Desobediencia civil

Desobediencia civil Resumen y Análisis Cuarta parte: Los políticos y el pueblo

Resumen

¿Por qué someteríamos a los demás a nuestra concepción de lo moralmente correcto? Thoreau medita largamente sobre esta cuestión. Considera que sus vecinos tienen, esencialmente, buenas intenciones, y que no merecen ser despreciados por su indiferencia ante las injusticias del Estado. Thoreau sostiene que el vínculo humano que tiene con sus vecinos es lo que lo conecta con millones de otras personas y, por eso, cree que un llamamiento a sus conciencias no es del todo en vano: esas millones de personas son capaces de reflexionar consigo mismas y con su Dios sobre cuestiones de importancia moral. Él no espera que sus vecinos se ajusten a sus creencias personales ni se esfuerza por cambiar la naturaleza de los hombres. No obstante, esto no impide que se niegue a tolerar el statu quo.

El propósito de Thoreau no es discutir ni reclamar para sí la máxima autoridad moral. A pesar de su posición de desobediencia civil en las cuestiones ligadas a la esclavitud y la guerra contra México, afirma que tiene un gran respeto y admiración por los ideales del gobierno estadounidense y de sus instituciones. No es un opositor por el simple hecho de serlo, ni es reacio a obedecer la mayoría de las leyes. Llega incluso a sostener que su primer instinto siempre ha sido la conformidad. No siente una inclinación natural a resistirse a un gobierno que, en los hechos, se entromete muy poco en sus pensamientos y asuntos cotidianos.

Thoreau luego afirma que los hombres del Estado, los legisladores, los políticos –en resumen, cualquier parte de la maquinaria de la burocracia estatal– son incapaces de examinar al gobierno que les concede la autoridad que detentan. Pronunciarse desde dentro de una institución gubernamental es lo mismo que tomar una posición sobre un asunto sin saber del tema. El autor valora lo que estos hombres pueden contribuir a la sociedad, su pragmatismo y su diplomacia, pero considera que solo alguien ajeno al gobierno puede dar con la verdad sobre su moral y su funcionamiento. Incluso un abogado, atento al concepto de justicia, ha sido educado para pensar exclusivamente dentro de los límites del marco jurídico y, por lo tanto, a respetar la Constitución que avala la esclavitud. Las consideraciones morales no entran en juego –y a veces son excluidas intencionadamente– cuando un problema se plantea en términos políticos o jurídicos. Thoreau cita el discurso de Daniel Webster, un destacado senador de Massachusetts en aquella época, que descarta la relevancia de las preocupaciones morales en la cuestión de la esclavitud. Webster concluye: “Las asociaciones que puedan formarse en otros sitios, emanadas de sentimientos humanitarios o de cualquier otra causa, no tienen nada que ver con esta cuestión” (49).

Las fuentes más puras de la verdad son, para Thoreau, la Constitución y la Biblia. Pero los políticos nunca han aprovechado las lecciones que pueden extraerse de estos documentos sagrados. Al enfrentarse a “los problemas más acuciantes del presente” (50), se han mostrado incompetentes e incapaces de redactar las leyes más elementales. “No ha habido en Estados Unidos ni un solo hombre con genio para legislar” (50), proclama Thoreau con sequedad. Sin la orientación correctiva del pueblo, hace tiempo que Estados Unidos habría descendido de rango entre las naciones.

En su último párrafo, Thoreau cierra discutiendo la autoridad y el alcance del gobierno, que deriva de “la aprobación y consentimiento de los gobernados” (51). Reafirma la supremacía del individuo en relación con el Estado, e insiste en que la democracia no es el último paso en la evolución del gobierno, ya que todavía hay lugar para que el Estado reconozca aún más la libertad y los derechos del individuo. Así, concluye con una acotación utópica, diciendo que tal Estado es uno que ha imaginado, “pero que todavía no [ha] atisbado por ninguna parte” (51).

Análisis

A primera vista, la referencia de Thoreau al Nuevo Testamento puede parecer sorprendente e inesperada. Hasta este momento, su visión del gobierno ha sido ampliamente secular, e incluso ha abogado por romper con cualquier forma institucionalizada de religión. Sin embargo, tras un examen más detenido, resulta evidente que Thoreau deriva su justificación de la resistencia no solo de la tradición histórica de la revolución estadounidense, sino también de fuentes religiosas. En varias partes del ensayo se hace referencia a pasajes de la Biblia que se acomodan perfectamente a su argumentación sobre la disidencia política y la desobediencia civil. Thoreau cita la primera carta a los corintios 5:6 para subrayar la importancia de que exista un sentido de la moral que alimente la conciencia individual: “que la mayoría sea tan buena como tú no es tan importante como que exista una bondad absoluta en algún sitio, para que de ese modo fermente a toda la masa” (25). Más adelante, glosa el Evangelio según san Mateo, 22: 16-21, aquella parte que reza: “den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (36), para sustentar su argumento sobre el gobierno y los efectos corruptores de la riqueza.

Las alusiones de Thoreau a la Biblia están impregnadas de una fuerte imaginería romántica y naturalista: la fuente de la verdad es un “manantial” que “gotea hacia este lago o aquel estanque” (50) del que los sabios beben. Estas imágenes aluden al trascendentalismo de Thoreau y a su creencia de que Dios se encuentra dentro de la naturaleza. En el párrafo final, Thoreau acude a otra metáfora orgánica: tan pronto como un individuo ha sido cultivado como un “fruto” que ha llegado a estar “maduro” (51), el Estado debería permitirle desprenderse del árbol y vivir libre e independiente.

En el mismo párrafo, Thoreau contrasta esta visión idealista del gobierno con una más histórica, comentando cómo fue cambiando el vínculo entre gobernantes y gobernados en los tiempos modernos. El impulso de ese cambio ha favorecido un mayor individualismo y una mayor autonomía: “El paso de una monarquía absoluta a una limitada, y de esta última a una democracia, es un progreso hacia el verdadero respeto por el individuo” (51). En este sentido, lo que propone Thoreau es avanzar un paso más en la misma dirección histórica, permitiendo que el indidividuo tenga mayor libertad e igualdad: "¿No podemos dar un paso más a fin de reconocer y organizar los derechos del hombre?" (51). El primer paso para llegar a ese estadío en la historia de la humanidad sería, para Thoreau, cuestionar las injusticias del gobierno mediante la desobediencia civil.