Resumen
El segundo día en la historia de Mona comienza cuando, con Leopoldo, salen abrazados de la fiesta del Flaco Flores. Junto a Mariángela se dirigen los tres a la casa de Leopoldo, ubicada en la Séptima con 25, en Versalles, a unas siete cuadras del Parque. Mientras ingresan al hogar, escuchan un aullido similar al de un lobo herido: es Ricardito que, desde lejos, se lamenta.
La casa de Leopoldo es moderna y cargada de imágenes de artistas. La solventa su familia desde Estados Unidos. Cuenta con un sistema de sonido cuadrafónico, de emisión fiel y potente; tal es así que, al participar de la experiencia de la escucha, la protagonista descubre que su "destino era el enredo de la música". En ese instante, Mona se acerca al muchacho y lo besa en la boca: es el primer beso que le gusta en su vida. Mientras tanto, desde el sillón, Mariángela los observa y luego, desde allí, espera a que terminen mientras ellos mantienen relaciones sexuales sobre un colchón de agua. Es la primera vez que Mona tiene relaciones y no resultan tal cual ella había pensado siempre que sería el sexo: se siente algo decepcionada.
Luego de doce horas seguidas de escuchar música, salen los tres a la calle. En la calle Sexta encuentran a Ricardito, angustiado, que les cuenta que está intentando que todos los asistentes a la fiesta de la noche anterior, unas treinta personas, lo perdonen por su comportamiento. Esta es la última vez que Mona lo ve. Después de esto, dicen que empieza a sabotear el sueño de sus padres lanzando aullidos a la medianoche, por lo que terminan encerrándolo en el Hospital psiquiátrico San Isidro, de Cali. En algún momento, tiempo después, le llega a Mona, por correo certificado, una hoja de papel con información del hospital, que aparece adjuntada en la novela. Se trata de un cuestionario para ser llenado por el paciente o el acompañante y está bajo el nombre "Ricardo Sevilla, alias «Miserable»" (108). En el mismo hay una larga lista de acciones para completar con una cruz si las ha sentido en los últimos treinta días o no. Algunas de las acciones que aparecen son: "Ha sentido tristeza, decaimiento, deseos de llorar" (109), "Ha pensado seriamente en matar a alguien" (109), "Ha notado que la gente lo critica o se burla de usted" (110), "Ha sentido que Ud. es un personaje muy importante o que tiene poderes especiales" (110), entre otras. Todas las respuestas están marcadas como afirmativas, por lo que la narradora no sabe si, efectivamente, Ricardito está perdido, cargando con lo que ella considera que son todos los síntomas de su generación, o si es una humorada del muchacho para los médicos.
Mona se queda a vivir con Leopoldo. Ella piensa que sería la primera niña bien de Cali en irse a vivir con el novio, y que la gente comprendería tal costumbre como propia de Estados Unidos. De su casa, solo toma ropa interior y unas camisas. A partir de ese momento sale cada vez menos a la Sexta. Las rumbas, ahora, las hace en casa de Leopoldo, que no deja de presentarle amigos fascinantes que llegan de Estados Unidos y con los que consumen cocaína y escuchan música durante las veinticuatro horas. Mona afirma que durante ese periodo acumula una cultura impresionante: no sale a la calle para quedarse conversando sobre rock. Y, para demostrarlo, se desata un largo fragmento sobre la relación entre Brian Jones (1942-1969), uno de los miembros fundadores y líder de The Rolling Stones hasta que deja la banda, y el resto de los integrantes del grupo musical, que incluye los motivos del alejamiento de Jones, su muerte prematura y detalles de la vida de los demás integrantes. La historia llega hasta el verano de 1972.
Por las tardes se permite salir un rato y caminar, acompasando su ritmo con canciones de los Stones. Por la calle, los antiguos amigos le ofrecen transistores o grabadores, como antes, pero ella ya no puede escuchar en esos aparatejos: está acostumbrada al sonido cuadrafónico y a la comodidad de la habitación con aire acondicionado. Una de esas tardes, Bull le dice que le ponga cuidado a su pelo, porque lo nota apagado. Esto la hace regresar cabizbaja a la casa que comparte con Leopoldo y la visión de la narradora, antes optimista, se torna negativa y crítica de la vida que están llevando: encerrados, drogados, sin salir de rumba. Temerosa tras el consejo de Bull, intenta hacer salir a Leopoldo a la calle, pero en esas salidas, él, que añora su país, reniega por la poca gente bella o interesante, por el tamaño de las personas, la oscuridad de sus ojos y el asco que le causan. Lo único que él quiere es estar en su casa, donde, entre otras sustancias que consumen, con Mona fuman pasionaria y experimentan sus efectos alucinatorios.
Uno de esos días, las campanas los interrumpen mientras, drogados, están a punto de tener relaciones sexuales. En la puerta hay un par de gringos y está Robertico Ross, un muchacho de trece años conocido como el chutero más joven de Colombia, dada su adicción a inyectarse drogas. Rápidamente comienza a picar cocaína, que Leopoldo aspira y que, luego, tras calentarla en una cuchara, se la inyectan él y sus amigos con la ayuda de Mona, que hace las veces de enfermera aplicadora con los dos extranjeros. Tras eso, el muchacho parte para sus negocios.
Mona y Leopoldo continúan consumiendo cocaína. Y aquí la narradora cuenta cuánta más está consumiendo habitualmente, tanto que le preocupan las neuronas quemadas y, además, como siempre esperó, está notando que se va pareciendo a Mariángela, pero no lo reconoce como algo positivo: "Así fui notando el terrible proceso de descenso o de desgaste" (126). Las muchachas se parecen no solo por las ojeras, sino también por la forma de bailar, solas y furiosas. Llegan a saberse idénticas, a tener los mismos gestos y las mismas reacciones. Mona ya no está en inferioridad de condiciones respecto a ella: sabe lo mismo. Las pocas veces que sale, Mona lo hace para verla a ella, pero va dejando de encontrarla paulatinamente. Lo que sucede con Mariángela es que su madre, una noche, muere al tomar una inmensa sobredosis de Valium 10, y Mariángela decide "vivir más que nunca a partir de ese nuevo día" (128). Para ello, busca a su amiga pero no la encuentra en ningún sitio. Luego se encierra, desconecta el teléfono, rompe a mordiscos las almohadas al escuchar golpes de Mona en su puerta y, un día, muy pálida, decide ir al edificio de Telecom. Allí se tira de cabeza desde el treceavo piso.
Al enterarse del suicidio de su amiga, igual que Mariángela el día de la muerte de su madre, Mona se siente más viva que nunca. Y para celebrar la vida, sale con Leopoldo una noche que trae cambios radicales a su vida.
Análisis
Con el correr de las páginas vamos conociendo más sobre Leopoldo. Es un muchacho joven, rockero, pelirrojo, adicto a la cocaína, estadounidense, de alto poder adquisitivo, que es enviado por sus padres a Colombia desde Estados Unidos para hacerse cargo de negocios familiares. Convive con la protagonista durante algún tiempo en el lujoso departamento que posee en el barrio norte de Cali, y representa la idealización que Mona y los jóvenes de clase alta de Cali sienten por la cultura anglosajona y por el consumo de bienes culturales.
En esta parte de la novela se perciben varias cuestiones sobre su persona que interfieren en la idealización que, en un primer momento, realiza la protagonista de él. En principio, no está totalmente adaptado al país de destino: sus vínculos, salvo Mariángela, Mona y el adolescente que le provee drogas, son exclusivamente con extranjeros y, al salir al exterior, situación que se da poco porque a él no le gusta, se muestra discriminador con los colombianos: "no era sino dar un paso en el andén y empezar a renegar por la poca gente bella o interesante; enjuiciaba el tamaño mediano de las personas y lo oscuro y anónimo de los ojos" (115). Mona, al principio, propicia esa decisión de quedarse adentro: está encantada con el nuevo lugar en el que vive, con el sonido de la música gracias a la tecnología de avanzada con la que cuenta el muchacho y con los conocimientos que puede absorber gracias a los amigos rockeros y extranjeros de su novio. Luego, cuando Bull le hace notar la pérdida de brillo de su cabello, se da cuenta de que algo está faltándole a su vida y vuelve a insistir en las salidas. En relación con la mirada negativa que tiene el muchacho sobre el pueblo colombiano, Mona, al principio, no lo siente como una advertencia, pero sí hace hincapié en la diferencia entre ellos: "En cambio yo, no era sino que pasara un grupo de muchachos conocidos para ponerme alebrestadora toda, picos de saludes, deseos de buenos rumbos y andares rectos" (115).
Por otro lado, en relación con el sexo, Leopoldo no cumple con sus virginales expectativas: toda la vida ella imaginó que "el acto sexual era, cómo dijera, un asunto más repartido. En mis mediodías, me sabía ausencia, mitad de un hombre que andaría por allí buscándome, como guiado por el signo de no saber a la fija si yo existía o no. El rocanrolero resultó ser aquel hombre, pero yo no lo pude completar" (105). Es ella, además, la que le debe indicar a él cómo usar el pene y él sufre, siempre, dolores durante el acto sexual. Ella nunca, y no parece saciarse, pero tampoco emocionarse demasiado con el asunto. Es como si absorbiera la energía de él: "Yo lo miraba serenita, con la mirada más viva que nunca, presta, sin decirlo, a que él quisiera ser vaciado de nuevo. ¿O chupado?" (106).
Por último, la imagen que comienza a tener la protagonista del muchacho no es la de una persona exitosa, sino la de alguien que está amargado y vencido por la vida: "Llegó aquí para darse cuenta que una mera sensación de bienestar no alcanza para triunfar en la vida: hacía falta ambición y empeño, y sus tardes fueron arrumacándose en la sufriente resignación del trópico" (115). Al darse cuenta de que la verdadera añoranza de él es volver a San Francisco, Mona explica la razón por la que el chico se encuentra en tierras caleñas: "Su familia lo había mandado a traer para que administrara una finca por Kalipuerto, pero poco les tomó convencerse de que, en el desubique que significó la devuelta, su hijo no había quedado sirviendo ni para tocar la guitarra" (117). Es decir que esa guitarra que la atrae en un principio, ahora ya no es una herramienta que conjugue con ese muchacho: "esa guitarra nunca se prendió de él. En la vida compuso nada. Lo único que hacía bien era seguir un disco" (114).
Así como conocemos que la relación de Leopoldo con sus padres no es del todo buena, ya que lo han enviado y dejado en otro país más para no tener que hacerse cargo de él que para ayudarlo o ayudar a la empresa familiar, la relación que casi todos los jóvenes que aparecen aquí, almas desamparadas y en búsqueda perpetua de nuevas experiencias, mantienen con sus padres es problemática: a Ricardito su madre le provee cocaína que trae desde Estados Unidos porque no sabe cómo manejar la miserabilidad y desdicha de su hijo y luego lo envía a un hospital psiquiátrico porque ya no puede controlarlo; la madre de Mariángela se suicida y, al no poder superar este hecho, ella también termina con su vida; el Flaco Flores, como veíamos en las páginas previas, comete parricidio, matricidio y nanicidio, término que Mona inventa para dar cuenta del asesinato de su niñera. El formulario que, supuestamente, completa Ricardito en el hospital psiquiátrico explicita todos los síntomas que, para Mona, supone su generación, una generación que conlleva un malestar y que, como señala antes la protagonista, la prensa diagnostica a partir del cuarto disco de The Beatles. Son jóvenes que no están dispuestos a crecer o que no quieren crecer como la sociedad dispone que deberían hacerlo. Lo que los une es la transgresión de las normas sociales establecidas.
Es llamativo que Mariángela muera cuando su amiga consigue detentar todos los saberes que admiraba en ella; la iguala hasta en las ojeras. Es como si ya no tuviera objeto en la narración, cuando ya deja de ser modelo a seguir porque la protagonista se ha convertido en todo lo que ansiaba de ella. Esto recuerda la antidedicatoria: el autor no le dedica el libro a Clarisolcita porque llegó a parecerse tanto a su protagonista que ya no lo merece. Respecto a su parecido con Mariángela, Mona hace una reflexión llamativa, que se vincula con este hecho de lograr suplantarla y que ya no tenga objeto una de las dos existencias:
Yo no sé si esto de irse pareciendo a otra persona es ofrecerle al mundo un refuerzo de una personalidad fascinante, o ganas de quitársela al mundo y suplantarla, no con la misma intensidad ni con la misma simpatía, quiero decir, no con tanto éxito. Lo cierto es que ya nos decían: «se parecen tanto, que si uno sale con la una es como salir con ambas». Antes, en mis comienzos, Mariángela era la que más sabía y menos se dejaba. Yo nunca supe más que ella, sencillamente la igualé, aprendí que las rumbas eran acontecimientos organizados para mi sólo festejo, y que yo y sólo yo, por el deber penoso de comprenderlas duro, obtenía el derecho único de gozarlas todas. No era entonces espectáculo agradable ver a dos peladas bailando juntas pero cada una completamente sola, mucho menos cuando cada movimiento era bastante más que meramente parecido al de la otra, y vaya a saber uno a estas alturas quién copiaba a quién o quién se parecía más a la otra para ir perdiendo la imagen propia, o quién, de tanto parecérsele, le iba robando la persona, pues la mejoraba o la copiaba tan fielmente que, una de dos, el original o el facsímil se iba a hacer innecesario (127).
En relación con la iniciación, en estos episodios, como vemos, la protagonista se inicia en la vida sexual, en el consumo de pasionaria y, además, en la dispensa de drogas a través de su tarea como aplicadora mediante los chutes. No hay, en ningún momento, intenciones moralizantes o pedagógicas en la narración de Mona. Son sus experiencias contadas de forma cruda, y fieles a lo experimentado.