El existencialismo
Si bien Albert Camus pretendía diferenciarse de esta corriente filosófica sostenida por su amigo y rival político Jean Paul Sartre (autor de La Náusea y El ser y la nada), toda su obra está atravesada por el existencialismo.
A grandes rasgos, esta corriente de pensamiento postula que la existencia está por encima de la esencia y del pensamiento. Por eso, el punto de partida de todo pensamiento filosófico debe ser el individuo y la realidad que lo rodea, “el hombre y sus circunstancias”, como postulara en España Ortega y Gasset.
Los filósofos existencialistas sostenían que los sistemas morales, las religiones o la ciencia eran todos insuficientes para comprender, explicar y justificar la existencia humana. Por eso, estaban preocupados por temas como la libertad, la rebeldía y la responsabilidad individual más allá de la moral. Estas dimensiones son abordadas por Albert Camus desde un aspecto filosófico en El mito de Sísifo y desde la literatura en El Extranjero, cuyo personaje principal, Meursault, encarna al hombre absurdo.
El absurdo
Albert Camus postula en El mito de Sísifo (1942) el absurdo como la condición del hombre occidental en el siglo XX. Para el filósofo, el absurdo nace del choque entre la realidad del mundo tal cual es y el deseo humano de encontrarle un sentido. El absurdo es esa relación ridícula entre un hombre que busca sentidos y una realidad pura que en verdad no los tiene. Reconocer el absurdo, como lo hace Meursault, implica vivir en un profundo vacío de sentido que rompe la cadena lógica de los gestos cotidianos.
Como narrador protagonista, Meursault encarna y vehiculiza esta idea: se trata de un personaje que contempla el mundo sin buscar en él significados o un sentido trascendental. No busca explicaciones, no cuestiona lo que sucede. Acepta el mundo tal como es, un lugar donde existir puramente, vaciado de respuestas ante la búsqueda de sentido que caracteriza al ser humano. Es por eso que Meursault no puede entender instituciones sociales como el matrimonio, ni encuentra sentido al ascenso social por medio del trabajo.
De esta imposibilidad de encontrar sentido a la realidad se desprenden dos sentimientos: el de sofoco o asfixia y el de indiferencia.
La asfixia o el sofoco
El absurdo muchas veces produce en los personajes una sensación de sofoco. Como tema a lo largo de la obra, el sofoco o la asfixia aparece en un vaivén entre el estado externo de los personajes (debido al clima, por ejemplo) y el estado interno de opresión que experimentan al existir en un mundo carente de sentidos.
Tanto el día del entierro de su madre como el día en el que asesina al árabe, y luego también durante el juicio, Meursault siente el sofoco del verano. El calor y el resplandor del día lo agobian hasta el punto de no dejarlo pensar. Meursault expresa en repetidas ocasiones, de hecho, que no puede pensar debido al resplandor del sol. El mundo se funde así en el brillo enceguecedor y sus formas se confunden. Pero no son solo las formas las que son borradas: el pensamiento mismo queda en blanco, las ideas se licúan en ese clima aplastante.
La sensación aplastante que produce el clima tiene un correlato en el interior de los personajes: es ese aplastamiento el que le impide a Meursault realizar una defensa adecuada cuando le dan la palabra durante su juicio, al final de la novela.
La indiferencia
El protagonista de El extranjero se muestra indiferente frente a las opiniones de las personas que lo rodean. A lo largo del relato, cuando diversos personajes le piden opinión o le hacen propuestas, Meursault responde con indiferencia. Incluso frente a la petición de casamiento que le hace María su respuesta es la misma.
Como estados psicológicos, la indiferencia y la apatía están presentes en el pensamiento filosófico existencialista de guerra y posguerra. Camus comparte esta línea de pensamiento junto a diversos autores (entre ellos, su amigo y contrincante político Jean Paul Sartre), y parte de su idea del hombre absurdo reelabora la idea de la indiferencia.
La indiferencia es una forma de estar en el mundo: frente a una realidad carente de sentido y que no puede brindar explicaciones al ser humano (es decir, que no tiene respuestas para sus grandes interrogantes, como el sentido de la vida, la muerte, la libertad, etc.), la actitud del hombre absurdo es la de alguien que ya no cuestiona, que ya no intenta encontrar explicaciones a lo que sucede a su alrededor.
El hábito o la rutina
La rutina es un tema importante en la obra de Camus y en el pensamiento existencial y absurdo: tal como manifiesta en El Mito de Sísifo (1942), para Camus el hombre absurdo del siglo XX está condenado a repetir su rutina de forma mecánica, automatizada. Al igual Sísifo en la mitología griega, que había sido castigado a subir cada día una roca a lo alto de una colina solo para verla caer luego y recomenzar al día siguiente, así debe levantarse el hombre cada día para cumplir con su horario laboral, regresar a su casa, repetir las acciones recreativas como ir al cine, cenar y acostarse, solo para levantarse al día siguiente y repetir la misma jornada.
Esta falta de sentido se encarna en la repetición de actividades día a día y también se extiende al ocio y a las horas de recreación: el fin de semana no es una liberación; trae un respiro sobre la semana laboral, sí, pero representa en sí misma otra forma de la rutina para el hombre moderno. Saber que la vida es una repetición de jornadas laborales y fines de semana libres hunde también al hombre en la angustia existencial.
El hábito se conforma a partir de la rutina. Meursault piensa, como su madre, que el hombre es capaz de acostumbrarse a todo.
Cuando Meursault está en la cárcel y se habitúa a su nueva rutina, el hábito implica también desprenderse de los deseos que se han transformado en costumbre, como el fumar y el mantener relaciones sexuales: al principio Meursault sufre las prohibiciones hasta la náusea, pero conforme se acostumbra a su nueva situación, deja de sentir la privación como tal y la necesidad desaparece. Esto refuerza la idea de que el hombre puede acostumbrarse a todo.
El tiempo
El protagonista está atravesado por el transcurrir temporal: algunos capítulos están marcados por la consciencia del paso del tiempo y el control de las horas, pero siempre desde la perspectiva del presente. A Meursault solo puede interesarle el ahora: la idea del futuro es una abstracción que no merece interés, mientras que el pasado carece de sentido para analizar la vida en presente.
Cuando a Meursault lo juzgan y el juez comienza por recordar el episodio del entierro de su madre, el protagonista no comprende cómo este hecho puede estar de alguna manera relacionado con el asesinato del árabe. Es que para él el pasado no existe como tal: no es posible utilizar elementos del pasado para juzgar el presente, porque la temporalidad no implica, necesariamente, una conexión causal.
Durante su encarcelamiento, el tiempo tampoco es una variable cuantificable en la vida de Meursault. Él es consciente de que existe un ayer tanto como un hoy y un mañana, pero no intenta siquiera llevar el recuento de los meses que pasa en prisión. No hay para él unidades de tiempo mayores que organicen su vida.
Las instituciones sociales
El hombre absurdo pone en jaque todas las instituciones sociales: para él, estas carecen de valor. Frente a la falta de sentido, toda acción y toda institución creada por el hombre se relativizan y, como no hay un sistema que las explique y valorice, terminan por ser injustificadas. Frente ellas, el hombre absurdo solo puede mostrar indiferencia. Esto es lo que vemos con el matrimonio frente a María, o el sentimiento de camaradería con Raimundo. En el fondo, es el puro existir lo que le compete a Meursault; el resto de las estructuras sociales no son sino contingencias de la vida, elementos que no tienen ninguna explicación o justificación superior.
Así como no comprende y no está interesado por las instituciones sociales, Meursault tampoco parece comprender las expectativas que los demás tienen sobre él y sobre los hechos que lo rodean. Por eso ha realizado con normalidad ciertos actos que para otros resultan escandalosos, como fumar, dormir y tomar café con leche durante el velatorio de su madre.
En verdad, la condena que va a caer sobre él no es por el asesinato del árabe sino por su actitud frente a la muerte de su madre: la sentencia es, en verdad, la condena social que cae sobre quien no respeta las instituciones. La condena implica, en ese sentido, el juicio violento que recae sobre el hombre que no otorga a las convenciones sociales el sentido que tienen para el resto de la sociedad.
En este sentido, la institución estatal del poder judicial ejerce como un organismo de control social y se encarga de dar un castigo ejemplar a los sujetos que se alejan de la norma establecida. Cuando se pide la muerte de Meursault no se lo hace para castigarlo realmente a él por el asesinato del árabe. Se lo hace para demostrar a toda una sociedad que no hay lugar en ella para quienes no se manejan con sus propias reglas. El mecanismo de control, en este caso, se lleva la vida de Meursault para dar una lección al resto. Esta no es únicamente una lección sore cómo hay que vivir sino, principalmente, sobre cómo hay que mostrarse frente a la vida colectiva, porque el problema de Meursault es, en definitiva, no haberse mostrado piadoso con su madre, no haber contemplado los pequeños ritos sociales de la buena conducta y la buena moral.
La moral y la religión
Estrechamente relacionado con el tema de las instituciones sociales, el juicio en la segunda parte del libro explora el tema de la moral y la religión.
En la primera entrevista que Meursault sostiene con el juez, la religión se transforma en un elemento central. El protagonista se declara ateo frente al fervoroso cristiano que es el juez, aun cuando esto trae aparejado como consecuencia la pérdida de su favor.
La religión es un elemento importante para comprender la filosofía del hombre absurdo: en un mundo privado de todo sentido, tampoco es posible concebir la idea de trascendencia. Los sistemas religiosos que dan sentido a la vida mediante el postulado de una vida eterna después de la muerte resultan, en el mejor de los casos, ridículos. El hombre está librado a su suerte, sin esperanzas puestas en la existencia de un fin último, y ese es otro factor de la crisis moral que relativiza todas sus acciones, tal como sucede con Meursault.
Una vez iniciado el proceso, el interrogatorio de los testigos inaugura el juicio moral sobre Meursault. El presidente del tribunal hace mucho énfasis en la conducta de Meursault el día del entierro de su madre. Como no ha llorado ni manifestado pena, como ha fumado y tomado café con leche durante el velatorio, lo acusan de haber asesinado moralmente a su madre. Como hemos dicho antes, es esta supuesta amoralidad manifiesta en la falta de respeto a las normas sociales implícitas lo que se quiere castigar con la sentencia de muerte.
La vida y la muerte
La primera frase del libro nos pone ya en relación con la muerte. Meursault no tiene una opinión sobre la muerte de su madre; la ve simplemente como un hecho natural y totalmente esperable. Si bien manifiesta que la quería, no parece mostrar tristeza en ningún momento frente a su pérdida.
La segunda vez que el lector se enfrenta a la muerte es cuando el protagonista asesina al árabe. Meursault lo encuentra descansando en el manantial y le dispara con el revólver que le dio Raimundo. En ese momento, se da cuenta de lo que ha hecho y siente que algo en el mundo se ha roto. Entonces, dispara cuatro veces más. Existen dos posibles interpretaciones para esta serie de disparos. Por un lado, podríamos pensar que Meursault, al darse cuenta de que acaba de arruinar su vida, descarga el revólver como si se tratara de una queja, de un sostenido grito existencial. Por otro lado, es también conjeturable que es con indiferencia frente a la muerte y frente al hecho de quitar una vida que él sigue disparando, como una última comprobación de que, en todo caso, no se trata más que de un cuerpo inerte que no merece ninguna consideración moral que lo proteja de ese acto de profanación de la carne.
En la segunda parte del libro, la sentencia judicial nos pone nuevamente frente a la concepción de la muerte. Meursault recibe la pena capital y pasa los días esperando que lo llevan a la guillotina. Durante las noches en vela, piensa en la muerte con naturalidad y, sin embargo, se aferra a la vida.
Como se lo hace saber al capellán en el último diálogo que sostiene con él al final del libro, la muerte es la única certeza para el hombre, y no importa vivir 30 o 70 años: el horizonte siempre es el mismo, y es irrevocable. Frente a esta certeza, el hombre solo puede elegir la vida, aunque esta carezca de sentido: la vida es pura existencia y esto es suficiente para justificarla.