Un dólar y ochenta y siete centavos. Eso era todo. Y setenta centavos estaban en céntimos. Céntimos ahorrados, uno por uno, discutiendo con el almacenero y el verdulero y el carnicero hasta que las mejillas de uno se ponían rojas de vergüenza ante la silenciosa acusación de avaricia que implicaba un regateo tan obstinado. Delia los contó tres veces. Un dólar y ochenta y siete centavos. Y al día siguiente era Navidad.
Con estas palabras comienza “El regalo de los Reyes Magos”, introduciendo enseguida el conflicto de la historia: Delia solo ha podido juntar un dólar y ochenta y siete centavos, tras meses de esfuerzo, para hacer un regalo navideño. Ha estado ahorrando en los gastos cotidianos y básicos para vivir, como la compra de alimentos. El narrador enfatiza lo difícil que ha sido para ella juntar esa escasa cantidad de dinero al remarcar que ese dólar con ochenta y siete centavos está compuesto, en gran medida, por céntimos que le han costado la vergüenza de exponerse ante otras personas, como el almacenero, el verdulero y el carnicero. Lo irónico de esta situación es que Delia teme ser vista como una persona avara por reclamar unos pocos centavos, cuando lo que indica ese reclamo es su situación de pobreza. Lejos de ser avara, Delia ha juntado ese dinero con generosidad y desinterés para darle una muestra de cariño a su esposo, Jim.
Pero ahora que sus entradas habían bajado a veinte dólares, las letras de “Dillingham” se veían borrosas, como si estuvieran pensando seriamente en reducirse a una modesta y humilde “D”. Pero cuando el señor James Dillingham Young llegaba a su casa y subía a su departamento, le decían “Jim” y era cariñosamente abrazado por la señora Delia Dillingham Young, a quien hemos presentado al lector como Delia. Todo lo cual está muy bien.
En esta cita, el narrador contrasta el afecto en la relación de Delia y Jim con las crudas circunstancias que los rodean. Con unos ingresos de veinte dólares a la semana, Jim apenas puede costear el departamento gris de ocho dólares a la semana en el que vive con su esposa. El hecho de que las letras del timbre estén desgastadas es un indicador de sus limitadas condiciones materiales, y podría llevarnos a inferir que la pareja vive padeciendo el estrés y la desesperación de su precaria situación.
Sin embargo, el narrador revela que las dificultades económicas no debilitan la calidez de su vínculo: Delia abraza con cariño a su esposo cada vez que este regresa a su hogar y lo llama “Jim”, y no por su nombre completo de nacimiento. De esta manera, el narrador sugiere que, para alcanzar una vida plena, factores intangibles y que pertenecen al mundo interior, como el cariño de una esposa por su esposo, prevalecen sobre factores tangibles y que pertenecen al mundo exterior, como la riqueza material y el estatus socioeconómico.
Si la Reina de Saba hubiera vivido en el departamento frente al suyo, algún día Delia habría dejado colgar su cabellera fuera de la ventana nada más que para demostrar su desprecio por las joyas y los regalos de Su Majestad. Si el rey Salomón hubiera sido el portero, con todos sus tesoros apilados en el sótano, Jim hubiera sacado su reloj cada vez que hubiera pasado delante de él nada más que para verlo mesándose su barba de envidia.
Para demostrar el valor de la larga cabellera de Delia y del reloj de oro de Jim, el narrador compara estos objetos con las pertenencias de la reina de Saba y del rey Salomón, dos figuras bíblicas conocidas por sus enormes riquezas. Al proponer que estos personajes envidiarían el pelo de Delia y el reloj de Jim, se revela el inmenso valor que tienen estas posesiones para la joven pareja. Por supuesto que el valor material de estos objetos no se compara con los extravagantes lujos de la reina de Saba y el rey Salomón. Es el valor simbólico del pelo y del reloj lo que hace que Delia y Jim sientan un “inmenso orgullo” de sus pertenencias más codiciadas. De esta manera, la comparación hace que el valor de un objeto se mida en términos de su importancia subjetiva y sentimental más que la monetaria.
―¿Quiere comprar mi pelo?― preguntó Delia.
―Compro pelo ―dijo Madame―. Sáquese el sombrero y déjeme mirar el suyo.
La áurea cascada cayó libremente.
―Veinte dólares ―dijo Madame, sopesando la masa con manos expertas.
―Démelos inmediatamente― dijo Delia.
En esta cita aparece el único personaje secundario del relato: Madame Sofronie, la peluquera a quien Delia le vende su cabello. La breve conversación entre ambas, centrada en una simple transacción comercial, acentúa el contraste entre el valor material y el valor sentimental de las cosas. Para Madame Sofronie, el cabello no es más que una "masa" que tasa en "veinte dólares" con el fin de obtener una ganancia. En cambio, el narrador destaca su significado simbólico como emblema de belleza y feminidad al describirlo como una "áurea cascada" que cae libremente sobre los hombros de Delia. La urgencia con la que Delia acepta la venta subraya su determinación y la intensidad de su amor, que la lleva a hacer este gran sacrificio para poder regalarle un obsequio de Navidad a Jim.
Al fin lo encontró. Estaba hecho para Jim, para nadie más. En ningún negocio había otro regalo como ése. Y ella los había inspeccionado todos. Era una cadena de reloj, de platino, de diseño sencillo y puro, que proclamaba su valor solo por el material mismo y no por alguna ornamentación inútil y de mal gusto… tal como ocurre siempre con las cosas de verdadero valor. Era digna del reloj. Apenas la vio se dio cuenta de que era exactamente lo que buscaba para Jim. Era como Jim: valioso y sin aspavientos.
La descripción del hallazgo de la cadena transmite un mensaje sobre el valor de las cosas. El narrador remarca que Delia encontró el regalo perfecto para Jim después de buscar en todas las tiendas; de esta manera, la búsqueda en sí misma le otorga un valor al objeto, que se reviste del esfuerzo puesto en encontrarlo. Además, la cadena se destaca por ser de buena calidad sin necesidad de poseer ornamentos, lo que indica que la apariencia externa de un objeto poco tiene que ver con su “verdadero” valor. Por eso, la cadena es digna del reloj, cuyo valor reside en ser un objeto heredado que simboliza la importancia de la familia. Luego, la narración se desplaza de la valoración del objeto a la de la persona: la cadena es como Jim, porque no necesita demostrar su valor de forma afectada o excesiva. Es en este sentido en que la cadena está “hecha para Jim”: no por su valor material, sino porque representa su forma de ser.
Sacó sus tenacillas para el pelo, encendió el gas y empezó a reparar los estragos hechos por la generosidad sumada al amor. Lo cual es una tarea tremenda, amigos míos, una tarea gigantesca.
En esta interpelación a sus lectores, el narrador admite que “la generosidad sumada al amor” de Delia le ha provocado “estragos”, puesto que ella no solo ha sacrificado su pertenencia más apreciada, su pelo, sino que también le preocupa que su nuevo corte le disguste a Jim. Irónicamente, Delia hace un sacrificio irreversible que podría generar un impacto negativo en la misma persona por la que ha hecho el sacrificio: su marido. La preocupación de Delia hace que el narrador describa su intento por reparar lo dañado como una “tarea gigantesca”. Esto significa que el amor conlleva desafíos y momentos de angustia, además de cariño y plenitud.
Al referirse a sus lectores como “amigos míos”, por último, el narrador nos invita de manera coloquial a prestar especial atención a sus cavilaciones para que aprendamos de ellas.
Entonces escuchó sus pasos en el primer rellano de la escalera y, por un momento, se puso pálida. Tenía la costumbre de decir pequeñas plegarias por las pequeñas cosas cotidianas y ahora murmuró: “Dios mío, que Jim piense que sigo siendo bonita”.
Al regresar de cortarse el pelo para comprar con el dinero de su venta una cadena para Jim, Delia se muestra preocupada por la pérdida de su hermosa cabellera, un símbolo de su belleza y feminidad. Pero lo que más le importa no es su apariencia de joven estudiante o de corista. Lo que le preocupa es que Jim la siga viendo atractiva, como lo demuestra su plegaria. Esta preocupación revela la adhesión de Delia a las normativas tradicionales de género, por las que una mujer obtiene su autoestima mediante la aprobación de su aspecto por parte de un hombre. Sin embargo, el narrador observa que Delia tiene la costumbre de rezar “por las pequeñas cosas cotidianas”, lo que también remarca la simplicidad inocente de sus deseos. Ella solo necesita del amor de Jim, y no de grandes posesiones, para ser feliz.
Durante diez segundos miremos con discreción en otra dirección, hacia algún objeto sin importancia. Ocho dólares a la semana o un millón en un año, ¿cuál es la diferencia? Un matemático o algún hombre sabio podrían darnos una respuesta equivocada.
Después de que Delia le explique a Jim por qué ha vendido su pelo, el narrador detiene la acción de la historia para reflexionar sobre el valor del dinero. En este sentido, es interesante que nos invite a meditar observando hacia “algún objeto sin importancia”, como enfatizando el poco valor simbólico que tienen las cosas materiales. De esta manera, el narrador nos invita a considerar cuál es la diferencia entre una persona que gana un millón de dólares al año –la elite económica, como lo era en otros tiempos el rey Salomón– y una persona que gana ocho dólares a la semana, es decir, una persona de escasos recursos como Jim. El narrador postula, entonces, que los matemáticos, que se dedican a darle un significado a los números, no podrían comprender que la riqueza monetaria no es un indicador de la verdadera riqueza, aquella que proviene del amor y el afecto, y que le otorga al individuo una vida plena y genuinamente “rica”.
―Delia ―le dijo― olvidémonos de nuestros regalos de Navidad por ahora. Son demasiado hermosos para usarlos en este momento. Vendí mi reloj para comprarte las peinetas. Y ahora pon la carne al fuego.
Después de recibir la cadena que Delia compró especialmente para él, Jim se deja caer en el sofá en un gesto de lamento, pero enseguida sonríe y revela que no podrá usar la cadena, porque vendió su preciado reloj para comprar las peinetas que Deila tampoco podrá utilizar ahora que ha vendido su pelo para comprar el regalo de Jim. Con esta revelación, se completa el giro sorpresivo del relato: ninguno de los dos podrá usar su regalo debido a los sacrificios realizados.
En este sentido, Jim afirma que los regalos son “demasiado hermosos para usarlos en este momento”, porque ahora que han perdido sus pertenencias más valiosas, estos objetos son lo único que les ha quedado con valor material en su triste departamento. El hecho de que Jim, inmediatamente, le diga a Delia que ponga la carne al fuego indica un regreso a la normalidad de sus vidas, pero de forma despreocupada, como si a Jim no le importara demasiado lo que acaba de ocurrir. De esta manera, el desenlace de la historia revela que lo más importante no es tener cosas hermosas, sino compartir afectuosamente el día a día.
Pero, para terminar, digamos a los sabios de hoy en día que, de todos los que hacen regalos, ellos fueron los más sabios. De todos los que dan y reciben regalos, los más sabios son los seres como Jim y Delia. Ellos son los verdaderos Reyes Magos.
En el final de la historia, el narrador sostiene que Delia y Jim son los “más sabios” de todos los que hacen y reciben regalos, e incluso los compara con los Reyes Magos, las tres figuras bíblicas “que inventaron los regalos de Navidad”. Los sacrificios de Delia y Jim, la venta del pelo y del reloj, llevan a que la pareja, irónicamente, se ofrezca presentes que no podrán utilizar: unas peinetas que no sirven en un pelo corto y una cadena para reloj que no sirve sin reloj.
No obstante, aunque los regalos carecen ahora de utilidad, representan el desinterés, la generosidad y la devoción recíproca de este joven matrimonio, por lo que encarnan el verdadero espíritu de la Navidad. Según el narrador, Delia y Jim se han hecho el regalo más valioso de todos: un amor generoso e incondicional que no se puede vender ni comprar.