Resumen
Oliver Twist nace en un hospicio para pobres, dependiente de una parroquia de una ciudad de Inglaterra cuyo nombre no se revela. Según cuenta la enfermera Thingumy, su madre ha sido encontrada en la calle, inconsciente y con los zapatos destrozados de tanto caminar, y la han llevado al hospicio. La mujer muere en el parto, sin que se conozca su identidad, y su niño nace muy débil. A pesar de que el cirujano que asiste su parto duda de que sobreviva, el niño logra sobreponerse y queda huérfano en el asilo.
Como no hay nodrizas en el asilo, el niño debe alimentarse con biberón, de modo que su estado llega a ser tan grave que las autoridades de la parroquia deciden enviarlo a un orfanato a tres millas de distancia. Este establecimiento es dirigido por la señora Mann, una anciana que maltrata a los huérfanos y se queda con la mayor parte del dinero que la parroquia asigna para el cuidado de los niños. Debido a su negligencia, es usual que los niños del orfanato mueran de enfermedad o debilidad. Sin embargo, entre ella, el cirujano y el celador se las ingenian para sortear las inspecciones y disipar las sospechas. A pesar de esto, Oliver exhibe una naturaleza que le permite sobrevivir y llegar a sus nueve años.
A esa edad, el responsable del orfanato, el señor Bumble, lo lleva nuevamente al hospicio donde nació porque ya es demasiado grande como para estar en el orfanato, y debe empezar a practicar algún oficio que compense los gastos que la parroquia invierte en él. Por eso es llevado ante el consejo directivo de la parroquia, cuyos miembros lo catalogan como un idiota y le asignan el oficio de cardar estopa. El narrador comenta que el consejo acaba de aprobar algunas disposiciones para desincentivar que los pobres permanezcan demasiado tiempo en el hospicio, por ejemplo, dándoles cada vez menos comida.
Los niños pasan tanta hambre que un día deciden echar a la suerte quién de ellos irá a reclamar más, y por azar le toca a Oliver. Luego de que terminan su ración de gachas, Oliver se acerca al jefe, quien sirve la comida en el hospicio, y le pide más. El jefe, indignado, toma violentamente al niño y llama al celador Bumble, quien, al enterarse de lo ocurrido, recurre al consejo. Los miembros del consejo también se horrorizan: el presidente Limbkins asegura que Oliver incumplió el reglamento y un señor de chaleco blanco afirma que el niño, con esas conductas, se hará ahorcar, con lo cual deciden ofrecer cinco libras esterlinas a quien quiera llevarse de la parroquia al niño.
Oliver es castigado y encerrado durante ocho días en un pequeño calabozo, hasta que el señor Gamfield, un deshollinador que debe varios meses de alquiler a su casero, ve el anuncio de la parroquia y se ofrece a llevarse a Oliver. A pesar de que saben que varios niños aprendices han muerto trabajando para Gamfield, el consejo negocia él y le ofrece menos dinero por Oliver. Sin embargo, cuando el señor Bumble lleva a Oliver a la casa del magistrado para pedir su autorización, el niño no puede evitar mostrar su miedo ante la idea de tener que irse con un hombre de aspecto tan terrorífico. Los magistrados ven la actitud del niño, y la presión que Bumble parece ejercer sobre él, y se rehúsan a aceptar la oferta de Gamfield, ordenando así que Oliver permanezca en el hospicio.
Otro día, Bumble encuentra al señor Sowerberry, el empresario de las pompas fúnebres de la parroquia, mirando el aviso sobre Oliver y cierran un trato para tomar al niño como aprendiz. Bumble lo lleva a la tienda de ataúdes para que conozca al señor y la señora Sowerberry. Ella piensa que el niño traerá más problemas que ayuda, pero el señor Sowerberry se decide. En su primer día allí, Oliver es alimentado con los restos de comida asignados al perro y es obligado a dormir al lado de los ataúdes.
Oliver despierta luego de su primera noche en la funeraria con el ruido de una patada furiosa en la puerta de la tienda y, al abrir, descubre a Noé Claypole, un chico de la Casa de Caridad que también trabaja para los Sowerberry. Noé, acostumbrado a ser despreciado por ser un niño pobre, se muestra encantado de tener a quien despreciar, y empieza a burlar y acosar verbalmente a Oliver. A la par, el señor Sowerberry le dice a su mujer que el aspecto melancólico de Oliver sería perfecto para oficiar de mudo, figura común en las ceremonias fúnebres que permanece en la puerta de la casa mortuoria para luego acompañar el cortejo fúnebre.
En seguida, Bumble ordena un ataúd y un funeral para una señora que ha muerto. El señor Sowerberry lleva a Oliver a medir el cuerpo y, al día siguiente, lo hace participar del entierro en el cementerio. Luego de la ceremonia, el señor Sowerberry le pregunta a Oliver si le gustó la experiencia y, cuando el niño dice que no demasiado, le asegura que se acostumbrará.
Luego de un mes de prueba, Oliver es formalmente contratado como aprendiz de los Sowerberry, lo que acrecienta la ira de Noé, que empieza a tratarlo cada vez peor. En una oportunidad, Noé comienza a provocarlo hablando de su madre, y a pesar de que Oliver le pide que no trate ese tema tan sensible para él, Noé se divierte insultándola. Incapaz de tolerar esa humillación, Oliver se enfurece y lo ataca. Entonces Noé pide ayuda a gritos y acuden Carlota y la señora Sowerberry, quienes le pegan al niño y lo encierran en un sótano. Como el señor Sowerberry no está en casa, su mujer le dice a Noé que vaya a buscar a Bumble.
Noé le dice al señor Bumble que Oliver intentó asesinarlo a él, a Carlota y a la señora Sowerberry, y aquel se dirige a la funeraria para castigar al niño. No obstante, allí se encuentra con que Oliver está encolerizado y ya no le teme. Bumble le dice a la señora Sowerberry que la razón de esa insurrección es que le ha dado demasiada comida, lo que lo volvió vicioso. En ese momento, regresa el señor Sowerberry y, al escuchar la historia, se ve forzado a pegarle a Oliver para contentar a su mujer. A la mañana siguiente, Oliver se escapa de la casa de los Sowerberry y en su camino pasa por el orfanato donde creció y se despide de Ricardo, uno de sus amigos de infancia, que lo bendice y le desea suerte.
Análisis
Esta primera sección de Oliver Twist está especialmente enfocada en exhibir el penoso desempeño de los organismos encargados de cuidar a los pobres y a los más necesitados, especialmente los huérfanos. La novela está construida desde la voz de un narrador omnisciente que se define a sí mismo como biógrafo de la vida de Oliver Twist y que, en la medida en que narra la vida del niño, no se ahorra reflexiones y comentarios que denuncian la corrupción y la violencia que atraviesan a esas instituciones. Así, mediante un constante tono sarcástico, muestra el notorio desinterés y descuido que los adultos encargados del cuidado de Oliver tienen hacia él. La mayoría de los personajes adultos hasta aquí retratados están plenamente convencidos de su superioridad moral respecto de los pobres. Por eso muestran un alto grado de desprecio hacia ellos y consideran que su deber, lejos de ayudarlos a vivir mejor, es por el contrario ubicar a los pobres en el lugar marginal que les corresponde.
En línea con esto, esta sección pone de manifiesto una tendencia muy común en esta sociedad, que consiste en encontrar el rédito o la satisfacción personal pisoteando a aquellos más frágiles. El caso más claro es el de Noé Claypole, quien por su condición de niño carenciado es constantemente burlado e injuriado por otros niños de su edad. Esto no lo conduce a él a comportarse empáticamente con Oliver, sino que, por el contrario, encuentra allí su oportunidad para sentirse mejor que alguien y se descarga con él, reproduciendo esas conductas violentas de las que él también es víctima: “ahora que la fortuna le ponía a su alcance a un pobre huérfano sin nombre, a quien todos podían despreciar, se vengaba con usura” (39). La violencia circula así generando resentimientos y necesidad de venganza, y fisurando cualquier tipo de comunión entre los débiles. El narrador, en su tono irónico característico, no deja de incluir una reflexión al respecto, y comenta cómo estas conductas despreciables no distinguen clases sino que se dan en toda la condición humana: “nos deja ver bajo qué prisma tan seductor se muestra a veces la naturaleza humana, y de qué modo parecido se desarrollan las mismas cualidades, tanto en los más nobles caballeros como en los seres más degradados de la sociedad” (39).
Del mismo modo, personajes como el señor Bumble y Sowerberry parecen muy empeñados en mantener el statu quo y en asegurarse de que aquellos que están por debajo suyo permanezcan de ese modo. En efecto, cuando ellos dos discuten sobre la pertinencia de Oliver para el trabajo en la funeraria, el dueño de la empresa comenta que él ya paga grandes contribuciones para los pobres, lo cual, según él, le da el “derecho para explotarlos lo mejor posible” (34). Con esto, deja al descubierto cómo ellos se sienten con más derechos y privilegios que los pobres. Por ejemplo, se arrogan el derecho de dictaminar cuánta comida deben recibir y usan el hambre como una estrategia para controlarlos. Es lo que Bumble sugiere cuando acude a la casa de los Sowerberry, luego de que Oliver ataca a Noé. El celador elabora un diagnóstico que liga el exceso de comida que aparentemente recibió Oliver con su conducta viciosa, y sugiere una dieta muy pobre para adoctrinar al niño: “tenga cuidado de no darle más que harina y agua mezclada con sal mientras dure su aprendizaje” (53). De este modo, la comida se convierte en la novela en un símbolo de poder y de derechos que no son comunes a todos, y la subalimentación pasa a simbolizar, por su parte, la crueldad institucional dirigida hacia los pobres.
Es esta subalimentación la que conduce a Oliver a pedir más comida en el hospicio, y esa conducta es leída como un hecho inaceptable, justamente porque pone en cuestión el reglamento que habilita esa violencia institucional. La incapacidad de los miembros del consejo directivo de la parroquia por comprender las pretensiones de Oliver, al tratarlo como un idiota o como un potencial criminal, evidencia la total insensibilidad de las instituciones, pero además expone el funcionamiento al interior de estas. Por ejemplo, el hombre del chaleco blanco, miembro del comité parroquial, emite opiniones crueles sobre Oliver aún sin conocerlo y lo condena a un destino oscuro: "Ese niño se hará ahorcar" (23). Así, se ve cómo la estigmatización que sufren los más vulnerables no proviene únicamente de disposiciones imparciales y anónimas de parte de las instituciones, sino que es producto también de la voluntad de los individuos crueles y violentos que las conforman. Asimismo, la escena en que Oliver se enfrenta al comité también instala un elemento que será constante en la novela: la falta de entendimiento e incomprensión de la que Oliver es víctima.
La importancia que la comida asume en esta primera sección de la novela echa luz sobre los modos en que las políticas adoptadas por un gobierno para tratar la pobreza alteran las actitudes de la sociedad. Parte de la motivación de Dickens al escribir la novela apuntaba a denunciar la Nueva Ley de Pobres de 1934, que modificaba la ley inglesa anterior y, aunque se pretendía una herramienta para ayudar a los más necesitados, contribuía a su maltrato, por ejemplo, al controlar cuánto se les daba de comer. Estas medidas no solo afectaban las condiciones materiales de los pobres sino que también imponían principios morales, pues promulgaban una ideología que se extendía a toda la sociedad y que permeaba el trato que la gente tenía hacía los pobres. Así, el narrador comenta con sorna que el consejo que administraba los asilos de pobres, “hombres eminentemente sabios y dotados de una filosofía profunda”, habían descubierto que los pobres gozaban de su situación: “el asilo de los pobres era para la clase pobre un lugar de recreo, una fonda donde no era necesario pagar (...) donde todo era divertirse sin trabajar”, y por lo tanto, para erradicar ese vicio, debían reducir las raciones de comida. Así, les daban la opción de elegir “entre morirse de hambre poco a poco si permanecían en el asilo o si preferían salir de él” (21). El sarcasmo del narrador, que asevera esas ideas como si las compartiera, contribuye a evidenciar lo extremo y cínico de esas posturas que condenan al pobre y atribuyen su condición a una cuestión de falta de voluntad.
Esta sección también pone en foco la vulnerabilidad de los niños, especialmente niños que no tienen padres que puedan salir en su ayuda. Oliver está completamente a merced del consejo directivo y del celador Bumble, y ninguno de ellos parece comprenderlo ni tener intenciones de hacerlo. Mientras que el lector sí puede ver que es un niño tranquilo, de buen corazón y necesitado de amor, los personajes que deberían cuidar de él lo ven como un ser vicioso, desagradecido y ambicioso. Cada vez que Oliver intenta defenderse o explicar sus sensaciones a un adulto, es incomprendido o incluso ignorado. Con esto, la figura de Oliver no solo carece de derechos sino también de voz: su dificultad para comunicarse será común en toda la novela.