Resumen
Paco, el Bajo, es el esposo de la Régula. Vive en el cortijo con su familia, hasta que Crespo, el Guarda Mayor, le encarga instalarse en la Raya de lo de Abendújar. Paco no tiene problema en hacerlo pero sabe que eso dificultará la educación de sus hijos, que para él y su esposa es algo muy importante porque sería lo único que les permitiría dejar de ser pobres. Ya bastante tienen con la Niña Chica, a la cual, si bien es la hermana mayor, llaman así en alusión a su enfermedad, que le impide hablar, moverse y valerse por sus propios medios.
En efecto, la Señora Marquesa, con el objetivo de erradicar el analfabetismo, contrata a dos señoritos de la ciudad, Gabriel y Lucas, para que enseñen a leer a sus criados. Los maestros imparten sus lecciones, pero los trabajadores se muestran muy desorientados. Una noche, borracho, Paco, el Bajo, se atreve a preguntarles para qué se empeñan en hablarles de las letras y el señorito Lucas rompe a reír y le explica que eso que les enseñan es la gramática. Sin embargo, los criados siguen desorientados y no comprenden muchas de las reglas arbitrarias de la gramática. De hecho, Facundo, el Porquero, se queja de escuchar que la “h” es muda, porque ninguna de las otras letras habla tampoco, y cree que es inútil que exista una letra que no agrega ningún sonido. En suma, quedan muy confundidos los trabajadores del cortijo con todas las enseñanzas del señorito Lucas.
Sin embargo, Paco, el Bajo, experimenta a la vez una transformación, pues mientras desarrolla sus faenas habituales, se encuentra a sí mismo pensando en las reglas de la gramática y las consulta con la Régula. Una de esas noches, mientras discute de esos temas con la Régula, se escucha el berrido lastimero de Charito, la Niña Chica, y Paco, el Bajo, siente vergüenza de haber engendrado a una muchacha muda como ella. Se alivia, sin embargo, pensando que su otra hija, la Nieves, es más inteligente. Recuerda entonces el origen de ese nombre, que muy poco tiene que ver con el color moreno de la piel de su familia, sino con que durante el embarazo, la Régula sufría de calores extenuantes y el Mago les sugirió llamarla “Nieves” para evitar que este bebé saliera con algún problema como la Niña Chica.
Paco, el Bajo, piensa con amargura que la Nieves no llegó a asistir a la escuela porque su familia fue encomendada a la Raya de lo de Abendújar, y por eso intenta transmitirle las enseñanzas de la gramática que aprende del señorito Lucas. La Nieves responde a Paco con las mismas ocurrencias de los trabajadores del Cortijo, y su padre aprovecha entonces para imitar las carcajadas y las respuestas del señorito Lucas. Pero se muestra muy satisfecho con los avances de Nieves y le cuenta a la Régula que hay esperanzas en ella, pues tiene talento, no como la inútil Niña Chica.
Una mañana, llega Crespo, el Guarda Mayor, a la Raya, y le anuncia que don Pedro, el Périto, ordena que Paco y su familia regresen al Cortijo, pues ya han cumplido su deber en la Raya. Paco está muy ilusionado porque cree que ahora Nieves podrá ir a la escuela y llegar lejos, y sus hijos varones, que ya están en edad de trabajar, podrán ayudar económicamente a la familia. Pero una vez en el Cortijo, don Pedro comienza a repartir tareas e instrucciones para los recién llegados. Régula, por ejemplo, se encargará, entre otras cosas, de atender el portón de la estancia y estar a disposición de las salidas y entradas del coche de la Señora y el señorito Iván, a quienes no les gusta esperar. Antes de concluir, don Pedro, con pudor, observa a la Nieves, y termina diciéndole a la Régula que ahora que la niña está crecida podría ayudar a su esposa, doña Purita, que ya está grande para las tareas del hogar. Al escuchar esta propuesta de trabajo para Nieves, Paco y la Régula se sienten muy decepcionados, pero deben aceptar lo que mandan sus superiores. Don Pedro, el Périto, comienza entonces a hablar apresuradamente, sin reparar en la tristeza de Paco, y argumenta que ahora todos quieren ser señoritos y marcharse a la capital o al extranjero, y nadie quiere ya ensuciarse las manos ni trabajar, pero que a la niña Nieves no le faltará nada ahora y podrá incluso volver por las noches a dormir a la casa de su familia. Luego de marcharse don Pedro, llega Facundo, el Porquero, que advierte a Paco y a Régula que doña Purita es muy histérica y exigente. A partir de la mañana siguiente, Nieves se presenta todos los días en la Casa de Arriba.
Un día, Carlos Alberto, el hijo mayor del señorito Iván, hace su Comunión en la Capilla del Cortijo, y dos días después llegan al Cortijo la Señora Marquesa acompañada del Obispo. Régula les abre el portón y queda deslumbrada y ensaya algunos saludos ridículos, pero la Señora Marquesa le indica que debe besarle el anillo. Régula besa exageradamente el anillo y luego el coche se dirige a la Casa Grande, donde se celebra una fiesta en lo alto. En paralelo, el personal se reúne en la corralada a festejar y brindar por el señorito Carlos Alberto y la Señora. Pero Nieves no puede asistir, porque se encuentra sirviendo el banquete de la Casa Grande. Allí, la Señora repara en ella y le pregunta a Pedro de dónde ha sacado esa alhaja. Él le responde que es la hija menor de Paco, el secretario del señorito Iván. Entonces la Señora se sorprende y le dice a su hija, Miriam, que esa muchacha podría ser una buena primera doncella.
La Nieves no se da cuenta de lo que genera en la Señora, porque mientras sirve está abrumada por la presencia del rubio y bello Carlos Alberto, vestido de blanco por su Comunión. Por la noche, le dice a su padre que quiere hacer también la Comunión, y él le responde que deberá consultarlo con Pedro. Pero Pedro y la Purita, al oír la idea de Nieves, se echan a reír de su ocurrencia y finalmente tanto en la Casa de Arriba como en la Casa Grande se burlan de la aspiración de Nieves. Cada vez que el señorito Iván recibe invitados, doña Purita aprovecha para señalar a la niña y burlar su deseo de hacer la Comunión, a lo cual la concurrencia responde con risas y revuelo. Enseguida, el señorito Iván argumenta que eso es culpa del Concilio, que les hace creer a las gentes de las clases bajas que deben ser tratadas como personas. Entonces el señorito Ivan le pide suele pedir su opinión a doña Purita, acercándose a ella y asomándose descaradamente sobre su escote, mientras don Pedro los mira, lleno de rabia y celos.
Más tarde, en la Casa de Arriba, don Pedro suele armar una escena de celos a Purita que se repite continuamente: le reprocha que ella se abre el escote para provocar a Iván y le dice que es una zorra, a lo cual ella siempre responde que no puede renegar de los dones que Dios le dio, mientras presume su cuerpo cínicamente. Esa actitud altanera pone aún más nervioso a Pedro, que la amenaza con pegarle, pero ella le dice que es un cobarde y no se animaría a lastimarla. Entonces él se pone a llorar y le dice que ella lo tortura. Pura se mira al espejo, ostentando su cuerpo, mientras Pedro llora en la cama como una criatura. Nieves suele presenciar esas escenas y contárselas luego a Paco, su padre, quien le dice que ella debe ver y callar, sumisamente.
Un día se celebra en el Cortijo la batida de los Santos, esto es, el comienzo de la temporada de caza, y el señorito Iván, mientras ostenta sus habilidades en la caza, le comenta sardónicamente a Paco, el Bajo, lo inútil que es Pedro, que no acierta ningún tiro. Por la tarde, en el almuerzo en la Casa Grande, Purita, con su escote habitual, y el señorito Iván despliegan su coqueteo una vez más frente a don Pedro, que, nervioso y sin saber cómo reaccionar, se desquita con Nieves, confesando a todos que ella quiere hacer la Comunión. La niña se siente muy avergonzada y don Pedro sigue señalándola acusadoramente, hasta que Miriam se compadece de ella y dice que no hay nada malo en que la niña desee eso, y que si ella no tiene los conocimientos, alguien debería formarla.
Más tarde, don Pedro intenta disculparse con Nieves, diciéndole que solo la estaba embromando, pero de inmediato se dirige a su mujer, Purita, para volver a reprocharle su actitud con Iván y la escena de celos de siempre vuelve a comenzar.
Análisis
En este capítulo, como su título lo indica, se presenta a Paco, el Bajo, otro de los personajes más oprimidos de la novela, pues padece una violenta explotación por parte del señorito Iván. Ya desde su apodo, “el Bajo”, se alude a esa condición inferior. Paco representa el paradigma de sirviente, fiel y sumiso a su señor. En efecto, el narrador insistirá más adelante en que esa sumisión está en la naturaleza de Paco, con lo cual sugiere cierto determinismo en su condición, que lo predispone a acatar los deseos de su superior, ajeno a su propia voluntad o deseo. En este libro, la total sujeción que Paco y su familia mantienen con sus superiores queda establecida en el modo en que deben plegarse al estilo de vida que aquellos les imponen.
Paco y Régula han sido enviados a la Raya de Abendújar por orden de don Pedro, el Périto, y durante su estadía allí se lamentan porque no han podido enviar a su hija Nieves a la escuela. Añoran su regreso para poder hacerlo, pues confían en el poder de la educación y aspiran a que sus hijos menores (Nieves, Quirce y Rogelio) puedan acceder a oportunidades que ellos dos no han tenido, para así poder salir de la pobreza y mejorar su condición. En este sentido, se introduce un tema importante en la novela: la importancia de la educación y el saber.
En efecto, Paco y Régula saben que la única alternativa para que sus hijos tengan una vida mejor a la suya es que se escolaricen y aspiran a generar las condiciones para que eso ocurra: “los muchachos podían salir de pobres con una pizca de conocimientos” (27). Paco deposita sus esperanzas sobre Nieves, en contraste con la decepción que le genera la inutilidad de la inválida Charito. Avergonzado por esa primera hija, Paco se esfuerza por transmitir su aprendizaje de la gramática a la Nieves y, orgulloso, le dice a Régula: “la muchacha esta ve crecer la hierba” (33).
En la misma dirección, la misma Señora Marquesa apoya la importancia de alfabetizar a sus empleados, y por eso contrata a unos señoritos para darles clase. Los señoritos vienen de la ciudad, con lo cual se introduce en la novela la oposición entre el campo y la ciudad, un tema muy recurrente en la narrativa de Delibes. En las escenas de alfabetización, se establece un fuerte contraste entre los trabajadores del Cortijo y los señoritos de la ciudad, que deja en evidencia el alto nivel de ignorancia de los primeros. Ese contraste queda sellado además por la risa de los profesores: “el señorito Lucas rompió a reír y a reír con unas carcajadas rojas, incontroladas, y, al fin, cuando se calmó un poco, se limpió los ojos con el pañuelo y dijo, es la gramática, oye, el porqué pregúntaselo a los académicos” (29). Del mismo modo en que en el capítulo anterior el señorito de la Jara se reía de la ocurrencia de Azarías al pedirle llamar a un médico para su milana, aquí los señoritos, que son quienes detentan el saber, se ríen y burlan de la ignorancia de sus alumnos. Una vez más, los de arriba humillan a los de abajo. De hecho, la reacción de Paco da cuenta de que identifica ese desprecio de los profesores: “se enojó, que eso ya era por demás, coño, que ellos eran ignorantes pero no tontos” (29). Sin embargo, el profesor sigue burlándose: “se desternillaba el hombre de la risa” (29).
Las escenas de alfabetización de los criados son humorísticas. Las ocurrencias de los alumnos respecto de lo que les enseñan resultan risibles porque, al cuestionar las reglas de la gramática, desnaturalizan cuestiones del lenguaje que son por cierto arbitrarias, pero ya están tan aceptadas que nadie las pone en tela de juicio. Tal es el caso, por ejemplo, de lo que ocurre con la letra “h”, que según el señorito Lucas “es muda”. Eso genera la desazón de los alumnos, y Facundo, el Porquero, se siente burlado: “¿qué se quiere decir con eso de que es muda?, te pones a ver y tampoco las otras hablan si nosotros no las prestamos la voz” (30). Luego opina que es inútil utilizar una letra que no aporta ningún sonido.
A pesar de esta parodización, la importancia de la educación se hace carne en Paco, quien al entrar en contacto con las enseñanzas experimenta una transformación: “y Paco, el Bajo, hecho un lío, cada vez más confundido, mas, a la mañana, ensillaba la yegua y a vigilar la linde, que era lo suyo, aunque desde que el señorito Lucas empezó con aquello de las letras se transformó, que estaba como ensimismado el hombre, sin acertar a pensar en otra cosa” (30). A partir de estas enseñanzas, Paco podrá transmitir parte de lo aprendido a su hija Nieves.
Sin embargo, la experiencia de la familia terminará siendo trágica en este sentido. Cuando son enviados nuevamente al Cortijo, Paco cree que ahora él y su familia podrán prosperar: Nieves yendo a la escuela, los hijos varones trabajando y ayudando económicamente a la familia, viviendo todos en una casa más grande. Sin embargo, al llegar al Cortijo esas expectativas son inmediatamente quebradas: don Pedro, al ver crecida a Nieves, sugiere que ella trabaje para doña Purita. Don Pedro parece percibir que lo que pide no coincide con la aspiración de Paco y su familia, razón por la cual se pone nervioso e intenta justificarse. Uno de los argumentos que usa remite nuevamente al tema de la oposición entre el campo y la ciudad, en tanto se queja de que ahora nadie quiere trabajar en el campo y eligen la ciudad: “ahora todos te quieren ser señoritos, Paco, ya lo sabes, que ya no es como antes, que hoy nadie quiere mancharse las manos, y unos a la capital y otros al extranjero, donde sea, el caso es no parar, la moda” (39). De esta manera, don Pedro se hace eco de un fenómeno social y económico que Delibes suele retratar con dramatismo en varias de sus novelas: el vertiginoso avance del progreso y el éxodo que se produce del campo a la ciudad. Don Pedro intenta convencer a Paco y su familia apelando a la idea de que el trabajo rural es el trabajo honrado, dignificante, y sugiriendo que las aspiraciones por ir a la ciudad son frivolidades, pura moda. Sin embargo, detrás de esa mirada idealizada de la vida rural, la novela exhibirá la cruel trama de explotación que se da en el campo, de la cual Paco y su familia serán las principales víctimas.
La decepción de Paco y Régula, mientras escuchan en silencio a Pedro, es enorme: “según hablaba don Pedro, el Périto, Paco, el Bajo, se iba desinflando como un globo” (38). Mediante el símil del globo, el narrador representa cómo se frustra y disipa la ilusión de Paco de escolarizar a su hija y sacarla de la pobreza. Él y su mujer comprenden, sin embargo, que no pueden negarse a lo que sus superiores indican y deben aceptar: “lo que usted mande, don Pedro, para eso estamos” (39). Así, esta inadecuación entre lo que ellos quieren y lo que se les impone desde arriba da cuenta de las distintas jerarquías sociales que construye la novela y del trato injusto que padecen los más oprimidos. Este será otro tema fundamental en Los santos inocentes: la desigualdad entre clases sociales.
De hecho, el Cortijo es una réplica en miniatura del entramado de clases sociales que caracteriza esa sociedad: Paco y su familia están a merced de sus superiores, don Pedro y doña Purita, quienes, a su vez, rinden su trabajo a sus superiores, la Señora y el señorito Iván. La jerarquía entre clases sociales en la novela está configurada espacialmente: hay un espacio en el Cortijo para cada clase social. La casa de Paco, el Bajo, y la zona baja del Cortijo representan la clase más baja; luego está la Casa de Arriba, donde viven Pedro y Purita, y luego la Casa Grande, donde viven los señores. De este modo, los nombres de ambas casas simbolizan la superioridad de clase de ambos espacios por sobre el espacio bajo de Paco y Régula. Del mismo modo, la Señora será caracterizada con actitud altanera, y se dirige a Régula “desde su altura inabordable” (41), con lo cual esa altura también simboliza su superioridad de clase y de poder por sobre su criada.
La dinámica entre una clase y otra sigue la lógica perversa de oprimidos y opresores: los que están por debajo están sometidos y tienen menos derechos y libertades que los que están por encima. Lejos de generarse solidaridad entre las distintas capas de oprimidos, los personajes aprovechan cualquier ocasión para desquitarse con quienes tienen por debajo. El más claro ejemplo es el de don Pedro, que, humillado por el desprecio de Iván y su burdo coqueteo con Purita, tramita su vergüenza humillando a quien tiene por debajo, es decir, a Nieves. La expone frente a toda la familia de Iván, burlándola por querer hacer la Comunión: “continuaba señalándole implacable con su dedo acusador y voceando como un loco, fuera de sí” (49). No hay entonces ninguna conciencia social ni sensibilidad por los oprimidos.
La clase más alta, representada por los señoritos, está caracterizada por la soberbia y esgrime un poder incuestionable. Así, cuando don Pedro le anuncia a Régula cuáles serán sus tareas en el Cortijo, le dice que deberá cuidar del portón de la estancia porque “ni la Señora, ni el señorito Iván avisan y no les gusta esperar” (37). Hay aquí entonces una plena justificación de la actitud demandante de los señores, ante quienes los trabajadores deben someterse. Los miembros de esta clase, en particular la Señora Marquesa, presentan una actitud paternalista con sus subordinados: muestran preocupación y cuidado hacia ellos. Pero se trata de una apariencia, una pose, mediante la cual reafirman su rol de opresores y garantizan que la desigualdad entre ellos y sus criados permanezca en pie.
En efecto, la sociedad que construye la novela demuestra un alto conservadurismo: las clases más altas se esfuerzan por mantener el statu quo, la diferenciación de clases. De ahí que Iván y su familia, incluso Pedro y Purita, se escandalicen al ver que una niña de clase baja como Nieves quiere hacer la Comunión. Se burlan de ella y le dicen que se necesita tener una base para eso: “¿qué base tiene la niña para hacer la Comunión?; la Comunión no es un capricho” (43) y, más adelante, “esta pobre no sabe nada de nada y en cuanto a su padre no tiene más alcances que un guarro, ¿qué clase de Comunión puede hacer?” (50).
El señorito Iván se burla de la aspiración de Nieves y atribuye ese disparate al Concilio Vaticano II, un concilio ecuménico convocado por el Papa en 1959, que tenía como objetivo promulgar la fé católica y que defendía un concepto del cristianismo menos preocupado del contacto con el poder y más entregado al amor al prójimo. Iván repudia ese Concilio pues concibe que es una mala influencia, pues presenta a los pobres ambiciones a las cuales, según su perspectiva, no tienen derecho a acceder: “las ideas de esta gente, se obstinan en que se les trate como a personas y eso no puede ser, vosotros lo estáis viendo, pero la culpa no la tienen ellos, la culpa la tiene ese dichoso Concilio que les malmete” (44). Se evidencia en este parlamento una mirada muy despectiva y discriminatoria del señorito Ivan sobre sus criados: no solo considera que son seres inferiores, que no califican como personas, sino que también muestra hacia ellos una actitud paternalista en la que los subestima. No cree que puedan ser ellos los que voluntaria y racionalmente quieran acceder a una mejor situación, sino que sus naturalezas moldeables e inocentes son mal influenciadas por el Concilio, que “los malmete”.
El único miembro de la clase alta que presenta cierta conciencia social y sensibilidad hacia los más débiles es la señorita Miriam, que confía en la posibilidad de que Nieves se forme y pueda hacer la Comunión. Es decir, Miriam es la única que no se opone a que alguien de una clase inferior a ella acceda a los privilegios de los más pudientes. Sin embargo, no hace más que sugerirlo, y sus ideas no se traducen en acciones concretas en pos de ayudar a la criada.
Por último, este libro desarrolla más extensamente la condición diferente de la Niña Chica, que incluso es despreciada por su propio padre. Paco contrasta su deseo de escolarizar a sus hijos con la vergüenza que le da la Niña Chica, que se instala así como símbolo de inutilidad, de debilidad y degradación: “pensando que algún mal oculto debía de tener él en los bajos para haber engendrado una muchacha inútil y muda como la hache, que menos mal que la Nieves era espabilada” (32). Se deja entrever la ignorancia que hay en torno a la enfermedad de la Niña Chica: su propio padre no comprende el origen de su anomalía y lo atribuye a alguna degeneración de sus genitales o a alguna incapacidad propia. La niña resulta para Paco una evidencia de su falta de virilidad: “se iba desinflando como un globo, como su virilidad cuando gritaba en la alta noche la Niña Chica” (38). Asimismo, hay en torno a esa anomalía un manto de vergüenza, que luego será confirmado por otros personajes. La llaman “la impedida”, y los hermanos se preguntan “¿por qué la Charito se ensucia las bragas?” (27). Así se trata otro de los temas principales del libro: el de la anomalía. Los anómalos, como la Niña Chica y el Azarías, serán luego representados con la figura del inocente, como lo indica el título de la novela.