Resumen
El relato inicia con una descripción de Lima en “la hora celeste”, es decir, en el amanecer del día a las seis de la mañana, momento en que las beatas van a rezar a las iglesias, los noctámbulos vuelven a sus casas, los basureros y los obreros comienzan su jornada de trabajo, los policías bostezan, los canillitas padecen el frío y las sirvientas sacan los cubos de basura. Es en este momento en el que aparecen también los “gallinazos sin plumas”: los niños que buscan alimento entre los desperdicios de la ciudad. Conforman un grupo de individuos “sabiamente aleccionados por la miseria” (7), que, sin conocerse, tienen repartidas distintas partes de la ciudad, como edificios públicos, parques o muladares, para examinar los cubos de basura.
Los hermanos Efraín y Enrique son dos de estos gallinazos sin plumas. Su abuelo, el viejo y cojo don Santos, los obliga a levantarse temprano e ir a buscar restos de comida para su cerdo Pascual, al que quiere engordar lo suficiente para luego venderlo. Los niños buscan entre la basura cualquier tipo de comida, aunque Pascual tiene preferencia por las verduras en descomposición. A veces encuentran alguna cosa valiosa, como tirantes, que Efraín usa para fabricar una honda, o cajitas de remedios, pomos y escobillas, que colecciona Enrique. Deben hacer todo esto sin que aparezca el carro de la policía. En ese caso, la jornada estará perdida.
Cuando la hora celeste termina, Efraín y Enrique vuelven al corralón donde viven. Allí los espera don Santos, que la mayoría de las veces se enfada con sus nietos por no traer alimento suficiente para Pascual. En esos casos, los regaña tirándoles de las orejas y diciendo que matarán de hambre al cerdo. En otras pocas ocasiones, se pone contento con el “banquete” que recibe su “pobre Pascual” (8).
Al comenzar el invierno, el cerdo está cada vez más grande e insaciable de comida. Entonces, don Santos obliga a sus nietos a revisar los desperdicios del muladar que se encuentra cerca del mar. Allí, los niños se encontraron con perros y gallinazos revisando una masa nauseabunda de plumas, excrementos y materias descompuestas. Después de una hora de trabajo vuelven al corralón con los cubos llenos y, desde entonces, alternan para ir allí los miércoles y domingos.
Análisis
El cuento de Ribeyro abre con una caracterización del espacio urbano donde transcurre la historia. Las primeras imágenes de Lima al amanecer crean un escenario fantástico, en el que “una fina niebla disuelve el perfil de los objetos y crea como una atmósfera encantada” (6). Las personas que transitan esta Lima en la “hora celeste” también tienen una apariencia “fantasmal”, pero entre ellos destacan los “gallinazos sin plumas”, los niños que buscan comida en la basura, lo que establece desde el inicio la analogía con las aves carroñeras que da título al cuento. La aparición de estos personajes marginales revela la cruda realidad de la capital peruana. Los gallinazos sin plumas llegan desde los suburbios a calles adornadas de “casas elegantes” (7) para buscar modos de subsistir a través de los desperdicios que generan los sectores más pudientes de la sociedad, lo que revela la condición de extrema pobreza de estos actores marginalizados de la gran urbe.
En esta primera parte se presenta también a los personajes principales: los hermanos Efraín y Enrique, y su abuelo don Santos. El relato establece enseguida la dinámica de poder entre ellos, con don Santos como la figura dominante y opresora que obliga a los niños a trabajar para alimentar a Pascual. El abuelo de los niños, que tiene una pierna de palo, aparece como una figura cruel y déspota, que no es capaz de demostrar ningún tipo de afecto o consideración para con sus nietos, a los que somete a una rutina diaria de miseria y explotación. Los regaña constantemente si la provisión de comida no es suficiente, mostrándose más preocupado por el bienestar de Pascual que por el de sus nietos. Incluso recurre a la violencia física, dándoles "pescozones" (8) cuando lo considera necesario. De esta manera, la conducta de don Santos deshumaniza a los niños, que son tratados como seres inferiores al cerdo.
Pascual, el cerdo, se convierte en un personaje central en esta dinámica de explotación. Se lo caracteriza como un animal que puede comer cualquier cosa sin cansarse nunca; incluso se lo describe como una “especie de monstruo insaciable” (9) que justifica la crueldad del abuelo y el tormento interminable de los niños. De esta manera, el cerdo simboliza la opresión extrema de esta rutina que empuja a Efraín y Enrique a condiciones cada vez más precarias.
Esto se representa en la historia a través de una modificación en la rutina de los niños, que son forzados a expandir su zona de búsqueda, por lo que, además de seguir recolectando basura de los sectores residenciales de la ciudad, deberán hacerlo en el muladar. Este cambio de escenario marca un punto de inflexión en la explotación de los niños, porque los conduce a un espacio aún más degradante y peligroso. En el muladar, un lugar repugnante y nauseabundo, Efraín y Enrique interactúan con los verdaderos gallinazos, es decir, las aves de rapiña, que se acostumbran a su presencia, hasta el punto de que los niños empiezan a formar parte de la “extraña fauna” (10) del lugar. Esta animalización de los personajes incrementa el aspecto deshumanizante impuesto por la pobreza y por el sometimiento a la voluntad despótica de don Santos. No es casual, en este sentido, que abuelo y niños vivan en un “corralón”, lo que indica que la animalización atraviesa todos los aspectos de su vida.