Resumen
Al bajar del autobús, toman un taxi hasta Pallá, un balneario a orillas del río Xamundí, y desde allí caminan hasta el Valle del Renegado, mientras la furia natural de Bárbaro aumenta. En ese lugar encuentran a dos personas consumiendo y buscando hongos entre la bosta de las vacas: se trata de un gringo y su pareja, una joven puertorriqueña que vive en Miami y que habla perfecto español, de nombre María Iata Bayó. Mientras Bárbaro comienza su charla con el gringo, Mona se queda con la joven, que, casualmente, tiene un bolso indio idéntico al suyo. La chica le propone a Mona comer uno de los hongos y ella acepta, mientras Bárbaro la observa con cara de reproche: es la primera vez que prueba dicha droga. Cuando los golpes sobre el gringo comienzan, obligan a la joven, que se muestra entre asustada y atraída por la situación, a desvestirse. Mona le pide permiso a Bárbaro para alejarse con María y él se lo concede, pero le dice que no se escondan, que le permitan ver. Alejadas, pero a la vista del muchacho, las jóvenes tienen sexo.
Cuando terminan su acto, Mona se acerca a Bárbaro y descubre una escena macabra: el gringo está sentado sobre su propio charco de sangre, con la navaja enterrada en el ombligo y los dientes desperdigados alrededor del cuerpo. Para que no vea la terrible escena, decide alejar de allí a María, pero descubre que es tarde: la chica profiere un alarido, espantada. El horror de esa visión y los hongos consumidos producen que la escena que perciben las muchachas sea, de alguna manera, deformada y alucinada, y es de esa forma en la que son testigos de la muerte de Bárbaro. Mona toma a María, que se cuelga de su cuerpo, y juntas se alejan de allí, mientras la mirada les devuelve un sinfín de especies vegetales, que no es más que el efecto despiadado de los hongos sobre su percepción. Llegan hasta la cabaña de Don Julián Acosta, una antigua construcción que perteneció a un poeta y que es utilizada por los viajeros de la zona para guarecerse. Allí encuentran un montón de hojas manuscritas con experiencias de los diferentes pasajeros, y Mona se las lee a María. Luego la viste y la peina.
A la mañana siguiente regresan a Cali y María se vuelve a Miami. Mona no puede regresar al Sur, porque no se atreve a dar la noticia del final trágico de Bárbaro. Como ya no puede habitar ni el Sur ni el Norte, decide mudarse hacia el Este, hacia una esquina de rumba donde vive hasta el día de su narración, donde no tiene que caminar para encontrar la fiesta y donde se dedica, desde ese momento, a la prostitución. Su decisión es no volver a partir de allí a buscar otro rumbo: "No, yo no me muevo más. Le he cogido mi miedito a eso de estar buscando nuevos rumbos, cuando ritmo sólo hay uno. Y es con Richie namá" (223). Solo una vez más visita a sus padres, un domingo, en el que se acerca a su casa materna para buscar ropa. Ya no la extrañan en su hogar: se acostumbraron a su ausencia. El cheque, ahora, en lugar de cobrarlo quincenalmente, lo cobra semanalmente, por lo que no le falta nada.
En su narración, en la que se deja entender que tiene decidido no vivir mucho tiempo más, y en la que se pregunta cómo se hace puta una exalumna del Liceo Benalcázar, se intercalan consejos destinados al lector, que son, además, los que ella les suele dar a sus clientes del Nortecito, que van en búsqueda de sus frases: estos se relacionan con vivir la vida al máximo de sus posibilidades, darle la bienvenida a la muerte fijada de antemano, dejar obra antes de morir, pagar con mala moneda a los padres, entre otros.
Antes de despedirse y cerrar su narración, indica que se ha puesto un nombre: la SIEMPREVIVA. Firma el texto con su nombre completo, que es declarado por primera vez en la novela, y con dos iniciales entre paréntesis: María del Carmen Huerta (A.C). Además, se inscribe lugar y fecha de la escritura de estas páginas: Los Ángeles y Cali, marzo 1973 - diciembre 1974.
Tras el final del relato, hay una larga lista de canciones "que la autora ha necesitado, para su redacción" (231), firmado por alguien llamado Rosario Wurlitzer, quien sostiene que esta lista "tiene que sonar evidente para el lector aguzado" (231). La mayor parte de ellas son de Richie Ray y Bobby Cruz.
Análisis
El desplazamiento que Mona hace ahora es hacia el sur, para vivir junto a Bárbaro, y aún más hacia el sur, tras tomar el autobús y dirigirse al Valle del Renegado. Caicedo decide nombrar la zona y el río como Xamundí en lugar de Jamundí, como realmente se llama esa zona del Valle del Cauca. El nombre real, Jamundí, refiere, en realidad, al Cacique Xamundí, quien, según cuentan las antiguas leyendas de la zona, resiste la invasión de los españoles y esconde un gran tesoro. De esta manera, Caicedo estaría devolviéndole el nombre verdadero a la región. En este terreno originario, entonces, el ataque que Bárbaro prodiga a los turistas extranjeros se vincula con una suerte de venganza contra los que se adentran y tratan de dominar territorios ajenos. Otro nombre de un sitio geográfico que Caicedo cambia es el Valle de Chipayá, que en la novela aparece como Valle del Renegado.
Mientras la relación que se establece entre Bárbaro y el muchacho que encuentran consumiendo hongos con su pareja está cargada de extrema violencia, entre María Iata Bayó, la puertorriqueña buscadora de hongos, y Mona se produce una conexión absoluta. María tiene un bolso igual al de Mona, y esto es llamativo porque nos recuerda dos sucesos previos con personajes con los que Mona se identifica o que se identifican con ella: Mariángela le regala a Mona una remera para que se parezca a ella y Manuela le copia los vestidos a Mona. En este caso, sin que medie palabra previa entre ellas, las dos portan el mismo bolso: es como si un paso en la conexión ya estuviera realizado de antemano.
La narración de los acontecimientos en esta parte de la novela sufre los mismos efectos que los personajes están sufriendo con el consumo de los hongos alucinógenos. Lo que se cuenta, de esta manera alucinada y voraz, es, por un lado, los inicios de la protagonista en el consumo de esos hongos y en el sexo con otra mujer y, por otro lado, la forma en la que Bárbaro acaba con dos vidas: la de su víctima y la suya. El camino de descenso de Bárbaro es el más rápido entre todos los hombres que acompañaron a la protagonista. Es como si ella se especializara cada vez más en obtener la energía de sus parejas.
Tras atender y dejar a María Iata camino a su hogar, Mona decide que no volverá al sur: no puede enfrentar a los niños que siguen, como apóstoles paganos, a Bárbaro para decirles que él murió. Tampoco puede volver al norte: en realidad, lo hace para buscar ropa y, de paso, consigue que el dinero que sus padres le entregan asiduamente pase de ser quincenal a semanal, pero se da cuenta de que ya no pertenece a ese sitio y que nada la ata a ese lugar en el que alguna vez vivió, y a esas personas que alguna vez fueron su familia. El camino que encuentra es el de la soledad y el de la zona este. Lo que le señala el lugar propicio para quedarse es, nuevamente, la música: “No llegué cansada. Me paré en toda la esquina y la gente dura me tiró respeto. Un embolador con pinta de gusano, con la piel enrollada en surcos en torno al palo del esqueleto, ofreció embolarme mis botas gratis y yo acepté, y mientras él brillaba el cuero yo tiraba el ritmo que salía a puro palo de seis negocios, así que había que sintetizar, dar un solo sonsonete de brincos, así es la música, no le sirven rejas ni ventanas con los postigos cerrados: aun así se escurre” (220). Esa esquina de un barrio comercial y de gente trabajadora, con música y movimiento continuo, pasa a ser su nuevo hogar. Desde ese sitio no tiene que caminar para encontrar la rumba, porque ella vive allí, en donde la rumba se produce. Y, además, después de todo lo vivido, le da miedo volver a moverse.
No necesita más dinero para vivir que el que le pasan sus padres y, sin embargo, se prostituye. No porque lo haya planeado: cuando alguien se lo propone y le pregunta cuánto cobra, su respuesta inmediata es “«Cobro trescientos y la pieza». Eso es lo que valgo, la más cara. Protestan, pero todos vienen” (221). Hay una pregunta, relacionada con la prostitución, que la narradora realiza pero no responde de forma directa: "¿Cómo se mete de puta una exalumna del Liceo Benalcázar?" (223). Quizás todo el libro funcione como una respuesta a esta pregunta que se anticipa ya, al principio del relato, cuando la narradora, avanzando sobre su presente, comenta que sus antiguas compañeras de escuela, al encontrarla en las mismas rumbas, se dicen: "Nosotras somos niñas bien. Entonces ¿por qué coincidimos en los mismos lugares? (54), y ella no se da el gusto de responder ese pensamiento todavía. Todo lo narrado hasta aquí, de alguna manera, explica la forma en la que una exalumna de una escuela tan prestigiosa rompe todas las expectativas de su clase y toma un rumbo completamente diferente al esperado. Su relato funciona como una serie de recuerdos sobre todo lo vivido en estos últimos años, que pasan tan fugaces, y una conciencia de ser parte de esa generación de jóvenes desamparados y profundamente transgresores de Cali; de su presente, "de esta vida que ahora me la dicen triste, que me la dicen pálida, que se pasea de arriba a abajo y me encuentran mis amigas y dele que dele a que estás i-rre-cono-ci-ble" (53), como anticipa, al inicio del escrito, que es la mirada de los otros sobre ella. Mona, la protagonista, rompe todo pacto social: sus acciones no son productivas, no sirven al modelo capitalista, y ella no cumple con las expectativas que el mundo de los adultos impone a la juventud. Su vida está en el horizonte de la música y el baile. Y nada más.
Algunos de sus antiguos vecinos del barrio norte y amigos se acercan ahora a ella para solicitar sus servicios como prostituta y "por un poquito más de bulla y por las frases mías" (225). Las frases de ella, entonces, las que brinda a sus clientes, penetran el texto y, cual manifiesto, en imperativo, aconsejan a los lectores: estos consejos tienen que ver con esa ruptura de expectativas y de convenciones. Lo que recomienda es saltar etapas, vivir desde la niñez experiencias de la adultez y ser precoz, aunque eso conlleve agotamiento y una muerte temprana. Ella es la SIEMPREVIVA, aunque la muerte aceche a cada paso, y termina de escribir y sale, apresurada, en busca de más rumba: con al frase "Hay fuego en el 23" cierra el texto. ¿Fuego real o el fuego de la salsa? No se sabe.
Esta apuesta a la autodestrucción por la que brega la protagonista y narradora cobra un sentido más profundo cuando se cruza con el hecho de que el autor se suicida el mismo día que recibe el primer ejemplar de esta obra y, además, es llamativa la firma del texto: aquí conocemos que el nombre de Mona es María del Carmen Huerta, pero además, entre paréntesis aparecen las siglas A.C., que coinciden con las iniciales del autor, Andrés Caicedo. Esto lleva a pensar en esta novela como una especie de carta de despedida. Mona señala: "Si dejas obra, muere tranquilo, confiando en unos pocos buenos amigos" (227), y esto es, efectivamente, lo que hace el autor: dejar obra y morir; construir en un tiempo muy breve una obra descomunal y luego terminar con su vida. La mayor parte de sus textos, de hecho, se publican después de su muerte.
La fecha y lugar de escritura coincide con las fechas y lugares en los que se estipula que Caicedo comienza a escribir y termina: Los Ángeles, Estados Unidos, en 1973, y Cali en 1974. María del Carmen no menciona haber estado en Los Ángeles. Caicedo sí: va hasta allí con la intención de presentarle un guion a un director de cine al que admira.
El texto, fiel a su título y a la pasión y razón de vivir de la protagonista, en lugar de cerrarse con una lista bibliográfica, lo hace con una discográfica, como si fuera la banda de sonido de estos pasajes de vida de María del Carmen Huerta. La autora ficticia de esta lista lleva por nombre Rosario Wurlitzer. Ese apellido es la marca de ciertos productos relacionados con la música, entre ellos, las rockolas con las que se solía pasar música en los bares.