"(...) y de súbito sonaba el desgarrado berrido de la Niña Chica y Paco se inutilizaba, pensando que algún mal oculto debía de tener él en los bajos para haber engendrado una muchacha inútil y muda como la hache, que menos mal que la Nieves era espabilada (...)"
En esta cita se condensa la mirada despectiva que la mayoría de los personajes tienen sobre los individuos más débiles, en este caso la Niña Chica, una joven que nació con una discapacidad motriz y cognitiva que la condena a estar postrada y le impide tener autonomía. Aquí, se ve que esa mirada también repercute sobre su propio padre, Paco, quien se avergüenza de haber concebido a una hija inútil y muda como la Charito. Para Paco, la Niña Chica simboliza una puesta en duda de su virilidad, una manifestación de una falla de su hombría.
Frente a esa frustración, Paco tiene la esperanza de que su otra hija, Nieves, pueda destacarse por sus cualidades y escolarizarse, ya que es "espabilada". Eso le daría la oportunidad a la niña de una vida útil y fuera de la pobreza y, por lo tanto, de una vida mejor para su familia.
"[El Azarías] salía al corral, ya oscurecido, y, en un rincón se orinaba las manos para que no se le agrietasen y abanicaba un rato el aire para que se orearan y así un día y otro día, un mes y otro mes, un año y otro año, toda una vida (...)"
En este fragmento, el narrador describe una de las conductas escatológicas del Azarías, que consiste en hidratarse las manos con su orina. Esta imagen sucia da cuenta del retraso del hombre y de su total ignorancia e inadecuación a las reglas sociales del espacio en el que vive. De hecho, contrasta notablemente con la pulcritud y opulencia de los señoritos para los cuales trabaja. Además, parte de esta caracterización dialoga con la animalización del personaje, que en muchos casos asume conductas más propias de los animales que de los humanos; por ejemplo, su imitación del lenguaje de las aves.
Mediante estas descripciones, Azarías se presenta como entre dos mundos, el humano y el animal, razón por la cual es un incomprendido. La única persona con la que se entiende, por identificación, es con la Niña Chica.
"Paco, el Bajo, aspiraba a que los muchachos se ilustrasen, que el Hachemita aseguraba en Cordovilla, que los muchachos podían salir de pobres con una pizca de conocimientos, e incluso la propia Señora Marquesa, con objeto de erradicar el analfabetismo del cortijo, hizo venir durante tres veranos consecutivos a dos señoritos de la ciudad para que (...) les enseñasen las letras (...)"
En esta cita se esboza uno de los temas que trata la novela: la importancia de la educación y el saber. Para Paco y Régula, la posibilidad de brindar una educación a sus hijos es una preocupación evidente, en la medida en que comprenden que esa es la única herramienta que puede mejorar su situación miserable. En este punto, se evidencia que Paco y Régula tienen esperanzas sobre la posibilidad de movilidad social, esto es, de salir de la pobreza y que sus hijos tengan una vida mejor que la que ellos tuvieron. Sin embargo, sus esperanzas se verán frustradas cuando tengan que someterse a las órdenes de sus superiores y aceptar que sus hijos deben servir a los señores, sin posibilidades de superar la miseria.
La importancia de la educación será también defendida por los señores. La Señora Marquesa contrata a unos maestros para garantizar la alfabetización de sus criados. Sin embargo, en este caso, la confianza en la educación no tiene que ver con la voluntad de generar mejores condiciones de vida para esas personas sino con el desprecio que ella y su clase tienen de la brutalidad.
"(...) las ideas de esta gente, se obstinan en que se les trate como a personas y eso no puede ser, vosotros lo estáis viendo, pero la culpa no la tienen ellos, la culpa la tiene ese dichoso Concilio que les malmete".
En este pasaje, el señorito Iván está argumentando en contra de que Nieves, la sirvienta, tome la Comunión. Según él, mientras que su hijo Carlos Alberto tiene una disposición natural que le permite haber hecho la Comunión, la hija de Paco, proveniente del extracto social más bajo, no tiene condiciones para hacerlo.
En esta cita, Iván, como miembro representante de la clase dominante, esboza con total naturalidad la cruda premisa que mantiene en pie las desigualdades sociales en la novela: la noción de que hay personas superiores a otras, y hay incluso seres, como los miembros de las clases bajas, que no merecen ser tratados como personas siquiera.
Asimismo, en esta cita, Iván reprocha la impronta del Concilio Vaticano II, puesto que considera que este concilio induce erróneamente ("malmete") a los pobres a olvidar el lugar de sometimiento que les corresponde y les infunde esperanzas ridículas de acceso a derechos que, para él, no les corresponden.
“(...) todo lo que quieras, tú, menos levantarme la voz, solo faltaría, que si a tu cuñado le aguanté sesenta y un años lo que merezco es un premio, ¿oyes?, que buenos están los tiempos para acoger de caridad a un anormal que se hace todo por los rincones, y, por si fuera poco, se orina las manos antes de pelarme las pitorras, una repugnancia, eso es lo que es”.
En esta cita, el señorito de la Jara condensa todas las cualidades que la novela adjudica a su clase: la soberbia, la crueldad y el maltrato indiscriminado sobre las clases bajas; en este caso, sobre Paco, el Bajo. Este ha ido a consultarle por el despido de Azarías, preocupado porque su cuñado ha dedicado su vida entera a servir en la Jara y no tiene dónde más vivir; él y Régula viven en la miseria, con cuatro hijos, y difícilmente pueden asilar a Azarías.
Si bien nunca ha visto a Paco antes, el señorito enseguida reconoce en él a un ser inferior, perteneciente a la clase baja, y eso es evidencia suficiente para tratarlo con desprecio y violencia. Si bien Paco se dirige a él con respeto, el señorito no tolera que un criado cuestione su autoridad, y por eso le dice que no le levante la voz. Asimismo, resulta muy cruda la manera en que se refiere tan naturalmente a Azarías como a un "anormal", y , aludiendo a su falta de entendimiento, sugiere despectivamente que aquel tiene la cabeza vacía, como si fuera un descerebrado. Esta mirada discriminatoria de la diferencia de Azarías será replicada por los miembros de la clase alta en el cortijo del señorito Iván.
En suma, en las palabras del señorito de la Jara se deja entrever la falta total de conciencia de clase: el señorito de la Jara pretende que Paco y su familia le agradezcan por haber dado asilo y caridad a un inútil como Azarías durante tantos años, y se desliga de toda responsabilidad sobre aquel, desmereciendo todo el esfuerzo y sumisión que Azarías le dedicó.
"(...) pero bien mirado, el Azarías era un engorro, como otra criatura, a la par que la Niña Chica, ya lo decía la Régula, inocentes, dos inocentes, eso es lo que son (...)"
En esta cita, se introduce, desde la mirada de Paco, la identificación de Azarías con la Niña Chica. Ambos personajes representan la figura del débil en la novela, el incomprendido por ser diferente. Por sus distintas discapacidades, ambos personajes son concebidos como criaturas, como niños: Azarías, por su falta de entendimiento y su aspecto aniñado, infantil; la Niña Chica por su falta de entendimiento y también porque, a pesar de crecer, su total dependencia y su postración la acercan más a un bebé que a una joven.
Asimismo, esta cita introduce otra de las figuras con que se identificará a Azarías y a Charito: la de inocentes. No es casual que sea Régula quienes los llama así, en la medida en que es ella el personaje que más compasión siente por ellos y que más esfuerzos hace por entenderlos y defenderlos de la discriminación de los demás.
Convertidos entonces en niños inocentes, ambos personajes quedan exentos de cualquier culpa y, tal como el título de la novela lo indica, quedan identificados con los bebés inocentes que Herodes, arquetipo de opresor, mandó a matar en el relato bíblico. En este sentido, la inocencia de Azarías orientaría la culpa entonces hacia el tirano, esto es, hacia Iván. De esta forma, la novela justifica la muerte del explotador Iván y exculpa a Azarías.
“(...) la señorita Miriam avanzaba desconfiada, como sobrecogida por un negro presentimiento, y al descubrir a la niña en la penumbra, con sus piernecitas de alambre y la gran cabeza desplomada sobre el cojín, sintió que se le ablandaban los ojos y se llevó las manos a la boca, ¡Dios mío!, exclamó, y el Azarías la miraba, sonriéndola con sus encías rosadas, pero la señorita Miriam no podía apartar los ojos del cajoncito, que parecía que se hubiera convertido en una estatua de sal (...) tan blanca y espantada”.
Esta cita retrata el encuentro de uno de los personajes más vulnerables de la novela, la Niña Chica, y un miembro de la clase alta, Miriam. La señorita Miriam ha sido hasta este punto de la novela la única en su estrato que mostró cierta sensibilidad hacia los más débiles, defendiendo la voluntad de Nieves de hacer la Comunión y sugiriendo que Azarías siempre tendrá un lugar en el Cortijo.
Sin embargo, la muchacha no experimenta la misma sensibilidad hacia la Charito, puesto que la escena de presentación se le convierte en un espectáculo monstruoso. La deformidad de la niña y su grito lastimero y deshumanizado constituyen para Miriam motivos suficientes para horrorizarse y sentir pánico. Una vez más, se evidencia la incapacidad de los personajes de la novela para asimilar esa diferencia, que catalogan de "anormal", por escapar a lo conocido. El único que comprende a la Charo y que puede tratarla como un par es Azarías.
"(...) se diría que hoy a los jóvenes les molesta aceptar una jerarquía, pero es lo que yo digo, Ministro, que a lo mejor estoy equivocado, pero el que más y el que menos todos tenemos que acatar una jerarquía, unos debajo y otros arriba, es ley de vida, ¿no?"
Luego de que Paco tiene su accidente y queda imposibilitado para asistirlo, Iván decide usar los servicios del hijo de aquel, Quirce, asumiendo que compartirá la naturaleza sumisa de su padre. Sin embargo, el joven se muestra aburrido y desinteresado de las exigencias que Iván le impone. Si bien es muy hábil asistiéndolo en la caza, Iván reniega de su falta de entusiasmo y, sobre todo, de predisposición para el sometimiento. Es por eso que más tarde, en el almuerzo, da un discurso en contra de la naturaleza rebelde de la juventud actual y defiende la necesidad de reafirmar la diferencia entre clases sociales.
En esta cita, Iván da a entender que la marcada e injusta diferenciación de clases es una ley de vida, es decir, es una ley natural que hay que respetar. Según esta perspectiva determinista, es natural que haya distintas clases, esto es, que haya personas por encima y otras por debajo. Por lo tanto, toda inadecuación a esa ley natural, como es el caso de la conducta de Quirce, constituye una violación de esa ley y una cuestión antinatural. Esta perspectiva determinista, además, niega la posibilidad de que las personas más vulnerables puedan mejorar su situación y las condena a servir durante toda su vida.
Esta postura conservadora de las clases sociales y las injustas relaciones de poder que entre ellas se generan son las que la novela de Delibes viene a denunciar.
"(...) mas, a la tarde, cuando el señorito Iván pasó a recogerle, el Azarías parecía otro, más entero, que ni moquiteaba ni nada, y cargó la jaula con los palomos ciegos, el chacha y el balancín y una soga doble grueso que la de la mañana en la trasera del Land Rover, tranquilo, como si nada hubiera ocurrido (...)"
Este fragmento marca un cambio irreversible en Azarías y anticipa el desenlace trágico de la novela. Horas atrás, el señorito Iván mató cruelmente a su milana, y el Azarías regresó al Cortijo desecho en lágrimas. Sin embargo, en el lapso entre la mañana y la tarde, esto es, entre el primer intento de caza y el segundo, se ha operado una transformación en Azarías que el lector aún no puede interpretar, pero que llama la atención.
Asimismo, el narrador hace hincapié en la soga el doble de grueso que lleva Azarías ahora. Durante la mañana, Iván se había sorprendido de que el criado no necesitara de ninguna soga para trepar a los árboles, de modo que la alusión aquí de una soga más gruesa debería llamar su atención.
Pero nada de esto inquieta a Iván, pues, acorde a su naturaleza egoísta, él siempre está ensimismado en sus necesidades. Además, también subestima a Azarías y no es capaz de atribuirle ideas, planes ni venganzas. En eso radica el giro irónico de la novela: Iván pierde la vida a manos de un inválido, esto es, de alguien que considera inferior a él.
Por lo tanto, esta cita funciona como un anticipo de lo que sucederá más adelante: Azarías ha abandonado el lamento y se dispone a vengar a su milana y a acabar con la opresión de los señores.
"¡Dios!... estás loco... tu, dijo ronca, entrecortadamente, de tal modo que apenas si se le oyó y, en cambio, fue claramente perceptible el áspero estertor que le siguió como un prolongado ronquido y, casi inmediatamente, el señorito Iván sacó la lengua, una lengua larga, gruesa y cárdena, pero el Azarías ni le miraba, tan sólo sostenía la cuerda, cuyo cabo amarró ahora al camal en que se sentaba y se frotó una mano con otra y sus labios esbozaron una bobalicona sonrisa, pero todavía el señorito Iván, o las piernas del señorito Iván, experimentaron unas convulsiones extrañas, unos espasmos electrizados, como si se arrancaran a bailar por su cuenta y su cuerpo penduleó un rato en el vacío hasta que, al cabo, quedó inmóvil, la barbilla en lo alto del pecho, los ojos desorbitados, los brazos
desmayados a lo largo del cuerpo, mientras Azarías, arriba, mascaba salivilla y reía bobamente al cielo, a la nada (...)"
En esta cita, se describe la muerte de Iván a manos del Azarías. El narrador describe con detalle cómo la asfixia repercute sobre las distintas partes del cuerpo, pero evita cualquier valoración al respecto. De hecho, la descripción de esta muerte tiene menos dramatismo que la de la muerte de la milana a manos de Iván. Incluso aquí el narrador utiliza un símil para describir el movimiento de las piernas que evade el tono trágico, mortuorio, y destaca algo más lúdico y divertido: las piernas de Iván se mueven como en un baile.
Asimismo, la cita construye una inversión de roles según como se venían dando hasta ahora. Hasta aquí, los portadores de "ojos desorbitados" o "brazos desmayados" e inmóviles, eran los débiles, como Azarías y la Niña Chica. Y quien reía ante esa desgracia era Iván, como lo hace cuando, luego de matar a la milana, ve correr desesperadamente a Azarías. Sin embargo, en esta escena, la dinámica se ha revertido: ahora el cuerpo inútil e inerte es el de Iván, y quien tiene el control es Azarías, que desde arriba tira de la soga, en total control de la situación. Ya no es el señor el que sonríe, sino Azarías, que sonríe hacia el cielo.