Resumen
Durante la época de migración de las palomas, el señorito Iván suele instalarse dos semanas en el Cortijo y, para ese entonces, Paco le tiene preparadas las herramientas para salir de caza. Pero, con los años, a Paco se le va dificultando desenvolverse físicamente en el bosque, y el señorito Iván empieza a señalarle que el paso del tiempo se hace evidente en él. Entonces el secretario, por no reconocer sus flaquezas, continúa esforzándose: por ejemplo, trepa a los árboles ayudado de una soga y se desolla las manos en el intento, pero al llegar a la cima afirma con altanería que aún sigue siendo útil. Iván, sin embargo, nunca queda conforme con su desempeño y lo sigue provocando, diciéndole que ya no es lo que solía ser. Paco, el Bajo, se esfuerza cada vez más, poniendo en riesgo su vida, y el señorito Iván no solo no percibe su dolor y cansancio, sino que lo trata de holgazán.
En una ocasión, Paco se olvida los capirotes, caperuzas que debería usar para mantener quietos a los palomos que hacen de señuelo antes de soltarlos. Entonces Iván le pide, ante el horror de Paco, que ciegue a todos los palomos con una navaja. Otra tarde, Paco no logra sostenerse con las piernas y cae del árbol en el que está trepado. Iván le grita, enojado, que casi cae encima suyo, sin reparar en que su secretario se retuerce del dolor en el suelo. Paco se señala la pierna y el señorito le resta importancia, pero, en cuanto ve que aquel no logra ponerse de pie, le reprocha que ahora nadie podrá ayudarlo a seguir con la caza. Paco, lleno de culpa, le sugiere que llame a su hijo Quirce y el señor Iván, insatisfecho, llama a Facundo para que se lleven al secretario y hagan llamar a Quirce.
El hijo de Paco asiste a Iván y, una vez más, se muestra hosco y hermético, pero demuestra notables habilidades soltando las aves señuelo. Iván, sin embargo, empieza a errar sus tiros y se enoja porque Quirce es tan bueno que no puede echarle la culpa a él de ello, con lo cual empieza a responsabilizar a Paco de distraerlo con su accidente. Más tarde, ya en el Cortijo, Iván va a contarle a Paco que ha errado más que nunca y en eso se cruzan a Azarías, descalzo y mugriento. Paco lo presenta como su cuñado y Azarías se acerca, embelesado, a la percha donde Iván lleva sus palomos muertos y comienza a examinarlos. Le pregunta si quiere que se los desplume e, impresionado, Iván acepta.
A continuación, Iván lleva a Paco a Cordovilla a ver al doctor don Manuel, que sin necesidad de hacer estudios asegura que el secretario tiene el peroné fracturado. Iván se desespera porque en unos días tiene una importante jornada de caza y él no puede prescindir de Paco. El médico responde que él solo es un informante y le aconseja que mejor se agencie otro secretario, pero afirma que luego Iván podrá decidir qué hace, pues “él es el amo de la burra” (113), refiriéndose a Paco.
Una semana después, vuelven a consultar a don Manuel y este sugiere enyesar a Paco, asegurando que no estará listo para la jornada de caza que tendrá lugar en dos días. De regreso al Cortijo, Iván y Paco van en silencio como si el lazo entre ellos se hubiera roto, y Paco se siente responsable de la fractura, hasta que el señorito rompe el silencio para decirle a Paco que no debe hacer caso a los médicos y, aunque le duela, debe esforzarse por andar, pues después podría quedar postrado para siempre.
En cuanto llegan al Cortijo, se acerca Azarías al coche, llevando la grajeta en el hombro, y el señorito se asombra de la habilidad de aquel con las aves. En contraste, cuando él intenta tocar al pájaro, este se asusta y sale volando, pero enseguida Azarías demuestra que sabe hacerlo regresar. Asombrado, Iván le pregunta a Paco si Azarías no sería un buen secretario. Paco replica que Azarías es bueno con las aves, pero corto de entendimiento.
Desde ese día, Iván visita todos los días a Paco y lo incita a que se mueva, y cuando Paco le dice que él es quien más lamenta no poder hacerlo, Iván le responde que el hombre es voluntad y él debe esforzarse más. Llegado el día de la caza, Iván pasa a buscar a Paco y le ordena que lo acompañe, aún a pesar de los reparos de Régula.
Durante la caza, Paco comienza a notar que los demás criados están recogiendo para otros cazadores los pájaros derribados por Iván, con lo cual este le pide que se esfuerce más, pero en el apuro Paco vuelve a fracturarse la pierna. Esa tarde, Iván vuelve a llevarlo al médico, quien sugiere nuevamente el reposo aunque, ante las quejas de Iván, asegura otra vez que es su decisión si quiere desperdiciar del todo a Paco. Iván sostiene que lo de Paco es una mariconada pero, finalmente, termina pidiéndole que le recomiende a uno de sus hijos.
Al día siguiente, Iván lleva a Quirce a la caza pero no logra que el chico demuestre ningún entusiasmo; más bien, parece aburrirse. De ahí que luego, durante el almuerzo, Iván emita un discurso sobre cómo los jóvenes de ahora no saben lo que quieren, viven cómodos y no aceptan las jerarquías. A continuación, asegura que todos, los que más tienen y los que menos también, deben acatar una jerarquía, pues unos están debajo y otros arriba porque es ley de vida. Entretanto, Iván observa cómo Nieves sirve la mesa y, cuando llega a él, la mira descaradamente y le pregunta por qué su hermano, Quirce, es tan huraño. Nieves se siente sofocada y responde con una sonrisa nerviosa.
Más tarde, antes de acostarse, Iván vuelve a llamar a Nieves y le pide que le quite las botas. Mientras ella cumple, él la mira y luego le dice que ha crecido mucho y se le ha puesto muy linda la figura. Pero cuando ella le dice que tiene quince años, Iván se queda pensando y luego asegura que no son los suficientes, por lo que le permite retirarse. Nieves queda muy desconcertada por esta escena y, de regreso en la cocina, rompe de los nervios una fuente. Pasadas las doce, mientras atraviesa el jardín de regreso a su casa, descubre al señorito Iván y a doña Purita besándose ferozmente a la luz de la luna.
Análisis
En este capítulo, la explotación y el trato injusto de los criados a manos de los señores alcanza su nivel más alto, incluso hiperbólico. Paco, el Bajo, ya está entrado en años y comienza a sentirse débil, pero el señorito Iván hará lo posible por negar esa vejez y exigirlo al máximo, hasta lastimarlo irreversiblemente. A la exigencia cínica del señorito Iván se le suma el amor propio de Paco, que lo hace autoexigirse y esforzarse, al punto de sobrepasar los límites que su cuerpo le permite. Iván, que conoce a su secretario, lo provoca y humilla, haciendo hincapié en su vejez para que Paco se esfuerce más: “¿estás cansado, Paco?, sonreía maliciosamente y añadía, la edad no perdona, Paco, quién te lo iba a decir a ti, con lo que tú eras” (106). Ante el cinismo de Iván, Paco no hace sino ponerse a prueba: “por amor propio, por no dar su brazo a torcer, trepaba al alcornoque o a la encina, ayudándose de una soga, aun a costa de desollarse las manos (...) y desde arriba, enfocaba altivamente hacia el señorito Iván los grandes orificios de su nariz, como si mirara con ellos, todavía sirvo, señorito, ¿no le parece?” (103). En esta cita Paco, el Bajo, se presenta a sí mismo como un objeto con utilidad que presenta, eventualmente, una fecha de caducidad. La novela muestra así, dramáticamente, cómo el sirviente ha incorporado la opresión como un modo de ser y vivir.
La sumisión del secretario y la explotación del señor asumen aquí un grado hiperbólico, pues no hay evidencia física de cansancio o degradación que conformen al señorito Iván y, a pesar de notar sus limitaciones, Paco prefiere arriesgar su vida a decepcionar la imagen que Iván tiene de él: “aun a riesgo de desnucarse (...) Paco, el Bajo, iba agotando sus energías, pero ante el señorito Iván, que comenzaba a recelar de él, había que fingir entereza y trepaba de nuevo con prontitud” (106). La crueldad de Iván se hace más evidente cuando Paco se lastima: se nota entonces que a Iván no le importa la salud de su secretario sino su propio interés. Por eso primero le reprocha que podría haberlo aplastado a él y luego, cuando ve que Paco no puede continuar su tarea, se lamenta porque lo deja sin asistencia para la caza. Como si fuera poco, la actitud de Paco aporta aún más patetismo a la escena cuando se lamenta desde el piso porque siente culpa de fallarle a Iván: “Paco, el Bajo, desde el suelo, sintiéndose íntimamente culpable” (108). Una vez más, la espacialidad refleja las jerarquías sociales: Paco, desde el suelo, desde una posición claramente inferior a Iván, se rinde ante su señor. Iván y Paco naturalizan que la vida de este último tiene menos valor y merece un sacrificio sobrehumano. Resulta aún más dramático que la exigencia que Iván le impone no surja de una necesidad urgente sino del capricho de la caza.
La injusticia de la que Paco es víctima se acentúa aún más en las escenas con el médico don Manuel. Este prescribe el reposo de Paco pero, una vez más, no por solidaridad con el más vulnerable, sino por puro acatamiento de sus saberes en medicina. Es por eso que, ante la desesperación de Iván, le recuerda que es libre de elegir qué hacer con Paco: “yo te digo lo que hay, Iván, luego tú haces lo que te dé la gana, tú eres el amo de la burra” (113). El médico da por sentado que es Iván quien tiene derecho a decidir sobre la vida de Paco, como si este fuera un animal de carga. Esta concepción responde una vez más a la injusta organización de clases que retrata la novela. En la siguiente visita, luego de que Paco se vuelva a fracturar, el médico sugiere otra vez que Paco es propiedad de Iván: “haz lo que quieras, Vancito, si quieres desgraciar a este hombre para los restos, allá tú” (124).
El accidente de Paco supone entonces una ruptura entre Iván y el secretario, ya que este queda inhabilitado para responder a las exigencias de su amo y lo deja sin asistencia para la caza. Perversamente, la injusta dinámica entre oprimidos y opresores hace que se conciba a Paco como responsable de esa ruptura: “iban en silencio, distanciados, como si algún lazo fundamental acabara de romperse entre ellos, y de cuando en cuando, Paco, el Bajo, suspiraba, sintiéndose responsable de aquella quiebra...” (114).
Significativamente, Iván debe contar con la asistencia de Quirce, que es la antítesis de su padre: se muestra desinteresado por las necesidades de Iván y no se preocupa por alimentar su vanidad, como hacía Paco. Iván lee estas conductas como señales de insumisión y las repudia en un almuerzo en la Casa de Arriba: “los jóvenes, digo, Ministro, no saben ni lo que quieren (...), que se diría que hoy a los jóvenes les molesta aceptar una jerarquía” (126). Iván registra con horror un cambio de paradigma en las nuevas generaciones que lo alarma, puesto que ese cambio supone una amenaza para la conservación del statu quo, que garantiza su superioridad. El mismo Ministro, invitado al almuerzo, sostiene: “la crisis de autoridad afecta hoy a todos los niveles” (126). Enseguida, demuestra que, a su juicio, la desigualdad social es una ley de la vida, que justifica y habilita a los de arriba a controlar las vidas de los de abajo: “... el que más y el que menos todos tenemos que acatar la jerarquía, unos debajo y otros arriba, es ley de vida, ¿no?” (127). Mediante la metáfora de la altura, una vez más, Iván representa su superioridad moral por sobre sus criados. Sin embargo, estas alusiones a una crisis de autoridad en la sociedad rural española son un anticipo del cambio de suerte que se producirá en el capítulo siguiente.
La humillación de Paco a manos del señorito Iván termina de consumarse cuando intenta un acercamiento a Nieves. El acercamiento no es amable sino humillante, en la medida en que obliga a la joven a quitarle los zapatos, mientras la mira lascivamente. Simbólicamente, Iván sugiere que Nieves debe rendirse a sus pies, es decir, someterse a él sin poder negarse. Lo único que lo disuade es la edad de la niña.