Resumen:
Es nuevamente verano y comienza la audiencia para resolver el caso de Meursault. El narrador mira los rostros del jurado y lo único que atina a pensar es que son un grupo de pasajeros en un tranvía que miran con curiosidad al recién llegado. Su idea le parece ridícula, pero juzga que el crimen también lo es. Meursault resalta la luz que se cuela a través de las ventanas encortinadas y el sofoco que reina en la sala. Se siente aturdido y piensa que él está de más, que es un intruso en esa escena; lo sorprende ser el centro de atención de tanta gente.
El presidente da comienzo al interrogatorio. Las preguntas son minuciosas, y Meursault responde a todas afirmativamente, tal como su abogado le dijo que hiciera. El presidente se detiene particularmente a preguntarle por su madre y las razones que lo motivaron a colocarla en un asilo. A esto, el narrador responde que no tenía dinero para encargarse de ella y que, por otra parte, ni su madre ni él esperaban nada el uno del otro y que los dos se habían acostumbrado a sus nuevas vidas.
A continuación, el Procurador le pregunta si el día del asesinato había regresado intencionalmente al manantial para matar al árabe, a lo que Meursault le responde que no. Entonces, el Procurador le pregunta por qué estaba armado, y el narrador sólo logra responder que por el azar. Luego, el presidente anuncia que la sesión continuará a la tarde.
Luego de la pausa da comienzo el interrogatorio de los testigos. En primer lugar, se les da la palabra al director del asilo y al portero. El primero indica que Meursault no quiso ver el cuerpo de su madre, que no lloró en ningún momento del entierro y que tampoco se demoró en la tumba antes de volver a Argel. A esto, el portero agrega que el acusado fumó, durmió y tomó café con leche durante el velorio. La sala se agita ante estas declaraciones y Meursault nos dice que, en ese momento, comprende que es culpable. El Procurador le pide al portero que vuelva a contar la historia, y le pregunta si él fumó también. El portero se avergüenza al decir que sí, pero alega que no supo cómo rehusarse ante el ofrecimiento de Meursault.
El testimonio de Celeste, el dueño del local donde Meursault suele almorzar, es breve. Cuenta que el acusado era su amigo y que lo acompañaba a las carreras algunos domingos. La situación le parece una desgracia. Luego le toca el turno a María. Le preguntan cuándo comenzó su relación (fue el día después de la muerte de la madre del acusado) y qué es lo que hicieron esa vez. María dice que fueron a bañarse y al cine. Este esparcimiento inmediatamente posterior al entierro parece escandalizar al Procurador. María quiere agregar algo más, pero no le dan el espacio y se retira, sollozando.
Llegados a este punto, el abogado defensor exclama, indignado, que el juicio es por un asesinato, no por el entierro de la madre, a lo que el Procurador responde que solo un ingenuo no vería la relación profunda y esencial entre ambas cosas. Agrega que sí, que lo acusa de haber enterrado a la madre con un corazón criminal. En ese momento, Meursault comprende que las cosas no van bien para él.
La audiencia termina y Meursault es trasladado de nuevo a la cárcel. Al salir, siente los ruidos familiares de la noche y reconoce que ese es el momento del día en que solía sentirse feliz. Pero su vida ha cambiado y ese trayecto, ahora, lo conduce hacia su prisión definitiva.
Análisis:
Durante la audiencia, todos los hechos narrados por Meursault desde el comienzo del libro se revisitan a la luz del asesinato y cobran otro significado. Los gestos que antes podían haberse interpretado como indiferencia parecen ser ahora indicadores de una mente criminal que detesta a la humanidad.
El interrogatorio de los testigos inaugura el juicio moral sobre Meursault. El director del asilo donde estaba alojada su madre y el portero son llamados. Ambos resaltan hechos que parecen extraños y fuera de lugar en un funeral: Meursault no ha llorado, no ha querido ver el cuerpo de su madre ni se ha detenido frente a su tumba. Pero lo que realmente parece indignar al Procurador y al jurado es el relato del portero. En pocas palabras, este dice que estuvo junto a Meursault durante el velorio y que el acusado fumó, tomó café con leche y durmió. Las tres conductas parecen ser inaceptables para todos los participantes de la audiencia. Especialmente, el hecho de fumar frente al cadáver de su madre transforma a Meursault en un ser despreciable, moralmente corrompido: "…el Procurador atronó sobre nuestras cabezas y dijo: «Sí. Los señores jurados apreciarán. Y llegarán a la conclusión de que un extraño podía proponer tomar café, pero que un hijo debía rechazarlo delante del cuerpo de la que le había dado la vida.»" (p. 113).
El juicio moral sigue y recrudece cuando interrogan a María. Ella cuenta cómo se conocieron, y el hecho de que Meursault haya ido a bañarse y al cine con una chica parece inaceptable: "El Procurador se levantó entonces muy gravemente y con voz que me pareció verdaderamente conmovida, el dedo tendido hacia mí, articuló lentamente: «Señores jurados: al día siguiente de la muerte de su madre este hombre tomaba baños, comenzaba una unión irregular e iba a reír con una película cómica. No tengo nada más que decir.»" (p. 117).
En verdad, la condena que va a caer sobre él no es por el asesinato del árabe sino por su actitud frente a la muerte de su madre: la sentencia es la condena social que cae sobre quien no respeta las instituciones e implica, en ese sentido, el juicio violento sobre el hombre que no le otorga a las convenciones sociales el sentido que estas tienen para el resto de la sociedad.
El testimonio de Raimundo también es contraproducente para Meursault. El tribunal no cree que sea casualidad que el acusado haya escrito la carta que desató el problema, ni que sea camarada de Raimundo, ni que haya sido testigo de la golpiza que este le propinó a su ex-amante, hermana del árabe asesinado. Aún más, cuando preguntan a Raimundo por su profesión y él afirma ser guardalmacén, el tribunal acusa a Meursault de estar en tratos con un proxeneta.