La nariz

La nariz Citas y Análisis

Iván Yákovlevich, como todo buen artesano ruso, era un borracho empedernido. Y, aunque todos los días afeitaba barbas ajenas, él iba siempre sin rapar. El frac de Iván Yákovlevich (Iván Yákovlevich no usaba jamás levita) era de lunares o, mejor dicho, negro, pero estaba sembrado de lamparones castaño-amarillos y grises; le brillaba el sebo del cuello; y, en lugar de los tres botones, no se veían más que unas hilachas colgando.

Narrador, 59

Cuando el narrador interrumpe el relato de la insólita aparición de la nariz de Kovaliov en el pan de Iván Yákovlevich, realiza una caracterización del barbero en la que destaca la descripción de su apariencia. Su aspecto desaliñado y el descuido en la ingesta de alcohol y en la higiene –Kovaliov también remarca que las manos de Iván siempre apestan– se vincula en la historia con el lugar que ocupa el barbero en el entramado social. Él no tiene que preocuparse por cómo lo perciben los demás para realizar su trabajo, por medio del cual no podría aspirar a ningún tipo de ascenso en rango o estatus social. En este sentido, la apariencia grotesca de Iván Yákovlevich es un indicador de su pertenencia a los estratos más bajos de la pirámide social.

El mayor Kovaliov se daba a diario un paseo por la avenida Nevski. Llevaba siempre el cuello de la pechera muy limpio y almidonado. Sus patillas eran como las que todavía usan los agrimensores provinciales y comarcales, los arquitectos y los médicos de regimiento, así como los funcionarios de policía y, en general, todos los varones de mejillas rubicundas y sonrosadas y juegan admirablemente al Boston. […] El mayor Kovaliov llevaba numerosos sellos a guisa de dijes: unos, de cornalina; otros, con escudos, y otros, con las inscripciones de: miércoles, jueves, lunes, etcétera.

Narrador, 62

La descripción de Kovaliov contrasta fuertemente con la de Iván Yákovlevich, realizada unas páginas atrás. Es evidente que le importa mucho lo que piensan de él los demás y que, por esto, se esmera en tener una apariencia limpia y bien arreglada. Esto se percibe en su intención de parecer una persona de mayor importancia, por lo cual lleva el peinado al estilo que portan los caballeros más respetados. Kovaliov no tiene escrúpulos para fingir ser alguien que no es. Por eso lleva en su ropa insignias compradas que dan a entender que pertenece a alguna orden, si bien el narrador señala que las inscripciones de sus dijes dicen trivialidades. Es por esta razón que Kovaliov utiliza el título de “mayor” y busca obstinadamente conseguir un cargo “en consonancia con su rango” (62). De alguna manera, él cree que ya posee la estima y el respeto que le otorgarían los cargos a los que aspira.

Un fenómeno inexplicable acababa de ofrecerse a su vista: ante el portal se había detenido una carroza; se abrió la portezuela y, encogiéndose un poco, saltó un caballero de uniforme, que echó a correr escaleras arriba. ¡Imaginaos el horror y la estupefacción de Kovaliov al comprobar que aquel señor era su nariz! [….] El pobre Kovaliov estuvo a punto de volverse loco. Era tan raro el suceso, que no sabía cómo entenderlo. ¡En qué cabeza cabe que llevase uniforme una nariz, que ayer estaba en su cara, y no podía viajar ni nada!

Narrador, 63

Es interesante la forma en la que Gógol envuelve la historia en un entorno que es absurdo y surrealista al mismo tiempo. Por un lado, los personajes son conscientes de lo extraño de que una nariz desaparezca de un rostro para luego aparecer vestido de caballero de la alta sociedad. No es el único en reconocer que se trata de un fenómeno sobrenatural e inexplicable: el barbero también se pregunta cómo ha podido suceder que una nariz aparezca en su pan, y el guarda que le devuelve la nariz a Kovaliov dice haberse dado cuenta de que el caballero era, en realidad, una nariz. Pero, por otro lado, en ningún momento el relato explica cómo una nariz podría adoptar una forma lo suficientemente humana para pretender ser una persona. En un sentido, el contexto habilita la posibilidad de que ocurran acontecimientos extraordinarios, como si fuera parte de una normalidad atípica. En eso consiste el verosímil absurdo de “La nariz”. Como afirma el narrador para cerrar el relato: “Dígase lo que se diga, casos como este ocurren en el mundo. Rara vez, pero ocurren” (89).

–Evidentemente, yo… aunque, dicho sea de paso, soy mayor. Convendrá usted conmigo en que esto de andar desnarigado no es muy decente. Sería admisible que le faltase nariz a cualquiera de ésas que venden naranjas peladas en el puente Voskresenski; pero yo, que aspiro a obtener… y, además, estoy relacionado con damas como Chejtariova, esposa de un consejero de Estado, y otras muchas… Juzgue usted por sí mismo…

Kovaliov, 65

Kovaliov no sabe cómo dirigirse a su nariz porque reconoce que aquella detenta, por su apariencia, un cargo más importante que él. Lo absurdo de esta situación es que Kovaliov se deja amedrentar por el aspecto de su nariz cuando sabe, precisamente, que no se trata de un caballero, sino de su propia nariz. A pesar de que la trata con sumo respeto, intenta mostrarle sus credenciales, aclarando su título y sus relaciones sociales. Asimismo, utiliza como argumento la cuestión de su estatus social, al sostener que la condición de estar “desnarigado” correspondería a vendedoras de frutas y no a una persona de su posición y jerarquía.

–Está usted equivocado, señor mío. Yo soy yo. Y entre nosotros no puede haber ninguna relación estrecha. A juzgar por los botones de su uniforme, usted debe servir en otro departamento.

La nariz, 65

La respuesta de la nariz a la demanda de Kovaliov, que le señala que precisamente él no es otro que su propia nariz, plantea algunos interrogantes. Podríamos decir que la nariz es lo suficientemente astuta como para fingir que es un caballero por su apariencia física, por su discurso y por sus modales. Sin perder la compostura, se dirige cortésmente a Kovaliov para rechazar su afirmación, y luego observa la diferencia de sus rangos que percibe por el contraste en sus vestimentas. Pero al decir “yo soy yo” también está planteando un problema sobre la identidad. ¿Qué quiere decir que la nariz es ella misma? ¿Que es un caballero y no una nariz? ¿O que, como caballero, la nariz ha cobrado autonomía, quitándole a Kovaliov una parte de sí mismo que él relaciona directamente con su estatus social?

–[…] la semana pasada sucedió lo siguiente: se presentó un funcionario como usted ahora, trajo un anuncio, pagó su factura de dos rublos setenta y tres kopeks, y el anuncio consistía en que se había fugado un perro de lanas color negro. Nada extraordinario, ¿verdad? Pues vino a resultar un caso verdaderamente folletinesco: el perro de marras era el cajero de no sé qué corporación.

Empleado de la Oficina de Publicidad, 72

El empleado de la Oficina de Publicidad rechaza publicar el anuncio de Kovaliov sobre la fuga de su nariz porque teme que un artículo sobre un asunto tan insólito eche “por tierra la reputación del periódico” (71). Kovaliov se defiende diciendo que no hay nada disparatado en el asunto, pero el empleado le responde que ya ha ocurrido una vez algo parecido con un perro que resultó ser el cajero de una corporación. Este comentario al pasar intensifica el ambiente absurdo de la historia, en el cual un acontecimiento como el de una nariz convertida en caballero o un perro devenido cajero es un “caso folletinesco”, pero, al fin y al cabo, real. El empleado lo califica como disparatado al mismo tiempo que afirma su veracidad.

–¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por qué tanta desdicha? Si fuera manco o me faltara una pierna, sería cosa de poca monta; estaría mal sin orejas, aunque tendría arreglo; pero solo el diablo sabe lo que parece un hombre sin nariz; ni es pájaro, ni ciudadano. ¡Como para tirarse por la ventana! Y, si todavía la hubiera perdido en la guerra, o en un duelo, o por culpa mía… Pero ¡perderla sin más ni más, a lo bobo, sin pena ni gloria!...

Kovaliov, 76

En este fragmento, Kovaliov compara la pérdida de su nariz con otras partes del cuerpo, entendiendo que, al no tener nariz, ha perdido hasta su condición de ciudadano. Otras partes del cuerpo no cumplen esa función de señalar el lugar que ocupa en la sociedad y, de haberla perdido de otro modo, podría por lo menos darse aires de haber realizado un acto social, como ir a la guerra o pelear en un duelo. Un hombre sin nariz es, para Kovaliov, inclasificable. El hecho de que se lamente de esta manera por la pérdida de aquella parte de su rostro refleja la importancia que tiene su nariz para definir su identidad social y política.

–[…] La capturamos casi de camino. Se disponía a montar en la diligencia para fugarse a Riga. Llevaba un pasaporte extendido tiempo atrás a nombre de cierto funcionario. Y lo más extraño es que yo mismo la tomé al principio por un caballero. Pero, por fortuna, tenía conmigo las gafas y me percaté en seguida de que era una nariz.

Guardia, 78

Estas palabras del guardia demuestran que Kovaliov no es el único que reconoce que una nariz puede ser un caballero si se esconde bien. A pesar de que Kovaliov no llegó a publicar el anuncio, el guardia tiene conocimiento sobre la nariz por haber interceptado al barbero cuando la arrojó al río desde el puente. El hecho de que la nariz haya sido capturada en el momento en que se daba la fuga confirma la sospecha de que estaba fingiendo ser alguien que no es. Lo que nunca explica el guardia es cómo una nariz que fue arrojada al río terminó pasando por caballero.

–No; imposible. Más le valdrá dejarlo así, porque pudiera quedar peor. Ni que decir tiene que podría pegarse; yo se la pondría ahora mismo, pero le aseguro que saldrá usted perdiendo.

Médico, 81

Los motivos por el cual el médico decide no pegarle la nariz a Kovaliov son tan absurdos como la situación misma. Lo curioso es que dice que podría pegarle la nariz, cosa que Kovaliov intentó hace por su cuenta en vano, pero que lo mejor sería no hacerlo, porque podría quedar peor. Por eso le dice que sería mejor que se acostumbrara a andar por la vida desnarigado, sin dar más explicaciones. A Kovaliov no le queda otra que resignarse. Finalmente, la nariz reaparecerá en su rostro tan absurdamente como se fue.

Mientras tanto la noticia del insólito acontecimiento se propagó por toda la capital, sin que faltasen las consiguientes exageraciones. Por aquella época, los cerebros se habían habituado a lo extraordinario: desde hacía poco, los efectos del hipnotismo eran la comidilla de la ciudad. […] A alguien se le ocurrió decir que la nariz estaba en la tienda de Junker; junto a dicho establecimiento se aglomeró tal gentío y con tantos apretujones, que hasta hubo de intervenir la policía. Un especulador de respetable apariencia y patillas, que vendía bizcochos secos a la entrada del teatro, hizo unos magníficos y resistentes bancos de madera que alquilaba por ochenta kopeks a cada curioso que quería subirse.

Narrador, 84

El fenómeno insólito de la nariz que se pasea como caballero por San Petersburgo se convierte en un caso “extraordinario” que circula como chisme o rumor entre personas que pertenecen a diferentes estratos de la sociedad, convertidas en potenciales presas de los especuladores, que aprovechan el alboroto para obtener algún crédito. Lo interesante es que el narrador relaciona la curiosidad de la gente con un interés extendido en la sociedad rusa por los fenómenos sobrenaturales. De modo tal que los acontecimientos de la trama transcurren en un escenario absurdo, pero también realista, en cuanto revela las prácticas habituales de la sociedad en la capital del Imperio ruso del siglo XIX.