¿Por qué no huyo
y me persigo con cuchillos
y me deliro?
En estos versos aparecen tres temas fundamentales de la obra de Pizarnik: la duplicación, el suicidio y, por supuesto, la muerte. Además, remite al motivo de la ajenidad del propio cuerpo.
La voz poética, en este poema, está segura de que la angustia está alojada dentro de ella, como si estuviera poseída. Para poder vivir sin sentir dicha angustia en cada instante debe, por lo tanto, sacarla de su propio cuerpo, “perseguirla con cuchillos”. Aquí aparece la paradoja, ya que la angustia es generada por ella misma, dentro de su propio cuerpo, que, al no poder controlar sus sentimientos, se le vuelve ajeno.
Esa ajenidad produce la duplicación de la voz poética. Ella es ella, pero ella también puede es otra. El único modo de vivir con ella misma es pensarse como otra persona. Ella puede ser, por lo tanto, la que huye y también la que se persigue. Ella puede producirse a sí misma algo tan involuntario como el delirio. Además, la persecución con cuchillos remite a la muerte o, tomando en cuenta que es ella misma la que hace todo, el suicidio.
mis pupilas sensibles rigidez de lo desconocido.
Durante todo este poema, la voz poética define a sus pupilas de diferentes maneras. En este verso es donde se puede ver con más claridad la intención buscada a través de esa constante redefinición: demostrar que la voz poética siente ajenas sus propias pupilas. El cuerpo como algo ajeno es, por lo tanto, el motivo clave de la obra pizarnikeana que aparece aquí. Ahora bien, ¿por qué elegir las pupilas para mostrar esa ajenidad? ¿Por qué esa parte del cuerpo?
A través de la mirada, la voz poética puede percibir el mundo. Si sus pupilas son ajenas, es inevitable que el mundo que la rodea sea percibido como algo totalmente ajeno, imposible de conocer. Esas pupilas están descritas como “sensibles”, o sea, pueden ver, pero a la vez están rígidas y, por lo tanto, no pueden abarcar realmente lo que las rodea. Es como si la voz poética tuviera rota su herramienta para conectarse con el mundo, que, entonces, también se vuelve rígido y desconocido como las pupilas.
Para concluir, a partir de este verso podemos formular dos preguntas que aclaran su sentido: ¿cómo puede conocerse el mundo si uno no se conoce a sí mismo? O al revés: ¿cómo puede conocerse uno a sí mismo si no puede conocer el mundo?
partir
deshacerse de las miradas
piedras opresoras
que duermen en la garganta.
La muerte, en relación con el suicidio, es el tema fundamental de la obra de Pizarnik que aparece en estos versos, donde también se reconoce el motivo del cuerpo como algo ajeno.
En el primer verso, la voz poética pronuncia solamente la palabra clave del poema: “partir”. Esa partida, como se ve al final del poema, no es hacia otro lugar, sino que es una partida definitiva hacia la muerte. Es decir, “partir” es una metáfora de “morir” o, más precisamente, de “suicidarse”, ya que una persona puede elegir cuándo partir como puede optar por su propia muerte.
A continuación aparece uno de los motivos por los cuales la voz poética quiere partir: deshacerse de las miradas de los otros. Aunque no explica por qué, vemos claramente que la voz poética se siente juzgada por esas miradas, oprimida. Metafóricamente, convierte las miradas en piedras. Aquí es donde podemos ver el cuerpo como algo ajeno: esas “piedras opresoras”, esas miradas, entran en el cuerpo de la voz poética y duermen en su garganta. Es decir, la oprimen hasta callarla.
Esta manía de saberme ángel
sin edad
sin muerte en que vivirme.
En el lenguaje cotidiano, la frase “ser un ángel” se utiliza para denominar a alguien que se destaca por su bondad. Aquí, Pizarnik se aleja del lenguaje cotidiano para modificar la idea común de qué significa ser un ángel, y lo conecta con un tema fundamental de su obra: el sinsentido de la existencia.
Un ángel es, en este poema, alguien que está fuera del mundo, fuera de la vida. La voz poética habla de que saberse ángel es una “manía”. Es decir, ella sabe que realmente no es un ángel, pero no puede evitar pensarse así una y otra vez. Su existencia sin sentido la vuelve más parecida a un ángel que a una persona.
Al afirmar que ese ángel no tiene edad, no está refiriéndose a la felicidad de no envejecer, sino a que el tiempo carece de sentido cuando la existencia no lo tiene. El ángel no envejece porque no hace nada. El paso de los años acompaña los cambios en la existencia. Si la existencia no tiene cambios, los años no pasan. Por eso mismo, al final de la cita, la voz poética afirma que no tiene ni siquiera muerte en qué vivir. Si la existencia no es, ni siquiera puede dejar de ser. Es decir, lo que no está vivo no puede morir.
y alguien entra en la muerte
con los ojos abiertos
como Alicia en el país de lo ya visto.
Estos versos unen a la perfección el tema de la muerte y el de la infancia. La voz poética describe a esta última como una hora precisa del día en el que ocurren sucesos inocentes como, por ejemplo, el viento que recita discursos ingenuos a las lilas. Pero, de repente, la inocencia se acaba porque “alguien entra en la muerte/ con los ojos abiertos” (p.176).
Esa aparición repentina de la muerte, inevitable como en toda la obra de Pizarnik, tiene mayor impacto al contrastar con las imágenes inocentes que aparecen antes. Es como si la muerte estuviera acechando a los niños para interrumpir, en cualquier momento, su felicidad. Es importante aclarar que cuando Pizarnik habla de la “muerte” no quiere decir, literalmente, que alguien muere, sino que se refiere a la muerte de la infancia, de la felicidad, de la inocencia.
La alusión a Alicia en el país de las maravillas, novela de Lewis Carroll en la que una niña entra por un agujero en la tierra a un lugar maravilloso, refuerza este efecto de contraste entre la infancia como la entrada a un momento feliz y el momento en el que se entra en la muerte.
Señor
He consumado mi vida en un instante
La última inocencia estalló
Ahora es nunca o jamás
o simplemente fue.
En este poema, la voz poética reflexiona, apostrofando a ese “Señor” (que puede ser Dios o su psicoanalista, León Ostrov, a quien está dedicado el poema), acerca del momento en el que se da cuenta de que su vida perdió sentido, a sus jóvenes veinte años. Lamenta haber consumido su vida tan rápidamente, pero “la última inocencia estalló” (p.93).
La inocencia es, en la obra de Pizarnik, lo que protege a la voz poética de la muerte. Es aquello que se mantiene intacto, puro, y no está atravesado por el dolor. En el mundo de Pizarnik, la vida está llena de pequeñas inocencias que se van muriendo en el transcurso del tiempo, dejando al ser cada vez más perdido en el sinsentido de vivir y en el dolor. La última inocencia (que aparece aquí como en el poema llamado, precisamente, “La última inocencia”) es la de querer vivir. Una vez que esa última inocencia estalla, solo queda, por supuesto, la opción de ir hacia la muerte. El tiempo ya no existe para la voz poética porque ella ya no existe (al igual que en el poema “Exilio”); ahora es nunca o jamás, o simplemente fue. La vida es pasado, ya no tiene presente ni futuro.
Ese instante que no se olvida
Tan vacío devuelto por las sombras
Tan vacío rechazado por los relojes
Ese pobre instante adoptado por mi ternura.
Con estos versos comienza el poema “A la espera de la oscuridad”. La voz poética describe ese instante en el que llega la oscuridad como inolvidable y vacío. La personificación del instante que es “rechazado por los relojes” (los relojes también están personificados) indica que la llegada de la oscuridad está fuera del tiempo. Ya no es de día y todavía no es de noche. Las actividades terminan y aparece el vacío. En este caso, la voz poética “adopta” ese vacío; no lo rechaza como un niño asustado, sino que lo hace propio.
Es importante destacar que, en este poema, la voz poética habla de sí misma como una niña: "Ampáralo niña ciega del alma" (p.60). Es un poema situado en su infancia. Pizarnik construye, entonces, un personaje infantil que se une con la nada, con la oscuridad. En la soledad pura de la niña que se siente vacía, un instante también vacío aparece como un posible amigo, alguien con quien compartir sus sentimientos. Este trabajo poético con la infancia es similar al que Pizarnik realiza en los poemas en los que la voz poética es adulta e intenta unir su oscuridad interior con la oscuridad de la muerte. Los poemas “La última inocencia” y “Silencios” son un buenos ejemplos de esto.
“La muerte siempre al lado
Escucho su decir
Sólo me oigo.
La muerte es el tema principal de esta cita y, una vez más, aparece como la compañía de la voz poética. En este caso, es utilizada la personificación de la muerte para mostrar esa unión. La utilización del adverbio “siempre” confirma lo que se verá en todo el análisis de esta guía: la muerte está siempre cerca de ella.
El segundo verso afirma: “Escucho su decir” (p.188). La voz poética no describe qué es lo que la muerte le dice, pero inmediatamente cierra el poema con el verso: “Sólo me oigo” (p.188). Al final del poema, la unión entre la muerte y la voz poética, esa unión que busca en gran parte de los poemas, es total. Cuando la muerte le habla, es ella la que se habla a sí misma. Es decir, la voz poética se duplica: es también su propia muerte.
esta lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra alejandra no lo niegues.
Con estos versos comienza el poema. Desde el principio, la voz poética ya está inmersa en el lamento de haberse entregado a la idea de vivir. Es descrito como una manía, como una especie de tic inevitable y, además, lúgubre, oscuro. Es un verso muy similar al que da inicio al poema “Exilio”, que dice: “Esta manía de saberme ángel/ sin edad/ sin muerte en que vivirme” (“Exilio”, p.79). Además, la vida es como un chiste tonto, una “humorada” que, sin embargo, la arrastra a alejandra.
Es interesante destacar que la voz poética se llama a sí misma “alejandra”. Como se verá en el análisis de diferentes poemas, la relación entre la voz poética y la autora es muy estrecha, al punto de que aquí directamente se llaman del mismo modo. Además, es interesante destacar que su nombre aparece escrito con minúscula, como si ni siquiera tuviera el poder de ser un verdadero nombre. O, quizás, es como si ella estuviera demostrando que su nombre no define nada sobre ella, ya que se siente mucho más cerca de ser nadie que de ser alguien y, por lo tanto, “alejandra” es una palabra más, un sustantivo común que no lleva mayúscula.
¡Cansada de Dios! ¡Cansada de Dios!
Cansada por fin de las muertes de turno
a la espera de la hermana mayor
la otra la gran muerte
dulce morada para tanto cansancio.
A lo largo de todo este poema, la voz poética va describiendo aquellos aspectos de su vida de las que está cansada. Con el paso de los versos, el cansancio se va volviendo más grande y demuestra que, en realidad, ella no está cansada de nada puntual, sino de todo. Entonces aparece su cansancio en relación a Dios. Que lo diga dos veces refuerza su hartazgo e, incluso, puede leerse como una especie de queja: lo grita, con signos de admiración, para que Dios la escuche y sepa que ella se cansó de él.
En definitiva, la voz poética está cansada de vivir. Sin embargo, ese cansancio de la vida es expresado a través de la muerte. Ella está cansada de esas pequeñas muertes que, sin embargo, no la matan. Por eso, sobre el final del poema, en los únicos tres versos que no comienzan con el adjetivo “Cansada”, aparece el deseo de la gran muerte, la que le permitiría descansar definitivamente.