Resumen
Fagin visita a Guillermo Sikes, a quien encuentra golpeando a su perro en un bar en Saffron-Hill, y le da su parte de la ganancia de un negocio que han hecho juntos. Sikes se entera, gracias al mozo Barney, que Nancy también está en el bar, y la manda a llamar. Ella empieza a contar la pista que ha encontrado de Oliver, pero Fagin la interrumpe tajantemente y, finalmente, Nancy y Sikes se retiran. Entretanto, Oliver ha emprendido su camino hacia la librería y cree estar perdido. Entonces Nancy sale a su encuentro y comienza a hacer una escena dramática, haciéndose pasar por su hermana y contándole a toda la multitud que empieza a congregarse en torno a ellos que Oliver ha escapado de la casa de sus padres para sumarse a una banda de ladrones. Así, cuando el niño grita pidiendo ayuda, la gente no le cree y avala que Nancy y Sikes se lo lleven contra su voluntad.
Sikes y Nancy llevan a Oliver a una casa donde encuentran al Truhán, Bates y Fagin. Todos se ocupan de quitarle a Oliver sus nuevas pertenencias, entre ellas la ropa que le dio Brunlow, y Fagin y Sikes se pelean por quedarse con las cinco libras que el caballero le dio a Oliver para el librero. Oliver les ruega que envíen los libros y el dinero de vuelta al señor Brunlow, para que este no piense que Oliver lo ha traicionado, pero esto solo divierte a Fagin y a Sikes, que a la vez comprenden que ahora Brunlow, decepcionado del niño, no se ocupará de buscarlo.
Entonces Oliver sale corriendo de la habitación, pidiendo ayuda, pero Fagin y los chicos lo sostienen, y el viejo empieza a pegarle con un palo. Nancy corre en su ayuda, le arrebata el palo al viejo y lo lanza al fuego. Muy apenada, le implora que deje en paz al chico, que ya ha sufrido mucho, y dice que desearía no haberlos ayudado a secuestrarlo. Entonces Fagin le pide asistencia a Sikes, que empieza a insultar y a amenazar a la mujer. Ella, a su vez, se rebela ante el viejo y le reprocha haberla sumido en el crimen y la miseria desde una edad muy temprana. Encolerizada, Nancy se desmaya.
En otro escenario, el señor Bumble visita el orfanato de la señora Mann para contarle que irá a Londres a resolver un asunto legal. La señora aprovecha para contarle que Ricardo sigue muy enfermo, y el celador pide verlo. El niño, muy seguro de que su muerte se aproxima, les pide a ambos que escriban una nota para darle a Oliver Twist luego de su muerte, lo que Bumble y Mann reciben con disgusto.
En Londres, Bumble ve un anuncio hecho por Brunlow que ofrece una recompensa a quien aporte alguna información sobre Oliver. El señor Bumble asiste inmediatamente a la casa de Brunlow, quien le da dinero a cambio de que aquel le cuente la verdadera historia de infancia de Oliver. El señor Bumble atribuye a Oliver un pasado oscuro; dice que viene de una familia de criminales y que Oliver también es un ladrón. El señor Brunlow y su amigo Grimwig escuchan esta versión, y el primero queda asombrado y decepcionado pero, al contárselo a la señora Bedwin, ella se niega a creerlo. Sin embargo, Brunlow le dice que no quiere volver a escuchar el nombre de Oliver.
Mientras, Fagin le da a Oliver una lección de lealtad y le cuenta la historia de un niño como él que, por traicionarlo, terminó siendo ahorcado. Por varios días, el niño es encerrado en su dormitorio y luego lo liberan, pero no lo dejan salir de la casa. Una noche, el Truhán empieza a intentar convencerlo para que acepte ser ladrón, apelando a su moral al decirle que, si se niega, está siendo un traidor con sus compañeros. Oliver no se convence, pero tiene mucho miedo de decirlo. En eso, llega Tomás Chitling, uno de los chicos que trabaja para Fagin, que acaba de regresar de prisión, y que se suma a los elogios del oficio de ladrón. Desde esa noche, nadie deja solo a Oliver y constantemente le insisten para que se les una.
Una noche, cuando todos duermen, Fagin va a visitar a Sikes y, al encontrarse a Nancy, teme que ella se comporte violentamente con él otra vez. Fagin y Sikes comienzan a hablar del plan del robo de una casa, que requiere de la ayuda de un niño pequeño que pueda ingresar por una ventana. Fagin recomienda a Oliver para ese fin, pues en el fondo comprende que necesita que el niño cometa por fin un crimen para que ya pase a ser uno de los suyos. Nancy recomienda también al niño y Sikes acepta.
Cuando Oliver despierta esa mañana, Fagin le anuncia que será llevado a lo de Sikes esa noche, y le advierte sobre la necesidad de acatar todo lo que este le ordene pues, si no lo hace, podría matarlo. Antes de retirarse, Fagin le deja un libro a Oliver, para que lea mientras espera que Nancy lo recoja. El libro es un recuento siniestro de crímenes e historias de criminales que aterran a Oliver. Cuando llega Nancy, la nota muy desmejorada. Ella le ruega que no intente escaparse mientras lo lleva a ver a Sikes porque, si lo hace, este podría asesinarla. El niño no se atreve a ponerla en peligro.
Una vez allí, Sikes amenaza a Oliver con una pistola, asegurando que, si intenta escaparse o desobedecerlo, lo matará. Luego, Sikes y Oliver se van a dormir mientras Nancy espera despierta para despertarlos unas horas después. Antes de que amanezca, Sikes y Oliver salen.
Caminan por las calles abarrotadas de gente hasta que encuentran a alguien que los lleve en carreta. Luego se detienen en un pub y retoman viaje. Por la noche llegan a un lugar a la vera del río y Oliver cree que Sikes va a asesinarlo allí, pero en seguida tocan la puerta de una casa y son recibidos por Barney, el mozo del bar de Saffron-Hill, y por un hombre muy bien vestido llamado Toby Crackit. Allí comen algo y los hombres obligan a Oliver a tomar un vaso de vino.
Luego de una siesta, se preparan para su misión, guardando, entre otras cosas, varias pistolas. Sikes y Crackit toman a Oliver por las manos y lo conducen hacia una casa, donde el niño comprende por fin el objetivo de esa expedición: robar la casa y tal vez, incluso, asesinar a sus habitantes. Entonces, entra en pánico y ruega que lo dejen en libertad, pues prefiere morir solo en medio del campo antes que cometer un crimen. Sikes está a punto de dispararle pero Crackit lo convence de forzar a Oliver dentro de la casa. Logran finalmente hacerlo entrar por una pequeña ventana, ordenándole que, una vez dentro, les abra la puerta. Oliver toma la decisión de dar la voz de alarma apenas entre a la casa, aún si eso le cuesta la vida, pero de pronto un perro empieza a ladrar, aparecen dos hombres con armas y Oliver recibe un disparo. Sikes tira de él y se escapa, llevándoselo consigo.
Análisis
Esta sección reitera y refuerza el tema de la vulnerabilidad de los niños, a la que se le suma la de las mujeres. Oliver es secuestrado en plena luz del día, en una calle llena de gente y, paradójicamente, todos los testigos apoyan el secuestro, porque nadie de la multitud se toma en serio las palabras del niño y todos les creen a Nancy y a Sikes. Nuevamente, la multitud opera dejándose llevar ciegamente por sus pasiones y por sus prejuicios, y contribuyen una vez más a que se cometa una injusticia. Hay un fuerte contraste entre la falta de entendimiento de Oliver, aturdido por su enfermedad reciente, y el alboroto que genera la gente en la calle, que queda representado en la diversidad de opiniones anónimas que el narrador recoge de esa masa, por ejemplo: “Mira al pícaro”, “Obedece pronto, bribonzuelo”, “¡Vete con tu madre, pillo!”, “Esto le servirá de lección” (107). Una vez más, el lector asiste con dramatismo a una situación injusta, en la que él sabe más que los personajes. El narrador describe la impotencia de Oliver, que, a pesar de sus gritos desesperados, es incapaz de hacerse oír por la muchedumbre: “confuso y avergonzado por la convicción en que estaban los espectadores de que él era realmente un ladrón, ¿qué podía hacer aquel pobre muchacho?” (108).
En línea con esta imposibilidad de comunicarse, Oliver es constantemente malinterpretado e incomprendido por los adultos que lo rodean. El señor Bumble, por ejemplo, no puede comprender que Ricardo quiera dejarle una carta de despedida a un niño tan desagradable como Oliver, y su impresión negativa queda consolidada en la charla que tiene con el señor Brunlow, a quien le cuenta una serie de impresiones suyas sobre el carácter negativo de Oliver, que son, por supuesto, erradas. Esta imposibilidad por parte de Oliver de torcer y modificar el juicio que los demás tienen sobre él seguirá siendo reflejada en esta sección: a pesar de su determinación por no querer participar de crímenes y por mantenerse fiel a sus valores morales, Oliver no logra imponerse jamás, y es secuestrado, encerrado, humillado, violentado y forzado a participar de un robo. El gesto final de esta sección, que simboliza la vulnerabilidad del niño, es el tiro que recibe por un robo del que se negaba a ser parte y que estaba dispuesto a boicotear.
Asimismo, el carácter bondadoso de Oliver le impide muchas veces comprender lo que ocurre a su alrededor y anticiparse a la vileza de quienes lo rodean. Por eso es incapaz de anticipar la misión que Fagin y Sikes le encargarán; solamente sabe que no confía en ellos y les teme. Deja en evidencia su inocencia cuando, al despertarse la mañana antes del robo, ve que Fagin le ha dejado unos zapatos nuevos: “esta novedad al principio lo puso contento, sintió que sería el preludio de su libertad” (140). Una vez más, la vestimenta simboliza el estilo de vida y, al ver que sus zapatos viejos serán reemplazados, cree que se avecina una vida nueva. Sin embargo, Oliver malinterpreta las intenciones de Fagin y sus ilusiones se ven decepcionadas.
Por otro lado, en esta sección también se hace evidente la vulnerabilidad de la que las mujeres son objeto, especialmente Nancy. Si bien es ella quien inicialmente engaña y secuestra a Oliver, de a poco el lector entiende que ella no es puramente una villana, sino que presenta contradicciones internas que la enfrentan a sus compañeros, y es incluso víctima de la violencia que recibe de Sikes. De hecho, ella termina defendiendo a Oliver de la violencia de Fagin y, en ese enfrentamiento, denuncia el sometimiento del que es objeto y anticipa su destino funesto: “Y tú eres, miserable, quien me ha traído al estado en que me encuentro y en que permaneceré hasta mi muerte” (115). Sin embargo, a pesar de este arranque de rebeldía y sinceridad, la mujer no logra finalmente imponerse y, por el contrario, termina plegándose a las amenazas de Sikes y dejando que Oliver sea sometido otra vez. Su impotencia queda representada en la escena en que Sikes se lleva a Oliver para robar la casa y el niño busca un último momento de complicidad con ella, pero la encuentra abstraída en sus pensamientos: “Al franquear la puerta, Oliver dio vuelta la cabeza esperando encontrar la mirada de Nancy; pero la joven, sentada delante del fuego, permanecía completamente inmóvil” (147).
En los diálogos que mantienen Fagin, el Truhán y Charley Bates con Oliver en esta sección, se demuestra cómo los buenos valores y virtudes pueden ser tergiversados para ponerse en funcionamiento en contextos inadecuados. Por ejemplo, el Truhán y Bates tratan de convencer a Oliver de que es injusto que él se niegue a trabajar, porque así no reparte las responsabilidades con sus compañeros y desmerece todo el esfuerzo que Fagin hace por cuidarlo y mantenerlo. En otro contexto, el trabajo es considerado un gesto noble, pero aquí el trabajo es el crimen. Sin embargo, Oliver queda algo confundido por esa ambigüedad. Del mismo modo, Fagin le da a Oliver una lección sobre la lealtad, usualmente concebida como una virtud, pero la lealtad a la que el viejo hace referencia implica para Oliver aceptar robar y poner su propia vida en riesgo.
A pesar de sus dudas, la integridad moral de Oliver queda totalmente confirmada en su temor a ser obligado a cometer un crimen, al punto de que prefiere dar su vida antes que lastimar a otra persona. Por eso, cuando es secuestrado no pide que lo liberen sino que, al menos, le devuelvan los libros y el dinero a Brunlow, para que este no crea que ha sido traicionado. También cuando se aproxima su expedición con Sikes, ruega a Dios para que lo exima de cometer un delito: “El terror de Oliver fue tal que cerró el libro y lo arrojó lejos de sí; luego, se arrodilló y pidió a Dios fervorosamente que lo librara de cometer semejantes crímenes…” (142). En efecto, hay algo de esa moralidad que es la que impide que Oliver sea uno más de la banda de Fagin, y el viejo parece saberlo. Por eso le recomienda a Sikes que lo use a él para el robo de la casa. Entiende que, solo si logran corromperlo, el niño pasará a ser uno de ellos: “que se convenza que ha robado y es nuestro para toda la vida. ¡Eso sería magnífico!” (137).
Por otra parte, en esta sección se profundiza en algunas descripciones de la ciudad como un espacio oscuro y sucio, como si en su aspecto se reflejaran las formas de vida corruptas, viciosas y violentas que allí tienen lugar. De hecho, cada vez que se describe el trayecto por la ciudad de algunos de los personajes más viles, como Fagin o Sikes, el narrador abunda en detalles de esa fisonomía: “Durante media hora anduvieron por calles sucias y solitarias, y los pocos transeúntes que encontraron en ellas tenían un aspecto sospechoso, tanto que se hubiera podido creer que ocupaban en la sociedad una posición parecida a la de Sikes” (110).
Del mismo modo, es muy evidente el contraste que hay entre el universo inmoral, sucio y pobre de Fagin y sus compañeros, y el espacio amable y alegre de la casa de Brunlow. Esa oposición se consolida también en el contraste que hay entre la vestimenta que Brunlow le da a Oliver para que reemplace su viejo uniforme de huérfano y la ropa que le hacen usar cuando vuelve a lo de Fagin. Del mismo modo, en el primer capítulo de la novela, la enfermera del parto de Oliver exhibía el efecto negativo que la ropa de huérfano tenía sobre el niño, que diluía su buen aspecto. Así, la vestimenta será en la novela un símbolo de estatus social: al ser despojado de su ropa nueva, Oliver es condenado por Fagin a un estatus social inferior.