Desobediencia civil

Desobediencia civil Resumen

Thoreau abre su ensayo con la siguiente máxima: “el mejor gobierno es el que menos gobierna”. Su desconfianza hacia el gobierno proviene de ver que se inclina hacia el abuso y la perversión antes de que el pueblo pueda expresar su voluntad a través de él. Un ejemplo de esto es la guerra entre Estados Unidos y México (1846-1848), que extendió la esclavitud a nuevos territorios estadounidenses, y que fue orquestada por una pequeña élite que manipuló al gobierno a su beneficio y en contra de la voluntad popular. El gobierno se presta a usos opresivos y corruptos porque permite a unos pocos hombres imponer su voluntad moral sobre la mayoría y beneficiarse económicamente de su posición de autoridad. Thoreau considera que el gobierno es un obstáculo para las empresas creativas del pueblo al que pretende representar.

Un individuo tiene la obligación de actuar acorde a los dictados de su conciencia, incluso si estos van en contra de la opinión de la mayoría, de los gobernantes o de las leyes de la sociedad. Según Thoreau, cuando el gobierno apoya leyes injustas o inmorales, la mejor forma de servir a la patria es, paradójicamente, resistir en su contra. La resistencia es la forma más elevada de patriotismo, porque demuestra el deseo, no de socavar el gobierno, sino de construir uno mejor a largo plazo. En esta línea, Thoreau no aboga por un rechazo total del gobierno, sino por oponerse a aquellos rasgos específicos que considera injustos o inmorales.

En la tradición de Estados Unidos, se aprecia y reconoce el derecho del ciudadano a la revolución, del que Thoreau deriva el concepto de desobediencia civil. Un hombre se deshonra a sí mismo al asociarse con un gobierno que trata injustamente a sus ciudadanos, incluso si se trata de algunos pocos, y aunque él no sea la víctima directa de esa injusticia. Thoreau discrepa con William Paley, teólogo y filósofo inglés, quien sostiene que cualquier movimiento de resistencia contra el gobierno debe evaluar qué tan grave es el daño y “la posibilidad y coste de repararlo” (p.23). Puede que no sea conveniente resistir, y que los costes personales sean mayores que la injusticia a remediar; sin embargo, Thoreau sostiene firmemente que la conciencia individual debe prevalecer por sobre el pragmatismo colectivo.

Thoreau aborda la cuestión de conseguir cambios a través de medios democráticos. La posición de la mayoría, por legítima que sea en el marco de una democracia, no equivale a una posición moral correcta. Thoreau cree que quienes obstaculizan la reforma son aquellos que desaprueban las medidas del gobierno pero, en la práctica, le prestan tácitamente su lealtad. Si un hombre de verdaderas convicciones no puede resistir directamente a un gobierno injusto, debería dejar de prestarle el apoyo indirecto que proviene de sus impuestos. Thoreau reconoce que, desde un punto de vista realista, es imposible privar al gobierno solo de aquel dinero que recauda para las políticas específicas a las que uno desea oponerse. Aun así, el pago completo de los impuestos equivale a expresar una lealtad total al Estado. Thoreau pide a sus conciudadanos que retiren su apoyo al gobierno de Massachusetts y que se arriesguen a ser encarcelados por su resistencia. De esta manera, el Estado, obligado a elegir entre mantener a todos los hombres en prisión o abolir la esclavitud, agotaría rápidamente sus recursos y elegiría la última opción. Para Thoreau, de estos actos de conciencia brotan “la auténtica humanidad e inmortalidad del hombre” (p.35).

El dinero es una fuerza que corrompe porque ata a las personas a las instituciones y a los gobiernos responsables de prácticas y políticas injustas, como la esclavitud de los afroamericanos y la guerra con México. Thoreau percibe una relación paradójicamente inversa entre el dinero y la libertad. El hombre pobre es más libre que el rico para resistir, porque es el que menos depende del gobierno para su propio bienestar y protección.

Tras negarse a pagar el impuesto de empadronamiento durante seis años, Thoreau es encarcelado por una noche. Mientras está en prisión, se da cuenta de que la única ventaja del Estado es “su fuerza bruta” (p.39). Por lo demás, carece por completo de autoridad moral o intelectual, y no puede forzarlo físicamente a pensar de una manera determinada.

¿Por qué someteríamos a los demás a nuestra concepción de lo moralmente correcto? Thoreau medita largamente sobre esta cuestión. Considera que sus vecinos tienen, esencialmente, buenas intenciones, y que no merecen ser despreciados por su indiferencia ante las injusticias del Estado. Thoreau sostiene que el vínculo humano que tiene con sus vecinos es lo que lo conecta con millones de otras personas, por lo que no espera que ellos se ajusten a sus creencias personales. En general, afirma, no se esfuerza por cambiar la naturaleza de las personas, aunque busca interpelar su sentido de lo moralmente justo.

A pesar de su posición de desobediencia civil en las cuestiones ligadas a la esclavitud y la guerra contra México, Thoreau afirma que tiene un gran respeto y admiración por los ideales del gobierno estadounidense y de sus instituciones. Llega a sostener, incluso, que su primer instinto siempre ha sido la conformidad. Los hombres del Estado, los legisladores, los políticos –en resumen, cualquier parte de la maquinaria de la burocracia estatal– son incapaces de examinar al gobierno que les concede la autoridad que detentan. Thoreau valora lo que estos hombres pueden contribuir a la sociedad, su pragmatismo y su diplomacia, pero considera que solo alguien ajeno al gobierno puede dar con la verdad sobre su moral y su funcionamiento.

Las fuentes más puras de la verdad son, para Thoreau, la Constitución y la Biblia. No sorprende que Thoreau tenga en baja estima a toda la clase política, a la que considera incapaz de concebir las formas más básicas de legislación. En su último párrafo, Thoreau cierra discutiendo la autoridad y el alcance del gobierno, que deriva de “la aprobación y consentimiento de los gobernados” (p.51). La democracia no es el último paso en la evolución del gobierno, ya que todavía hay lugar para que el Estado reconozca aún más la libertad y los derechos del individuo. Así concluye con una acotación utópica, afirmando que tal Estado es uno que ha imaginado, “pero que todavía no [ha] atisbado por ninguna parte” (Ibid.).