Los santos inocentes

Los santos inocentes Resumen y Análisis Libro 6: El crimen

Resumen

Don Pedro, el Périto, se presenta en lo de Paco a la mañana siguiente y le pregunta a Régula si no vio salir del Cortijo a su esposa, Purita. Régula le asegura que solo vio salir por el portón al señorito Iván en su coche y Paco confirma lo que dice su esposa, de modo que Pedro regresa cabizbajo a la Casa Grande. Entonces Nieves, que ha presenciado la escena, le dice a su padre que la noche anterior vio a Purita besándose con el señorito. Paco se pone muy nervioso y le dice a su hija que ella debe callar todo lo que ve y oye.

Enseguida, regresa Pedro para confirmarles que Purita no está en la Casa Grande y que hay que dar aviso al personal del Cortijo por si fue secuestrada. Paco, el Bajo, reúne a toda la gente del Cortijo. Pedro les anuncia la desaparición de su esposa y les pregunta si alguien la ha visto. Nieves, custodiada por la mirada de su padre, mece a la Niña Chica intentando disimular lo que sabe, hasta que don Pedro se dirige directamente a ella para saber si la noche anterior no vio a Purita en la Casa Grande. Ante la negativa de Nieves, don Pedro deja ir al personal y se acerca a Régula para confesarse: le dice que Purita tiene que haber salido en el auto del señorito Iván, aunque solo para burlarse de él, no por otra cosa. Régula le asegura que Iván iba solo en el auto pero don Pedro insiste, sugiriendo que su mujer pudo haberse escondido en el asiento de atrás del auto, tapada con un abrigo, y haberse ido a Madrid, para embromarlo a él. Régula insiste en que Iván iba solo y entonces don Pedro se da por vencido.

Pasan los días y don Pedro es visto vagando por el Cortijo, perdido y humillado. Una semana después, llega el señorito Iván en su auto y don Pedro se acerca a él para comprobar que llega solo. Frente a Régula y Paco le pregunta al señorito Iván si no vio a Purita la otra noche después de la cena. Al escucharlo, el señorito esboza una sonrisa frívola, se hace el sorprendido de que Pedro haya perdido a su mujer y sugiere que tal vez ella se fue a lo de su madre, luego de las usuales discusiones que tienen. Pedro confirma que tuvieron una discusión pero insiste en que la mujer no pudo haberse ido del Cortijo sino en un coche, y se sabe que el único que salió fue el de Iván. Entonces este responde que Purita pudo haberse escondido en su auto sin que él lo notara, pues es tan distraído. Ante la decepción de Pedro, Iván le da unas palmadas en el hombro y le dice que no sea melodramático ni piense que Purita lo engaña.

Más tarde, Iván regresa a la casa de Paco para preguntarle cómo está de la pierna y, si bien aquel le dice que está curándose, lo desafía a acompañarlo a cazar al día siguiente. No obstante, enseguida se da cuenta de que, con el yeso, Paco no podría ayudarlo, entonces le pregunta si puede valerse de su cuñado retrasado. Paco le responde que Azarías es inocente, pero probando no se pierde nada, de modo que lo llama y le dice que Iván lo necesita para la caza.

Al día siguiente, el señorito pasa a buscar a Azarías en su auto y le pregunta si lleva soga para trepar a los árboles. Se preocupa al verlo descalzo, pero Azarías no lo escucha y se pone a preparar los materiales necesarios y luego, sin pedir permiso a Iván, empieza a llamar a la grajilla, que enseguida se le posa sobre el hombro y come el alimento que le da. Iván los observa con desprecio y dice que el pájaro come más de lo que vale. A continuación, Iván y Azarías viajan hasta la sierra.

Una vez allí, Azarías se orina las manos y luego se trepa a un árbol. Iván repara en que el hombre no hace uso de la soga que llevó. El señorito se lamenta de que no haya aves volando, pero Azarías no lo escucha porque, como un niño, está balanceándose en el árbol y agitando al palomo señuelo. Iván lo reta y le dice que deje de alterar en vano a la paloma y espere a que aparezcan aves volando para agitarlo, pero Azarías continúa el balanceo. Entonces Iván le grita violentamente para que se aquiete, y aquel queda inmóvil y acobardado, como un niño.

Repentinamente aparecen unas zuritas en el cielo y el señorito Iván le insiste a Azarías para que agite al palomo, pero el bando de aves ignora el cimbel, con lo cual Iván sugiere cambiar de locación. Toman el auto y se dirigen al Alisón, pero tampoco allí hay aves y el señorito pierde la paciencia y se queja, diciendo que eso parece un cementerio. Aburrido de tanto esperar, Iván empieza a disparar al cielo, gritando como un loco. Frustrado, propone a Azarías volver por la tarde a ver si tienen mejor suerte.

De camino al auto, Azarías ve en lo alto una bandada de grajetas y, sonriendo, se las muestra a Iván, diciéndole que son milanas. Entonces grita, remedando su graznido, como llamándolas, y una de ellas se desprende del bando y comienza a volar en su dirección. Alucinado, Iván apunta con la escopeta y, al verlo, a Azarías se le deforma el rostro de pánico y le ruega que no dispare a su milana. Pero Iván se siente estimulado por la dificultad del tiro y, a pesar de las imploraciones de Azarías, aprieta el gatillo y alcanza la grajeta. Azarías corre ladera abajo, desorbitado, gritándole a Iván que ha matado a su milana. Iván lo sigue y, mientras se ríe por lo bajo de la imbecilidad de Azarías, le grita que no se preocupe, pues le conseguirá otra. Pero Azarías está muy triste y sostiene el cadáver del ave, sollozando. Iván le dice que debe disculparlo, pues luego de tanto esperar no pudo contener su deseo de disparar. Azarías no responde y sigue lamentándose por la muerte de su milana.

De vuelta en el Cortijo, Iván le dice a Paco que consuele a su cuñado y, entre risas, se justifica por haber matado a su pájaro, diciendo que él es incapaz de contener su afán de caza y que Azarías es un maricón. Entonces el señorito asegura que le conseguirá otra grajeta, pues esa carroña abunda en el Cortijo, y se despide hasta la tarde. Azarías, entre lágrimas, se acerca a la Niña Chica, que emite uno de sus alaridos, y Azarías le dice a Régula que la Charito llora porque el señorito ha matado a la milana.

Por la tarde, cuando Iván pasa a recoger a Azarías, este parece otro, más entero, y carga la jaula con los palomos señuelo, un hacha y una soga del doble de grueso que la de la mañana, tranquilo, como si no hubiese ocurrido nada. Iván se ríe de la soga y Azarías le dice que es para trepar. El señorito responde que espera que ahora cambie su suerte.

En la sierra, Azarías se muestra ausente y no responde a los apuros de Iván al ver las aves. Tranquilo, se sube al árbol, con la soga a la cintura, y una vez que está arriba, se inclina hacia abajo para pedirle a Iván que le alcance la jaula con los palomos que dejó al pie del árbol. Iván se agacha para tomar la jaula y, al levantarse hacia Azarías, este le echa al cuello la soga con el nudo corredizo y tira del otro extremo, ajustándola. Iván, evitando soltar la jaula y lastimar a los palomos, trata de zafarse de la soga solo con una mano, pues aún no comprende lo que sucede. Incluso le reprocha a Azarías estar distraído y no reparar en las aves que surcan en ese momento el cielo. Pero Azarías comienza a tirar de la soga con todas sus fuerzas, hasta que el señorito es alzado del suelo y, mientras suelta la jaula, le dice a Azarías, con voz entrecortada, que está loco. Enseguida se escucha el estertor de Iván, que saca la lengua. Azarías amarra la cuerda al árbol y sonría, mientras las piernas de Iván experimentan convulsiones y espasmos, como si bailara, y luego su cuerpo se balancea hasta quedar inmóvil. Mientras, Azarías mira al cielo, riendo bobamente y repitiendo mecánicamente “milana bonita”. En ese instante, una gran bandada de zuritas vuela por el aire.


Análisis

El capítulo final de la novela se inicia con un don Pedro humillado y desesperado por la desaparición de su mujer. El hombre se presentará ante el personal del Cortijo, intentando aparentar integridad pero sugiriendo una conexión entre la desaparición de su mujer y la partida del señorito Iván. Esto supone claramente una ironía dramática del relato, en la medida en que el lector viene de presenciar, al final del libro 5, el encuentro furtivo entre Purita e Iván, aquel que presenció también Nieves. Esta escena refleja nuevamente el patetismo de la figura de don Pedro, tensionado entre la apariencia despreocupada y la humillación y los celos que lo carcomen. Ante sus subordinados, como son Paco y su familia, no quiere mostrarse débil ni exhibir el grado de humillación al que está expuesto, con lo cual intenta aparentar que no desconfía de su mujer. Pero, a su vez, ante la falta de respuestas, arroja hipótesis cada vez más disparatadas, que ponen en evidencia sus celos y, en definitiva, su condición humillante. Se construye así un silencio incómodo entre Pedro y los demás personajes, pero este está cargado de sentido, pues nadie quiere poner en palabras lo obvio.

Pedro primero sugiere que Purita ha sido secuestrada, lo cual ya es bastante disparatado. Luego insiste en saber detalles de cómo salió del Cortijo el señorito Iván, si llevaba valijas consigo, si iba solo y, por último, sugiere la posibilidad de que su mujer haya salido escondida en el asiento de atrás: “Régula, piénsatelo dos veces antes de contestar, ¿no iría… no iría doña Purita dentro del coche, tumbada, pongo por caso, en el asiento posterior, cubierta con un abrigo u otra prenda cualquiera?, entiéndeme, yo no es que desconfíe, tú ya me comprendes, sino que tal vez andaba de broma y se me ha largado a Madrid para darme achares” (137). Así, en el cruce entre la impostada despreocupación y las sospechas paranoicas la escena adquiere un tono humorístico que ridiculiza en gran medida al personaje. En efecto, la imagen de Pedro luego de exponerse a esta humillación es muy patética: “a partir de ese momento, se le vio por el Cortijo vagando de un sitio a otro, sin meta determinada (...), los hombros encogidos, como si quisiera hacerse invisible” (138).

La humillación de Pedro se hace aún más aguda en cuanto se enfrenta a Iván, quien, al escuchar que Pedro busca a su mujer, adopta una actitud cínica: sonríe abiertamente ante la desazón de Pedro, lo trata con soberbia y paternalismo y lo Y, sin embargo, Pedro, sumiso, acata la autoridad y la verdad construida por Iván. A todo esto, se suma un elemento irónico más, que aporta humor: el nombre “Purita”, dado q expone al reparar en lo extraño que resulta que él mismo no sepa dónde está su esposa: “no me digas que has perdido a tu mujer” (139). Nuevamente, la ironía dramática entra en escena, pues tanto Paco y Régula -que presencian el diálogo-, y también el lector, saben que Iván estuvo con Purita esa noche y, muy probablemente, conozca su paradero. La actitud sobradora de Iván refleja el placer que siente por ver sufrir a su subordinado. Con su mentira y falsa solidaridad no hace sino humillarlo frente a los demás personajes presentes: “otra cosa no te pienses, Pedro, que eres muy aficionado al melodrama, la Purita te quiere, tú lo sabes, y además, rió, tu frente está lisa como la palma de la mano, puedes dormir tranquilo” (140). En esta afirmación respecto de la supuesta fidelidad de Purita a Pedro se manifiesta la burla ante el hombre que sufre. Y la impunidad con la que Iván se comporta, incluso frente a Paco y Régula, que saben cuál es la verdad, da cuenta del poder que tiene el señorito: desestima el dolor de Pedro, acusándolo de melodramático, aunque el lector bien sabe que sus sospechas son justificadas. Y, sin embargo, Pedro, sumiso, acata la autoridad y la verdad construida por Iván. A todo esto, se suma un elemento irónico más que aporta humor: el nombre “Purita”, que contrasta con la conducta de la mujer, en la que poco hay de pureza y transparencia.

Pedro representa el drama de un hombre que está atrapado entre dos mundos: se cree superior a los criados pero es despreciado y humillado por el señorito Iván; no pertenece al mundo bajo pero Iván rechaza su adscripción al ámbito de los que mandan. Pedro queda expuesto así ante todo el Cortijo como el opresor que se convierte en oprimido. Esta primera inversión anticipará otra inversión de roles en la novela: la que se producirá pronto entre Iván y Azarías.

El encuentro entre Iván y Azarías en este libro retoma toda la crueldad de Iván y la inocencia de Azarías construidas hasta ahora, pero supondrá un giro inesperado en la trama. Durante la caza, Azarías despliega su actitud infantil y se balancea en el árbol, desoyendo las indicaciones del señorito. El narrador toma partido por él y justifica su accionar, adjudicándolo a su falta de entendimiento: “el Azarías continuaba tironeando, un-dos, un-dos, un-dos, a ver, por niñez” (146). El señorito, ajeno a esa inocencia, lo reta violentamente, y el aspecto de Azarías no hace sino infantilizarse aún más: “ante su arrebato, el Azarías se acobardó y quedó inmóvil, aculado en el camal, sonriendo a los ángeles, con su sonrisa desdentada, como un niño de pecho” (146). Como se verá luego, no es casual que aquí, ante la violencia de Iván, el narrador vuelva a destacar el vínculo entre Azarías y los ángeles. La novela parece estar construyendo así, en el contraste entre la crueldad del señor y la inocencia del criado, la justificación para el accionar de Azarías.

El hecho que desencadena el conflicto entre Azarías e Iván es la muerte de la milana a cargo del señorito. Esta escena construye un marcado contrapunto entre los dos personajes. Allí contrastan la ternura e inocencia de Azarías y la crueldad y el egoísmo de Iván; la comunión del primero con la naturaleza y la relación violenta que establece con ella el segundo. Azarías se muestra sensible y alegre ante la bandada de grajetas que vuela, y su conexión es tal que es capaz de identificar entre la bandada a su milana, y se la muestra, admirado, al señorito. Pero Iván no se sensibiliza, pues en la grajeta ve únicamente una presa y una oportunidad para ostentar sus habilidades como cazador. Tal como hizo con Paco y con don Pedro, Iván parece disfrutar el sufrimiento de sus subordinados y desoye los gritos de Azarías. Una vez que el ave muere, Azarías se desespera, desgarrado de dolor, mientras que Iván parece disfrutar de esa situación. Exhibe ante el lector su falsedad, riéndose por lo bajo y despreciando a Azarías (“será imbécil, el pobre”, 150), mientras que en voz alta imposta remordimiento.

Frente a Paco, Iván demuestra la misma soberbia y se ríe de la sensibilidad de Azarías, justificando su accionar en su excelente disposición para la caza. Lejos de adecuarse a la situación sensible, Iván se muestra aún más provocador y despectivo, quitándole importancia al asunto y despreciando al ave muerta: “explícaselo a tu cuñado y que no se disguste, coño, que no sea maricón, que yo le regalaré otra grajilla, carroña de esa es lo que sobra en el Cortijo” (151). Paco, por su parte, asume la mirada sensible y nota el contraste entre el señor y el criado: mientras Iván ríe, despreocupado, Azarías se muestra triste y encogido.

Sin embargo, durante la tarde, la actitud de Azarías se ha revertido, y cuando Iván vuelve a recogerlo ve que “parecía otro (...), tranquilo, como si nada hubiera ocurrido” (152). Esto anticipa la predisposición de Azarías para matar a Iván. En efecto, hay varias pistas que adelantan el desenlace. Por un lado, está el recordatorio de Iván para que Azarías lleve la soga, y la sorpresa que se lleva al ver que aquel no hace uso de ella para treparse (por lo que debería llamar su atención cuando, al final, sí sube con la soga). Por otro lado, Iván describe la sierra, vacía de aves, diciendo que “parece un cementerio” (146), y así anticipa también su muerte. Asimismo, al volver a salir de caza durante la tarde, Iván repara en que Azarías ahora lleva una soga mucho más gruesa, y le pregunta para qué es. Por último, deseando que la caza mejore, dice: “a ver si quiere cambiar la suerte” (152). Irónicamente, su parlamento anticipa su propia muerte: el cambio de suerte permitirá que Azarías se vengue del siempre triunfante Iván. Pero este es incapaz de reparar en todas estas pistas, preocupado una vez más solo por sus intereses, e insensible a lo que pasa a su alrededor. En efecto, en ese mismo sentido, apenas Azarías le pasa la soga al cuello, Iván no suelta la jaula, preocupado aún por los palomos, esto es, concentrado aún en su deseo de caza, “porque aún no comprendía” (153). Se opera una inversión inesperada: irónicamente, es Iván el que ahora no comprende lo que sucederá y Azarías el que tiene el control de la situación. Su propia crueldad se le vuelve en contra, y pasa de ser victimario a víctima de Azarías.

En la descripción física del cadáver de Iván se construye, por un lado, la ironía de su vida, de haber perecido en manos de un inválido como Azarías, y, por otro lado, una justificación para su asesinato. La enumeración que hace el narrador recae en partes del cuerpo que significativamente eran las que caracterizaban a los personajes que sufrían la explotación de Iván: los brazos de Iván, ahora “desmayados”, recuerdan a los brazos derrotados de Pedro, cuando Purita ha desaparecido; los “ojos desorbitados” del cadáver recuerdan a los ojos desorbitados de Azarías cuando corre en auxilio de la milana a la que Iván disparó (“ya corría el Azarías ladera abajo, los ojos desorbitados”, 149); las piernas inertes recuerdan a las piernas inválidas de la Niña Chica como a la pierna inútil y quebrada de Paco. Así, al presentar en la muerte de Iván las apariencias físicas de aquellos que sufrieron sus humillaciones, el narrador destaca lo justificable de su muerte. Esta descripción física hace hincapié en el desenlace irónico de la muerte del señorito Iván: los signos de inferioridad de sus criados que él les remarcaba terminan caracterizándolo a él finalmente. Así, mediante este giro irónico, el narrador parece señalar cierto grado de justicia poética en la muerte de Iván.

En este mismo sentido, el título de este último capítulo remite a un crimen, que en un primer momento sería lógico adjudicar al asesinato de Iván por parte de Azarías. Sin embargo, si se lo considera desde la perspectiva de este último, el crimen sería más bien la muerte de la milana a manos del señorito. El narrador es quien contribuirá a generar esa ambigüedad: al insistir en resaltar la crueldad de Iván y configurar al Azarías como un inocente, ha estado inclinando la balanza en favor de Azarías.

El título de la novela parece abonar esta perspectiva que justifica el accionar de Azarías y plantea la muerte de Iván como un destino merecido. Al aludir a los santos inocentes, se insiste en el relato bíblico como clave de lectura para toda la novela: es la simbología bíblica la que permite justificar la acción del Azarías. El juego que se da entre los conceptos bíblicos (inocencia-crueldad, culpa-castigo) introducen una ambigüedad en el desenlace. El Azarías es el niño inocente, maltratado injustamente, frente a Iván, el tirano malvado que degrada y humilla a sus inferiores con placer. Azarías representa la compasión frente a la crueldad de Iván, que es el pecador, el culpable. Ante esta culpabilidad, la única salida ética para limpiar los pecados y ser redimido es el castigo, es decir, la muerte. De esta manera, Azarías es el niño inocente que viene a redimir a sus pares del criminal Herodes (aquí Iván), arquetipo de opresor. Según esta lectura, Azarías mata para borrar esos pecados y deshacer todas las maldades que Iván ha perpetuado, pecados que simbolizan el maltrato y el desprecio hacia los criados, la indiferencia ante la enfermedad y la necesidad, y la violación de las leyes naturales. A Azarías ya se le había muerto una milana y su señorito, el de Jara, se le rio cuando le pidió ayuda. Con su segunda milana le ocurre algo similar, con el plus de que, en este caso, la milana muere a manos del señorito Iván. En ambos casos, los señoritos se muestran incapaces de entender la tristeza del hombre. Por lo tanto, al matar a Iván, Azarías limpia los pecados de todos los señoritos crueles y deshumanizados.

En la lógica del Azarías, la muerte de Iván parece entonces justificada. Y si bien parecería excesivo llamar “crimen” a la caza de un ave, las referencias bíblicas permiten que triunfe la lógica interna del Azarías, cuya sensibilidad sí lo concibe como tal. El narrador es en gran medida responsable de que esta perspectiva prevalezca, por sus recurrentes alusiones a la niñez, la inocencia y la ternura de Azarías. Significativamente, la muerte de la milana es narrada tan dramáticamente como la de Iván. Incluso, en el relato de la muerte de la milana hay un punto de vista que describe con compasión, mientras que la muerte de Iván se describe sin valoración, casi como si se tratara de un reporte forense. De hecho, el narrador compara los estertores desesperantes de Iván con un baile (“...las piernas del señorito Iván experimentaron (...) unos espasmos electrizados, como si se arrancaran a bailar por su cuenta...”, 154), quitándole así parte del dramatismo a la escena.

De este modo, la novela se cierra con un posicionamiento ideológico claro, que plantea un nuevo tipo de justicia: Iván, como representante de la clase dominante, condensa la conducta de todo un estrato social que debe pagar por lo que hizo, mientras que Azarías, como representante de los más débiles y sometidos, es el inocente que limpia los pecados. Por eso, si por un momento parece comprometerse la inocencia del Azarías, la oposición inocencia-culpa bíblica la reivindica, dejándola intacta. La novela se cierra, en efecto, con la sonrisa tierna del Azarías y los pájaros en el cielo, que ahora, gracias a su redentor, pueden volar en libertad.

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