Resumen
Luego de que Madama Pace se retire enfurecida, el Padre se acerca, visiblemente turbado, para representar la escena con la Hijastra. Comienzan la interpretación como si recién se conocieran y reviven la escena en la que el hombre intenta seducir a la joven y ella accede, a su vez, con repugnancia. La Madre observa la situación junto al Hijo y los dos pequeños, presa de la angustia y la indignación. Aunque la Hijastra le señala que está de duelo por la muerte de su padre, el secretario, el Padre continúa con el cortejo, indiferente al rechazo.
En un momento, el Director los interrumpe e incita al Primer Actor y a la Primera Actriz a imitar la escena que acaban de ver. Pese a los intentos de estos, la Hijastra y el Padre se echan a reír cuando los ven fingir la escena. Los diálogos son idénticos y los actores se toman en serio la representación, pero, aun así, ellos se desconocen por completo en la actuación. Fastidiado, el Director les dice que se callen; es en vano, porque unos momentos después vuelven a protestar y a reírse. Vencido por las interrupciones, les permite continuar la escena a ellos mismos.
La escena vuelve a comenzar en el momento en que el Padre le pide a la Hijastra que se quite el vestido de luto. El Director interrumpe diciendo que es inapropiado montar una escena semejante en el teatro. Impaciente, la joven vocifera que “¡Es simplemente la verdad!” (151), y que deben representar la escena tal cual fue, para que el Padre sienta el remordimiento de haber tenido entre sus brazos a quien alguna vez fue esa niña que visitaba en el colegio.
Las palabras llevan a la Madre a entrometerse en la discusión. Abrumada por la angustia, la mujer intenta detener la escena mientras rompe en un llanto que emociona a todos. Conmovido, el Director accede a que continúen, pero la Hijastra le dice que, para ello, tiene que echar a la Madre. La mujer se resiste furiosamente, lo que confunde al Director, quien no comprende el motivo de tanta angustia: para él, todo lo que tenía que suceder ya sucedió. Sin embargo, la Madre le dice que eso no es cierto: en su realidad los hechos suceden una y otra vez como si fuera la primera: es “Un tormento que se renueva siempre, presente y vivo” (153). El Padre confirma lo dicho por la Madre y agrega que su realidad es un “instante eterno” (153). El tormento de la Madre, el resentimiento y la humillación de la Hijastra y la vergüenza de ser expuesto al escarnio y la culpa son parte de una escena que se repite una y otra vez, culminando siempre con el grito de la Madre.
Finalmente, la escena se representa: la Hijastra hunde la cabeza en el pecho del Padre mientras incentiva a la Madre a participar con su grito. Llegado el momento, la Madre se abalanza hacia ellos con el objetivo de separarlos y grita: “¡Es mi hija, canalla! ¿No lo ves?” (154). Entusiasmado por la potencia de la escena, el Director afirma que así deberá terminar el Primer Acto, lo que confunde al Tramoyista, quien deja caer el telón.
Análisis
En esta sección vuelve a ponerse en duda el estatuto de lo real a partir de la rivalidad que se produce entre el elenco de actores y los personajes. La posición del Padre y la Hijastra es que su propia interpretación de los hechos, aunque menos efectiva escénicamente, es más sincera. En este punto, lo que está en juego es el tema de la realidad versus la ilusión, vinculado al de la tensión entre la vida cambiante y el arte fijo: ellos consideran que, en la medida en que no están atravesados por el cambio y la mutabilidad de la vida, su existencia es, en cierto punto, más verdadera que la de las personas reales, cuyas percepciones, pensamientos y sentimientos pueden variar de un día para el otro.
Las continuas interrupciones, las críticas y los comentarios sarcásticos que ambos grupos se dirigen mutuamente no hacen más que enfatizar esta rivalidad. Por ejemplo, mientras conversan acerca del vestido de luto que porta la Hijastra en la escena con el Padre, la Primera Actriz le dice que cuando ella deba actuar la escena se vestirá de “un modo mucho más apropiado que el suyo” (147). Con este comentario se refiere atenuadamente al modo de vestir, a su criterio, provocador de la Hijastra. Pero además, la expresión da cuenta de un intento de apropiación de la historia Hijastra mediante su actuación.
Algo similar sucede cuando la Hijastra discute con el Director acerca de su desnudo en lo de Madama Pace. El Director rechaza esa escena por considerarla inadecuada para el público cuando se produce el siguiente diálogo:
HIJASTRA. ¡Pero ésa es la verdad!
DIRECTOR. ¿De qué verdad me está hablando, señorita? En el teatro, las verdades sirven sólo hasta cierto punto.
(150)
Con este diálogo, Pirandello discute con las corrientes de arte realistas que pretenden representar en forma mimética la vida cuando, en cambio, hacen más bien lo contrario.
Ahora bien, tal como analizamos en el tema “La imposibilidad de un sentido universal”, no es solo la capacidad del arte de imitar la vida lo que Pirandello discute con esta obra. Hay, además, una relativización del concepto mismo de verdad: la realidad no es algo que se recibe en forma objetiva, sino que es una construcción subjetiva y, muchas veces, termina por ser más falsa que el propio arte. Esto se ejemplifica alegóricamente en la propia figura de los personajes, quienes, pese a su carácter ficcional, tienen una sola máscara. En cambio, tal como observa Osvaldo Lopez Chuhurra, “El hombre tiene un rostro, pero luce infinidad de máscaras: le ofrece una distinta a cada ser humano que lo contempla; y se ofrece una variedad incalculable todas las veces que se atreve a contemplarse. La multiplicidad, el cambio constante, conducen a una inevitable des-identificación del ser, y en ello radica el secreto del desconocimiento que el hombre tiene del otro y, lo que es peor aún, de sí mismo” (531). La observación de Chuhurra pone de manifiesto, además, el problema de la multiplicidad que atenta contra la idea de una identidad única e individual.
Tal como venimos analizando, esta sección presenta un gran protagonismo de la Hijastra, quien desea representar del modo más exacto posible los acontecimientos en lo de Madama Pace para consumar su venganza en contra del Padre y avergonzarlo públicamente. Para ello, interrumpe en forma constante las representaciones de la Primera Actriz, rechaza la utilería con la que ambientan la escena y discute con las decisiones del Director. Eventualmente, su actitud harta la paciencia de este último, quien dice de sus intervenciones: “Sería muy cómodo que cada personaje largara su monólogo, o que, por las buenas, como si se tratara de una conferencia, desembuchara delante del público todo lo que se le ocurriera” (152). En este pasaje, el Director compara sus exigencias con las intervenciones de los oradores en una conferencia. Este tipo de exposiciones, cabe aclarar, se caracterizan por los largos monólogos realizados por oradores sobre determinados temas en los que se especializan. Previo a esta comparación, el Director le dijo que “No se sostiene el que un personaje destaque demasiado, se adueñe de la escena y difumine a los demás. Es preciso abrazarlos a todos en un cuadro armónico y representar lo que es representable” (151).
En suma, las referencias se vinculan al tema de la incomunicación o -más específicamente- al de la incapacidad del lenguaje para transmitir sentidos. Lo que el Director le intenta expresar, en este caso, es que no bastan las palabras de una sola persona para una representación exitosa. Es necesario que su versión de los hechos “se muestre sólo lo necesario en relación con los demás; y con ese fragmento dar a entender, sin embargo, toda la vida que permanece oculta” (152).
Como es habitual en Pirandello, la división entre la vida y la ficción comienza a desdibujarse en este pasaje y aquellos elementos que parecen referir solo al orden del teatro dirigen también una crítica a nuestra concepción de la realidad. Aquí, el diálogo del Director remite a la imposibilidad de la percepción individual para dar cuenta de la vida compleja y múltiple. En Pirandello, la realidad no es algo que pueda aprehenderse con la percepción fragmentada del mundo que posee cada uno, sino que, por el contrario, se revela en la sumatoria de todas las perspectivas. Por este mismo motivo, el sentido es, en Pirandello, siempre algo imposible de comunicar.
La Segunda Parte finaliza con el que puede considerarse uno de los diálogos más trágicos de la obra: la Madre intenta evitar la escena entre la Hijastra y el Padre con tanta desesperación que lleva al Director a preguntarle el motivo, considerando que los hechos forman parte ya de su pasado. Como respuesta, ella afirma: “No, ahora sucede, sucede siempre. ¡Mi tormento no es falso, señor! Yo estoy viva y presente en cada instante de ese tormento mío, siempre, un tormento que se renueva siempre, presente y vivo. ¿A que no ha oído hablar a esas dos criaturitas? ¡Ya no pueden hablar! Si se aferran aún a mí es para hacerme presente y vivo mi tormento. ¡Pero ellos, ellos ya no existen, no existen! Y ella (señala a la Hijastra), ella se me escapó, huyó de mí, y se ha perdido, se ha perdido…” (153). Este fragmento es uno de los que mejor ilustra la tensión entre la vida cambiante y el arte fijo: del mismo modo que su máscara graba con lágrimas de cera el eterno dolor de su duelo, su drama se renueva una y otra vez porque su existencia como personaje también es eterna. El silencio de los infantes, por su parte, tiene la misma explicación: la inercia que los caracteriza es consecuencia, también, del destino mortal que los espera al final de la obra.