La llegada de los mensajeros en la noche (Alegoría)
En el poema “La danza inmóvil”, la llegada de los mensajeros en la noche representan alegóricamente la llegada de la angustia.
En la primera estrofa se narra su llegada, que sucede en la infancia de la voz poética. Se dice: “Mensajeros en la noche anunciaron lo que no oímos/ Se buscó debajo del aullido de la luz/ Se quiso detener el avance de las manos enguantadas/ que estrangulaban a la inocencia” (p.75). La llegada de la angustia es imposible de detectar: no se puede oír ni se puede ver. Silenciosamente estrangula la inocencia de la niña.
Ya en la segunda estrofa, la alegoría continúa con la afirmación de la voz poética de que esos mensajeros se “escondieron en la casa de su sangre”. Es decir, la angustia llegó en la infancia y se instaló en la voz poética. A partir de entonces, cada instante de su vida está “tejido de muerte”.
Sobre el final del poema, la voz poética afirma que “ellos” (los mensajeros) y ella saben que “el cielo tiene el color de la infancia muerta”. Ella y la angustia, finalmente comparten un conocimiento, casi un secreto.
En esta alegoría de la angustia como algo externo que entra en el cuerpo de la voz poética se ve claramente el motivo de la propia existencia percibida como algo ajeno (ver en esta misma sección).
El viento (Símbolo)
En diferentes poemas de la obra de Pizarnik, el viento aparece como símbolo de la nada. Es elegido por la voz poética por su cualidad de ser invisible, que no tiene consistencia pero se siente, que fluye, que no se puede atrapar ni poseer. Es, en definitiva, un elemento que es y, a la vez, parece no ser.
El poema en el que este símbolo aparece con mayor fuerza es, precisamente, “Hija del viento”. Aquí, la voz poética describe su soledad absoluta en la infancia, donde no hay figuras paternas y, por lo tanto, ella parece haber nacido de la nada.
En “Infancia”, la voz poética también está sola, sin nadie alrededor, pero acompañada por la nada, como en muchos de sus poemas. Esa nada es simbolizada por el viento, que “pronuncia discursos ingenuos/ en honor de las lilas” (p.176). En “Siempre”, la voz poética está “Cansada de abrir la boca y beber el viento” (p.63). Es decir, la voz poética no abre la boca para comer, para hablar, para amar, sino que la abre y se llena de viento, o sea, de nada.
El barco en un río de piedras (Alegoría)
Esta alegoría aparece en el poema “Presencia”. La voz poética afirma que su mirada está perdida en las cosas, al punto que estas la “desposeen”, y “hacen de mí un barco en un río de piedras” (p.162).
Una alegoría es un sistema de metáforas que funcionan unidas. En esta alegoría hay dos metáforas: la primera remite a ella, la voz poética que aparece como un barco; la segunda, que completa la alegoría, es la vida, que aparece metaforizada a través del río de piedras. Un barco en un río de piedras pierde su función, no puede navegar, no puede moverse; no tiene sentido. Así se siente la voz poética: inmóvil, incapaz de avanzar en la vida, atrapada en el sinsentido.
Es interesante destacar que la alegoría de la vida como un río es clásica en la literatura, desde la Edad Media: la vida fluye como el agua, tiene cambios imprevistos como el río tiene vertientes, muere como lo hace el río en el mar. Aquí, como lo hizo en “La enamorada” para distanciarse de la idea poética del amor, y en “Infancia” para distanciarse de la idea poética de la infancia, Pizarnik se distancia de esta alegoría clásica y la transforma, agregándole piedras al río de la vida.
La lluvia en el silencio de fiebres (Alegoría)
Esta alegoría también aparece en "Presencia", luego de la del barco en el río de piedras. La voz poética, tras afirmar que está poseída por las cosas, se refiere a la voz de otra persona como aquello que la rescata. Dice: "si no es tu voz/ lluvia sola en este silencio de fiebres" (p.162).
En esta alegoría, el primer elemento es la voz de la otra persona (no se dice quién es), que aparece metaforizado como lluvia. El segundo elemento es el silencio doloroso y desesperante de la voz poética, que aparece metaforizado a través de la fiebre.
Uniendo ambos elementos, lo que la alegoría afirma es que la voz de la otra persona es lo único que tiene el poder de quitarle el dolor del silencio a ella. Esa lluvia sola apaga o enfría el calor de la fiebre de ella.
Si unimos esta alegoría con la anterior en esta misma sección, su sentido se refuerza: la voz poética, inmóvil y sin sentido como un barco en un río de piedras, sufre en el silencio, y la presencia de la otra voz (recordemos que el poema se llama “Presencia”) la calma, le da sentido a su existencia. Por eso, el poema termina con el ruego desesperado de ella: “y por favor/ que me hables/ siempre” (p.162).
La propia existencia percibida como ajena (Motivo)
La angustia, el absurdo de vivir y la desesperación son tan desbordantes en los poemas de Pizarnik que una de las sensaciones más repetidas que tiene la voz poética es no reconocer su cuerpo como propio, ni sus emociones como propias. Cuando siente desesperación es como si estuviera poseída por una fuerza exterior que se la genera de manera inevitable. Cuando lo que siente es cansancio por el absurdo de vivir, llega a sentir incluso que no existe y, por lo tanto, no puede tener ni cuerpo ni emociones propias. En ambos casos, ella no siente ser ella.
Por ejemplo, en “Vagar en lo opaco”, un poema que trabaja con el sinsentido de la existencia, la voz poética describe una y otra vez sus propias pupilas como si fueran ajenas y quisiera reconocerlas. Habla de “mis pupilas sensibles rigidez de lo desconocido” (p.18). Este poema, además, pertenece a su primer poemario, llamado La tierra más ajena. Esa tierra es ella misma.
En “La danza inmóvil”, la voz poética tiene la sospecha de que los “mensajeros” (que la trajeron a la muerte, a la angustia) viven dentro de ella. Entonces se pregunta: “¿Por qué no huyo/ y me persigo con cuchillos/ y me deliro?” (p.75). Es decir, ella debe huir de sí misma y perseguirse a sí misma como si hubiera una parte de ella que no le pertenece.
También le es ajena su propia voz, como si estuviera poseída por la muerte, en el poema “Silencios”: “La muerte siempre al lado/ escucho su decir/ sólo me oigo” (p.188). El decir de la muerte, como se devela en el último verso, es el decir de ella misma.
En el poema “Presencia”, por último, la voz poética se desposee (es decir, deja de pertenecer a sí misma) porque las cosas atrapan su mirada, la obsesionan al punto de que ella se olvida de sí misma y queda inmóvil como un barco en un río de piedras: “en este no poder salirse de las cosas/ de mi mirada/ ellas me desposeen/ hacen de mí un barco sobre un río de piedras” (p.162).