Resumen
Tras despedir a los marxistas, Mona voltea la cara y descubre, admirada, a Mariángela en la esquina. La acompaña Leopoldo Brook, un joven estadounidense, alto y pelirrojo, que lleva una guitarra eléctrica colgada en su estuche. Lo primero que hace Mona cuando lo conoce es alegrarse por la música que imagina prodigará ese instrumento, pero, inmediatamente, siente vergüenza por su falta de entendimiento del idioma inglés: ya no está Ricardito para hacerle de intérprete de las letras de rock, y Leopoldo podría verla emocionada con canciones que no comprende. De las cuatro rumbas disponibles, Mariángela y Leopoldo tenían escogida ya la de Flores. En esa esquina esperan, pacientes, que llegue la mágica noche, que se presenta para ellos, que aducen saber vivirla, siempre de manera excepcional.
Mariángela le confiesa a Mona que está angustiada: cree que a su corta edad, 17 años, ha vivido más que su madre durante sus 50 años. Para calmarse, propone dar una vuelta a manzana y, cuando comienzan a caminar, Mona dice que tiene cocaína para ayudarla. Leopoldo y Mariángela se emocionan ante la idea y ella los lleva a su casa, en Granada: su madre está en misa, así que nadie los molesta. Tras consumir cocaína, se ponen inmediatamente felices y Leopoldo, durante dos horas, toca música en inglés. En un momento, cuando él pide algo para tomar, las dos chicas se dirigen a la cocina y, allí, Mariángela desabotona el vestido de Mona, le coloca las manos sobre los senos y le dice: "Los hombres son unos tontos. Tú puedes manejar mejor que ellos ese pipí que te meten con tanto misterio" (79-80). Mona se aparta y le dice que a ella sí le gustan y que le encanta ese rocanrolero y, sin confesarle su virginidad, sale de la cocina y le lleva vino a Leopoldo. Luego de esto, los tres vuelven a tomar la calle para asistir a la fiesta del Flaco Flores.
En este momento, la narradora realiza una reflexión sobre su vida, su pasado y su presente: ubica ese sábado de agosto como el momento en el que quiebra su destino; es un antes y un después, es decir, una decisión que la lleva, como consecuencia, al presente de su narración, en el que se ve desclasada y despojada de las malas costumbres con las que creció. Acto seguido, comienza a narrar la fiesta en lo de Flores.
Mona toca la puerta y entra, apresurada, en esa casa de paredes totalmente lisas y ambientes carentes de muebles. Se dirige al centro y baila sola, sin detenerse, mientras percibe cómo, a su alrededor, todos, sentados, la admiran. Cuando la canción termina, se ve rodeada por Silvio, Tico, Bull, Carlos Phileas y Pedro Miguel Fernández, quienes la sientan y ayudan a calmarla. Su sensación es la de estar mejor que nunca. Vuelve luego a pararse para bailar y escucha el rasgueo de una guitarra: es Leopoldo, sincronizando con una canción que, averigua allí, es "White room", de Eric Clapton, músico de quien un asistente anónimo de la fiesta dice: "En mi modesta opinión, el mejor" (83). Entonces se dirige a Leopoldo y lo observa, admirada. Entablan una breve conversación, pero los interrumpe el dueño de casa, el Flaco Flores, quien les prodiga unas pepas de ácido lisérgico: es la primera vez que ella consume esta droga.
El sonido de un alboroto afuera hace que salgan a ver qué sucede. Allí encuentran a Mariángela pateando a Ricardito el Miserable, que insulta desde el piso. Mona los separa y Mariángela le explica que su actitud se debe a que se sintió ofendida por el muchacho. Mona confirma que ella lo conoce, lo toma del brazo y lo conduce al interior de la fiesta. Allí escuchan el rasgueo de la guitarra de Leopoldo, que les parece el sonido más triste del mundo, y ella le pide a Ricardito que le traduzca las letras de las canciones, que toda la gente en el lugar sabe inglés salvo ella. La canción que suena es "Moonlight mile", de The Rolling Stones, que es traducida por Ricardito como "Milla de luz de luna". El joven le traduce verso a verso la canción, ante la dicha de ella, que le pide que se apure y lo haga a la misma velocidad que el intérprete. Al terminar, Mona intenta escuchar a Leopoldo, pero Ricardito se muestra celoso al referirse a él como "cucarachero" y le dice a ella que él, en su traducción, incluso logró mejorar la versión original, por lo que la chica se siente traicionada y desamparada, otra vez, por no conocer el idioma de las canciones. Luego, Leopoldo le pide a ella que se quede con él y, ante la negativa de Mona, que alude estar en compañía de Ricardito, el guitarrista se refiere al otro joven como "mequetrefe".
Con los efectos del ácido causando estragos coloridos en su mente, Mona sigue a Ricardito hacia el segundo piso de esa casa. Arriba encuentran una sucesión de cuartos vacíos. Él le confiesa que todo el día ha estado intentando pretenderla y que esa casa es el lugar ideal para "arrancarle las alas a una mariposa traviesa" (93). Al llegar al último cuarto, encuentran espejos colocados de forma estratégica para verse en cuatro direcciones y, en el centro del lugar, muebles cubiertos por sábanas. Mona supone que son camas y le propone saltar y rebotar sobre ellas, pero, al intentarlo, no lo consigue: en lugar de encontrarse con poderosos resortes, cae sobre cadáveres aún tibios y blandos. Sus gritos de pavor son acompañados por el llanto de dicha de Ricardito, quien, al parecer, esperaba que ella descubriera aquello, dado que él había subido con anterioridad y ya había visto la escena. Al levantarse y despegar la sábana, Mona descubre que en esa cama doble hay tres cuerpos: los del Dr. Augusto Flores y su señora, los dueños de casa, y el de una persona que fue niñera del Flaco Flores. Los amigos cubren los cuerpos y salen apresuradamente de allí, sin entender si el motivo de la fiesta estaba relacionado con esos sucesos.
Desde el presente de la narración, Mona cuenta que los cuerpos son encontrados dos días después por una tía del Flaco Flores, que él no confiesa nada sobre el altisonante crimen y que, por lo mismo, es enviado a un hospital psiquiátrico del que sale más incoherente que antes. Además, refiere que desde aquel hecho, los columnistas más respetables diagnostican un malestar en su generación, coincidente con la salida a la luz del cuarto long play de The Beatles.
Al bajar, Mona deja a Ricardito y se dirige, decidida, al guitarrista, en cuyos brazos logra refugiarse. Como él le dirige una palabra en inglés y se disculpa inmediatamente por hacerlo, ella le confiesa su ignorancia y le pide que le enseñe. Él, a cambio, le pide que lo guíe por el pueblo que desconoce. Ambos salen juntos de la rumba, cuando ya no queda nadie más que el anfitrión en pie. Ricardito, afuera, golpeado por el resto de los invitados, duerme sobre la tierra y Mona, de pura maldad, le pisa las costillas al pasar.
Análisis
La ciudad de Cali, donde transcurre la acción de la novela, es la capital del departamento del Valle del Cauca y es, actualmente, uno de los principales centros económicos e industriales del país. A partir de 1971, se constituye como un importante centro deportivo, ya que, en ese año, se organizan y celebran allí los Juegos Panamericanos. Para dicho evento, se embellece la ciudad y se desarrollan ciertos espacios, lo que cambia completamente la fisonomía y estética del lugar. Hay, además, a principios de la década de 1970, un importante desarrollo de actividades culturales, relacionadas con el teatro y con el cine, y en las que Caicedo, el autor de la novela, participa activamente. En relación con la política, en Colombia se suceden y disputan el poder dos partidos mayoritarios, el Liberal y el Conservador. El ámbito citadino y los desplazamientos por las calles y regiones de la ciudad son una constante en la novela. Cada zona acarrea diversos significados asociados.
En las primeras páginas vemos cómo la protagonista y su amigo Ricardito salen de la casa de ella, en el barrio conocido como Nortecito, frente al Parque Versalles, y se encaminan por la Avenida Sexta en busca de rumba. Pasan por diferentes lugares en los que, incluso, Mona recuerda eventos del pasado: esto da cuenta de que son espacios conocidos y familiares para ella. En su deambular, van encontrándose con otros jóvenes que se les unen en su recorrido de búsqueda y de espera de la noche. Esa calle Sexta se transforma en un lugar de encuentro de la juventud y está llena de espacios dedicados a la rumba, como discotecas y bares. La modernización sufrida por la ciudad de Cali en la realidad se incorpora a las experiencias de la novela. Los jóvenes caminan esas calles, recientemente transformadas, en una búsqueda constante que tiene que ver con su adolescencia, con la identidad que están forjando y con la rebeldía que para ellos supone esa juventud incipiente.
En esa zona de rumba, la protagonista se encuentra con Mariángela y Leopoldo Brook. Leopoldo es extranjero y rockero: es estadounidense y tiene una guitarra colgando del brazo. Sintetiza en su persona el rock extranjero que la protagonista añora aprender. Por eso su figura le genera admiración y vergüenza: tiene lo que ella quiere, aquello de lo que carece, y teme que él lo note. Mariángela, por otro lado, es su modelo a seguir: "Ella fue hasta donde llega mi conocimiento, la primera del Nortecito que empezó esta vida, la primera que lo probó todo. Yo he sido la segunda" (56). Mientras Leopoldo funciona como un personaje que, al parecer, puede llegar a complementarla, porque le puede enseñar inglés para entender las letras de rock, Mariángela es como un espejo que devuelve una figura incompleta. El objetivo de Mona es ser como ella, que posee todo el conocimiento: "La que más sabía era Mariángela: decía nombres de músicos y de canciones en inglés" (57). Sin embargo, en ese deseo, Mona no se da cuenta del peligro que constituye querer ser como Mariángela, quien se muestra atormentada por haber vivido más experiencias a su corta edad que su madre en toda su vida. Aquí, se prefigura una característica del final de Mona, quien, desde el presente de su narración, también es consciente del rápido paso del tiempo y de los estragos sobre su vida, estragos que, incluso, se pueden notar en su cuerpo: "Ayer me dijo el doctor que las tales venitas, de las que me sentía orgullosa, son nada menos que principio de várices" (51).
En esta parte de la novela, quien intenta iniciar a la protagonista en la vida sexual es Mariángela, a través de una frase sugerente y una caricia sobre sus pechos. Pero Mona se niega, le dice que le gustan los hombres y calla el hecho de que aún no ha perdido su virginidad. En este intento de Mariángela también podemos ver una prefiguración de un comportamiento que la protagonista tendrá más adelante en la novela, cuando sí mantenga relaciones sexuales con una mujer. Con el correr de las páginas, su parecido y sintonía con Mariángela se harán más evidentes.
Otra de las iniciaciones, en relación con las drogas, que aparece en estas páginas de la novela, es con el LSD: a la protagonista le dan una pepa de ácido lisérgico. Al igual que como anteriormente hace con la marihuana y la cocaína, relata los efectos:
Sé que cada día inventan más cosas para que uno pruebe, pero de lo que yo probé, el ácido es lo peor de todo. Hay que ver lo que queda de los ojos, hay que ver lo que uno se imagina que le hace la gente, no será muy malsano llegar a la convicción de que gente que, es un hecho, lo ama a uno ¿actúa todo el tiempo para perderlo? Da también odio hacia los padres, deseos asesinos hacia las sirvientas, terror a la primera luz del día, sentirse de física plastilina, si uno tiene granos, el ácido se los quita: lo que le deja es huecos, le seca el pelo, le afloja los dientes, ya no corre ni se come fácil, pues duelen las coyunturas, los cartílagos, las encías [...]. Amigos, mi pelo perdió el brillo. De oro pasó a ceniza. No es el que alguien pudiera ver ahora, mientras narro: este pelo tiene más historia. Mi piel, antes permanentemente bronceada, cobró términos azulosos, como escamas. Estuve al menos tres días verdaderamente horrible [...]" (92).
Los efectos, por tanto, son devastadores. Y se reflejan en una de las características más preciadas por Mona: su cabello.
Esos efectos, sin embargo, no se evidencian en las diferentes acciones que lleva a cabo la joven, que, en esta parte, pasa tiempo con dos muchachos antagónicos: Leopoldo y Ricardito. La relación entre ellos es tensionante y explicitan su enfrentamiento mediante los adjetivos que se prodigan. Por un lado, Leopoldo aparece como el guitarrista deseado que porta el lenguaje añorado y aparenta moverse con seguridad en ese ámbito; por otro, Ricardito se presenta como el intérprete, el facilitador, pero, a la vez, como un miserable ser atormentado por la vida. Mona se aleja para siempre de Ricardo tras dos experiencias que vive en la fiesta de Flores con él: en primer lugar, el sentirse engañada, cuando el muchacho le traduce una canción de modo libre, modificando la versión original; en segundo lugar, al conocer que la ha conducido adrede al piso superior, donde están los cadáveres de los padres y la niñera del anfitrión.