Resumen
Un día, el Azarías se presenta en el Cortijo, y su hermana, al verlo cabizbajo, le pregunta si está enfermo o se murió otra milana, y él le dice que el señorito de la Jara lo ha despedido porque está viejo. Régula, indignada, le dice que es natural que haya envejecido, tanto como lo ha hecho el señorito, y Azarías responde que él solo tiene un año más que aquel. En eso, Azarías escucha el alarido de la Niña Chica, sus ojos se iluminan y le pide a su hermana que le acerque a la niña. Régula le responde que está sucia, pero el hombre insiste, la toma en brazos, la acaricia y le dice “milana bonita”.
Enseguida llega Paco y la Régula le cuenta que está su hermano, esta vez para instalarse con ellos, porque el señorito lo ha despedido. A la mañana siguiente, Paco se dirige a caballo al cortijo del señorito de Azarías, donde lo recibe Lupe, la de Dacio, el Porquero, que le dice a Paco que Azarías es un asqueroso que defeca en cualquier lado y se orina las manos. Paco, el Bajo, le dice a Lupe que nada de eso es novedad, y ella le responde que no es nuevo, pero con el tiempo cansa.
De pronto aparece el señorito de la Jara y, ante su mirada de desprecio, Paco se presenta como cuñado de Azarías. El señorito admite que ha despedido a Azarías porque es inútil en su cortijo: no puede usarlo para desplumar las aves que luego él se comerá, porque se orina las manos, y, de manera despectiva, da a entender que con la deficiencia cognitiva de Azarías no es de utilidad para él en ese cortijo. Paco intenta persuadirlo para que lo vuelva a recibir, argumentando que Azarías ha pasado toda su vida allí. Pero el señorito lo interrumpe violentamente, diciéndole que él merece un premio por haber acogido durante tantos años a un anormal como Azarías. Paco acepta esto, pero sugiere que él en su casa no tiene lugar para asilarlo, y el señorito replica que esa es justamente la función de una familia, no la suya. Además, el señorito agrega que Azarías quita los tapones a las ruedas de los coches de sus amigos, lo cual lo avergüenza.
Paco regresa a su casa. Piensa entonces que su cuñado es un engorro al igual que la Niña Chica, y recuerda que Régula se refiere a ellos como dos inocentes. Sin embargo, al menos la Niña Chica permanece quieta, pero el Azarías no para de moverse y de pasear durante toda la noche, como si fuera un perro. Además, Azarías suele dedicarse a juntar abono para las flores. Para ello, persigue a Antonio Abad, el Pastor, y va detrás del rebaño recogiendo sus heces, para luego retornar al Cortijo y dejarlas junto a los geranios, donde los demás criados lo reciben, quejándose de que Azarías llena el Cortijo de excremento. Régula lo defiende frente a ellos, diciendo que al menos así no molesta a nadie, hasta que un día le pide a Paco que le busque una tarea a su hermano, porque está inundando el Cortijo de caca animal.
Para entonces, Rogelio, uno de los hijos varones de Paco y Régula, ya maneja el tractor, y para alivianar el peso a su madre, suele llevarse a su tío Azarías a andar en tractor con él. A diferencia de Rogelio, el otro hijo de Paco, Quirce, es hosco y aprovecha cualquier ocasión para desaparecer del Cortijo. Solamente sonríe cuando Rogelio se burla de Azarías, pidiéndole que cuente las mazorcas. Al ver que Azarías no sabe contar, los hermanos se ríen, y la Régula los reprende, diciendo que reírse de un viejo inocente es ofender a Dios. Entonces ella le acerca la Niña Chica al Azarías para que la recoja en brazos, y le dice que la niña es la única que lo comprende. Azarías la recoge amorosamente y la llama, una vez más, “milana bonita”, hasta que ambos se quedan dormidos como dos ángeles.
Un día, la Régula le encuentra un piojo a la niña y le pregunta a su hermano hace cuánto que él no se baña. Él responde que desde que fue despedido, pero le dice que al menos se orina las manos cada mañana. Su hermana lo reta pero su aspecto inocente y sumiso la doblegan, pues entiende que debe ocuparse de él como si fuera otra criatura. Le compra entonces camisetas nuevas y le ordena que se ponga una cada semana, pero cuando al mes ella regresa para preguntarle dónde ha puesto las camisetas usadas, el Azarías le cuenta que ha estado usando una sobre la otra. Régula pierde la paciencia y le ordena desvestirse, y luego le indica cómo tiene que cambiarse las remeras.
Con el tiempo, Azarías comienza a sufrir alucinaciones, y empieza a ver a su hermano muerto, el Ireneo, y en cuanto la gente del Cortijo se entera, empieza a burlarlo y a preguntarle por Ireneo. Azarías les cuenta que su hermano está en el cielo, a donde lo mandó Franco, y la gente se ríe de él.
Pero lo que más atormenta a Paco, el Bajo, es que Azarías defeca en cualquier lugar del Cortijo, y luego él debe ocuparse de levantar sus desechos para que nadie los encuentre. Paco le reprocha esto a Régula y ella le dice que no sabe qué más hacer. Entretanto, Azarías se muestra cabizbajo porque extraña ir a correr el cárabo, y empieza a insistirle a su cuñado para que lo lleve a la sierra, así puede retomar esa costumbre. Paco lo ignora hasta que un día se le ocurre llevarlo, a cambio de que Azarías comience a defecar en el monte. Así, cada noche, Paco lo lleva a la sierra, donde Azarías corre al cárabo y luego va de vientre.
Una tarde, Rogelio aparece con una grajeta, un pequeño cuervo, y se lo lleva a su tío. Azarías lo toma entre sus manos, enternecido, y comienza a llamarlo “milana bonita”. Entonces le construye un nido y comienza a alimentarlo, imitando una vez más su aullido y comunicándose con el animal. Régula, al verlo entretenido, felicita a su hijo por la idea. Pero el Quirce, en cambio, lo mira con desprecio y le dice que no es una milana sino un pájaro negro, que nada bueno puede traer a la casa.
Una mañana, la grajeta echa vuelo y, apartándose del brazo de Azarías, alcanza la copa de un árbol. Azarías comienza a lamentarse porque no quiere que la milana se le escape. Angustiado, le habla al pájaro para que regrese a él, y cuando Régula intenta alcanzarla con una escalera, el ave se aleja aún más. Azarías se echa a llorar, diciendo que la milana no está a gusto con él. Comienzan a acercarse los trabajadores del Cortijo y a reírse del lamento de Azarías hasta que, de pronto, el hombre aúlla, remedando el alarido del ave, y logra captar su atención. El animal comienza entonces a graznar a la par que el hombre y, de manera imprevista, ante la mirada atónita de todos, vuela hasta posarse en el hombro del Azarías, que lo recibe al son de “milana bonita”.
Análisis
En este libro, el trato injusto de las clases altas hacia sus criados queda condensado en la forma cruel en que el señorito de la Jara se desprende de Azarías. Régula muestra indignación al enterarse de esto, pues no le parece razón suficiente que Azarías esté viejo para que lo desechen luego de una vida entera dedicada a servir a esa familia. A pedido de Régula, Paco, el Bajo, se dirige a la Jara para intentar convencer al señorito. Debe incluso humillarse para esto y admitir que vive en la miseria y que su familia no es capaz de mantener a nadie más: “allí, en casa, dos piezas, con cuatro muchachos, ni rebullirnos…” (59). Pero el señorito de la Jara saca a relucir toda su impiedad, ignora los lamentos de Paco y lo trata violentamente: “todo lo que quieras, tú, menos levantarme la voz, solo faltaría, que si a tu cuñado le aguanté sesenta y un años lo que merezco es un premio, ¿oyes?, que buenos están los tiempos para acoger de caridad a un anormal que se hace todo por los rincones, y, por si fuera poco, se orina las manos antes de pelarme las pitorras, una repugnancia, eso es lo que es” (59). Su poder y posición de clase le da derecho de tratar con desprecio a sus criados, incluso a Paco, que no trabaja para él pero a quien considera un ser inferior. La manera despectiva y discriminatoria en que se refiere al retraso de Azarías (un “anormal”) es un retrato crudo de la violencia que las clases altas despliegan sobre las bajas: “¿qué servicio me hace en el Cortijo un carcamal como él que no tiene nada de aquí?, y se señalaba la frente” (58). No hay ningún tipo de conciencia de clase, al contrario: el señorito de la Jara pretende que Paco y su familia le agradezcan por haber dado asilo y caridad a Azarías durante tantos años, y se desliga de toda responsabilidad sobre aquel, desmereciendo toda una vida de servicios y sumisión.
El señorito de la Jara es el primero que cataloga de “anormal” a Azarías, y se hace eco así de todas las miradas despectivas que la mayoría de los personajes tendrán hacia aquel. Frente a esa perspectiva, Régula, desde una mirada más piadosa y comprensiva, trata a su hermano de “inocente”. Así, Paco, al partir de la Jara, humillado por el señorito, piensa: “bien mirado, el Azarías era un engorro, como otra criatura, a la par que la Niña Chica, ya lo decía la Régula, inocentes, dos inocentes” (60). Se da en este capítulo una identificación entre los personajes de Azarías y la Niña Chica: son considerados criaturas, a pesar de su edad, pues deben ser cuidados y son un peso para los demás; son incomprendidos por los otros y solo parecen entenderse entre sí (“toma, duérmetela, ella es la única que te comprende”(63), le dice Régula a su hermano). Al ser identificados bajo la figura de los inocentes, son desligados de toda maldad y responsabilidad sobre sus actos, lo cual resultará fundamental en el desenlace de la novela.
En adición, Azarías y Charito son comparados con dos ángeles cuando se quedan dormidos mientras Azarías mece a la niña: “se quedaban dormidos a la solisombra del emparrado, sonriendo como dos ángeles” (62). De manera similar, Régula le dice a Quirce que no se ría de su tío pues “reírse de un viejo inocente es ofender a Dios” (63). De esta manera, se configura en torno a Azarías y la Niña Chica la noción de santidad e inocencia, lo cual remite directamente al título de la novela.
En este punto, resulta necesario aludir a la relación interdiscursiva que existe entre la novela de Delibes y la Biblia, ya establecida desde el título “Los santos inocentes”. La figura de los santos inocentes remite al episodio de la matanza de los inocentes que retrata el Nuevo Testamento. Según este relato, el rey de los judíos, Herodes, enterado de la profecía que anunciaba el nacimiento en Belén de Jesús, el futuro rey de los judíos, ordena que se le indique el paradero de ese recién nacido para poder eliminar al usurpador de su reino. Sin embargo, es engañado por los sabios de oriente que debían brindarle esa información y, enfurecido, da la orden de ejecutar a todos los bebés menores de dos años nacidos en Belén, para intentar deshacerse así de la amenaza a su poderío. Esa matanza es conmemorada con el día de los Santos Inocentes.
Cabe recordar que Delibes era un escritor cristiano y en sus novelas esta perspectiva suele estar presente. Los santos inocentes están ligados estrechamente con la niñez, que es justamente una cualidad que se le atribuye a Azarías y a la Niña Chica. Así, tanto Azarías como la Niña Chica son los santos inocentes porque actúan como niños, desde sus propias capacidades. Su inocencia da cuenta de su bondad, su ternura y su falta de maldad, lo cual los diferencia notablemente de los señores, que sí son brutalmente crueles. En consecuencia, la configuración de Azarías y de la Niña Chica como los santos inocentes será muy importante para el desenlace de la novela.
Por otro lado, Azarías y Nieves también se identifican en su común animalización. Parte de la diferencia que los distancia de los demás personajes es construida en la novela mediante rasgos que los alejan de lo humano y los acercan más a animales. Azarías es comparado con un perro, paradigma de la bondad y la domesticación: “y si se ponía a rutar era lo mismo que un perro” (60); “sonreía a la nada, según rascaba los aseladeros, y ronroneaba” (60); “la cabeza gacha, gruñendo cadenciosamente, como un cachorro” (64). Por su parte, la Niña Chica es animalizada por el Azarías, que la identifica con una milana.
El apego de Azarías con la Niña Chica, a quien reduce a la condición de un animal, se hace eco también de la relación estrecha que Azarías conserva con la naturaleza, otro de los temas predilectos de la narrativa de Delibes. Se produce entre el personaje y el mundo natural una comunión que escapa al entendimiento de los demás seres humanos. Por eso, hacia el final del capítulo, cuando el viejo se lamenta porque su nueva milana se le ha escapado, los criados del Cortijo y la familia de Régula se burlan de él. No obstante, inesperadamente, se produce un suceso casi sobrenatural: “y, de pronto, sucedió lo imprevisto, y como si entre el Azarías y la grajilla se hubiera establecido un fluido” (74). El narrador describe así la conexión casi sobrenatural que se genera entre el hombre y el ave, que deja pasmados a los presentes. De pronto, quienes ostentaban más saberes y entendimiento sobre la naturaleza (“Dios dio alas a los pájaros para volar”, 74), quedan desautorizados porque es la especial sensibilidad de Azarías, no su raciocinio, la que le da ese poder del que otros carecen.
Por último, resulta significativo que el Quirce, desde su actitud desinteresada y despectiva hacia el Azarías, desapruebe el vínculo estrecho entre Azarías y la nueva grajilla que le regala Rogelio: “es un pájaro negro y nada bueno puede traer a casa un pájaro negro” (71). Esta cita se convierte en un anticipo de lo que vendrá: en efecto, el desenlace trágico de la novela estará propiciado por el amor de Azarías por ese pájaro.