Resumen
Dos días después, Oliver, la señora Mayle, Rosa, la señora Bedwin, el doctor Losborne y el señor Brunlow viajan hacia el pueblo donde nació Oliver. En el trayecto, este añora el reencuentro con su amigo Ricardo, y espera poder ayudarlo a ser tan feliz como él es ahora. Allí se dirigen a la posada principal del pueblo, donde los espera Grimwig. Oliver y Rosa, que no se han enterado de las novedades recientes, esperan ansiosamente mientras ven que los adultos se reúnen y se muestran muy preocupados. Finalmente, se dirigen a ellos el doctor, Grimwig y Brunlow, que llegan acompañados de un hombre al que Oliver reconoce con terror como el extranjero que se cruzó en la fonda: es Monks. Los adultos le revelan a Oliver que ese hombre es su medio hermano. Si bien no quieren que el niño tenga que conocerlo, consideran que es importante que pueda conocer la verdad sobre su nacimiento y escuchar la declaración de Monks. Bajo presión, este cuenta la historia.
El lector se entera de que el padre de Monks y de Oliver, Edwin Leeford, había en efecto redactado un testamento antes de que naciera su segundo hijo, pero que este fue ocultado por su madre. En él declaraba primero que su primer hijo, Eduardo Leeford, había heredado la vileza de su madre y el odio a su padre. Por ello, Edwin Leeford solo dejaba una renta a su primera mujer y a su primer hijo, y luego repartía su herencia en dos mitades; una destinada a su segunda mujer, Inés Fleming, y la otra, al bebé que ella estaba por dar a luz. El testamento anunciaba que si el bebé por nacer era mujer, heredaría toda su herencia sin condiciones, pero si era varón, heredaría solo en caso de que conservara su moralidad. El documento apostaba a que el niño heredaría la nobleza de su madre, pero si eso no se cumplía, la mitad iría al hijo legítimo. Monks recuerda que su madre le confesó esas cuestiones y él le prometió que perseguiría a Oliver hasta llevarlo preso, para contrarrestar así la deshonra de ese testamento.
El señor Grimwig entonces hace entrar a los esposos Bumble. El señor Bumble, al ver a Oliver, empieza a elogiarlo exageradamente. El señor Brunlow les pregunta por el medallón de Inés Fleming (que, según cuenta Monks, había sido un regalo de Edwin Leeford) y la pareja niega saber del tema. Pero en seguida ingresan las dos viejas sirvientas que presenciaron la muerte de la vieja Sally, y ellas cuentan que siguieron a la señora Bumble hasta la casa de empeños, donde la vieron retirar el medallón de oro y la sortija que originalmente pertenecían a la mamá de Oliver. Entonces la señora Bumble admite haber robado esos objetos y luego habérselos vendido a Monks. Entonces, el señor Brunlow les dice a los Bumble que hará gestiones para que ninguno de los dos pueda volver a tener un cargo en la parroquia.
A continuación, Monks explica también que la otra hija del oficial naval, esto es, la hermana de Inés Fleming, quedó huérfana de chica, luego de que su padre falleciera al enterarse de que su hija mayor había muerto, y luego fue recogida por unos aldeanos. La madre de Monks, por vengarse de Inés, buscó a esa niña y le contó a sus padres adoptivos mentiras sobre la deshonra de su familia. En seguida, Monks confiesa que esa otra hija huérfana es Rosa. Así es cómo Rosa descubre su verdadera identidad y se entera de que el rumor que la madre de Monks había difundido, que decía que era hija ilegítima, era mentira. Descubre así también que está emparentada con Oliver.
Pronto llega Enrique Maylie y le vuelve a proponer matrimonio a Rosa. Si bien ella no acepta por las mismas razones que antes, él le dice que ha renunciado a su ambición y a su posición social para vivir con ella. Rosa entonces acepta. En la cena de festejo, Oliver se larga a llorar, porque se entera de que su amigo Ricardo ha muerto.
Por otro lado, se presenta el tribunal en el que se enjuicia a Fagin. El viejo observa que toda la gente lo mira con desprecio y, ante la inminencia de su muerte, por ver que lo ejecutarán, es incapaz de pensar fríamente y su mente deambula sin sentido. En seguida entra el jurado, que lo proclama culpable y lo sentencia a ser colgado en la horca. Fagin es conducido fuera de la corte y puesto en una celda de condenados, donde pasará los últimos días de su vida. El narrador describe el estado de exaltación y terror que siente Fagin esos últimos días, que llega a aterrorizar incluso a los guardias que lo vigilan.
El día de la ejecución de Fagin, el señor Brunlow y Oliver lo visitan en la cárcel, pero cuando intentan conversar con él lo encuentran muy desorientado y enloquecido. Brunlow le pregunta qué ha hecho con los papeles que Monks le dio para que le guardara. Fagin le pide a Oliver que se le acerque, y en un último gesto de lucidez le dice dónde guarda esos papeles, pidiéndole que a cambio lo ayude a escapar. El señor Brunlow y Oliver se van, sorprendidos del deterioro de Fagin, y observan cómo la multitud empieza a juntarse fuera de la prisión para presenciar el espectáculo de su ejecución.
Tres meses después, Rosa y Enrique se han casado en la iglesia donde Enrique trabaja como clérigo. La señora Maylie se muda con ellos y viven felices en el campo. El señor Brunlow, dispuesto a darle a Monks una oportunidad, le recomienda a Oliver que divida su herencia con él, y el niño accede con todo gusto. Monks se lleva su parte a América, donde termina gastándose todo su dinero y cayendo nuevamente en los malos hábitos, hasta que muere en prisión.
El señor Brunlow adopta a Oliver como su hijo, y junto con la señora Bedwin se mudan cerca de la familia Maylie. El doctor Losborne pronto se muda cerca suyo también, y el señor Grimwig los visita muy seguido. Todos ellos llevan una vida muy feliz.
Noé Claypole es perdonado por sus crímenes y absuelto luego de denunciar a Fagin y, junto con Carlota, encuentra un trabajo más seguro, pero igualmente deshonesto, para la policía secreta. Por su parte, el señor y la señora Bumble, destituidos de sus trabajos, terminan siendo pobres y viviendo en el asilo que solían dirigir. Charley Bates, horrorizado por el destino de Nancy, decide volcarse a la vida honesta y se convierte en un ganadero exitoso.
Análisis
Esta sección termina de resolver los cabos sueltos restantes y cierra todas las historias. Se imparte justicia en todos los casos, y casi todos los personajes reciben lo que merecen en función de cómo han obrado. Oliver y Rosa conocen sus orígenes familiares y entienden finalmente que la simpatía que sentían el uno por el otro se debe a que comparten la misma sangre. Con esto, la novela destaca una vez más la importancia y fortaleza de los lazos familiares. Además, gracias a esta nueva información, tanto Oliver como Rosa pueden dar lugar a su nueva vida y elegir sus nuevas familias: la de Brunlow en el caso de Oliver, la de Maylie en el caso de Rosa.
Los Bumble reciben tal vez el final más esperado, en un giro poético de la trama que alegra mucho al lector. Luego de haber maltratado de todas las personas a su alrededor y de haber abusado de la autoridad de que gozaban, pierden sus trabajos y terminan ellos mismos siendo aquello que más despreciaban: pobres del asilo. En un último gesto despreciable, que consolida la vileza y la misoginia del personaje, el señor Bumble le echa la culpa a su mujer: “Fue todo obra de mi esposa: ella me obligó —observó el ex bedel después de asegurarse de que su cara mitad se había ido ya” (362). No obstante, nadie cree lo que dice y su último intento de salvarse a costa de los demás resulta muy patético.
Esta idea de dar un final feliz a aquellos que lo merecen y de prodigar un castigo a los demás refleja en gran medida el afán de Dickens por el artificio y la fantasía: incluso con el objetivo de denunciar el tratamiento violento que los más necesitados reciben en la Inglaterra victoriana, el final de su novela es evidencia de su interés por entretener al lector, con lo cual le da un desenlace que no apunta a un rigor realista. Ese final casi perfecto excede lo esperable de la realidad pero deja satisfecho al lector, luego de todas las desgracias que ha visto pasar a sus personajes.
Sin embargo, el final no es del todo perfecto y el caso de Ricardo es un ejemplo de ello: nunca logra escapar de la vida terrible del asilo y termina muriendo de niño allí, con lo que la violencia institucional no se desdibuja a pesar de la buena suerte de Oliver. Del mismo modo, al retratar la muerte de Fagin, Dickens evidencia contradicciones que impiden que ese final sea del todo satisfactorio para el lector. El viejo llega al tribunal sin ningún amigo ni persona que sienta alguna simpatía por él, ni que demuestre algún resquemor por su condena a muerte. Es significativo que, en la corte, el narrador ya no lo llama por su nombre, sin que se refiere a él como “el reo”. De alguna manera, luego de sus crímenes y traiciones, ese era el final esperado para el viejo. Sin embargo, el relato del juicio pone tan en el centro de la escena la actitud enfurecida de la multitud, y su incidencia en las derivas del juicio, que resulta difícil confiar en que la sentencia de Fagin sea imparcial. Por el contrario, da la sensación de que el jurado obra sugestionado por la ira de la multitud, lo que otra vez torna siniestro el poder abrumador de las masas por sobre las decisiones institucionales. Por eso, lejos de describir la sentencia con naturalidad, el narrador se encarga de detallar el clima tenso y siniestro que se vive en el tribunal: “Reinó un silencio profundo, aterrador, un silencio de muerte” (367). En efecto, ese silencio anticipa la muerte de Fagin porque en seguida dará lugar al grito de “Culpable” con el que el jurado lo condena.
La reacción de la multitud ante esa resolución es desmedida y genera un clima muy violento, porque al terror y la tristeza de Fagin se le opone la alegría desbordada de la muchedumbre:
Gritos frenéticos estallaron en el auditorio, gritos que repitieron mil gargantas, gritos a los que hicieron eco la infinidad de personas que, no hallando asiento ni hueco en la sala, esperaban en la puerta y en la calle. Aquellos gritos, semejantes al horrísono bramar del trueno, eran de alegría. Aquellas buenas gentes se regocijaban y saboreaban por anticipado el placer de ver ahorcar a un hombre el lunes próximo (367).
El narrador distingue el carácter siniestro que hay en esa alegría exagerada al compararla con el “horrísono bramar del trueno”. Lejos de compararlo con algo positivo, lo describe como algo horrible, que molesta o causa terror. Una vez más, hace uso de la ironía, llamando a esas personas “aquellas buenas gentes” para retratar la miserable condición de esas personas cuyo placer se funda en la posibilidad de ver morir a un hombre. La reacción de la muchedumbre, entonces, no se debe a que se ha hecho justicia, sino a que su odio ha sido satisfecho y se hará un espectáculo de ello.
Esta sensación contradictoria en torno a la muerte de Fagin es reforzada en la medida en que se acerca el día de la ejecución. Fagin nunca se redime; ni siquiera pide disculpas a Oliver cuando le dan la oportunidad, y jamás muestra arrepentimiento. En este marco, la muerte de un personaje tan despreciable debería generar satisfacción, pero esto no sucede. Al contrario, el personaje, cuanto más se acerca el día de su muerte, adquiere rasgos lamentables, incluso hiperbólicos, en la medida en que nadie en la cárcel parece haber visto antes a un reo tan desesperado de terror. La caracterización del viejo el día de su muerte es tan siniestra que hasta los carceleros, acostumbrados a esas escenas, se colman de espanto y horror: “lo habían herido el día de su captura con algunos de los proyectiles que le arrojó la multitud; su cabeza estaba cubierta de vendas, sus rojos cabellos caían sobre su rostro lívido, su espesa barba causaba horror y era terrible la mirada de sus ojos” (369). El lector, al igual que Oliver cuando lo ve, siente pena cuando el viejo se imagina a sí mismo caminando hacia el patíbulo sin ningún amigo que lo acompañe.
Mientras en el interior de la cárcel esa es la situación de Fagin, en el exterior la multitud sigue el caso los días previos a la ejecución, y la noche antes entran grupos a preguntar si el reo ha recibido un indulto: “Recibida la alegre contestación negativa, apresurábanse a transmitirla a los grupos que impacientes la esperaban en la calle, examinando la puerta por la cual saldría el condenado y mostrándose unos a otros el sitio en que se alzaría el patíbulo, después de lo cual se alejaban, bien que con el firme propósito de asistir al espectáculo” (370). La brutal yuxtaposición que construye Dickens entre, por un lado, la escenografía siniestra y las herramientas de muerte (la horca, la trampa fatal, la cuerda) y, por otro, el sol radiante y la excitación de la gente que se reúne para la ejecución, acrecienta la sensación de que Fagin va a morir para satisfacer la necesidad de entretenimiento de la gente, y no por justicia.
La novela se cierra retomando la dicotomía entre la ciudad y el campo. Todos los buenos personajes terminan mudándose al campo juntos y viven una vida en paz, próspera y feliz, mientras que los que permanecen en la ciudad mueren, terminan presos o continúan teniendo una vida abocada al crimen. Esto parece implicar que era imposible para Oliver y su nueva familia encontrar la felicidad genuina en Londres, donde habían experimentado tantas vivencias miserables. Por eso es que construyen una comunidad en un nuevo espacio, que les permite de algún modo comenzar de nuevo.