Resumen
Capítulo VII
El Lector está sentado en el café esperando que llegue Ludmilla cuando oye que lo llaman por su nombre. Un camarero le dice que tiene una llamada telefónica; es, justamente, Ludmilla, quien le anuncia que no puede ir al café. De todas formas, lo invita a su casa. El Lector se dirige hacia allí.
De repente, el narrador comienza a referirse a Ludmilla también utilizando la segunda persona. Le pregunta, por ejemplo, cuánto se puede averiguar sobre ella observando lo que hay en su casa. El narrador recorre la cocina de Ludmilla en detalle, sacando conclusiones: "está claro que al hacer la compra te dejas atraer por los géneros que ves expuestos, en vez de tener en la cabeza lo que falta en casa" (158). Luego, se dirige a los libros de Ludmilla y saca la conclusión de que ella tiene el hábito de leer varios a la vez.
El Lector escucha un sonido, y el narrador vuelve a usar la segunda persona para referirse a él. El sonido resulta ser Irnerio, el joven que ayudó al Lector a encontrar la oficina del profesor Uzzi-Tuzii. Ahora bien, el Lector está descontento por lo cómodo que parece Irnerio en el apartamento de Ludmilla y comienza a pensar aún más que antes en que puede haber una relación romántica entre ellos. Irnerio, por su parte, dice que está buscando un libro; explica que usa libros para hacer obras de arte y, generalmente, se lleva libros que Ludmilla no usa.
Irnerio elige un libro que le gusta: el que el Lector recibió del señor Cavedagna. El Lector, por su parte, protesta y le dice que tome otro de Flannery. Mirando más de cerca, el Lector ve el título En una red de líneas que se entrelazan y exclama que no esperaba que Ludmilla tuviera una copia del mismo libro. Irnerio lo toma con disgusto, abre una puerta y lo arroja a una pequeña habitación. El Lector entra y encuentra un escritorio, una máquina de escribir, una grabadora, diccionarios y un archivo. La primera página del archivo dice "Traducción de Ermes Marana" (165).
El Lector piensa que entre Ludmilla y Marana ha habido algo. Irnerio dice que Marana "estuvo [allí, en casa de Ludmilla]", pero "No debería regresar" (165). Irnerio claramente tiene sentimientos muy negativos hacia Marana y, por lo que cuenta, parece que Ludmilla también. Le dice al Lector que ella estaba tan triste cuando Marana estaba allí que dejó de leer y luego se escapó. Cuando el Lector pregunta a dónde iría Ludmilla si Marana volviera a aparecer, Irnerio dice que iría a buscar a Flannery, en Suiza. Ella parece ver a Flannery como una especie de antídoto frente a Marana.
Finalmente, llega Ludmilla. La narración propone otro salto temporal hacia delante, cuando el Lector y Ludmilla se sientan juntos a tomar el té e Irnerio ha desaparecido. El Lector deja en claro sus celos hacia él y los otros hombres en la vida de Ludmilla, y ella le dice que si él cree que alguna vez tendrá derecho a hacer una escena de celos, "mejor no empezar siquiera" (166). En este punto, la narración vuelve a saltar hacia delante, esta vez a Ludmilla y el Lector ya en la cama. El narrador dice que los dos personajes a los que se ha hecho referencia, cada uno en segunda persona del singular masculino y femenino, ahora pueden ser referidos colectivamente en la segunda persona del plural; su unión sexual los convierte en "un único sujeto" (167).
El Lector finalmente puede contarle a Ludmilla sobre el nuevo libro que le dio el señor Cavedagna. Asi y todo, comete un error cuando dice que "Es un libro de esos que a ti te gustan: transmite una sensación de malestar desde la primera página" (170). Ella lo corrige secamente: "Me gustan los libros (...) donde todos los misterios y la angustia pasan por una mente fría y precisa" (157). Ella le pide que le traiga el libro para que lo vea ella misma, pero cuando el Lector va a buscarlo descubre que ya no está. El narrador explica dónde ha ido el libro: el Lector lo encontrará más tarde como parte de una escultura en una de las exposiciones de arte de Irnerio. El Lector, por su parte, dice que ha visto que Ludmilla tiene una copia del libro de todos modos, y cuando lo abre, descubre la dedicatoria: "A Ludmilla... Silas Flannery" (171). Ella dice que pensó que se lo habían robado. Luego, se enoja cuando descubre que Irnerio le mostró al Lector la habitación con los materiales de traducción de Marana. El Lector se da cuenta rápidamente de que Marana estaba celoso de la relación abierta y de confianza de Ludmilla con los libros, lo que lo llevó a perseguir la falsificación de la literatura.
Al mirar el libro, el Lector se da cuenta de que es diferente de la copia que le dio el señor Cavedagna. Ludmilla declara que es falso, porque proviene de Marana, y el Lector, sabiendo que la copia de Cavedagna también vino de manos de Marana, dice que ambos pueden ser falsos. Entonces sugiere que solo pueden aclarar las cosas preguntándole directamente al propio Flannery. El Lector comienza a leer el libro, y el narrador observa que él estaba realmente equivocado cuando dijo que los libros son exactamente iguales; los dos títulos, en realidad, difieren en una palabra.
En una red de líneas que se intersecan
El narrador de esta historia, al igual que en En una red de líneas que entrelazan, es un hombre paranoico e inteligente. Comienza hablando filosóficamente sobre la naturaleza de los espejos y caleidoscopios, objetos con los que ha estado fascinado desde la adolescencia. Hace referencia a la historia de los caleidoscopios, desde la invención del teatro polidíptico en 1646, que podía transformar "una rama en un bosque, un soldadito de plomo en un ejército, un librito en una biblioteca" (176). El narrador dice que ha utilizado este mismo principio para convertirse en un exitoso hombre de negocios.
El hombre ahora desea hacer lo mismo con respecto a sí mismo; es decir, quiere multiplicar su imagen y así ocultar y proteger su verdadera identidad. Teme ser secuestrado, por lo que compra varios autos idénticos al suyo y contrata guardaespaldas y dobles que se parecen a él para que conduzcan en diferentes momentos y así poder eludir a cualquier enemigo que desee atacarlo. Por otro lado, el narrador está teniendo una aventura con una mujer llamada Lorna a espaldas de su esposa Elfrida; irónicamente, trata de proteger esta relación secreta contratando a muchas otras mujeres con las cuales fingir aventuras.
Luego, el narrador decide que sus autos idénticos, sus dobles y sus amantes falsas no son suficientes para evitar un ataque, por lo que comienza a organizar grupos de delincuentes para realizar secuestros a sus dobles. Incluso, va más allá cuando se une a otra organización criminal para fundar una compañía de seguros contra los secuestros. Sin embargo, involucrarse con múltiples organizaciones criminales y una compañía de seguros hace que el narrador se vuelva loco; en este punto, está seguro de que hay un complot para secuestrarlo y robar el capital de la compañía de seguros.
A raíz de esto, el narrador intenta frustrar el plan real para secuestrarlo creando un contraplán: un secuestro falso. Sin embargo, es superado por un "contra-contraplán" (180) y llevado a la fuerza a su casa. Los verdaderos secuestradores encierran al narrador en una habitación de su casa que ha cubierto por completo de espejos. Lorna, la amante del narrador, yace desnuda y atada en el suelo de la habitación. El narrador se apresura a desatarla y quitarle la mordaza de la boca. En lugar de estar agradecida, ella le grita y le clava las uñas en la cara.
La esposa del narrador, Elfrida, entra en la habitación y le dice a su marido que lo ha salvado. Así y todo, como la puerta se ha cerrado y la habitación está cubierta de espejos, Elfrida no encuentra la salida. El narrador ve que ella sostiene una pistola. También ve partes de su amante y de su esposa reflejadas en los espejos y tiene problemas para identificarlas por separado, como si las diferentes partes de ellas se fusionaran y confundieran entre sí. El narrador parece caer en la locura; piensa que está perdido, aunque también, en cierto modo, se siente recuperado.
Capítulo VIII
En lugar de volver a la narración del Lector, como suele ocurrir en los capítulos numerados de Si una noche de invierno un viajero, el capítulo VIII se compone de anotaciones del diario de Silas Flannery. Estas entradas complementan el conocimiento obtenido de las cartas enviadas por Ermes Marana al señor Cavedagna. Flannery comienza hablando de la mujer que ve leyendo todos los días en un banco, que sabemos que es Ludmilla. Envidia su lectura atenta, tanto porque se encuentra en un largo período de bloqueo de escritura como porque siente que ha perdido su alegría personal por la lectura desde que se convirtió en escritor. A veces Flannery finge que lo que escribe en su habitación es lo que Ludmilla lee afuera. De hecho, es tan fuerte su convicción que, a veces, escribe una oración y luego se apresura a ir a su ventana para ver la reacción de Ludmilla. En otras ocasiones, se muestra más melancólico, creyendo que ella está leyendo "mi verdadero libro, el que hace mucho tiempo debería escribir, pero que no lograré jamás escribir" (184). También hay momentos en los que siente que Ludmilla y sus otros lectores lo están mirando mientras escribe, y esta presión potencia el bloqueo de escritura.
Más adelante, Flannery comenta que tiene una idea para la historia de dos escritores que se espían entre sí. Uno de ellos es un escritor productivo, mientras que el otro vive atormentado. Cuando este último observa al escritor productivo, siente desprecio por el estilo bajo de las obras de él, pero también envidia como su confianza y prolificidad. Cuando el escritor productivo observa al escritor atormentado, siente admiración y envidia por lo intelectuales que son las obras de este.
En un intento por desbloquearse, Flannery decide copiar el comienzo de una famosa novela: Crimen y castigo, de Fyodor Dostoievski. En el extracto, un joven llamado Raskolnikov camina solo por las calles de Rusia, pensando en su miedo de encontrarse con su casera. Flannery se siente tentado a seguir copiando el resto de la novela y envidia a los copistas por poder disfrutar de las mejores partes tanto de la lectura como de la escritura.
Flannery escribe que fue contactado por un traductor, claramente refiriéndose a Ermes Marana. El traductor le dice que sus obras están siendo traducidas ilegalmente y le muestra lo que supuestamente es una traducción al japonés de una de sus obras. Sin embargo, Marana explica que el libro que le muestra no es en realidad una historia que Flannery haya escrito; es una novela de otra persona escrita en japonés que imita el estilo de Flannery. Luego, la editorial agregó el nombre de Flannery para impulsar las ventas. Flannery sospecha que Marana está involucrado en esta falsedad y afirma que demandará a cualquier persona involucrada en la producción de estas traducciones falsas. Marana le cuenta a Flannery sus ideas respecto de que "la literatura es válida por su poder de mistificación" (193). Luego le comenta a Flannery que podría ser un gran farsante, incluso perfecto, y convertirlo en el autor ideal.
Silas Flannery está en conflicto con esto, porque todavía piensa que debe tratar de dejar su identidad fuera de su escritura tanto como sea posible. Considera la carrera de un escritor fantasma, cuya identidad se multiplica por existir en los libros de muchos autores diferentes y que, sin embargo, permanece en el anonimato. También considera que si es imposible dejar al yo fuera de la escritura, quizás el libro que se supone que debe escribir sea un diario de sus recuerdos, deseos y pensamientos, como lo que el Lector está leyendo actualmente. En ese sentido, Flannery parece encontrar algún alivio de su bloqueo de escritor al darse cuenta de que no tiene que escribir un libro perfecto, sino que puede escribir una biblioteca completa de libros que pueden equilibrarse e incluso contradecirse entre sí.
Flannery cuenta que una vez que sale a dar un paseo, se encuentra con un grupo de boy scouts que colocan trozos de lona en el suelo para señalar los platillos voladores. Le dicen a Flannery que los observadores de ovnis creen que estos han estado volando cerca recientemente porque un escritor famoso vive en el área. Según ellos, los extraterrestres quieren usar a este autor, presumiblemente el propio Flannery, para comunicarse. Cuando deja a los boy scouts, Flannery se muestra escéptico, pero considera la idea de que podrían tener razón.
Una chica viene a visitar a Flannery diciendo que está escribiendo una tesis sobre sus novelas; se revela que es la hermana de Ludmilla, Lotaria. Flannery no está de acuerdo con los métodos de lectura de libros de Lotaria: "creo que los ha leído para encontrar en ellos algo de lo que ya estaba convencida antes de leerlos" (197). En respuesta, Lotaria llama al modo preferido de lectura de Flannery "pasivo, evasivo y regresivo" (198), y dice que su hermana lee de la misma manera. Flannery piensa para sí mismo que Ludmilla es su lectora ideal. Luego, describe el proceso mediante el cual Lotaria analiza los libros. En lugar de leerlos, introduce el texto completo en una máquina que clasifica las palabras por frecuencia. Luego examina las palabras que se repiten con mayor frecuencia, así como las que se usan solo una vez, y saca conclusiones de estas listas de palabras. Después de discutir esto con Lotaria, Flannery se siente aún más bloqueado al escribir, imaginando cada palabra que escribe siendo contada.
Un día, Ludmilla visita a Flannery. Ella le dice que ha leído todas sus novelas y que él es su modelo ideal de escritor. Ella compara su escritura con varios procesos naturales, enfocándose particularmente en la metáfora de él produciendo libros "como una planta de calabaza hace calabazas" (201). Flannery le pregunta si está enojada con su hermana, y Ludmilla responde que está enojada con otra persona: Ermes Marana. Ella le cuenta a Flannery sobre el engaño y la falsificación de Marana; dice que está feliz de que Flannery sea una persona común, como había predicho al leer sus novelas. De repente, Flannery se acerca a ella con intenciones sexuales. Ludmilla grita y lucha para alejarse de él. Ella le dice que podría hacerle el amor, pero lo ve a él y al autor Silas Flannery, a quien ha leído, como dos personas separadas. Flannery se siente despojado de su ego, pero no sabe si esto es positivo o negativo. Cuando Ludmilla se va, él corre hacia la ventana para buscar a la mujer que lee afuera, preguntándose solo entonces si será la propia Ludmilla.
Ludmilla parece visitar Flannery con frecuencia después de ese día. Ella le habla de su libro ideal, y él le habla de la mujer a la que espía. Flannery confiesa que sus manuscritos parecen estar cambiando y desapareciendo y le pregunta a Ludmilla si Marana tiene la culpa, pero ella no da una respuesta clara. Flannery sugiere que su verdadera vocación puede ser escribir apócrifos, un término que se usa tanto para libros secretos de sectas religiosas como para textos falsamente atribuidos a un autor. Considera unirse a Marana en su búsqueda de "inundar el mundo de apócrifos" (205), pero no sabe dónde encontrarlo. De repente, Ludmilla le dice que se va.
Después de que Ludmilla deja la casa, Flannery vuelve a hablar con los boy scouts, pensando en decirles que el libro que buscan es el que está leyendo la chica de afuera. Pero no vuelve a encontrar a esta lectora, lo que sugiere que se trataba de Ludmilla.
En la siguiente entrada de Flannery, él describe la visita de un lector que ha encontrado dos copias de "En una red de líneas que, etc" (206). Está claro que este es el Lector de los capítulos numerados de Si una noche de invierno un viajero. Este hombre dice haber sido emboscado por los boy scouts para robarle el libro que estaba leyendo. Flannery le dice que no se preocupe, porque es un libro falso de Japón. Cuando el Lector comenta que le gustaba el libro y quería seguir leyéndolo, Flannery dice que puede darle la fuente: Sobre la alfombra de hojas iluminada por la luna, de Takakumi Ikoka. Así y todo, Flannery sabe en secreto que el libro que le está dando al Lector no tiene nada que ver con En una red de líneas que se entrelazan. El Lector, por su parte, le dice a Flannery que se va a Sudamérica para encontrar a Marana, y Flannery no le dice que cree que Marana vive en Japón. La conversación termina con el Lector describiendo su problema de llegar a leer solo el comienzo de los libros. Al reflexionar sobre esto, Flannery piensa que podría escribir un libro como si fuera un viajero en una noche de invierno. En su mente, este libro termina con él y Ludmilla juntos, y el Lector involucrándose con Lotaria.
Sobre la alfombra de hojas iluminada por la luna
Un joven japonés camina al aire libre con su jefe, el señor Okeda, discutiendo si es posible "separar la sensación de cada una de las hojas de ginkgo de la sensación de todas las otras" (211). El señor Okeda anima al narrador en esta búsqueda de sensaciones aisladas. La hija menor del señor Okeda, Makiko, sale a servir té a ambos hombres, y el narrador mira con interés y algo de lujuria el cuello y la espalda de Makiko. Esa tarde, el narrador y su jefe vuelven a dar un paseo, esta vez con Makiko y la esposa del jefe, Madame Miyagi, también. Madame Miyagi ve una flor flotando en un lago, y el narrador se arrodilla y extiende la mano para recogerla. Madame Miyagi y Makiko se agachan detrás y él siente los pezones de ambas mujeres tocando su espalda. Madame Miyagi parece disfrutar del contacto.
En este punto, se revela que el narrador es un joven académico y que vive en la casa con el señor Okeda y su familia. En los días posteriores al incidente con la flor, el narrador a menudo se queda solo en casa con Makiko y Madame Miyagi. Él siente, por un lado, que el hecho de trabajar con el señor Okeda está frenando su carrera, pero, al mismo tiempo, quiere permanecer en la casa del hombre debido a la atracción que siente por su esposa y su hija. Esta misma atracción hace que el narrador no trabaje mucho; trata de encontrar formas de interactuar con Makiko, pero cada vez pasa más tiempo en privado con Madame Miyagi.
Esto continúa durante semanas, hasta el otoño. Una noche, el narrador y Makiko discuten cuál es el mejor lugar para observar la luna a través de los árboles. El narrador sugiere que es debajo del árbol de ginkgo, lo que implica que le gustaría encontrarse con Makiko allí esa noche. Makiko, por su parte, sugiere que es preferible mirar la luna desde el lago, y el narrador le dice directamente que le gustaría encontrarse con ella allí y que el lugar "despierta sensaciones delicadas en mis recuerdos" (216). Ella está alarmada por su atrevimiento y lo mira en silencio. Tratando de romper la incomodidad, el narrador le pone una cara extraña y agresiva. Makiko retrocede y sale de la habitación.
El narrador sigue a Makiko fuera, pero al entrar en la habitación contigua encuentra a Madame Miyagi metiendo ramas en una olla. Él se excita con la imagen de la mujer y sufre una erección, mientras Madame Miyagi juega con sus emociones tocándolo con una flor. El narrador, supuestamente sin intención, desliza su mano en el kimono de Madame Miyagi y alcanza su pecho. Madame Miyagi agarra el pene del narrador. Los dos personajes se tocan sensualmente de forma experimental. De repente, Makiko aparece en la puerta vestida con un vestido de seda suelto atado. El narrador la llama por su nombre. Madame Miyagi, por su parte, lo tira al suelo y lo obliga a penetrar a su hija. Makiko mira a su madre y al joven con atracción pero también con disgusto. Mientras Madame Miyagi tiene un orgasmo, el narrador ve que otra persona está parada en la puerta: el señor Okeda. En el rostro del hombre se adivina que no le importa este encuentro sexual ni ninguno que tenga lugar en el futuro. De esta forma, el narrador se obliga a separar las sensaciones que está sintiendo para retrasar la eyaculación. Gime el nombre de Makiko en el oído de Madame Miyagi y piensa en la forma en que le describirá luego el encuentro al señor Okeda, comparándolo con las hojas de ginkgo que caen.
Análisis
Si bien ya desde el Análisis de los capítulos I y II había quedado claro que el Lector de Si una noche de invierno un viajero es hombre, esta idea se refuerza significativamente en el capítulo VII. Calvino escribe: "Ya es hora de que este libro en segunda persona se dirija no solo a un genérico tú masculino (...) sino directamente a ti" (156). Así como el autor manifestó explícitamente el género del Lector por primera vez en relación a Ludmilla (después de conocerla por primera vez en la librería), nuevamente cuando el lector entra en contacto cercano con ella (visitando su casa por primera vez), Calvino refuerza su masculinidad.
Luego de esta reafirmación tajante, que también funciona, de alguna manera, como una forma de establecer que el libro fue escrito orientado a lectores masculinos, Calvino se centra en la técnica de escritura que ha utilizado a propósito para crear una identificación entre el lector real del libro y el personaje principal: "Este libro ha estado atento hasta ahora a dejar abierta para el Lector que lee la posibilidad de identificarse con el Lector que es leído: por eso no se le ha dado un nombre” (156). Esta afirmación no reconoce la experiencia de lectores no varones. Dicho de otra forma, los lectores o las lectoras reales que no sean hombres heterosexuales se enfrentarán a lo largo de toda la novela con un debate interno profundo: por un lado, la posibilidad de identificarse con ese Lector personaje debido a la voz narrativa en segunda persona elegida por Calvino; por otro lado, la absoluta falta de identificación con ese Lector debido a lo específico de su género.
Ahora bien, después de que el autor especifica sus razones para usar la segunda persona y también para no darle un nombre al Lector, ocurre uno de los cambios más grandes en Si una noche de invierno un viajero: Calvino cambia al personaje que es el foco de la narración en segunda persona, lo que significa que se le pide al lector real del libro que de repente habite y se identifique con un personaje completamente diferente: Ludmilla. La elección original de Calvino de la narración en segunda persona ya no era tradicional, lo que pudo llevar a los lectores reales del libro a una hiperconciencia del poder que puede ejercer un autor sobre la experiencia de lectura. Este cambio, casi exactamente a la mitad del libro, sirve para recordarle al lector que la buena literatura es la que nos mantiene alerta permanentemente y no nos permite caer en la apatía de la comodidad. Este tipo de juego metaliterario es una característica recurrente de la literatura posmoderna en general, y de la de Calvino en particular.
En el capítulo VII, mientras Calvino usa a la segunda persona para enfocarse en el personaje de Ludmilla, dibuja juguetonamente cómo los autores caracterizan a los personajes a través de los objetos en sus vidas. Por ejemplo, de la comida en la cocina de Ludmilla, el narrador recoge: "está claro que al hacer la compra te dejas atraer por los géneros que ves expuestos, en vez de tener en la cabeza lo que falta en casa" (158). Más tarde, al ver los libros de Ludmilla, el autor conjetura: "Se ve que tienes la costumbre de leer varios libros al tiempo, que eliges lecturas distintas para las distintas horas del día, para los diversos rincones de tu reducida morada: hay libros destinados a la mesilla de noche, los que encuentran su lugar junto a la butaca, en la cocina, en el cuarto de baño" (161). En un sentido metaliterario, la forma en que el narrador describe vívidamente y luego analiza los objetos en el apartamento de Ludmilla muestra cómo un autor planta elementos en una novela para crear una caracterización. Dentro del texto, estos detalles también promueven la caracterización de Ludmilla como una mujer misteriosa y voluble.
Todas las historias enmarcadas de Si una noche de invierno un viajero son, de alguna manera, paralelas. Es decir, todas tienen un narrador paranoico, obsesionado o atrapado en circunstancias misteriosas. Sin embargo, dos de las historias están particularmente relacionadas, como sugiere la smilitud de sus títulos: En una red de líneas que se entrelazan y En una red de líneas que se intersecan.
Primero, es útil analizar las palabras que distinguen las historias entre sí. El verbo "entrelazar" da una sensación de enredo, mientras que "intersecar" simplemente significa que dos cosas se tocan; en otras palabras, "intersecar" no significa una conexión tan duradera. Esto podría leerse como un presagio de que las líneas argumentales y los personajes de la primera historia estarán más entrelazados que las líneas argumentales y los personajes de la segunda. Sin embargo, parece ocurrir lo contrario cuando el lector las compara. Si bien ambas historias se centran en una obsesión por la repetición o duplicación —de un teléfono que suena en la primera historia, y de imágenes en la segunda—, el narrador de la segunda historia parece enredarse mucho más en su obsesión. Mientras que la primera historia termina con un resultado bastante positivo, la segunda lo hace con las cosas más enredadas de lo que comenzaron. Esto subraya la creencia de Marana, y uno de los motivos de Si una noche de invierno un viajero, a propósito de la falta de relevancia de los títulos y los autores de las obras.
El VIII es un capítulo de particular importancia. Mientras que el punto de vista narrativo cambió en el capítulo VII de tal manera que la narración en segunda persona se refería a Ludmilla, el capítulo VIII abandona completamente la segunda persona. Este capítulo, entonces, está escrito en primera persona, que es más tradicional para una novela, y desde la perspectiva del autor popular Silas Flannery. Así las cosas, el capítulo se centra principalmente en cuestiones sobre el papel de un autor en la producción de su trabajo. Flannery se pregunta si debería simplemente comunicar lo que está presente pero no escrito en la sociedad o si se supone que los autores deben usar su identidad y experiencias para impactar intencionalmente en el mundo. Su angustia crece a medida que interactúa con otros que perciben sus obras de diferentes maneras, incluida Lotaria, que analiza sus obras sin siquiera leerlas, y los exploradores, que ven su trabajo como algo tan inconsciente y autómata que los extraterrestres podrían utilizarlo como un canal de comunicación.
El conflicto de Flannery se utiliza para demostrar las muchas presiones que se ejercen sobre la escritura y la publicación de libros, en contraste con la forma en que algunos lectores podrían asumir (como Ludmilla ingenuamente lo hace) que los libros simplemente surgen de forma natural.
Por otro lado, en este punto de la novela, la función que cumplen las historias enmarcadas ya se ha revelado con bastante claridad. En principio, vale decir que esta estructura basada en un relato que funciona como marco que sirve, a su vez, como hilo conductor y da pie a otras historias que se van intercalando imita esquemas ancestrales tales como el de Don Quijote, Decamerón o, el texto tan admirado por Calvino, Las mil y una noches. En cierta medida, la elección de esta arquitectura narrativa parece demostrar que el libro que Calvino busca escribir no solo debe contener todos los libros posibles, sino todas las posibilidades imaginables. En este sentido, y como opina el crítico Calvo Montoro, se hace evidente la voluntad del autor de resaltar esa multiplicidad que forma una red compleja de "posibles que deben sufrir una selección, como en un laberinto cuyos caminos son infinitos y no es otra cosa que el espejo del mundo" (Calvo Montoro, 1995).
Esa voluntad de reflejar lo múltiple y lo diverso se puede apreciar en el complejo laberinto de relatos (o extractos de novela) que componen Si una noche de invierno un viajero. Ahora bien, este tipo de laberinto que se localiza en la novela posee una estructura de árbol con numerosos callejones sin salida, es decir, las historias inconclusas. A propósito de este laberinto, podríamos decir que existe una sola salida —el final feliz del Lector y la Lectora—, pero para llegar a esa conclusión necesitamos la existencia de un hilo conductor.
Por último, cabe destacar que el símbolo del laberinto es usado por Calvino para ejemplificar el proceso de conocimiento o, mejor dicho, de autoconocimiento. El Lector aparece como un personaje que se ve envuelto en una trama confusa que se presenta ante él como todo un mundo completamente nuevo, y por eso mismo desconocido, pero por el que se siente profundamente atraído. Esta atracción por la figura del laberinto parte de la intuición de que solo atravesándolo el protagonista podrá encontrarse consigo mismo y con su propio destino.