Resumen
Nancy va al Puente de Londres y Noé la sigue. A dos minutos de cumplirse la medianoche, Rosa y el señor Brunlow bajan de un carruaje y atraviesan el puente. Nancy los ve e inmediatamente se les acerca, pero les dice que no pueden hablar allí y los conduce a una escalera que desciende hacia el río. Noé los sigue y encuentra un punto oscuro desde donde poder escucharlos. Nancy dice que está muy nerviosa porque ha tenido miedo y sensación de muerte todo el día. El señor Brunlow le dice que le cree su historia y que, si los conduce hacia Monks, ellos harán lo posible por respetar su voluntad y no denunciar a Fagin y Sikes.
Nancy les cuenta entonces acerca de “Los Tres Cojos” y les indica cómo encontrar allí a Monks sin despertar sospechas. Brunlow intenta convencer a Nancy de que aproveche la ocasión para salvar su vida y escapar de Fagin y de Sikes, pero ella se niega rotundamente. También rechaza la oferta de dinero y solo le pide a Rosa que le regale algún objeto para recordarla. Luego de que Brunlow y Rosa se van, Nancy estalla en llanto. Apenas se va, Noé corre a dar aviso de todo a Fagin.
Luego de escuchar el reporte de Noé, Fagin se encuentra profundamente enojado y espera a que Sikes regrese de robar para anoticiarlo. Cuando este llega, ve a Fagin tan encrespado que cree que lo atacará, pero en seguida entiende que no es hacia él su enojo. Entonces el viejo le empieza a preguntar qué haría si se enterara de la traición de alguien de la pandilla, como Noé, Charley, o incluso Fagin. Sikes responde que mataría al traidor, fuera quien fuera, de modo que Fagin despierta a Noé y le pide que le relate a Sikes la traición de Nancy.
Ante la noticia, Sikes sale furioso a buscar a Nancy y Fagin, sabiendo qué es lo que el hombre hará, le pide que intente ser lo menos violento posible. Sikes entra a su casa y despierta bruscamente a Nancy. Ella le ruega que no la asesine, y a cambio le asegura que el señor Brunlow podría ayudarlos a ambos a abandonar la vida criminal y empezar de nuevo. Pero Sikes se enfurece aún más y le pega con su revólver hasta matarla. Antes de morir, Nancy llega a proferir una plegaria.
Amanece y el sol brilla intensamente, filtrándose por las ventanas del departamento. Sikes no logra bloquearlo para tapar el regadero de sangre que ha dejado. Luego de un rato de observar atónito el cadáver de Nancy logra salir del shock, limpiarse, salir del departamento con su perro y dejarlo cerrado con llave. Deambula por la ciudad, se detiene un rato para dormir y luego continúa su deambular. Por la noche entra a cenar a un bar pequeño, donde un vendedor ambulante le ofrece, para promocionar el quitamanchas que vende, quitarle una mancha a su sombrero. Asustado, Sikes agrede al hombre y sale corriendo del bar.
El criminal camina sin rumbo, atravesado por un miedo profundo, pues siente que el fantasma de Nancy lo persigue. Encuentra un cobertizo y se decide a pasar allí la noche, pero allí se sume en el terror porque no puede dejar de ver los ojos muertos de Nancy flotando en la oscuridad. De pronto, escucha gritos desesperados que, lejos de asustarlo más, lo energizan, y, al salir del cobertizo, ve que se ha desatado un incendio enorme. Sikes corre hacia el incendio y se pasa toda la noche ayudando a combatir el fuego, frenéticamente. Luego de apagarlo, Sikes descansa cerca de unos hombres y escucha que estos hablan del asesinato de Nancy, y de que la policía busca sin descanso al asesino. Sikes huye desesperadamente. Luego de deambular unas horas más, decide que regresará a Londres, pues todos creerán que ha huido de allí, y luego se dirigirá a Francia. Comprende que debe matar a su perro, porque él puede delatar su presencia en la ciudad, pero cuando intenta llamarlo para ahogarlo en el río, el perro huye. Sikes emprende su camino a Londres solo.
Con la ayuda de dos hombres, el señor Brunlow lleva a Monks a su casa. No necesitan forzarlo físicamente a entrar porque Brunlow lo amenaza con denunciarlo a la policía por fraude y robo. Allí Brunlow confiesa, ante la sorpresa de Monks, conocer su historia. Cuenta que él y el padre de Monks, Edwin Brunlow, eran mejores amigos, y que él mismo había estado comprometido con la hermana de Edwin, quien murió la mañana de su boda. Brunlow también revela que el nombre verdadero de Monks es Eduardo Leeford y que su padre fue forzado a casarse con la madre de aquel, pero se separaron pronto. Luego de la separación, Edwin se hizo amigo de un oficial de marina que tenía una hija hermosa que se había enamorado de él. Luego de heredar una gran fortuna, Edwin murió sin dejar testamento, con lo que su fortuna fue heredada por su primera esposa y su hijo, Eduardo. El señor Brunlow le revela a Monks que su padre lo visitó justo antes de morir, le entregó un retrato de la hija del oficial, Inés Fleming, y le confesó que estaba planeando cobrar su fortuna, dejarle una porción a su primera esposa y a su hijo y usar el resto para huir del país con Inés.
Tras la muerte de Edwin, Brunlow intentó buscar a Inés pero su familia se había mudado, y no fue sino hasta ver el parecido entre Oliver y la mujer del retrato que él supo de la existencia de otro hijo de Edwin. Entonces, Brunlow le dice a Monks que sabe todo lo que ha hecho y este termina confesando. Enseguida entra el doctor Losborne y cuenta que están a punto de capturar a Sikes.
En la isla de Jacob, un distrito atravesado por la pobreza, Toby Crackit, Chitling y un viejo ladrón fugitivo llamado Kags se ocultan en la casa de Crackit. Toby está inquieto porque Chitling ha ido a esconderse allí, pero este le cuenta lo que ha sucedido: Fagin y Noé han sido capturados por la policía; Betty enloqueció al ver el cadáver de Nancy y fue llevada a un hospital mental; todas las personas en “Los Tres Cojos” han sido arrestadas y Bates es el único que pudo escapar, con lo que seguro llegará en cualquier momento. De pronto, entra a la casa el perro de Sikes y se relajan al ver que viene sin su dueño, pero por la noche escuchan que alguien toca a la puerta y todos se aterran al comprobar que es el asesino.
Dejan entrar a Sikes, pues entienden que no tienen otra opción, y lo encuentran desfigurado y desesperado por la idea de que Nancy aún no ha sido enterrada. Pronto llega Charley Bates, que al ver a Sikes se enfurece y le dice que es un monstruo por lo que ha hecho. Asegurando que si alguien viene a buscarlo él lo va a entregar sin dudar, comienza a gritar pidiendo ayuda y se le lanza encima al asesino. No obstante, Sikes es mucho más fuerte que él y encierra a Bates en una habitación. Pero ya es tarde: la policía ha llegado y se escucha la furia de la multitud llegando a la casa.
Al ver a la masa de gente acechando e intentando trepar a las ventanas, Sikes trepa al techo y toma una cuerda con la intención de tirarse al foso de agua que rodea la casa y huir por ese medio. Desde su encierro, Bates lo ve y da aviso a la multitud, que bordea la casa hasta ver a Sikes. Este nota que la marea se ha retraído y en el foso solo queda barro. Desde la multitud, el señor Brunlow ofrece cincuenta libras a quien logre capturar a Sikes con vida.
La multitud se distrae por un momento al ver que la policía ha logrado entrar a la casa, lo que le da al asesino la chance de armar con la cuerda un nudo corredizo con el cual deslizarse hasta el foso. Mientras está pasándose la cuerda por el cuello, dispuesto a colocarla debajo de sus axilas, ve nuevamente los ojos acusadores de Nancy y, en un arranque de terror, se resbala, cae y se ahorca con la soga. Su perro, que también se ha subido al techo, al ver a su amo caer intenta seguirlo y termina muriendo también.
Análisis
Esta sección contiene algunas de las escenas más crudas y dramáticas de Oliver Twist. La muerte de Nancy representa el punto más álgido de su impotencia por escapar de la vida en la que nació, a pesar de los valores morales que demostró tener al ayudar a Oliver. Esos valores no difieren demasiado de los que presenta Rosa pero, como ya se ha dicho, sus trayectorias y educaciones distintas determinan dos destinos muy diferentes. El hecho de que su muerte sea desencadenada por la traición de Fagin, luego de que Nancy se negara a traicionarlo, subraya no solo la superioridad moral de ella por sobre la de Fagin sino también su total sumisión al poder de los hombres que la rodean.
En efecto, durante su cita con Brunlow y Rosa, Nancy admite su odio por Fagin, pero su carácter le impide traicionarlo: “(...) es un demonio, es peor que un demonio; pero no haré eso” (323). La integridad moral de Nancy le impide comportarse hipócritamente, denunciando a quienes han cometido crímenes que ella también ha cometido, y obra impulsada por la idea de que ni Fagin ni Sikes la traicionarían tampoco: “(...) si la vida de ese hombre ha sido criminal, la mía no ha dejado de serlo, y no me volveré contra aquellos que habiendo podido… algunos al menos…, volverse contra mí, no lo hicieron, por perversos que fueran” (324). Asistimos aquí nuevamente a una ironía dramática en la trama, en la medida en que el lector sabe más que el personaje, y comprende que, mientras Nancy no quiere traicionar a Fagin, este ya la ha traicionado, enviando a Noé a espiarla. Esta contradicción entre las certezas de Nancy y la traición de Fagin acrecienta el tono dramático de la escena y anticipa un desenlace trágico.
Asimismo, Nancy rechaza la oportunidad que Brunlow le da de salvarse. Una vez más, es un hombre el que es capaz de vehiculizar la libertad de una mujer y exhibe un poder mayor que el de ella. Pero Nancy rechaza esa propuesta, pues se resigna a que ya ha elegido un estilo de vida y está encadenada a él: “debo seguir arrastrando la existencia que me he creado” (326). En esta cita, se evidencia el grado de responsabilidad que Nancy se arroga al verse inmersa en una vida criminal, que se acentúa al espejarse con Rosa, una semejante que ha podido tener una vida muy distinta a la suya. La altura moral de Nancy se consolida por último cuando Brunlow le ofrece dinero y ella lo rechaza, dando a entender que la moviliza la voluntad de ayudar y no el rédito individual, diferenciándose así de su mentor, Fagin: “déjenme la satisfacción de pensar que no me ha movido el interés” (327).
En contraste con esta imagen solidaria de Nancy, la siguiente escena muestra a un Fagin profundamente atravesado por la ira y predispuesto para lo peor: “el judío velaba en su huronera con el rostro tan pálido y contraído, y los ojos tan inyectados de sangre, que más que hombre parecía un fantasma hediondo escapado de la tumbra y perseguido por un espíritu maligno” (328). Esta furia desencadenará la muerte de Nancy pues, al contarle a Sikes lo que Noé ha escuchado en el puente, Fagin sabe de antemano que la reacción de aquel será violenta. Luego de esa traición, Fagin parece tener un último gesto de compasión hacia la mujer, que parece mostrar otra vez su carácter contradictorio: antes de que Sikes salga rumbo a matar a Nancy, le pide: “no seas… demasiado violento” (331). Sin embargo, en seguida agrega que es mejor no generar escándalo, y el lector comprueba así que Fagin está preocupado, una vez más, por cuidar su integridad. Así se muestra su verdadera cara despreciable: como un titiritero que manipula a sus compañeros, Fagin provoca la ira de Sikes para hacerlo cometer el crimen que él no está dispuesto a llevar adelante y se anima incluso a opinar sobre cómo debe llevarse a cabo.
El episodio del asesinato de Nancy es muy dramático. El hecho de que ella esté durmiendo al entrar Sikes y que su primera reacción al verlo sea amorosa no hace más que acentuar su completa sumisión y su impotencia frente al poder del hombre. Incluso sus últimas palabras antes de morir apuntan a ayudar a Sikes a salir de la vida criminal. Pero el hombre parece perder toda cordura y la mata a golpes. Dramáticamente, la mujer usa sus últimos esfuerzos para sacar el pañuelo blanco que le regaló Rosa y pedir misericordia a Dios, con lo que la última imagen de Nancy queda marcada significativamente por ese último acto de redención, en fuerte oposición con la imagen salvaje del asesino. Sikes es caracterizado, en cambio, con todos los rasgos de la ferocidad. Como si con la muerte de Nancy no alcanzara, el personaje es retratado en toda su dimensión salvaje al proponerse ahogar a su perro fiel para no ser encontrado por la policía.
Sin embargo, a pesar del constante alarde de violencia y omnipotencia por parte de Sikes, este se tapa los ojos para rematar a su víctima, pues no se anima a verla ni a mirarla a los ojos. Paradójicamente, luego de matarla, será perseguido por los ojos de Nancy. Esta persecución simboliza la conciencia de Sikes y su remordimiento, algo que parecía imposible para este personaje. Cuando huye, es incapaz de pensar; deambula sin rumbo y, por primera vez, su seguridad queda puesta en duda por el terror de esos ojos. Incluso se entrega a una tarea frenética (apagar un incendio) solo para evadirse un rato de esa conciencia. No obstante, son finalmente esos ojos que lo acechan, es decir, su propia conciencia, los que le causan el terror final, que lo llevan a resbalarse y a ahorcarse accidentalmente. De este modo, la conciencia del personaje ejerce indirectamente justicia sobre él, dándole el mismo castigo que le hubiera dado la justicia estatal, esto es, la horca.
En esta escena, la multitud vuelve a aparecer y tiene un rol determinante en la muerte del hombre. Si bien la gente defiende una causa justa al repudiar a Sikes, el modo salvaje en que lo persiguen y en que festejan su muerte resulta muy perturbador: “A la luz de las hachas se veían las gentes que se estrujaban, se arremolinaban, se atropellaban en su afán por avanzar, corriendo frenéticos con caras contraídas espantosamente por la rabia que rugía en sus pechos, convertidos en imágenes vivas del odio y del furor” (354). Se ve aquí cómo las personas en la masa pierden su individualidad y su capacidad de manejarse racionalmente. Su irracionalidad es tal que, en plena efervescencia, la gente pone en peligro su propia vida con tal de poder ver al asesino y participar de su enjuiciamiento: “Los gritos de los que se veían en peligro de morir asfixiados eran espantosos; las angostas calles estaban obstruidas por completo, y entre el ardimiento de los unos para avanzar, y la resistencia de los que no se resignaban a perder su puesto, se perdió de vista al asesino cuando mayor era el deseo de verle preso” (355). En este sentido, la ferocidad de la masa es tal que puede hacer perder de vista simbólicamente la ferocidad del asesino, opacada por la furia irracional de las personas.
Esta escena recuerda aquella en la que Oliver fue perseguido por las masas y capturado erróneamente luego del robo del pañuelo de Brunlow. Pero si en esa oportunidad la acción de las masas era repudiable porque era errónea, en esta escena la multitud está en lo correcto y persigue al criminal. Lo particular es que se evidencia que la masa no está impulsada por la moral; ni siquiera le interesa conocer la verdad, sino que se deja llevar y se contagia del clima de exaltación y, en este caso, tiene suerte de que esa tendencia se incline justo hacia un criminal. Es inquietante, sin embargo, que la masa de gente opere reemplazando a un tribunal y se proponga hacer justicia por mano propia. En lugar de recurrir a las instituciones, para que la ejecución del asesino se haga en un marco legal, la masa obra impunemente persiguiéndolo y, más que un juicio, lleva adelante una caza.
Para terminar de consolidar el horror de la escena en la que Sikes se ahorca por accidente, aterrorizado por la fiebre de las masas, el narrador describe crudamente la muerte del perro de Sikes, que, a pesar de la traición de su amo al querer matarlo, muestra su fidelidad hasta el fin: “Erró el blanco y cayó precipitado al fondo del foso con tan mala fortuna, que al paso chocó su cabeza contra el borde del mismo y en el borde en cuestión se dejó los sesos” (355). La sección se cierra con esa imagen grotesca de violencia.