El surrealismo es un movimiento artístico que nace en 1924 con la publicación del “Manifiesto surrealista” de André Breton. La idea fundamental que se expresa en dicho manifiesto es que, tras haber vivido los horrores de la Primera Guerra Mundial, el ser humano debe inspeccionar en lo más profundo de su ser para poder comprenderse realmente a sí mismo y mejorar, entonces, el destino de la especie.
Breton propone que los descubrimientos de Sigmund Freud, fundador del psicoanálisis, son la clave para realizar dicha inspección profunda del ser. Dice Breton: "A este respecto, debemos reconocer que los descubrimientos de Freud han sido de decisiva importancia. Con base en dichos descubrimientos, comienza al fin a perfilarse una corriente de opinión, a cuyo favor podrá el explorador avanzar y llevar sus investigaciones a más lejanos territorios, al quedar autorizado a dejar de limitarse únicamente a las realidades más someras. Quizá haya llegado el momento en que la imaginación esté próxima a volver a ejercer los derechos que le corresponden” (2001, p.27).
Entre esos descubrimientos, Breton destaca la importancia de analizar los sueños y el uso de la asociación libre, que consiste en decir cosas sin pensar su conexión. Lo fundamental es analizar las formas de expresión en las que el ser humano no tiene ningún tipo de control mental. De allí debe surgir la profunda verdad que se encuentra en cada uno. ¿Por qué es, entonces, tan importante el surrealismo en la obra de Alejandra Pizarnik?
Partiendo desde lo biográfico, es importante destacar que, desde su infancia hasta su muerte, Pizarnik convive con una angustia que atraviesa su vida cotidiana o, como dice Breton, su “realidad somera”. Ni el amor de pareja (que sufre por su homosexualidad, mayormente reprimida), ni el amor familiar (que sufre porque su hermana mayor es preferida por sus padres), ni sus viajes, ni sus profundas amistades, ni su realización poética pueden calmar esa angustia del día a día que, por lo tanto, debe provenir desde un lugar más profundo de su ser, un lugar íntimo que no se conecta con la vida cotidiana. Para llegar al fondo de sí misma, el lenguaje del surrealismo y el psicoanálisis aparecen en la vida de la poeta como las únicas herramientas posibles.
Su primer acercamiento al surrealismo es desde la lectura. Ya desde su adolescencia, Pizarnik era una lectora asidua de André Breton y de Tristan Tzara, entre otros escritores pertenecientes a esta estética. Sin embargo, es en 1956, tras publicar su primer poemario, La tierra más ajena, cuando sucede su acercamiento definitivo: comienza un taller de pintura con el pintor surrealista Juan Batlle Planas, entabla relación con otros poetas surrealistas argentinos como Oliverio Girondo y Aldo Pellegrini, y comienza a psicoanalizarse con León Ostrov.
El resultado de este acercamiento al surrealismo aparece claramente en su segundo poemario, La última inocencia, publicado ese mismo año y dedicado a Ostrov. Así dicen los primeros versos de dicha obra, pertenecientes al poema “Salvación”: “Se fuga la isla/ Y la muchacha vuelve a escalar el viento/ y a descubrir la muerte del pájaro profeta” (p.49).
A partir de entonces, el surrealismo se vuelve fundamental en la vida y obra de Pizarnik, aunque hay una característica fundamental que la distingue de este movimiento. Como dice su amiga y escritora Ivonne Bordelois: “el mundo imaginario de Alejandra Pizarnik está visiblemente imantado por el paisaje surrealista. Pero como lo ha dicho más de un escritor (…), si bien el entronque visionario y el parentesco vital de Alejandra con el surrealismo es obvio, su escritura está lejos de ser surrealista” (1992, p.11).
A continuación, Bordelois explica esta aparente contradicción describiendo el modo obsesivo en el que Pizarnik corregía (con su ayuda) cada uno de sus poemarios, buscando la palabra exacta que representara lo que ella quería verdaderamente transmitir. Afirma: “Nada más lejos que la escritura automática que este constante regresar e inquirir a cada línea…” (ídem). Es decir, para Pizarnik, el surrealismo es la puerta de entrada para pensarse a sí misma y desarrollar los poemas, pero, a diferencia de los surrealistas, ella sí imponía un control mental sobre su obra a través de la corrección. Si los surrealistas clásicos optaban por no analizar desde lo racional aquello que había surgido de sus emociones, Pizarnik, en cambio, utiliza el surrealismo como punto de partida, pero luego busca, desde lo racional, lograr la mejor versión posible de cada poema.
La brevedad de los poemas de Pizarnik es otra de las grandes diferencias que tiene con los poetas surrealistas. Esto se debe a que Pizarnik “desconfía” de la utilidad de su propio lenguaje para expresar realmente lo que siente. Esto puede apreciarse, por ejemplo, en el “Poema 13”: “explicar con palabras de este mundo/ que partió de mí un barco llevándome” (p.115). Pocas y precisas palabras aceptan la imposibilidad de conocer lo que realmente sucede en lo profundo de su ser. Por el contrario, los surrealistas confían en que el hecho de escribir aquello que les surge, sin ningún control mental, garantiza, de por sí, que eso sea verdadero y, además, relevante. No importa la precisión; importa el descontrol.
Para concluir, he aquí una cita en la que Pizarnik explica con sus propias palabras su relación particular con su poesía y el surrealismo: “Siento que los signos, las palabras, insinúan, hacen alusión. Este modo complejo de sentir el lenguaje me induce a creer que el lenguaje no puede expresar la realidad; que solamente podemos hablar de lo obvio. De allí mis deseos de hacer poemas terriblemente exactos a pesar de mi surrealismo innato y de trabajar con elementos de las sombras interiores” (1972).