Resumen
Cuando la Hijastra se calma, luego de que acondicionen el jardín para ella, el Director le pide al Muchacho que ingrese al escenario y se esconda detrás de un árbol para su ingreso a la escena. El pequeño actúa bien, pero cuando llega el momento en que el Director quiere que hable, no lo hace. La Hijastra le informa que el Muchacho no hablará mientras se encuentre presente el Hijo, quien, a su vez, informa que se iría encantado, ya que no desea otra cosa.
El Director intenta retenerlo pero la Hijastra se ríe y dice que él no podrá irse aunque quisiera. El Padre acota que eso se debe a que debe representar, con la Madre, la escena del huerto. Efectivamente, el Hijo intenta salir del escenario pero queda paralizado en las escaleras, como si una fuerza invisible lo detuviera. Mientras tanto, la Hijastra -afectada y anticipando la desgracia- se pone a buscar a la Niña, quien también debe participar de la escena en la alberca de agua. Luego, la joven se dirige hacia el Muchacho y le dice que será también su culpa si la Niña se ahoga en el agua. Como el niño no responde y se queda tieso con las manos en los bolsillos, la Hijastra se las hace sacar, solo para descubrir que esconde allí un revólver.
El Director retoma la palabra e insta a la Madre y al Hijo a representar su escena mientras la Segunda Actriz y el Actor Joven los imitan a un lado. La Madre informa que, en esa escena, ella no soporta el desprecio del Hijo, motivo por el cual ingresa a su cuarto para reconciliarse. El Hijo, sin embargo, evita el encuentro e intenta irse de la habitación. Ello provoca la reacción del Padre, quien lo detiene y le pide que escuche a su madre, que está terriblemente angustiada. Enfurecido, el joven responde que se opone a convertir la vergüenza de la familia en un espectáculo.
El Director interrumpe la discusión e intenta razonar con el joven para que le cuente lo sucedido. Entonces, el Hijo dice que, luego de escapar de la conversación con su madre, se dirigió hacia el jardín, donde vio algo horroroso. Entre gemidos, la Madre se presenta tras él y mira estremecida hacia donde estaría la alberca, lugar en el que la niña muere ahogada. El Hijo le dice al Director que intentó ir al agua a salvarla pero, una vez allí, reconoció al Muchacho tras un árbol, mirando el agua “con ojos de loco” (168). Mientras lo dice, el sonido de un disparo sobresalta a todos y el elenco de actores se alborota, porque la Madre pide socorro por el Muchacho. Los actores se llevan el cuerpo del Niño y el Director, sin saber ya qué es real y qué no, ordena que termine la obra y huye, horrorizado.
Finalmente, las siluetas del Hijo, el Padre y la Madre aparecen tras una tela al fondo del escenario, mientras la sombra de la Hijastra corre hacia una de las escaleras, acompañada por una estridente carcajada.
Análisis
A lo largo de estas páginas comienza a cobrar protagonismo la voz del Hijo, quien manifiesta su negativa a participar en la interpretación de las escenas que culminan con la muerte de sus pequeños hermanos. Su posicionamiento respecto a la presencia de su familia en el ensayo es, en este sentido, opuesta a la del Padre y la Hijastra, quienes solo mediante la interpretación escénica sienten realizada su existencia. Pero también se opone a las expectativas de la Madre, que -desconociendo hasta el final su destino como personaje- cree posible cambiar el curso del trágico destino de su familia mediante la reinterpretación de los hechos en el teatro.
Pese a ello, la opinión del Hijo respecto a la representación de los actores es, en cierta medida, similar a la que sostienen el Padre y la Hijastra. Esto se verifica con la pregunta le dirige al Director: “¿Cree que se puede vivir frente a un espejo que, no contento con inmovilizarnos en la imagen de nuestra propia expresión, nos la ofrece además como una irreconocible mueca de nosotros mismos?” (166). Aquí, el Hijo utiliza la metáfora del espejo como una forma de expresar su disconformidad con la lamentable representación del elenco de actores, quienes “lo único que hacen es fijarse en su apariencia” (166). Nuevamente, el tópico que subyace a esta declaración es el de la imposibilidad de poder capturar la realidad mutable y cambiante mediante las formas fijas del arte; una crítica, en última instancia, a las corrientes realistas del teatro. Sin embargo -como es común en Pirandello-, la crítica excede el ámbito de lo artístico y da cuenta, a su vez, de la vida. En este caso, refiere también a la imposibilidad que tenemos las personas de acceder a un conocimiento total del otro debido a que que solo percibimos su exterioridad. Los temas aquí son tanto la incomunicación como la crisis de la identidad, en tanto se desdobla al individuo en ser y aparentar.
Más adelante, el Hijo se enfurece con el Director, la Madre y el Padre debido a que le insisten con que participe con su interpretación: “¡Les da igual hacer pública su vergüenza, nuestra vergüenza! ¡Pues yo a eso no me presto! ¡Y hago mía la voluntad de quien se negó a convertir nuestra vida en un espectáculo!” (167). Con este diálogo, el joven alude a la tragedia familiar, otro de los temas centrales de Seis personajes en busca de autor, al que solo accedimos hasta ahora a partir de lo contado por el Padre, la Hijastra y la Madre. Vale la pena mencionar, en este punto, que el tópico retoma varios de los motivos más populares de la literatura romántica del siglo XIX: la caída en la perdición de una joven honrada, la muerte de los hijos, el incesto, el problema del linaje familiar, el adulterio, la orfandad y la caída de una familia en la miseria.
Ahora bien, pese a la negativa a colaborar en la representación de la tragedia familiar, lo cierto es que la participación del Hijo en la Tercera Parte es fundamental para el desarrollo de los funestos acontecimientos finales. Su propio desdén y su resentimiento hacia la Madre es lo que la impulsa a dejar a la Niña y el Muchacho solos en el jardín con el objeto de reconciliarse con él en la habitación. Este descuido es suficiente para que la tragedia se desencadene: la Niña muere ahogada mientras intenta jugar con los patos de la alberca y, luego, el Muchacho se suicida de un disparo al verla.
Este irónico desenlace provoca la confusión del Director y los trabajadores del teatro. Al oír el disparo y los lamentos de la Madre, el Director pregunta: “¿Está herido? ¿De verdad? ¿De verdad?” (168). Su desconcierto evidencia que nunca había creído, hasta el momento, en la realidad fantástica de los personajes. En ese instante, el miedo lo lleva a cancelar el ensayo y a echar a todos del lugar, al tiempo que solicita al iluminador que apague las luces del escenario. Cuando todos huyen y el lugar queda a oscuras, solo las sombras de los personajes se proyectan en una tela situada al fondo del escenario.
El crítico Romano Luperini señala que esta oscuridad final debe ser comprendida como una alegoría de la imposibilidad de extraer un sentido que justifique, no solo la realidad escénica, sino también la de la vida. Para él, la muerte de la Niña y del Muchacho confunde a las personas ‘reales’, quienes dejan de poder diferenciar qué es real y qué no. Lo real y lo fantástico se funden y el espacio queda a oscuras y en silencio: un teatro cerrado que representa “el vacío de luz y de significado en el que se ven obligados a permanecer los espectadores en particular y los hombres en general” (40).
Finalmente, la sombra de la Hijastra cruza el escenario y huye por las escaleras acompañada por una estridente carcajada. Esta imagen auditiva expresa, en términos de Luperini, “el sarcasmo de la vida que no sólo escapa a toda posibilidad de adaptación escénica no deformante sino a cualquier posible significado” (40). Su función es, en otras palabras, doble: por un lado, vuelve a afirmar el escepticismo que sostiene Pirandello frente a las corrientes realistas que creen posible la imitación de la vida a través del arte. Por el otro, se vincula con el tema de la imposibilidad de un sentido universal: el arte ya no es suficiente para transmitir un significado universal, no solo porque sus imágenes fijas no pueden abarcar la complejidad de la vida, sino también porque esta es irreductible a un sentido último.
Recordemos, tal como planteamos en la sección Temas, que Pirandello escribe en un momento de entreguerras, en el que los grandes relatos de la Modernidad dejan de ser útiles para explicar nuestra existencia: ya no hay Dios, Estado, ciencia o Sujeto que nos ofrezca el sustento suficiente para explicar el mundo y nuesrtro lugar en él. Con Seis personajes en busca de autor, Pirandello consigue transmitir esta falta de certeza a través de unos personajes a quienes se les ha negado su propio drama, “La razón de ser del personaje, una función vital necesaria para su existencia” (91).