Resumen
La voz poética escucha a la muerte y se identifica con ella.
Análisis
Este poema, perteneciente al poemario Los trabajos y las noches, escrito en 1965, está compuesto claramente en la misma línea estética del poemario anterior de Pizarnik, Árbol de Diana, escrito en 1962. La brevedad y la exactitud de “Silencios” son similares a los que hemos analizado en los poemas “13” y “15” de esta misma guía. Es decir, este poema también se inscribe dentro de la “poética del minimalismo”.
La muerte es, sin dudas, el tema primordial del poema, y como en tantos otros, se puede relacionar incluso con el suicidio, aunque, en este caso, la relación no sea tan directa como lo es, por ejemplo, en "La última inocencia".
El primer verso del poema dice: “La muerte siempre al lado” (p.188). La muerte es, una vez más, la compañía de la voz poética. En este caso, es utilizada la personificación para mostrar esa unión entre ella y la muerte. La personificación de esta última es sumamente común en el arte, al punto de que en el cine y la pintura suele ser representada siempre del mismo modo: una persona con una guadaña en la mano, sin rostro, vestida con una túnica. Aquí no se la describe, pero la imagen aparece inmediatamente al leer el verso. La utilización del adverbio “siempre” confirma lo que hemos visto a lo largo de la obra de Pizarnik: la muerte está siempre cerca de ella.
El segundo verso afirma: “Escucho su decir” (p.188). La voz poética no describe qué es lo que la muerte le dice, pero inmediatamente cierra el poema con el verso: “Sólo me oigo” (p.188). Al final del poema, la unión entre la muerte y la voz poética, esa unión que busca en gran parte de los poemas, es total. Cuando la muerte le habla, es ella la que se habla a sí misma. Es decir, la voz poética se duplica: es también su propia muerte. Estos versos son similares a los de “La danza inmóvil” donde la voz poética afirma que debería huir y perseguirse a sí misma con cuchillos, como si también fuera dos personas en una. Y también aquí aparece el motivo del propio cuerpo como algo ajeno: es como si la voz poética tardara en reconocer que la voz de la muerte es, en realidad, la suya propia.
El título “Silencios” remite, precisamente, a que la muerte “dice” sin necesidad de emitir sonido porque, al estar unida con ella, la voz poética se oye a sí misma. Además, no se explicita qué es lo que la muerte y la voz poética, juntas, se dicen: eso está silenciado.