Los gallinazos sin plumas

Los gallinazos sin plumas Resumen y Análisis II

Resumen

Después de una de las excursiones al muladar, Efraín vuelve con un dolor en la planta del pie: un vidrio le ha causado una pequeña herida. Al día siguiente, amanece con el pie hinchado, pero igual reanuda su trabajo. De regreso aquel día ya casi no puede caminar. Dos Santos está muy ocupado con una visita que dice que en veinte o treinta días irá a buscar al cerdo, que ya estará listo para ser carneado. El abuelo les dice a sus nietos que ahora deberán trabajar más duro para aumentar la ración de comida de Pascual, pero al día siguiente Efraín no puede ni levantarse. La herida en su pie se ha infectado.

Enrique intenta convencer a su abuelo de que Efraín no puede ir a trabajar, pero don Santos insiste. Los dos hermanos se van, pero vuelven a las dos horas con los cubos vacíos: Efraín no podía más. Don Santos arroja violentamente a Efraín y lo manda a “podrirse sobre el colchón” (11), y le dice a Enrique que deberá hacer la tarea de su hermano mientras este esté enfermo.

Al mediodía, Enrique vuelve con los cubos llenos y con un perro escuálido y sarnoso que lo ha seguido hasta el corralón. Don Santos brama, diciendo que no puede haber perros allí, que es una boca más para alimentar. Enrique insiste, asegurando que le dará de su comida, y que puede ayudarlo en el muladar mientras Efraín esté enfermo. También amenaza con irse si el perro no se queda, por lo que don Santos medita y, sin decir nada, le da entender a Enrique que el animal se puede quedar.

Contento, Enrique le pone “Pedro” a su nueva mascota y va a mostrárselo a su hermano. Su alegría se desvanece apenas ve a Efraín agonizando en la cama. Enrique le dice a su hermano que el perro es para él, y que se lo dejará para que jueguen juntos mientras él se va al muladar.

Aquella noche sale la luna llena. Los hermanos se inquietan, porque saben que en esa época su abuelo se pone intratable. Se mueve y habla solo, y cada tanto se acerca al cuarto a mirarlos y lanzarles un salivazo lleno de rencor. El perro le tiene miedo.

Por la mañana, Enrique se despierta resfriado. Don Santos no dice nada, pero presiente la catástrofe. Al día siguiente, Enrique no se puede levantar. Ha tosido toda la noche. Su abuelo se enfurece, acusa a los niños de engañarlo y dice que si pudiera caminar y hacer el trabajo él mismo, los mandaría al diablo. Luego afirma que se ocupará él solo de Pascual, y que sus nietos no tendrán de comer hasta que puedan levantarse y trabajar.

Don Santos sale con los cubos, pero a la media hora vuelve. No pudo escapar de la Baja Policía, y unos perros intentaron morderlo. Los siguientes dos días lo intenta de nuevo, pero termina desplomado en su colchón. Les grita a sus nietos que, si Pascual se muere de hambre, será culpa de ellos.

Análisis

El muladar, el nuevo espacio de explotación, rápidamente deteriora la salud de los niños. La nueva rutina de trabajo hace que Efraín termine postrado por una herida infectada en el pie, y luego cae Enrique por una fuerte gripe. Todo esto empeora cuando don Santos, en vez de empatizar con el padecimiento de sus nietos, los obliga a trabajar hasta que no pueden más, y luego los priva de comer como amenaza para que se recuperen, dándoles como castigo el hambre que padecerá también el cerdo por no recibir alimento.

En efecto, la reacción del abuelo ante las enfermedades de sus nietos es completamente cruel y deshumanizante. Afirma que los dolores de Efraín son “patrañas” y compara su estado con tener una pierna de palo: “Y ¿a mí? […] ¿Acaso no me duele la pierna? Y yo tengo setenta años y yo trabajo… ¡Hay que dejarse de mañas!” (11). También los trata como si fueran animales: a Efraín lo coge del “pescuezo” y lo “arre[a]” hasta el cuarto, como si fuera ganado; cuando llega el perro, exclama: “¡Nada de perros aquí! ¡Ya tengo bastante con ustedes!” (11), equiparando así a los nietos con el animal; y cuando se enfada porque ninguno de los dos puede trabajar, los llama “gallinazos sin plumas”. La deshumanización se acentúa por la forma en que los mira con rencor y se refiere a ellos como “basura” y “pedazos de mugre” (14).

Un aspecto irónico de la historia es que don Santos trata a sus nietos como animales, pero al cerdo lo trata como si fuera un humano, y hasta le muestra afecto al dirigirse al animal con cariño: “¡Pascual, Pascual… Pascualito!– cantaba el abuelo” (12). Los nietos replican este comportamiento con la llegada de Pedro, el perro que sigue a Enrique hasta el corralón. El perro, al igual que el cerdo, tiene nombre propio, como si fuera un miembro más de la familia, y Enrique se encariña y se aferra al animal de la misma forma en que don Santos se preocupa por el cerdo que le otorgará una anhelada compensación económica.

Esto demuestra que la interacción entre humanos y animales no solo indica una progresiva deshumanización de los personajes. Para Efraín y Enrique, el perro es también una forma de transmitir afecto fraternal, puesto que Enrique intenta consolar al postrado Efraín regalándole esta mascota para que lo acompañe en su agonía. Más adelante, la muerte del perro será un punto de inflexión para estos personajes, que intentarán abandonar la vida miserable a la que los ha sometido su abuelo.