"Poco después uno de los ancianos se despertó, y tosió mucho. Escupía en un gran pañuelo a cuadros y cada una de las escupidas era como un desgarramiento" (p.19) (Símil)
Son pocas las figuras retóricas de las que se vale el narrador de El extranjero. Meursault se limita a dar información muy precisa y no se vale adornos o descripciones figuradas. Sin embargo, de tanto en tanto es posible encontrar algunas comparaciones que asocian un elemento del entorno físico con una emoción o sensación del narrador. Por ejemplo, durante el velorio de su madre, Meursault contempla a un anciano que tose y escupe en un pañuelo. Cada escupida –nos dice –le parece un desgarramiento. Pero cabe preguntarse: ¿quién se desgarra en verdad; el anciano que tose, o el narrador, que traspasa a ese gesto una sensación interna que no puede reconocer en sí mismo?
"Empero, me veía obligado a reconocer que, a partir del momento en que había sido dictada, sus efectos se volvían tan reales y tan serios como la presencia del muro contra el que aplastaba mi cuerpo en toda su extensión" (p. 137) (Símil)
Meursault pasa los días en su celda tras haber recibido la sentencia del juez. Esta le parece desmedida: no comprende cómo hombres normales –que se cambian la ropa interior, nos dice –pueden exigir la condena a muerte en nombre de una idea tan abstracta y absurda como “el pueblo francés”. Abatido, compara esa sentencia que lo abate como los muros de la celda que lo apresa.
"Sobre todo cuando el vacío de un corazón, tal como se descubre en este hombre, se transforma en un abismo en el que la sociedad puede sucumbir" (pp. 126-127) (Metáfora)
El narrador no suele utilizar un lenguaje muy adornado ni recurrir a recursos estéticos, pero durante su juicio, la retórica del presidente del tribunal y del abogado acusador es totalmente diferente: estos recurren constantemente a abstracciones y símbolos para expresar la supuesta amoralidad del acusado a partir de los datos empíricos que tienen de su conducta. Así, hablan de su falta de alma y presentan “el vacío de su corazón” como la metáfora de un abismo que puede corromper a toda la sociedad.
"La luz se inyectó en el acero" (p. 72) (Metáfora)
Cuando Meursault se encuentra en el manantial con el árabe, este le muestra su cuchillo a modo de amenaza y el resplandor del sol hace brillar la hoja de acero, que enceguece al narrador y lo perturba. La luz que se inyecta en el acero aparece como una metáfora que ayuda a ilustrar lo que siente Meursault: una luminosidad abrumadora que se concentra frente a sus ojos y le nubla el pensamiento.