Resumen
“La nariz” ubica el relato un 25 de marzo (sin indicar el año) en San Petersburgo, Rusia. Aquella mañana, un barbero llamado Iván Yákovlevich, que vive en la avenida Voznesenski, se despierta con el olor del pan caliente recién hecho de su esposa, Praskovia Osipovna. Le dice a su mujer que, aquella mañana, en vez de tomar café, preferiría comer un panecillo caliente con cebolla. Ella le da el panecillo recién horneado pensando que eso le conviene, ya que tendrá todo el café para ella sola. Por decoro, el barbero se pone un frac encima del camisón de dormir, se sienta en la mesa y se dispone a cortar el pan. Al abrir el panecillo, descubre, horrorizado, que allí dentro hay una nariz. Su mujer observa el hecho y entra en cólera. Lo empieza a insultar y lo amenaza con denunciarlo con la policía por haberle arrancado la nariz a alguien. En medio de esta dura reprimenda, Iván Yákovlevich reconoce la nariz: es de un cliente suyo, el asesor colegiado Kovaliov, al que afeita todos los miércoles y domingos.
El barbero le implora a su mujer que deje de gritar, diciéndole que dejará la nariz envuelta en un rincón para después deshacerse de ella. Pero Praskovia Osipovna se enfurece y le ordena que la saque de su casa inmediatamente.
Iván Yákovlevich no tiene ni idea de cómo ha llegado a estar en posesión de aquella nariz. Ni siquiera recuerda si la noche anterior llegó a su casa borracho. Empieza a ponerse nervioso, pensando que la policía vendrá a buscarlo en su reluciente uniforme. Así que sale corriendo de su casa con la nariz envuelta en un trapo y el objetivo de deshacerse de ella lo antes posible. No obstante, cada vez que intenta hacerlo, se encuentra con algún conocido que le pregunta a dónde va. En un momento, consigue dejarla caer disimuladamente, pero un guardia municipal le hace señas para que recoja lo que se le ha caído.
Iván Yákovlevich se dirige al puente Isákievski para arrojar la nariz en el río Neva. En este punto, el narrador se expresa en primera persona, disculpándose por no haber dado antes más detalles sobre aquel personaje. A continuación, describe al barbero como un borracho empedernido y descuidado. Su cliente, el asesor colegiado Kovaliov, siempre le dice, mientras Iván lo afeita, que sus manos le apestan. Sin embargo, el narrador afirma que Iván Yákovlevich es un “digno ciudadano” (59).
El narrador retoma la trama y describe cómo el barbero arroja la nariz al río desde el puente de la forma más discreta posible. Siente alivio de haberse librado de la nariz, hasta que se da cuenta de que un guardia apuesto lo llama desde un extremo del puente. El barbero se acerca y el guardia le pregunta qué estaba haciendo allí. Iván Yákovlevich intenta dar excusas y le ofrece afeitarlo gratis todas las semanas, pero el guardia rechaza su oferta y le ordena que le responda.
En este momento, el narrador interrumpe la historia, diciendo que no sabe más nada sobre ese asunto.
Análisis
La escena inicial nos introduce de lleno en la trama absurda de "La nariz", en la que se despliega el estilo narrativo de Gógol, que se caracteriza por la mezcla de elementos grotescos y fantásticos, y por el uso predominante de un tono satírico e irónico. Lo que se presenta como una mañana ordinaria en la vida de un barbero es interrumpido rápidamente por un giro fantástico: una nariz que aparece en el pan del desayuno. Si bien Iván Yákovlevich se muestra sorprendido y no puede explicarse cómo ha llegado la nariz hasta allí, el hecho de que evalúe la posibilidad de habérsela arrancado a un cliente mientras le afeitaba la cara sugiere que, en esta realidad, un evento como este sería extraño pero verosímil. El resto de la historia se desarrolla sobre la base de esta lógica absurda.
Toda la historia transcurre en San Petersburgo, la capital del Imperio zarista del siglo XIX, en la que predomina un ordenamiento social rígidamente estratificado y dominado por un aparato estatal burocrático que, desde la perspectiva de Gógol, somete al individuo a un sistema opresivo, grotesco y absurdo. En la segunda escena, Iván Yákovlevich sale al espacio público y se empieza a mover por lugares reconocibles de la ciudad, como el puente Isákievski. En este espacio empieza a desarrollarse el tema de la apariencia y la mirada de los otros, que se manifiesta como una presencia persecutoria, puesto que el barbero no consigue librarse de la nariz sin ser detectado por algún conocido o por los guardias que vigilan el espacio público. Este control excesivo pone al barbero en una situación incriminatoria que lo hace sentirse culpable a pesar de no haber hecho nada malo.
El temor que posee a Iván Yákovlevich tiene que ver con su estatus social. Él es un hombre cuya apariencia desalineada connota su pertenencia a los estratos más bajos de la pirámide social. Por eso, para él, la presencia de los otros implica someterse a quienes pertenecen a un rango más alto. El babero tiembla “de pies a cabeza” cuando imagina verse frente al “cuello rojo con finos bordados en plata” de un oficial de policía (58). Además, el hecho de que se ponga un frac sobre el camisón de dormir habla de su poco entendimiento de cómo mejorar su aspecto. De esta forma, la vestimenta de los personajes simboliza la posición social y las dinámicas de poder que organizan las relaciones en la capital del Imperio Ruso.
Iván Yákovlevich no solo teme al guardia que lo detiene; también le tiene miedo a su colérica esposa. En este sentido, el personaje de Praskovia Osipovna cumple una función: replicar en el ámbito de lo doméstico lo que al barbero le ocurre en la esfera pública. Iván Yákovlevich se somete a la tiranía de su esposa, que lo insulta, diciéndole “truhán”, “borracho” y “bandolero” (57) y lo amenaza con denunciarlo a la policía, constatando con sus palabras que el barbero cumple con los requisitos para ser tratado como a un criminal. De nada sirve que sea un “digno ciudadano” (59), como lo describe el narrador, si por su apariencia y su estatus social puede ser acusado de haber cometido un crimen que no cometió.