El pelo (Motivo)
En el pelo de la protagonista se cifra uno de los motivos de la novela. Aparece referido reiteradamente y es el elemento que más la define físicamente: más allá de la blancura, calificada como plebeya, de su cuerpo y de las venas azules de sus piernas, los lectores no conocemos de la protagonista más que la rubia cabellera que la identifica. Cuando conoce gente, su pelo llama la atención. Tal es su importancia que comienza su relato refiriéndose a él: "Soy rubia. Rubísima" (49).
Ese pelo que la define cambia de tonalidad de acuerdo a cómo se sienta y a la situación en la que se halle la protagonista. Hacia el final del relato, en el que el paso fugaz de un tiempo, corto pero vivido al extremo, deja huellas sobre el cuerpo de un envejecimiento prematuro (cifrado en las várices, el cansancio, etc.), María del Carmen es consciente de la forma en que también afectó su pelo: "Este pelo que yo aleteo frente a un desprevenido transeúnte no es ni la sombra de lo que era. O digo mal, es precisamente eso: la sombra" (105).
El pelo de Mona tiene la capacidad de llevar hacia ella las miradas, de hacerla centro de atención y es sinónimo, para los demás, de vitalidad e, incluso, de sanación: "«Mona, no es sino que aletee ese pelo sobre mi cara y verá que me libra de esta sombra que me acosa». No era sombra sino muerte lo que le cruzaba la cara y me dio miedo perder mi brillo" (49).
Los puntos cardinales (Símbolos)
Los puntos cardinales se utilizan en la novela como indicadores de diferentes formas de vida: el norte se vincula, en principio, con lo conocido y con lo familiar, con una clase pudiente, culta y convencional, y, a su vez, es la parte de la ciudad que se relaciona con Estados Unidos y con su idioma, así como con el rock en inglés; en el sur se vive de una manera más humilde, y la salsa es la música que impera en este lugar; el este se relaciona con la vida proletaria y con la ausencia de relaciones sociales, con el anonimato en los vínculos.
A partir de esas coordenadas, encontramos, entonces, al principio de la novela, a María del Carmen como una joven alumna de uno de los mejores colegios de Cali a punto de ingresar a la universidad y llevando una vida familiar tradicional. Ese norte, a la vez, es el punto de encuentro de los jóvenes del barrio con el rock en inglés. Cuando Mona conoce la salsa, se encamina hacia el sur. Allí el baile es motor del relato y hay cierta conciencia política de los lazos sociales establecidos: la joven asiste a la facultad para charlar sobre la música que escucha. Cuando llega y se asienta en el este, lo único que le importa es poder seguir manteniendo su vida de rumba y drogas, y para esto ya no necesita compañía: se dedica a la prostitución, por lo que no establece lazos entre ella y quienes utilizan su cuerpo para saciar sus apetitos sexuales y lo hace como pura transgresión; ni siquiera necesita el dinero, ya que sus padres siguen enviándole.
El día y la noche (Símbolos)
El día es símbolo de productividad, trabajo y familia. Desde el principio del relato la protagonista rechaza el día: ni siquiera llega a abrir las persianas de su cuarto el primer día de la narración. Lo que ella espera, desde el momento en que se levanta, es la noche, símbolo del goce, del baile y de la música. Es el tiempo que otros utilizan para dormir ("Ojié mi casa y supe que allá todo el mundo estaba ya dormido", p. 80) y que Mona y sus amigos utilizan para salir de rumba. La de ella es una "perdedera nocturna" (80).
La música (Motivo)
La música es uno de los temas centrales de la novela, como ya puede vislumbrarse incluso desde el título, y el motivo por el que la protagonista vive:
La música es la labor de un espíritu generoso que (con esfuerzo o no) reúne nuestras fuerzas primitivas y nos las ofrece, no para que las recobremos: para dejarnos constancia de que allí todavía andan, las pobrecitas, y que yo les hago falta. Yo soy la fragmentación. La música es cada uno de esos pedacitos que antes tuve en mí y los fui desprendiendo al azar. Yo estoy ante una cosa y pienso en miles. La música es la solución a lo que yo no enfrento, mientras pierdo el tiempo mirando la cosa: un libro (en los que ya no puedo avanzar dos páginas), el sesgo de una falda, de una reja. La música es también, recobrado, el tiempo que yo pierdo (104).
Primero, la moviliza el rock: su ritmo, su lírica críptica porque está en un idioma que desconoce. Luego, es el turno de la salsa: cuando llega a una verdadera comprensión. Mona se mueve por la ciudad en una búsqueda perpetua de la música que le permite vivir sus experiencias.
El viaje (Motivo)
El viaje suele ser uno de los motivos más recurrentes en la literatura. Muchas veces los personajes salen de viaje para realizar una búsqueda vinculada con la identidad, con la formación y con una serie de aprendizajes que van obteniendo a medida que realizan un periplo. Al viajar, se está en contacto con otras realidades, diferentes a las de las vivencias cotidianas, y se aprehenden experiencias significativas que redundan en conocimientos transformadores.
En este caso, el viaje de la protagonista es por un territorio geográfico acotado: se desplaza por los diferentes puntos cardinales de la ciudad de Cali. Su objetivo está relacionado con la adquisición de conocimientos para vivir más significativamente su presente. Sale del interior de su casa y de sus actividades escolares cotidianas y comienza a recorrer la ciudad con el objetivo de poder disfrutar libremente de la música, en primera instancia, y de la música y el baile en un segundo momento. Primero se mueve por la zona norte, donde tiene contacto con el rock y con los extranjeros que la culturizan sobre esta música; luego entra en contacto con el sur, con su gente y su música, la salsa; más tarde, y por último, se muda al este, cuando ya no le es posible regresar a ninguna de las otras dos zonas.
La decisión de dejar su vida casera y ponerse a disposición de las calles caleñas modifican la vida de la adolescente que, en tan solo un año y medio, cambia rotundamente en todos sus aspectos.
El espejo (Símbolo)
La protagonista tiene en su cuarto un espejo fracturado, es decir, un espejo que le devuelve una imagen propia con una grieta que la atraviesa: "una fisura en la mitad que chupaba mi imagen, que literalmente se la sorbía" (56). A pesar de estar en condiciones económicas propicias para pedir otro y conseguir uno mejor, no lo hace: "mi mamá con todo lo compuesta y arreglona que es, era capaz de comprarme un espejo con marco dorado, de 2 x 2" (56). Ese que tiene le encanta. Tanto le fascina que cuando ya no vive en la casa familiar, encuentra uno parecido en un almacén de trastos con la misma fisura y lo compra. Los compara: "ni que fuera el mismo espejo que ha vuelto a mí y el tiempo ha angostado la fisura y la ha hecho, por lo tanto, más profunda" (56-57).
La fractura del espejo es símbolo de la identidad de la protagonista que está atravesada por dualidades: el día, con sus obligaciones de señorita burguesa, y la noche, con sus placeres de adolescente en continua búsqueda; el desconocimiento y el conocimiento; el rock y la salsa. La fisura que se profundiza representa la oscuridad en la que vive Mona y funciona como un recuerdo constante de su situación.
Cuando se muda a la casa de Leopoldo, lo echa en falta: "Al principio, el espejo con la fisura en la mitad me hizo falta" (105). Es como si no se reconociera completamente en un espejo sin fisuras. Cuando hacia el final visita por última vez la casa familiar, en su antiguo cuarto no encuentra el espejo. En su último hogar, pequeño y carente de casi todo, tiene un closet y un espejo fisurado. No necesita más.
La técnica fotográfica (Motivo)
Criada por un padre fotógrafo y admirador de la cinematografía, Mona sabe de técnicas y efectos visuales, por lo que, en ciertos momentos, interpreta lo que ve o lo que escucha y le asigna significados ligados a estas ramas artísticas. La fotografía como un motivo recurrente que le permite dar cuenta de un saber que posee. Ante la ansiedad que experimenta por lo que desconoce (las letras de las canciones, las bandas y los cantantes, el inglés), este es un terreno donde puede mostrarse segura.
Por ejemplo, cuando escucha el aullido producido por Ricardito el Miserable, que rompe la calma del tranquilo amanecer, compara la situación experimentada con la técnica del barrido:
(...) hubo como una interrupción en el proceso de la amanecida, o un retroceso, mi papá gustaba explicarme el procedimiento de sonorizar una película muda filmada a 16 cuadros: repitiendo fotogramas, de lo cual resulta como un barrido, esa es la palabra técnica, eso fue exactamente lo que produjo el aullido de Ricardito en ese día, a la distancia. Berrido, barrido, pequeño salto. El diarero se traspolló en su uniforme pedaleo, el panadero se quedó con el pan en la mano y luego no le dio vergüenza entregárselo al comprador todo hundido y manoseado, y la niebla no avanzó más (102).
En otros momentos, Mona también alude a las técnicas utilizadas por el padre para dar cuenta de las imágenes que ve y describe o de cómo quiere que sea interpretada su imagen en el relato: "Sobre-expuse (uso el término porque mi papá es fotógrafo) a las montañas, los pelos de las montañas y el azul cielo" (58); "le dije gracias, parpadeándole en Close-Up (comprenderá el lector que el oficio de mi papá fue extendiéndose hacia una afición por la cinematografía, así que valga la licencia por el término)" (62). En todos los casos, anuncia que son conocimientos adquiridos gracias a la profesión de su padre.