos (...). Hester Prynne había asimilado este espíritu. Se dedicó a sus especulaciones con una libertad que entonces era muy común en la otra margen del Atlántico (...). En su cabaña solitaria, a orillas del mar, la visitaban pensamientos que no osaban entrar en ninguna otra morada de Nueva Inglaterra”.
En esta cita el narrador hace una sutil mención a cómo en el Viejo Mundo se habían librado de los últimos vestigios del renacimiento y el fuerte poder de la Iglesia (pensemos en el surgimiento del barroco, el avance de las ciencias) y se empieza a pensar por fuera del paradigma religioso, mientras que en el Nuevo Mundo, principalmente allí en Massachusetts, nada de eso sucede “en ninguna morada”, debido a la fuerte opresión del sistema puritano. Hester, en su aislamiento, es libre de pensar. De algún modo, el narrador la vincula con esas nuevas corrientes de pensamiento del Viejo Mundo. Recordemos que Hawthorne escribe en 1850, sabiendo todo lo que los siglos XVII y XVIII trajeron, y luego de haber leído, entre otros autores, a Rousseau.
“(...) a menudo se hacía esa pregunta pensando en todas las mujeres. ¿La existencia merecía la pena, aún para la más feliz? (...) La tendencia a la especulación conduce a la mujer al silencio, al igual que al hombre, pero también la entristece. Quizá la mujer entiende que afronta una tarea imposible. Ante todo, debe desmantelar y reconstruir todo el sistema de la sociedad. Luego, es preciso modificar esencialmente la naturaleza del sexo opuesto, o un prologado hábito que se ha transformado en segunda naturaleza, antes de que la mujer pueda asumir una posición justa y adecuada”.
En esta cita podemos ver el cuestionamiento del lugar de la mujer, según Hester, interpretado erróneamente durante siglos como un designio natural. Para poder pensar en libertad, es preciso que la mujer desmantele y reconstruya todo el sistema de la sociedad, es decir, que desnaturalice su rol. Esto es algo que, en el caso de Hester, se da por diferentes razones: en primer lugar, es una viuda de hecho, lo que le posibilitó, desde su llegada a Nueva Inglaterra, el derecho a trabajar y ganarse el pan. Además, la condena por adulterio le impuso una distancia con el resto de la sociedad, necesaria para tomar perspectiva y reflexionar. A la vez, la protagonista decide vivir en una cabaña en el bosque, al margen de la ciudad. Esto, junto con su labor de costurera, le da distancia prudencial. Su vida tiene una cuota de intimidad impensada en el orden puritano, pero también la cercanía suficiente para observar y analizar lo que la rodea.
“¡Oh, Arthur -exclamó-, perdóname! ¡En todo lo demás he procurado ser sincera! ¡La verdad era la única virtud a la que me aferré en el sufrimiento extremo, salvo cuando pusieron en jaque tu bienestar, tu vida, tu reputación! Entonces accedí a un engaño. ¡Pero una mentira nunca es buena, ni siquiera aunque nos amenace la muerte!”.
En esta cita aparece explícita una idea que recorre toda la novela: la mentira nunca es buena. Hester encuentra la paz aferrándose a la verdad, en oposición a Dimmesdale, que vive en el secreto y el ocultamiento. La única mentira que dijo en todo este tiempo tuvo que ver con protegerlo a él (cuando creyó que Chillingworth lo expondría), y reconoce que ni siquiera en ese caso fue bueno habitar una apariencia. La verdad le trajo a Hester, sobre todo, paz, y esto contrasta con los tormentos que a lo largo de todo el texto sufre el reverendo.
“Hester, no somos los peores pecadores del mundo. Hay uno que es peor aún que este sacerdote impuro. La venganza de ese anciano ha sido más negra que mi pecado. Ha violado, a sangre fría, la santidad de un corazón humano. ¡Tú y yo, Hester, nunca hicimos semejante cosa!”.
Dimmesdale no solo cuestiona por primera vez en esta cita el paradigma puritano, sino que establece una alternativa. El puritanismo no reconoce en absoluto una jerarquía de pecados, por lo cual el hecho de que el reverendo intente matizar su situación comparándola a la malevolencia del médico Chillingworth representa un corrimiento bastante contundente con respecto al sistema de creencias de su comunidad.
“Durante años había compartido desde esa perspectiva distante las instituciones humanas y las decisiones de los sacerdotes y los legisladores. Los criticaba con la misma irreverencia que sentía el indio por el brazalete clerical, la toga judicial, la picota, la horca, la lumbre de hogar o la iglesia. Su destino la había liberado de todo eso. La letra escarlata era su pasaporte hacia regiones donde otras mujeres no se atrevían a entrar. ¡Vergüenza, desesperación, soledad! Ellas habían sido sus severas y salvajes maestras, y la habían fortalecido, aunque también le habían dado malas enseñanzas”.
Hester, empujada al rol de filósofa debido al aislamiento, como vimos en las dos citas anteriores, tiene de alguna manera cierta ventaja por sobre Dimmesdale. En el encuentro entre ambos, esto se acentúa. Ella está liberada completamente de la hipocresía de la sociedad de Boston. Asumir su vergüenza y su pecado la llevaron a habitar su verdadera condición sin contradicciones. Todo lo contrario sucede al reverendo Dimmesdale. No obstante, el narrador intenta afirmar en esta cita algo que es importante retener: sus reflexiones la han llevado también a “malas enseñanzas”. Está claro por su tono que admira el coraje intelectual de Hester, pero también deja en claro que, mediante el aislamiento, puede ser peligroso para ella tomar decisiones basada en el “desierto moral” que habita.
“Los pasos de Pearl despertaron a un zorro que la miró inquisitivamente, sin saber si escabullirse o seguir durmiendo la siesta. Cuentan que un lobo se acercó para oler el vestido de Pearl y dejó que le acariciara la cabeza, pero esto debe ser una exageración. Pero parece ser verdad que la madre bosque, y todas las criaturas salvajes que nutría, reconocían un salvajismo afín en la niña humana”.
Esta cita es un fragmento de una escena mucho mayor, en la que Pearl comulga con el bosque, al adornarse con sus plantas y flores, escuchar el río, comer de sus frutos, disfrutar de sus aromas e interactuar con otros animales. Se enfatiza el hecho de que el bosque la aloja; es su hábitat natural. Simbólicamente, ambos tienen mucho en común: de su lado está la vitalidad, la verdad, la verdadera complejidad del mundo y el pecado, pero también la redención.
En esta escena, Pearl se acerca a sus padres, que se reencuentran por primera vez en mucho tiempo. La niña representa la pasión; es la personificación de todo aquello por lo cual Dimmesdale se lleva la mano al pecho, que tiene que ver con los impulsos naturales y el cuerpo, dos cosas que el puritanismo reprime.
“ -¿Y el ministro estará allí? -preguntó Pearl-. ¿Y me extenderá la mano, como cuando me condujiste a él a orillas del arroyo?
-Estará allí, niña -respondió la madre-, pero hoy no te saludará y tu no debes saludarlo.-¡Qué hombre tan extraño y triste! -dijo la niña, como si hablara consigo misma- . En la oscuridad nos llama, y sostiene tu mano y la mía, como cuando estuvimos con él en la plataforma (...). Pero aquí, en este día soleado y entre toda la gente, no nos conoce, y nosotros no debemos conocerlo. ¡Que hombre tan extraño y triste, siempre con la mano en el corazón!”.
Las preguntas de Pearl y sus reflexiones siempre sugieren o incluso revelan verdades. En un mundo en el cual todo es velo y apariencias, arquetipos y simplificaciones, la palabra de Pearl resulta disruptiva. No solo expone verdades, sino que a su vez pone de manifiesto que la realidad es compleja, a veces inclusive contradictoria, y que no puede abordarse en toda esta complejidad basándose en un sistema reduccionista como el puritano.
Además, estas intervenciones de Pearl tienen una función en la composición del ritmo de la novela, ya que es el agente por excelencia que, con sus intervenciones, motoriza el suspenso y tensiona su alrededor. En este caso, es evidente que hay una diferencia entre Dimmesdale en el bosque y Dimmesdale en el mercado. La niña lo nota y se lo señala a su madre. Además, insiste sobre la mano en el pecho del reverendo, que se ha vuelto una de sus obsesiones. Desde el primer momento parece que solo ella nota este hecho. Como dijimos, es ella quien por excelencia señala lo evidente que, sin embargo, la comunidad no ve, por esta “terca fidelidad” de la población. Hester, por supuesto, al recibir estos comentarios de Pearl en medio del gentío, se inquieta.
“El pueblo se hallaba en su etapa inicial de solemnidad, y descendía de padres que habían sabido divertirse, así que no sería exagerado decir que sus celebraciones eran más jubilosas que las de sus descendientes, aún los que son tan lejanos como nosotros. Los hijos de esa generación inicial adoptarían un puritanismo aún más negro que oscurecería la faz de la nación, al punto que los años subsiguientes no han bastando para diluirlo. Tenemos que volver a aprender el olvidado arte de la alegría”.
Esta cita es muy particular, ya que es la única que refiere a un mundo posterior al que habitan los personajes de La letra escarlata y nos pone en el contexto de escritura del narrador, mucho tiempo después. En cierta forma, inclusive, nos sugiere la motivación filosófica del relato: este manto oscuro, negro, que se cierne sobre la faz de la nación en el momento en que el narrador escribe tiene su origen en el olvido de la alegría por parte de la sociedad de aquellos años iniciales de las colonias, y es menester señalarlo.
Lógicamente, debemos extender este juicio a todo el texto para una mejor comprensión de la cita. No es solo el olvido de la alegría lo que oscurece a las comunidades puritanas. Todo lo que se relata en la novela es una forma de explicar dónde, para nuestro narrador, radica la falla originaria, el principio fundamental por el cual se ha tomado el camino equivocado en la comunidad puritana. En esta cita el narrador, en cierta medida, sugiere que es necesario hacer una revisión minuciosa del puritanismo en función del presente oscuro desde el que escribe.