La suciedad de Azarías
En la novela, la figura del Azarías es construida en torno a su retraso, el cual no solo le dificulta el entendimiento y la comunicación con las demás personas, sino que además lo entrega a una serie de hábitos descuidados y muchas veces escatológicos. Su aspecto físico está atravesado por la suciedad. Se insiste en que siempre va descalzo, con los pantalones casi caídos, y en su falta total de aseo destacan las uñas ennegrecidas, la cara llena de baba y la ropa sucia. De hecho, es quien le contagia piojos a la Niña Chica, razón suficiente para que Régula le ordene bañarse y cambiarse. Azarías confiesa entonces que no se baña casi nunca y su hermana le compra ropa nueva y le ordena que se cambie todas las semanas. Para sumar a su suciedad, Azarías incorpora un hábito inusual y escatológico: se orina las manos recurrentemente, para hidratarlas y evitar que se le agrieten. Eso provoca el disgusto del señorito de la Jara, que entre los argumentos que enarbola para justificar su despido menciona el hecho de que no puede confiarle más la tarea de desplumar las aves que caza y luego comerá si sabe que Azarías tiene las manos llenas de orín.
Además de estas conductas sucias, Azarías tiene el hábito de juntar enormes cantidades de excremento de ganado, que luego lleva al Cortijo a modo de abono para los geranios. Sin embargo, no repara en que la cantidad de abono es excesiva y termina juntando montañas de estiércol que dan al aire un olor repugnante. Asimismo, el hombre defeca al aire libre y en cualquier lugar, de modo que obliga a su cuñado, Paco, a tener que levantar sus deposiciones para que los señores y los demás criados no los encuentren.
El cuerpo inerte de la Niña Chica
La discapacidad de la Niña Chica es aludida en numerosas ocasiones en la novela, a pesar de que nunca se le pone un nombre técnico ni se explicitan los motivos de esa condición. La información al respecto llega dosificada y el lector va aprendiendo progresivamente en qué consiste. Se dice que emite "un gemido lastimero que conmovía la casa hasta sus cimientos" (30), que tiene la cabeza caída, "como desarticulada"; los ojos que "miraban al vacío sin fijarse en nada" (24); las "flacas piernecitas inertes" (35). Lo que está claro desde el comienzo es que se trata de una invalidez que incomoda a muchos personajes e incluso los avergüenza, como le sucede a Paco, su padre. Esa condición es considerada para los personajes de la novela una anomalía, razón por la cual la identifican con Azarías.
La escena en la que mejor se describe su corporalidad anómala y el efecto que esta genera es aquella en la que el Azarías se la presenta a la señorita Miriam. Como si el lector compartiera en carne propia la experiencia de Miriam, el narrador va develando aspectos del físico de la niña que generan un efecto impactante "al descubrir a la niña en la penumbra, con sus piernecitas de alambre y la gran cabeza desplomada sobre el cojín" (98). La escena construye el encuentro como si se tratara de un espectáculo: la niña primero se anuncia por su grito, que Miriam no reconoce como propio de un ser humano; luego, la imagen anómala aparece desde las penumbras, y la luz va revelando de a poco la deformidad. Así, el cuerpo de Charito y su discapacidad son construidas como un espectáculo monstruoso, capaz de helar la sangre de Miriam.
La muerte de Iván
La escena en la que Azarías ahorca al señorito Iván es descrita con mucho detalle y genera un alto impacto, pues el hombre, que hasta ese momento tenía el control de la situación, es convertido en un cuerpo inerme al servicio de su victimario.
Así, en principio, el narrador describe cómo Iván pierde pie y "se sintió repentinamente izado" (154), con lo cual pierde toda posibilidad de aferrarse al piso y queda a merced de Azarías, levantado como si fuera un objeto. A continuación, describe el sonido que emite al perder ya la capacidad de hablar, "el áspero estertor", "como un prolongado ronquido" (154): ahora Iván ha perdido también la posibilidad de hablar, de expresarse y, por lo tanto, de maltratar a su criado. De hecho, "el señorito Iván sacó la lengua, la lengua larga, gruesa y cárdena", lo cual lo acerca a un personaje como la inválida Niña Chica. Enseguida, "las piernas del señorito Iván experimentaron unas convulsiones extrañas, unos espasmos electrizados, como si se arrancaran a bailar por su cuenta, y su cuerpo penduleó un rato..." (154). Los espasmos desesperantes de Iván, en pleno proceso de asfixia, son descritos por el narrador mediante un símil que, lejos de remitir al dramatismo de la situación, repara en un efecto divertido de ese movimiento, pues lo compara con un baile involuntario. Iván, desprendido por completo del control, cuelga del árbol como si fuera una marioneta, al servicio de Azarías. Una vez que ya está muerto, la imagen lo muestra "inmóvil, la barbilla en lo alto del pecho, los ojos desorbitados, los brazos desmayados a lo largo del cuerpo" (154). De esta manera, el cuerpo muerto de Iván remeda las funciones deficientes de aquellos personajes, como Azarías y la Niña Chica, que el señorito y los miembros de su clase discriminaban.
En suma, la imagen del proceso de muerte de Iván y de su cuerpo inmóvil impacta al lector, pero también lo orienta a interpretar esa muerte como un destino merecido.
La deformidad del dedo de Régula
En la escena con el francés René, Iván busca competir con su invitado, demostrándole que la alfabetización en España no está tan atrasada como aquel dice. Para respaldar su postura, manda a llamar a algunos de sus criados, entre los cuales está Régula. Iván los expone como si fueran objetos de exhibición y estudio, y les ordena que escriban su nombre con una lapicera en un papel. Pero, al hacerlo, Régula deja al descubierto su dedo pulgar, que está deformado de tanto trabajo forzado: "separó el dedo deforme de la Régula, chato como una espátula" (93). La imagen de esa deformidad queda condensada en la mirada horrorizada de René, que se abstrae de lo que Iván le está diciendo, pues no puede creer el espectáculo que observa, como si se tratara de algo monstruoso: "René no atendía a las palabras del señorito Iván sino que miraba perplejo el dedo aplanado de la Régula" (93). El señorito Iván, ante el asombro, le dice con toda naturalidad que esa forma desviada del pulgar es propia del trabajo forzado que hacen las empleadas. Así, la deformidad de Régula queda naturalizada como la expresión del estilo de vida esforzado que lleva.