Resumen
La segunda parte de “La nariz” comienza con el asesor colegiado Kovaliov despertándose aquella misma mañana. Al agarrar un espejo para mirarse un grano que le ha salido en la nariz descubre, para su sorpresa, que donde debería estar la nariz tiene la piel completamente lisa. Desesperado, se viste y sale corriendo hacia la oficina del jefe de policía.
El narrador detiene de nuevo la historia para describir a Kovaliov. Dice que, en Rusia, hay dos tipos diferentes de asesores colegiados. El primer tipo, el más prestigioso, es el de los asesores colegiados que adquieren su título mediante diploma académico. El segundo tipo, de menor prestigio, es el de aquellos que adquieren su rango por haber prestado servicio en el Cáucaso. Kovaliov es de esta última clase de asesores colegiados. Él es muy consciente de esta circunstancia, y de que solo es asesor colegiado desde hace dos años. Por eso, para darse más prestigio, se ha dado a sí mismo el título de “mayor”, que utiliza para presentarse ante las mujeres bonitas.
El mayor Kovaliov tiene la costumbre de pasear por la avenida Nevski bien vestido, con unas patillas prolijas y portando varias insignias. De hecho, se ha trasladado a San Petersburgo con el propósito de obtener un puesto más alto en el gobierno, acorde a su rango. No está en contra de casarse si lo hace con una mujer joven y rica. Dadas estas circunstancias, la pérdida de su nariz es motivo de gran preocupación.
Esa mañana no hay ningún coche en la calle, así que al mayor Kovaliov no le queda otra que ir a pie con un pañuelo cubriendo su rostro. De camino a la comisaría, entra en una confitería para mirarse en el espejo, con la esperanza de que la ausencia de nariz haya sido solo una ilusión. Desgraciadamente, sigue igual. Al salir de la confitería, se detiene, absorto, frente a una casa al ver que un caballero de uniforme bordado en oro sale de un coche y entra por su portal. Kovaliov queda atónito al reconocer que aquel caballero es su propia nariz, que parece fingir ser consejero de Estado mientras realiza visitas sociales. Dos minutos más tarde, el caballero sale de aquel lugar y vuelve a entrar en el coche.
Kovaliov persigue a su nariz hasta la catedral de Nuestra Señora de Kazán, donde lo encuentra rezando. Se dirige a él con mucha cautela y respeto, llamándolo “Muy señor mío” (64), mientras intenta describirle el problema. La nariz no le entiende y lo obliga a explicarse mejor, pero no llegan a entenderse. Finalmente, la nariz le dice a Kovaliov que está equivocado: él es su propia persona y, a juzgar por los botones de su uniforme, pertenecen a diferentes departamentos. La nariz se despide y Kovaliov queda en su sitio, estupefacto. Por un instante, se distrae al ver a una mujer muy bonita, pero pronto recuerda que no tiene nariz y que, por lo tanto, no puede acercarse a ella. Desanimado, sale a buscar a su nariz, pero no recuerda cómo era su carruaje ni ningún otro detalle que le permita rastrearla. Además, la calle está atestada de gente y, de lejos, ve a varios conocidos, con los que no quiere encontrarse en este estado.
Kovaliov se sube a un coche y se dirige a toda prisa a la prefectura de policía, pero allí le dicen que el jefe recién ha salido. El mayor vuelve a subir al carruaje y le pide al cochero que vaya deprisa, pero no sabe a dónde ir. Primero piensa en dirigirse a la Dirección de Seguridad, pero pronto se da cuenta de que su nariz podría estar escapando de la ciudad en este momento, así que decide ir a la Oficina de Publicidad, para poner un anuncio sobre su fuga.
Cuando entra en la antesala de la oficina, Kovaliov se encuentra con una multitud de gente a la espera de poner un anuncio. Cuando consigue llamar la atención del empleado, un funcionario canoso, le explica qué tipo de anuncio quiere publicar. Al principio, el funcionario no le entiende; cree que el fugitivo es un siervo que se escapó, o un señor que se llama “Narízov”. Kovaliov le explica que se trata de su nariz, pero el empleado se niega a publicar un anuncio que ponga en ridículo su periódico. Entonces el mayor le muestra su rostro para probar que dice la verdad, pero el funcionario responde que no obtendrá ninguna ventaja poniendo un anuncio; mejor debería contratar a un escritor para redactar un artículo de curiosidad. Con el fin de mostrar compasión y animarlo, el funcionario le ofrece a Kovaliov un poco de tabaco para aspirar, pero como el mayor no tiene nariz, lo toma como una ofensa y sale indignado de la oficina.
A continuación, Kovaliov se dirige rápido a la casa del comisario de policía. Desgraciadamente, lo interrumpe justo cuando está a punto de echarse una siesta, por lo que el hombre recibe a Kovaliov con bastante frialdad. Le dice que a una persona de importancia no se le pierde la nariz como si nada, y que conoce mayores que andan sin ropa decente merodeando por lugares impúdicos. Frente a tal afrenta a su rango, Kovaliov se marcha a su casa aún más ofendido.
Cuando llega a su aposento, ya es de noche. Encuentra el lugar triste y repulsivo. Al ver a su lacayo Iván relajado y sin nada que hacer, se enfurece con él. Luego se retira a su habitación y se pone a divagar, lamentando su situación. Una nariz es lo peor que podría haber perdido. Cree que tal vez esté soñando, así que se pellizca para comprobar si está dormido, pero no pasa nada. Luego empieza a suponer que se trata de un hechizo de Podtóchina, una mujer que le ofreció la mano de su hija, pero que él no quiso aceptar. Se pregunta si debería denunciarla ante la justicia o visitarla de sorpresa para ponerla en evidencia.
Un golpe en la puerta interrumpe las divagaciones de Kovaliov. Es el agente de policía de aspecto elegante que le había hecho señas al barbero Iván Yákovlevich en el puente. El policía le informa que han encontrado su nariz y que ha venido a devolvérsela. Le explica que la encontraron intentando salir de la ciudad con un pasaporte falso, y que el autor principal del hecho, un barbero borracho y ladrón, está detenido en la comisaría. Kovaliov le pide que se quede a tomar una taza de té, pero el oficial se marcha.
Kovaliov está loco de alegría, pero pronto se da cuenta de que no sabe cómo colocarse la nariz. Intenta pegársela varias veces, sin éxito. Llama entonces a un médico, pero este le dice que, si intenta pegársela, podría ser peor. Kovaliov busca persuadir al médico ofreciéndole más dinero, pero este se niega educadamente. Le recomienda conservar su nariz en un frasco de alcohol, y hasta ofrece comprársela para mostrarle sus buenas intenciones, pero Kovaliov lo rechaza. Luego, el médico se marcha.
Al día siguiente, Kovaliov le escribe una carta a la señora a quien le ha atribuido la pérdida de su nariz, amenazándola con emprender acciones legales. Alexandra Podtóchina responde con otra carta, en la que afirma que no sabe nada de aquello por lo que la está acusando. Kovaliov se convence de que ella es inocente.
Mientras tanto, los rumores de los sucesos extraños relacionados con la nariz se extienden por toda la ciudad, generando mucha especulación e interés popular. Diferentes grupos de personas intentan localizar la nariz por la avenida Nevski o por el jardín Tavricheski. Solo un grupo de gente respetable y bien intencionada muestra enojo e indignación por tales sucesos. En este punto, el narrador interrumpe la historia, porque no sabe cómo sigue el asunto.
Análisis
Si la primera parte de “La nariz” establece la lógica absurda del relato, la segunda parte se sumerge por completo en esta lógica. El mayor Kovaliov se despierta un día sin nariz, pero sin una cicatriz o herida que demuestre que ha sido arrancada; solo tiene un espacio liso donde debería estar esa parte de su rostro. Kovaliov sale a buscar su nariz y la encuentra disfrazada de un burócrata de alto rango que hace visitas sociales y va a la catedral a rezar sin que nadie se inmute con su presencia. Ni el narrador ni Kovaliov se preguntan cómo hace la nariz para caminar, hablar u oír, o cómo ha tomado una forma parecida a la humana, sin dejar de ser reconocible como una nariz para el protagonista.
En esta segunda parte también se desarrolla la crítica de Gógol a la importancia de las jerarquías y el estatus social. Lo único que le importa a Kovaliov de haber perdido la nariz es cómo esto va a afectar su objetivo de obtener un cargo más alto en el gobierno, o cómo esta nueva apariencia va a impedir que corteje a las hermosas mujeres de la alta sociedad. En este sentido, el miedo de Kovaliov de estar en el mundo sin nariz está directamente relacionado con sus perspectivas de ascenso social. Kovaliov es consciente de la importancia que tienen las apariencias para escalar dentro de una sociedad organizada burocráticamente. Por eso se ha puesto el título de mayor: para ocultar que ha obtenido el cargo de asesor colegiado hace poco tiempo y sin el mérito de haber obtenido un título académico.
Cuando el funcionario de la oficina de publicidad le ofrece a Kovaliov rapé para aspirar, antes de angustiarse por no tener una nariz para realizar esta práctica habitual en la sociedad rusa, Kovaliov se ofende por el ofrecimiento y menosprecia la calidad del tabaco para darse aires de importancia: “¡Váyase al diablo su tabaco! No tengo humor ni para mirarlo, aunque me ofreciera auténtico rapé y no esa inmundicia de Casa Berezin” (74). De la misma manera, Kovaliov se retira ofendido de la casa del comisario de policía porque este ha puesto en cuestión la importancia que le otorga portar el título de “mayor”. Las reacciones de estos dos funcionarios, que pertenecen a instituciones burocráticas, revela también que, para esta sociedad, es más importante las apariencias que ayudar a un ciudadano.
El tema del estatus social aparece también mediante las descripciones de la apariencia de los distintos personajes. En primer lugar, la falta de nariz en el rostro de Kovaliov se describe como “un espacio liso, llano, muy estúpido” (62), lo que indica que el personaje percibe la falta de nariz como algo vulgar e impropio de su posición social. Luego, la narración se detiene a describir el traje de caballero de la nariz desde la perspectiva de Kovaliov: “Iba de uniforme bordado en oro y con un ancho cuello muy subido. Llevaba pantalón de gamuza y espada al cinto. Por el empenachado sombrero podía deducirse que ostentaba el rango de consejero de Estado” (63). Dada la importancia que Kovaliov le da a la ostentación de la jerarquía en la vestimenta, es evidente que, para él, es tanto o más importante aparentar un rango social privilegiado que tener una nariz en el rostro. De esta manera, Gógol revela lo absurdo de equiparar el valor del estatus social con el valor de poseer todas las partes del cuerpo.
La importancia del estatus social se entremezcla con lo absurdo cuando Kovaliov se dirige a su nariz en la catedral de una forma ridículamente respetuosa. Es evidente que Kovaliov se siente amedrentado por la apariencia de la nariz, la cual remarca su pertenencia a un rango superior tras observar los botones del uniforme de Kovaliov. Esta diferencia en la vestimenta condiciona su interacción y establece las dinámicas de poder entre estos personajes, haciendo que la nariz logre imponerse sobre su dueño.
Los personajes femeninos reaparecen en esta parte para remarcar un aspecto de la personalidad frívola de Kovaliov. En la catedral, Kovaliov se olvida por un momento de que le falta la nariz cuando oye “el susurro seductor que producen los vestidos femeninos” (65). Aquí también se describe con lujo de detalles la apariencia física de las damas a las que Kovaliov quiere cortejar. Luego, cuando confronta a Alexandra Podtóchina, Kovaliov cree que aquella mujer le hizo un hechizo para obligarlo a casarse con su hija, a lo que la mujer responde que no ha sido así, y que fue él quien solicitó la mano de su hija. Todo esto demuestra que el personaje no está realmente interesado en encontrar una mujer con quien casarse, sino en aprovechar la oportunidad de mostrarse galante con las mujeres de alta alcurnia, algo que ahora se reprime de hacer por verse “desnarigado” (66).
Por último, en esta parte también se observa el recurso narrativo de frenar la acción del relato para volver a empezar en un punto diferente en el tiempo donde terminó la última parte, o para hacer una pausa en la que se describe al protagonista. Esta técnica narrativa cumple dos funciones. En primer lugar, establece la presencia del narrador, y este, a su vez, juega con la posibilidad de que lo que narra sea una historia real, ocurrida un tiempo atrás, de la que se saben solo algunas cosas, porque siempre se interrumpe diciendo: “aquí vuelve a caer la bruma sobre el suceso, y nada se sabe de lo que posteriormente ocurriera” (85). Es decir, este narrador vincula el texto al género realista, pues da a entender que narra sucesos reales. Por supuesto, este vínculo se pone en tensión por los elementos fanstásticos y absurdos de la historia, lo que tiene un efecto humorístico.
En segundo lugar, el recurso permite una manipulación del tiempo de la historia. La primera parte comienza por la mañana de un 25 de marzo y termina a mitad de ese día. La segunda parte va hacia atrás para "volver a comenzar" esa misma mañana del 25 de marzo, de modo tal que los lectores son testigos de los acontecimientos de ese mismo día, pero contados desde una perspectiva diferente. Esto produce un relato que se cuenta de una forma no lineal y con interrupciones bruscas, lo que contribuye a generar el ambiente extraño de la trama.