Las clases sociales
Los santos inocentes constituye una denuncia de las injusticias sociales y la extrema desigualdad que existe entre las distintas clases sociales en el ámbito rural español. En efecto, el Cortijo es una réplica en miniatura del entramado de clases sociales que caracterizan a esa sociedad que Delibes recupera: por debajo están Paco y su familia; en un nivel intermedio, ubicados en la Casa Grande, están don Pedro y doña Purita, capataces que cuidan de esas tierras en nombre de los señores, mientras ellos no están; en el nivel más alto, ubicado en la Casa de Arriba, viven y llevan adelante sus festejos y encuentros sociales la Señora Marquesa y el señorito Iván. Es decir que, en la novela, la jerarquía entre estratos sociales está replicada en la configuración del espacio del Cortijo.
La dinámica entre las personas en la novela responde a la lógica de oprimidos y opresores: los que están por debajo son sometidos por los de arriba, y tienen menos derechos y libertades que aquellos. No hay solidaridad ni conciencia de clase, en la medida en que casi todos los personajes oprimidos encuentran por debajo de ellos alguien a quien oprimir. Tal es el caso, por ejemplo, de don Pedro, que aprovecha su posición ventajosa sobre Paco y su familia para someterlos y humillarlos. Del mismo modo, muchos de los criados del Cortijo se ríen y humillan a Azarías, por considerarlo más débil que ellos.
La violencia ejercida por los señores en la novela es retratada con toda su crudeza. Se hace especialmente patente en el vínculo entre el señorito Iván y Paco, el Bajo: entre ellos hay una relación paradigmática de señor-sirviente. Paco es el secretario ideal, pues es tan sumiso que pone incluso en riesgo su propia vida con tal de satisfacer los deseos más simples de su amo; Iván es el opresor por excelencia, soberbio e insensible a los padecimientos de su secretario.
En efecto, será Iván quien esboce en un almuerzo la teoría que sostiene y conserva esta organización social injusta: frente a la insumisión de Quirce, Iván dirá que la jerarquía social es “ley de vida”, es decir, es natural que haya oprimidos y opresores.
La novela propone una salida a tanta explotación: Azarías pone un límite a la explotación y la crueldad que recibe del señorito y lo asesina, como un modo de vengar así toda la tiranía desplegada por su clase social.
La oposición entre el campo y la ciudad
Este es otro tema que suele atravesar la narrativa de Delibes. En Los santos inocentes, el campo es un espacio donde se desarrolla una estructura social muy conservadora e injusta, y es por eso que se encuentran personajes muy sometidos y vulnerables, de un alto grado de ignorancia, ya que a pesar de sus aspiraciones por mejorar, son condenados a dedicar sus vidas al servicio de sus señores. Es el caso, por ejemplo, de Nieves, una muchacha inteligente y con ambiciones que queda anulada por sus señores, que le niegan el estudio y la Comunión.
Don Pedro es quien desarrolla la oposición que se da en ese sentido entre el campo y la ciudad: “ya no es como antes, que hoy nadie quiere mancharse las manos, y unos a la capital y otros al extranjero, donde sea, el caso es no parar, la moda…” (39). La ciudad sería entonces un escape a esa vida miserable de servicio y sumisión. La ciudad, por su parte, aparece aludida como un lugar de saber y de avances. De ahí provienen los señoritos Lucas y Gabriel, a quienes contrata la Señora Marquesa para ilustrar a sus criados. Los únicos personajes del Cortijo que parecen ir y venir del campo a la ciudad son los señores. Los criados, en cambio, están siempre en el campo y no parecen conocer otra realidad.
La discapacidad como anomalía
En Los santos inocentes hay dos personajes que presentan discapacidades: el Azarías, que exhibe funciones cognitivas limitadas, y la Niña Chica, que padece de una afección que atrofia sus funciones físicas y también cognitivas. La novela denuncia cómo estas condiciones los dejan permanentemente en un estado de incomprensión y alienación respecto de los demás personajes. En efecto, son muchas veces discriminados: el señorito de la Jara y sus criados se burlan de Azarías; la señorita Miriam se horroriza ante el espectáculo del cuerpo inerte de Charito; incluso Paco, el Bajo, que es familiar de ambos, siente que su cuñado es un engorro y que su hija es una vergüenza que pone en duda su virilidad.
La discriminación alcanza su punto más elevado cuando se los concibe como seres “anormales”, es decir, seres que escapan a lo que es considerado normal. Es el señorito de la Jara quien usa ese término para referirse despectivamente a Azarías: “buenos están los tiempos para acoger de caridad a un anormal que se hace todo por los rincones” (59). A lo largo de toda la novela se construye en torno a Azarías y a la Niña Chica una brecha con los demás personajes, que se sienten incómodos ante esa “anomalía”. Esta perspectiva es otra de las evidencias de la crueldad que signa las relaciones sociales del Cortijo: al no poder asimilar ni comprender la diferencia, los personajes subestiman a Azarías y la Niña Chica y los aíslan en su otredad.
La inocencia
Desde el título mismo de la novela, la inocencia se convierte en una figura importante. Ese título remite al relato bíblico sobre la Matanza de los Inocentes, según el cual el rey Herodes ordenó asesinar a todos los bebés menores a dos años nacidos en Belén, con el fin de asegurarse así acabar con aquel que usurparía su poder.
Al interior de la novela, la inocencia es una figura que aplica Régula para referir a su hermano Azarías y a su hija Charito, esto decir, a los personajes más vulnerables del Cortijo. Ella insiste en que son dos criaturas, asimilables a dos niños, y, por lo tanto, carecen de culpabilidad y maldad. En esta línea, que el narrador parece abonar, insistiendo en ella, Azarías sería un inocente, aun cuando al final de la novela asesina a Iván.
El hecho de que la novela se titule "Los santos inocentes" orienta la lectura en ese mismo sentido: el relato bíblico es interpelado a modo de clave de lectura para interpretar la novela. Azarías sería entonces el niño inocente y el señorito Iván el tirano que, como Herodes, despliega su crueldad sobre los más débiles. En términos cristianos, la acción de Azarías estaría justificada en la medida en que funciona como expurgación de los pecados de Iván, en tanto representante de todos los tiranos y opresores de su clase.
De esta manera, la novela plantea una legalidad propia, en la que Azarías, aún obrando fuera de la ley, conserva su inocencia, y el culpable es Iván.
La importancia de la educación
En la novela, la importancia de la educación y la estimación del saber como una herramienta provechosa es desarrollado a lo largo de varios pasajes.
En primer lugar, Paco, el Bajo, y la Régula tienen la ilusión de que su hija Nieves pueda escolarizarse, pues confían en los poderes que la ilustración brinda. Su ilusión es que, a partir de su alfabetización, su hija menor pueda forjarse un destino más favorable al de sus padres y salir de la pobreza.
Por su parte, la Señora Marquesa también da importancia a la alfabetización de sus criados, razón por la cual contrata a dos señoritos de la ciudad para que les den clases. Si bien las escenas de ese proceso son humorísticas y los maestros se ríen de la ignorancia y limitación de sus alumnos, Paco, el Bajo, experimenta una transformación gracias a esas clases. Aunque le cuesta comprender la utilidad de la gramática, se empeña en comprender sus reglas para luego intentar enseñárselas a su hija Nieves.
Asimismo, en un almuerzo en la Casa de Arriba, se da una disputa entre Iván y René, el francés, en torno a la alfabetización. El francés dice que en Centroeuropa la alfabetización ha avanzado mucho más que en España, e Iván, herido en su ego, hace una demostración, exponiendo a sus criados, para demostrar que él los ha alfabetizado. Para defender el punto de su señor, Don Pedro afirma que “este país está haciendo todo lo humanamente posible para redimir a esta gente” (92). Por lo tanto, si bien en este caso la alfabetización funciona de manera paternalista, como una forma de “redimir” a seres concebidos como inferiores, casi animales, se evidencia que la preocupación por la educación es transversal a las distintas clases.
La comunión con la naturaleza
Es común que en la narrativa de Miguel Delibes se aborde la vida campestre. Los santos inocentes es precisamente un drama rural y, por lo tanto, en ella se representan las actividades rurales y el estilo de vida diario que llevan las personas en el campo. En este sentido, los personajes retratados están en contacto estrecho con la naturaleza, si bien no todos mantienen con ella la misma relación.
Una de las actividades preponderantes de la novela es la caza, y en torno a ella se manifiestan las distintas expresiones en que esa relación con la naturaleza se desarrolla. Así, por ejemplo, los señores tienen una relación de dominación con ella. Para el señorito Iván, la caza es una afición y una instancia para poner en evidencia su hombría y superioridad. Esa es su justificación para matar a la milana de Azarías: insensible a la ternura que siente su criado por el ave, Iván ve en el pájaro solo una pieza de caza.
Paco, el Bajo, parece mantener una relación más estrecha con la naturaleza, aunque no en términos afectivos como sí lo hará Azarías. Paco tiene una comprensión tal de la naturaleza que le permite casi transfigurarse en un perro y percibir olores del ambiente que el señorito es incapaz de sentir.
Sin embargo, es Azarías el que despliega una total sensibilidad hacia la naturaleza y mantiene con ella un vínculo de cuidado y sintonía. Parte de sus conductas -como andar descalzo, defecar al aire libre- parecen señalar más apego al ámbito natural que al de las reglas civilizadas de las personas. Pero sobre todo es su trato hacia los animales, en particular hacia las aves, donde se pone de manifiesto su comunión con la naturaleza. Azarías se entrega al cuidado de las aves con mucha dedicación y ternura. Establece con ellas un vínculo afectivo muy fuerte, y lo particular es que ese vínculo es recíproco: las aves se sienten interpeladas por él, como si pudieran efectivamente comunicarse entre sí.
El contrapunto entre Iván y Azarías se construye en gran medida en torno a su accionar sobre la naturaleza: mientras que el primero busca someterla, el segundo la respeta y vive en comunión con ella.
La caza
La caza es uno de los temas que más obsesionó a Miguel Delibes y aparece constantemente en sus producciones. Su afición y profundo conocimiento de ese deporte quedan retratados en su escritura: desde su primer texto publicado en un periódico en 1942, crónica titulada “El deporte de la caza mayor”, hasta su última novela, El hereje, la caza aparece aludida como un tema transversal a su obra.
En Los santos inocentes, es el deporte que llevan adelante los señores por excelencia. En ella, encuentran una oportunidad para competir con otros miembros de su clase y poner a prueba su hombría. En efecto, el señorito Iván dirá de todos sus contrincantes que son unos “maricones”, puesto que todos ellos son peores que él cazando.
La afición de Iván por la caza alcanza en la novela niveles insospechados, al punto de que es su obsesión por cazar la que lo lleva a matar a la milana de Azarías. Su frustración por una jornada de caza frustrada solo puede saldarse disparándole a esa milana, que se acerca hacia él gracias al llamado tierno que ha pronunciado Azarías. A Iván no le importa que su criado quiera a esa milana; para él es más importante su deseo de cazar.
La novela despliega a lo largo de todos sus libros una profusión de términos asociados a la técnica de la caza y a la diversa variedad de especies de aves que habitan esa zona de Extremadura, lo cual pone en evidencia el profundo conocimiento de Delibes de la disciplina.