Resumen
El doctor conduce a las mujeres a la habitación donde yace Oliver. Se impresionan de su corta edad y su aspecto honesto. Rosa no puede creer que ese niño haya participado de un robo, pero el doctor le dice que una apariencia seductora puede ocultar igualmente un corazón viciado y criminal. La señorita le responde que, incluso si es un criminal, se debe a que ha tenido una infancia difícil, sin amor y cuidado adulto. Por lo tanto, le ruega a su tía que impida que lo lleven a prisión, y la señora Maylie en seguida concuerda con ella. El doctor dice que las ayudará también a asistir al niño, a menos que, al interrogarlo, descubran el vicio en él.
Oliver finalmente despierta y los tres adultos pueden escuchar su historia de vida. Los tres quedan muy conmovidos, con lo que el doctor entiende que debe ayudar al niño. Entonces baja a interrogar a Giles y a Brittles frente al alguacil e intenta dejarlos en ridículo con sus preguntas, demostrando que ninguno de los dos puede asegurar que Oliver sea efectivamente la misma persona que vieron la noche anterior. Sin embargo, de pronto llegan dos oficiales de policía de Bow Street, que han sido llamados por Giles esa mañana.
Los agentes son Blathers y Duff y llegan muy dispuestos a interrogar a la señora Maylie y al médico Losborne, convencidos de que el robo ha sido planeado por hombres de la ciudad. Blathers y Duff examinan la escena del crimen y luego interrogan a los empleados. Losborne y las dos mujeres esperan ansiosos, deseando que los oficiales no se lleven a Oliver. Rosa cree que deben decirles la verdad sobre Oliver, pero Losborne piensa que es una mala idea, porque ninguna de las buenas acciones de Oliver -su honestidad y su rechazo a participar del crimen- pueden ser realmente probadas. Cuando los agentes ingresan a ver a Oliver, este está muy enfermo y el doctor inventa una historia para explicar su herida. Por su parte, Giles se siente presionado y confiesa que no es capaz de asegurar que se trata del mismo chico, y luego Brittles, sugestionado por la duda de Giles, dice que él ni siquiera habría sido capaz de reconocer al hombre que entró por la noche. Giles, en lugar de sentirse avergonzado, se siente aliviado al pensar que quizás no lastimó a un niño. Finalmente, los oficiales se convencen y Oliver queda en manos de Losborne, Rosa y la señora Maylie, cuyos cuidados dedicados muy pronto lo recomponen.
En la medida en que se recupera, Oliver adquiere la fuerza suficiente para mostrar gran gratitud hacia sus protectores. Rosa le cuenta que están planeando llevarlo a la casa de campo pronto, para que termine de recuperarse. Oliver le expresa su deseo de ver otra vez al señor Brunlow y la señora Bedwin, para agradecerles por sus cuidados también, y Rosa le asegura que podrá hacerlo en cuanto se recupere.
Cuando llega ese día, Oliver y el doctor Losberne se suben a un auto de la señora Maylie y se dirigen a Chertsey Bridge, pero allí Oliver se espanta al reconocer la casa a la que lo llevaron los ladrones antes del robo. El médico se apresura a tocar la puerta, pero solamente encuentra a un jorobado loco y agresivo que insiste en que ha vivido allí por veinticinco años y no conoce a ningún hombre llamado Sikes. Entonces Losborne asume que Oliver se ha equivocado. Cuando finalmente llegan a la casa de Brunlow, encuentran un cartel que anuncia que está en alquiler, y una vecina les asegura que el señor Brunlow se fue hace seis semanas a las Indias orientales.
Oliver queda muy decepcionado por no poder agradecer a Brunlow y Bedwin su ayuda ni explicarles las razones de su desaparición. Pronto, la señora Maylie y Rosa parten rumbo al campo con Oliver, quien experimenta un enorme placer al entrar en contacto con la naturaleza. Allí, Oliver siente que empieza una vida nueva, feliz, en la que comparte caminatas con las mujeres, asiste a la misa del domingo, aprende a leer y a escribir con la tutela de un anciano y se dedica a la horticultura con la ayuda de un maestro del pueblo.
Cuando llega el verano, Oliver recupera por fin su buena salud, pero un día la señorita Rosa, mientras toca el piano, comienza a sentirse mal y se revela que está muy enferma, aunque ha estado ocultando sus síntomas para no preocupar a nadie. La señora Maylie le aconseja que haga reposo, pero Oliver nota que la señora está muy preocupada, y esta le confiesa lo mucho que sufriría la muerte de Rosa, a quien ha adoptado como una hija. Al día siguiente, Rosa está muy grave y la señora Maylie envía a Oliver con una carta para Losborne.
Oliver se dirige lo más rápido posible a una posada para entregar la carta a un mensajero y, cuando está saliendo, se choca con un hombre muy alto, un extranjero loco que se muestra muy agresivo con él y que, mientras lo insulta, se descompensa y comienza a convulsionar. Oliver, aterrado, pide ayuda y luego corre de regreso a la casa de la señora Maylie para contarle que ha podido entregar la carta para el médico. En la casa, se encuentra con que la condición de Rosa es mucho más grave. Cuando llega el doctor, admite que hay pocas esperanzas y la joven, de hecho, cae en un coma. Sin embargo, para sorpresa de todos, finalmente despierta. Ante el buen pronóstico que el médico confirma, la señora Maylie se desmaya.
Oliver sale al campo para recoger flores para Rosa y rumbo a casa ve un carruaje en el que viaja un hombre que le resulta muy familiar. Se trata de Giles, que se alegra enormemente de escuchar que Rosa está mejorando. En el carruaje hay otro hombre, que resulta ser el hijo de la señora Maylie, Enrique. Al llegar a la casa, Enrique se muestra muy enojado con su madre por no haberle dado aviso de la enfermedad de Rosa, y confiesa estar muy enamorado de ella. La señora Maylie no confía en que la unión entre su hijo y Rosa pueda ser posible, pues comprende que a la muchacha le pesa mucho su origen y nacimiento dudoso y no quiere afectar el honor de Enrique. Como Rosa está aún muy débil para recibir visitas, el doctor, Enrique y Oliver comparten un rato juntos durante la noche, y pronto Enrique empieza a acompañar a Oliver en sus expediciones diarias de recolección de flores.
Una tarde, Oliver se encuentra estudiando y comienza a quedarse dormido. En ese estado de sopor, cree escuchar a Fagin y a otro hombre y, cuando despierta, cree verlos al otro lado de la ventana. En cuanto levanta la cabeza, hacen contacto visual. Está claro que los hombres han reconocido a Oliver, y este también a ellos: son Fagin y el hombre loco que se cruzó en la posada. Aterrado, el niño grita en pedido de auxilio.
Análisis
Esta sección de la novela representa el primer período prolongado de verdadera felicidad que Oliver experimenta. El lector asiste por fin al desarrollo de Oliver en un contexto que lo favorece y que resalta sus virtudes. En Rosa veremos a uno de los pocos casos de adultos que verdaderamente están interesados en escuchar a Oliver y juzgarlo por su historia de vida y su forma de ser más que por sus acciones. En este sentido, su nivel de empatía y de entendimiento hacia la vulnerabilidad de Oliver se destaca, por ejemplo, por sobre el del doctor Losborne, quien también se muestra dispuesto a escuchar lo que el niño tiene para decir, pero sin bajar la guardia nunca. De hecho, cuando Rosa descree que ese niño, con su apariencia, haya sido capaz de un acto criminal, el médico la advierte, asegurando que “el vicio (...) se alberga en muchos corazones; ¡quién sabe si no se ocultará también con esta apariencia seductora!” (203).
Ante esta premisa, Rosa asegura que, incluso si el niño ha caído en el crimen, eso se debe únicamente a que ha padecido una educación deficiente y ha sido ignorado y descuidado por los adultos desde su infancia: “piense que quizás no ha conocido nunca el amor de una madre, la tranquilidad del hogar; que los malos tratos, los golpes y el hambre lo han inducido tal vez a unirse con hombres que lo obligaron al crimen” (203). De este modo, Rosa se vuelve portavoz de un tema importante en la novela, que ya ha sido esbozado anteriormente: la importancia de la educación durante la crianza para el buen desarrollo de las personas. Ella comprende que no alcanzaría con las virtudes innatas que Oliver parece portar, mientras que su infancia haya estado atravesada por malas influencias y falta de cuidado. Y en esta línea, comprende que el niño necesita una oportunidad para que esas virtudes puedan salir a la luz y prevalecer por sobre la mala educación: “Tía mía, mi buena tía, le suplico que reflexione en todo esto antes de permitir que conduzcan a prisión a ese pobre muchacho herido, porque sería quitarle toda esperanza de llegar a ser bueno (...), le ruego que tenga compasión de él ahora que todavía es tiempo” (203). Rosa alude a su propia experiencia, recordándole a la señora Maylie que ella también fue rescatada y puede ser quien es gracias al cuidado y el amor que recibió de aquella. Por eso le ruega a su tía adoptiva que le dé la misma oportunidad a Oliver.
En este sentido, la propuesta de Rosa difiere notablemente de la ideología que defienden personajes como Bumble, Corney o los miembros del comité que administra la parroquia, quienes proponen que los pobres son seres perversos y corruptos sin voluntad de mejor su vida, como si hubiera en ellos condiciones innatas que los condenan a una vida miserable. El comité, por ejemplo, decide brindar cada vez menos comida para no satisfacer el vicio y la holgazanería, generando así, supuestamente, el interés de los pobres por abandonar el asilo y mejorar su situación. Bumble también sospecha que los pobres queman la comida que se les regala en el asilo solo para importunar a las autoridades, subestimando así el hambre y la necesidad que experimentan. Por el contrario, Rosa, que proviene de un origen humilde, sabe que la influencia del contexto es fundamental en el desarrollo de la vida de las personas y que, sin oportunidades verdaderas, no alcanza con la voluntad para salir de la pobreza.
De todas formas, el caso de Oliver será excepcional, en la medida en que, a pesar de estar inmerso durante la infancia en un contexto miserable y rodeado de malas influencias, sin amor ni oportunidades, logrará con mucho empeño mantenerse ajeno al crimen. Prefiere incluso perder su vida antes que robar o poner en riesgo la vida de otras personas inocentes. Su esfuerzo y sufrimiento serán, igualmente, recordatorios de la importancia que la crianza tiene en las personas.
La confianza de Rosa en Oliver recupera otros dos elementos que han sido ya presentados. En primer lugar, la prevalencia de rasgos de la apariencia de Oliver que echan luz sobre su verdadera condición. En efecto, esa confianza de Rosa se basa primordialmente en la cara del niño, en su corta edad y, sobre todo, en un rasgo suyo inexpresable, que también han percibido en él otros adultos, como Brunlow y Bedwin. Del mismo modo, el doctor Losborne comprende solo con ver a Oliver, mientras este permanece inconsciente, que algo de su aspecto amerita ser revisado por las señoras de la casa. Y la impresión que ellas se llevan al ver al niño en la cama coincide con la del doctor, pues rompe la expectativa que tenían y se llevan una sorpresa: “en vez del bribón de aspecto repugnante que esperaban ver, se hallaba echado un pobre chico, aniquilado por la fatiga y el sufrimiento” (202). Es decir que una cualidad física es la que refleja una cualidad del carácter. El doctor Losborne, sin embargo, es más prudente y se opone con argumentos sólidos a confirmar la inocencia del niño sin antes escucharlo hablar, pero Rosa confía ciegamente en su intuición y es finalmente la que tiene razón.
Esta precisión de Rosa se relaciona con el otro elemento sugerido. Aunque los personajes y el lector aún no están al tanto de ello, pronto nos enteraremos de que Rosa y Oliver son parientes, con lo cual el inmediato encuentro entre uno y otro despierta una intuición muy fuerte que supera lo racional y que subraya una vez más la trascendencia y el poder de los lazos familiares.
La felicidad de Oliver en esta sección coincide con su primera visita al campo. Si bien fue temporalmente feliz durante su estadía en lo de Brunlow, en Londres, las escenas allí no eran presentadas con el nivel de idealismo que exhiben las escenas de campo de esta sección. En efecto, esta sección introduce la dicotomía entre dos espacios antagónicos: la ciudad y el campo. Mientras que la ciudad es un espacio sucio, corrupto y miserable, el campo representa la belleza, la paz y la felicidad. Por eso, las actividades peligrosas y criminales a las que Oliver era sometido en la ciudad contrastan notablemente con aquellas que puede desarrollar en el campo: recoge flores todos los días, asiste a una iglesia los domingos, practica la escritura y la lectura, aprende horticultura y comparte horas de placer y aprendizaje junto a Rosa y la señora Maylie: “¿Quién podría dar una idea del placer, la dicha, la paz del alma y la dulce tranquilidad que experimentó el pobre convaleciente al aspirar aquel ambiente embalsamado, al verse en medio de las verdes colinas y los espesos bosques de una magnífica residencia campestre?” (222). Si en las escenas que transcurrían en Londres se hacía mucho hincapié en los escenarios oscuros, sucios, corruptos y degradados, en el campo los escenarios asumen cualidades positivas e idealizadas.
La dicotomía entre la ciudad y el campo está estrechamente ligada a la psicología de masas: en la ciudad las personas viven amontonadas, lo que hace prevalecer las tendencias inmorales e irracionales de la turba por sobre los valores positivos de los individuos. Contrariamente, en el campo las personas no conforman una masa amorfa, sino una comunidad.
El campo, entonces, es el lugar donde Oliver puede desarrollar sus virtudes y cualidades más genuinas, ajeno a las malas influencias que la ciudad y los personajes malvados ejercían sobre él. Es decir, la impotencia del chico, que ya se ha analizado, en el campo puede ser reconvertida y, en ese escenario favorable, Oliver logra poner en evidencia toda su bondad. Aún más, esa experiencia implica un aprendizaje importante para él. Así, las herramientas de escritura y lectura, por ejemplo, le permiten salir de la absoluta ignorancia en que lo había sumido la negligencia de los adultos que habían estado a su cargo hasta entonces. Asimismo, durante su estadía en el campo se exacerban su bondad y su gratitud, al punto de que constantemente está recordando el agradecimiento que siente por cada uno de los adultos que lo ha ayudado.
La felicidad en el campo no es absoluta, sin embargo. Por un lado, Oliver no puede dejar de pensar en la mala impresión que deben tener de él el señor Brunlow y la señora Bedwin, y se frustra mucho al no encontrarlos cuando va a verlos junto a Losborne: “la idea de que se habían marchado tan lejos, llevando consigo la opinión de que era un impostor y un pillo, le causaba un profundo pesar” (222). Por otro lado, Rosa se enferma gravemente. Ambos dilemas serán resueltos más tarde, pero su presencia sirve para recordarle al lector que las cosas malas también pueden sucederles a las buenas personas.
También en esta sección se hace evidente otra vez la tendencia de Dickens de retacear información y generar suspenso, especialmente en el tratamiento de la figura de Monks. Este personaje ha aparecido en algunas oportunidades, pero siempre con una apariencia misteriosa, muchas veces sin ser nombrado. En el campo lo vemos por fin cruzarse por primera vez con Oliver y, si bien el lector sabe más que el niño, reconociendo que en ese encuentro hay algo significativo, aún no cuenta con las herramientas suficientes para dilucidar la raíz de ese asunto. El plan que Monks tiene respecto de Oliver aún permanece oculto. La ignorancia de Oliver y del lector en este sentido llegará casi hasta el final de la novela.
Esta sección se cierra con una nueva irrupción del universo violento y corrupto de la ciudad que viene a romper el equilibro de la vida feliz que ha alcanzado Oliver en el campo. Encontrándose en plena sesión de estudio, es decir, sumido en la nueva y rica realidad que le ha prodigado el campo, Oliver ve a través de la ventana a Fagin y a Monks. Significativamente, la presencia siniestra de los dos hombres fuera de la casa de la señora Maylie simboliza los peligros que aún acechan al niño en el mundo exterior, esto es, fuera de la casa de la señora Maylie, es decir, de la órbita de cuidado de los adultos con los que vive.