Seis personajes en busca de autor

Seis personajes en busca de autor Resumen y Análisis Segunda Parte (A)

Resumen

Suena la campana del teatro para anunciar que deben regresar al escenario. El Director y los seis personajes ingresan juntos desde el camerino mientras que el resto del elenco entra por otro lado. El Director comienza a dar indicaciones al Encargado del attrezzo y a los ayudantes de escena para que recreen con utilería la tienda de ropa de Madama Pace. Mientras, la Hijastra se queja por la poca similitud del mobiliario que utilizan con el del negocio original.

El Director reparte los distintos papeles que deberán representar los actores, lo que confunde al Padre y la Hijastra, quienes creían que ellos mismos iban a representar su drama. La Hijastra se queja de que su papel lo ocupe la Primera actriz quien, a su vez, se indigna al escucharlo. El Padre, por su parte, se explica con el Director diciendo que a ellos les resulta muy difícil ver que alguien encarne sus dramas de una forma superficial, sin sentir lo que ellos sienten. No le parece que puedan representarlo de un modo más realista que ellos mismos. El Director, fastidiado, le asegura que su drama necesita de actores y actrices que logren caracterizar en forma correcta sus dramas, debido a que a ellos les falta expresión.

Cuando finalmente se disponen para representar la escena, el Director se da cuenta de que falta Madama Pace, la dueña del negocio. Para que la mujer aparezca, el Padre realiza unas decoraciones en el espacio de modo que ella aparezca, “atraída por los objetos que le son familiares” (140). Luego de colgar -para molestia de ellas- los sombreros de algunas actrices en los percheros del escenario, y de hacer otras modificaciones para que parezca una tienda de ropa, Madama Pace aparece repentinamente, causando el espanto del Director y el resto del elenco.

“Evocada, atraída, formada por la propia escena” (141), la mujer se pone a conversar con la Hijastra, pero lo hace con naturalidad, no como si estuvieran actuando. Por ese motivo, tanto el Director como el elenco se quejan de que no oyen la conversación y piden que se hable más alto para que puedan tomar nota. Pese a ello, la Hijastra responde que no es posible, ya que alguien puede oírlas y eso significaría la cárcel para Madama Pace.

Finalmente, Madama Pace comienza a hablar en voz alta y, con un ridículo acento español, causa la risa de los presentes, quienes discuten si ese tono es funcional al efecto dramático que buscan. En ese momento, la Madre se da cuenta de lo que está a punto de ser representado y, de improviso, intenta atacar a Madama Pace. Por último, la dueña de la tienda se retira del lugar y proceden a la representación de la escena.


Análisis

Al comenzar la Segunda Parte, vuelve a cobrar centralidad el tema del teatro cuando intentan adecuar el escenario a los recuerdos que tienen los personajes de la tienda de Madama Pace. Sin embargo, la búsqueda de imitación que realiza el Director junto a los trabajadores del teatro se frustra constantemente frente a las exigencias de la Hijastra y el Padre, que no conciben que el escenario quede distinto al lugar original. En este punto, las quejas del Padre y de la Hijastra se vinculan con la imposibilidad del arte de representar en forma realista la vida.

Lo mismo sucede cuando los actores comienzan a interpretar los roles de los personajes. En el momento en que la Hijastra se ríe del modo en que la Primera Actriz la interpreta, por ejemplo, el Padre la apoya diciendo que a ellos les cuesta reconocerse en “esa expresión” (136). Frente a ello, el Director le dice que ellos no tienen expresión, y que lo que se necesita es un actor que sepa interpretar escénicamente el drama que presentan: “¡Pero hombre...! Usted, tal y como es, no puede aparecer aquí. Aquí lo que habrá será un actor que lo encarne. ¡Y se acabó!” (137). El rechazo del Director afecta profundamente al Padre, quien retoma el motivo del autor y relaciona su falta de expresión al abandono por parte de este: “Está claro, está claro. Ahora entiendo por qué nuestro autor, que nos vio tal cual somos, vivos ya, no quiso sin embargo construirnos para la escena. No quisiera, líbreme Dios, ofender a sus actores” (137). Nuevamente, Pirandello aprovecha la discusión sobre las posibilidades escénicas para atentar contra las pretensiones de representación realista del ámbito teatral, lo que vuelve a poner en foco el tema de la tensión entre la vida cambiante y el arte fijo.

La discusión entre el Director y el Padre nos trae otra vez el problema del origen y pertenencia de los personajes: Pirandello problematiza la cuestión de la autoría desde el momento en que el conflicto que impulsa la obra es su rechazo al drama de los personajes. Es así que, una vez que se encuentran a su suerte en el escenario, estos comienzan a ser objeto de las decisiones del Director y luego, como acabamos de ver, de la representación de los actores y actrices. Por último, deben someterse a la apreciación del público y la crítica, cuestión que subyace a la necesidad manifestada por el Director de que los personajes tengan una ‘buena expresión’.

Como vimos, Pirandello considera que el origen de los personajes es similar al de las personas: basta con que un día aparezca la idea del personaje en la imaginación del autor para que su presencia crezca y se desarrolle hasta nacer, si la voluntad de este lo avala, en forma de obra. Esta posición se hace evidente con las palabras del Padre cuando aparece Madama Pace:

¿Quieren que se malogre, en nombre de una verdad vulgar, de hecho, este prodigio de una realidad que nace, evocada, atraída, formada por la propia escena, y que tiene mucho más derecho que ustedes a estar viva aquí, porque es mucho más verdadera? ¿Quién de ustedes encarnará a Madama Pace? Pues ténganlo en cuenta: Madama Pace es la que ven ahí. No podrán menos de reconocer que la actriz que la encarne no será tan auténtica, pues quien tienen ante ustedes es ella en persona” (141)

Es la propia necesidad de la escena la que trae a Madama Pace como por arte de magia. Lejos de ser propiedad de su autor, su existencia lo excede, se produce obligada por el drama mismo. La misma afirmación realiza Pirandello en el Prefacio cuando dice que su “su gestación responde a una necesidad (...) como comporta su naturaleza de personaje, por así decirlo, obligado” (96). De este modo, el hecho de que el Padre rechace la posibilidad de que una actriz logre ser tan auténtica como la propia Madama Pace pone en foco el tema de la realidad versus la ilusión, al invertir la jerarquía que se produce entre ambos: Madama Pace, aún en su condición de ser ficcional, “es mucho más verdadera” que todo el elenco de actores y actrices.

Cabe destacar las risas que causa el acento extranjero de Madama Pace, característica que hasta la misma Hijastra admite “que hace gracia” (143), en referencia al contraste que produce frente al efecto trágico de la escena del incesto. Pese a ello, el Director incorpora esta singular ,ya que lo considera “lo más adecuado para atenuar cómicamente la crudeza de la situación” (143).

La tensión arte/vida vuelve a presentarse más adelante en otro diálogo del Padre pero, esta vez, asociada a otros temas principales de la obra: “Al margen de la apariencia, será en todo caso su representación de mí lo que se verá, tal como él siente que soy yo, si es que lo siente, pero nunca se me verá como yo en mi interior me siento” (138). Fiel a su estilo, Pirandello logra con este pasaje comunicar varias cuestiones en forma simultánea: por un lado, la noción de arte se vincula aquí a la idea de la apariencia, una exterioridad que no consigue comunicar los sentimientos del Padre, su complejidad interna. Tenemos aquí la tensión entre el arte fijo y la vida mutable, cambiante. Sin embargo, esta incapacidad de comunicar lo interno -los sentimientos- a través lo externo -la imagen, pero también la palabra- supera el ámbito de la representación artística y pone el foco en un tema más general y social: el de la incomunicación o la insuficiencia del lenguaje.

Por último, lo que se evidencia con este pasaje es una fractura entre la percepción exterior que de uno tienen los demás y la propia interioridad. Esta falta de correspondencia entre la percepción ajena y la propia se relaciona aquí, nuevamente, con la crisis de la identidad: no hay un único sujeto, sino múltiples sujetos que conviven en cada uno.

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