Una mañana, el barbero Iván Yákovlevich se despierta y decide desayunar un panecillo recién horneado. Este acontecimiento ordinario se ve interrumpido cuando encuentra una nariz dentro del pan. Horrorizado, reconoce la nariz: pertenece a uno de sus clientes regulares, el asesor colegiado Kovaliov. El barbero intenta echar de la nariz fuera de su casa pero no lo consigue, porque siempre encuentra a alguien que lo interrumpe. Finalmente, consigue arrojarla al río Neva, pero un agente de policía lo ve y lo detiene.
Esa misma mañana, el asesor colegiado Kovaliov, a quien le gusta de usar el título de “mayor”, se despierta y descubre que le falta la nariz. Aquella parte de su rostro es ahora liso como una tabla. Se angustia sobremanera, puesto que le importa mucho la opinión de los demás y, en particular, la de las mujeres bonitas. Sale a la calle con un pañuelo tapando el espacio nasal, hasta que se topa con un caballero que resulta ser su propia nariz. Kovaliov persigue a su nariz, que viste un uniforme que aparenta ser de un rango superior al de él, hasta la catedral de Nuestra Señora de Kazán. Allí intenta confrontarlo sin faltarle el respeto, pero la nariz lo trata con altanería y se marcha. Kovaliov trata, entonces, de hablar con el jefe de policía, pero no tiene éxito, y luego busca poner un anuncio en el periódico para evitar que la nariz se fugue de la ciudad. No obstante, el funcionario le dice que no puede publicar anuncios de fenómenos de la naturaleza o curiosidades en su periódico.
Más tarde ese mismo día, Kovaliov regresa a su casa. Al poco tiempo, un agente de policía, el mismo que detuvo al barbero por la mañana, llama a su puerta. Viene para devolverle la nariz a Kovaliov. El asesor colegiado está encantado, pero pronto descubre que no tiene forma de pegarse la nariz a la cara. Llama al médico, que le sugiere que no haga nada, pues será peor intentar pegar la nariz que vivir sin ella. Al día siguiente, Kovaliov envía una carta a una viuda a quien acusa de haberle echado una maldición por no haber querido casarse con su hija. La señora responde rápidamente, sorprendida por tales acusaciones. El mayor concluye que la mujer es inocente. Por la ciudad se difunde la noticia del extraño acontecimiento, generando mucho revuelo entre las personas que quieren ver a la nariz paseando por la avenida Nevski, o por el jardín Tavricheski.
Días después, Kovaliov se despierta una mañana y encuentra de nuevo su nariz en su rostro, como si nunca se hubiera ido. Iván, el barbero, llega para afeitarlo y comienza el trabajo con temor de tocarla. Todo transcurre sin contratiempos y Kovaliov continúa con sus asuntos habituales. Está más alegre que nunca.