La imposibilidad de un sentido universal
Ya sea a través del motivo de la locura (es decir, la pérdida de sentido), mediante la problematización de los conceptos de la verdad y la falsedad (o sus cercanos, el ser y el parecer), o al poner en duda la capacidad humana de poder comunicar a través del lenguaje, el tema de la imposibilidad de acceder a un sentido universalmente válido se repite una y otra vez a lo largo de Seis personajes en busca de un autor.
Debemos tener en cuenta, en este punto, que Pirandello escribe desde un momento histórico muy particular, en el que los fundamentos que sostenían las grandes corrientes del pensamiento occidental en la Modernidad comienzan a resquebrajarse. En este momento, también, la cuestión del sentido -la capacidad de aprehenderlo, su existencia, su verdad, las disciplinas a las que pertenece- ocupa un lugar central para los distintos pensadores.
Por un lado, los terribles acontecimientos de la Primera Guerra Mundial dejan en evidencia tanto la incapacidad de la figura del Estado moderno de garantizar la paz social, como la de los avances tecnológicos de mejorar la calidad de vida.
Así, desde la filosofía se rechaza la existencia de Dios y, junto con él, de cualquier justificación que dé sentido en el plano espiritual a la existencia terrenal. En el ámbito científico, comienza a cuestionarse la validez del positivismo, corriente científica cuya principal premisa es que todo fenómeno puede comprobarse, describirse y predecirse en forma objetiva si se lo analiza con el procedimiento adecuado. Frente a ello, la Teoría de la Relatividad desarrollada por Albert Einstein revela que cualquier observación de los fenómenos es relativa, ya que depende del punto de vista, el lugar y el movimiento del observador. Más aún, la conceptualización del inconsciente a partir de la teoría psicoanalítica de Sigmund Freud pone en duda la propia capacidad de la psiquis humana de acceder al conocimiento, al tiempo que derriba la idea de que las personas tengamos un completo control de nuestras acciones y pensamientos. Por último, el arte -que siempre se hace eco de los grandes cambios y dilemas de la sociedad, la política y el pensamiento- comienza a problematizar su función representativa del mundo y rompe con las tradiciones, modelos y funciones que lo caracterizaron históricamente. Estamos en el momento de las vanguardias históricas, movimientos como el surrealismo, el dadaísmo y el futurismo, entre otras.
Si se lo observa en detalle, lo que reside en el seno de todos estos importantes cambios de paradigma es un cuestionamiento al problema del sentido: ¿qué es el Estado, cuál es su función, su origen y fundamento? ¿Cuál es el sentido de la existencia cuando ya no hay una divinidad que la justifique? ¿Cuál es el futuro de la humanidad cuando la ciencia y la tecnología han demostrado ser más funcionales a la destrucción que a la paz? ¿Es posible acceder a un conocimiento universal cuando la ciencia misma demuestra que nuestra capacidad de atraparlo es relativa? ¿Podemos confiar en nuestra propia experiencia y capacidad de conocimiento cuando una parte importante de nuestra psiquis escapa de nuestro control? ¿Es posible capturar algo del sentido de la vida a través del arte y la literatura? Estas son las preguntas que acosan a los intelectuales y artistas de comienzo de siglo.
En este marco, Pirandello, que se considera a sí mismo como un escritor filosófico, produce Seis personajes en busca de un autor, resultado de sus indagaciones acerca del sentido de la existencia, los límites de la realidad y la fantasía, la función del arte y la posibilidad humana de acceder a una verdad superior y válida para todo el mundo.
La tensión entre la vida cambiante y el arte fijo
En el Prefacio de Seis personajes en busca de un autor, Pirandello manifiesta que, al dejar a los personajes a su suerte en el escenario, pudo darle voz a uno de los problemas filosóficos y estéticos que más le interesaba: “El trágico conflicto inmanente entre la vida que de continuo de se mueve, se modifica, y la forma que la fija, inmutable” (89). En otras palabras, el autor se interesa por la tensión que se produce entre la vida, heterogénea y cambiante, y el arte que, pese a intentar imitarla, nunca puede hacerlo debido a su naturaleza fija y eterna.
Este tema, central en Pirandello, se manifiesta de varias maneras a través de la obra, pero es en la propia figura de los seis personajes donde se desarrolla de un modo más evidente. Estos protagonistas expresan en forma alegórica, y cada uno a su modo, la imposibilidad de representar la vida cambiante y mutable a partir de las imágenes fijas del arte.
Así, el Padre y la Hermana son quienes más conciencia poseen acerca de ello y se lo intentan comunicar constantemente al Director, en vano. El Hijo, pese a también saberlo, intenta inútilmente escapar de su rol en el drama familiar. Por su parte, la Madre no termina de comprender que su destino se ha fijado en el arte y se opone, sin éxito, una y otra vez, al fatal destino de su familia. Por último, la Niña y el Muchacho participan -en palabras de Pirandello- solo como presencias mudas: su destino como seres de la fantasía los mantiene presentes pese a que ya han muerto en el drama.
El crítico Osvaldo López Chuhurra explica la naturaleza de esta tensión al decir que “la vida es un continuo acontecer, sin fin previsto, por lo que resultará imposible conocerla”, mientras que “el arte, en cambio, fija en una forma -aceptable y por lo tanto cognoscible- un momento determinado del eterno fluir de la existencia” (526). El problema que expresa Pirandello, en este punto, reside en pensar que es posible extraer un significado universalmente válido de la vida a través del arte, cuya fijeza nunca podrá abordar su complejidad.
La identidad
Vinculado al tema de “La imposibilidad de un sentido universal”, Pirandello tematiza en Seis personajes en busca de un autor una cuestión fundamental para el pensamiento occidental a partir del siglo XX: la crisis de la identidad o, tal como expresa en el Prefacio, “la personalidad múltiple de cada uno de nosotros conforme a los seres posibles que se esconden en todos” (88). Esto es: el hecho de que no exista un ser único con el que cada uno pueda sentirse identificado por completo y mediante el cual se vincule con la sociedad.
En “La imposibilidad de un sentido universal” analizamos cómo la emergencia del psicoanálisis a fines del siglo XIX trae aparejada una crisis en el modo de concebirnos a nosotros mismos, el modo en que actuamos y pensamos. Cuando Sigmund Freud postula la existencia del inconsciente, una parte oculta de nuestra psiquis que no puede ser controlada ni conocida mediante la voluntad de la razón, aparece una nueva concepción de la personalidad, ahora tan compleja que ni el propio individuo puede llegar a conocerla. Ya no somos seres únicos e idénticos a nosotros mismos; somos, por el contrario, seres contradictorios, con múltiples personalidades, fragmentarios, que no solo podemos engañar a los demás sino también a nosotros mismos, cosa que hacemos, también, de forma inconsciente.
En la obra, este tema se presenta a partir del contraste entre los personajes y el resto del elenco. Debido a su existencia como seres del arte, los personajes solo tienen una identidad fija y eterna representada a través de las máscaras que portan. El resto, como bien dice Osvaldo López Chuhurra, “tiene un rostro, pero luce infinidad de máscaras: le ofrece una distinta a cada ser humano que lo contempla; y se ofrece una variedad incalculable todas las veces que se atreve a contemplarse” (531). En oposición a los personajes, la compañía del teatro, pero también nosotros, lectores y espectadores, encarnamos la imposibilidad de una identidad única y transparente.
Por último, cabe mencionar que el problema de la identidad se presenta en esta obra desde el instante mismo en que Pirandello elige no darle nombres propios a sus personajes. En su lugar, elige nombrarlos o bien a partir de sus relaciones de parentesco o bien de sus oficios en el teatro. El nombre propio, en este sentido, es aquella palabra que permite identificar en forma unívoca a una determinada entidad. Al rechazarlo, Pirandello vincula la imposibilidad de una identidad única al tema de la incomunicación: para él, el lenguaje es siempre insuficiente para explicar el mundo y a nosotros mismos.
La incomunicación
Vinculado a los temas de la crisis de la identidad y la imposibilidad de un sentido universal, el problema de la incomunicación -que es también el del vacío del lenguaje o su incapacidad para transmitir sentido- es uno de los elementos más importantes que debemos tener presentes cuando leemos esta obra de Pirandello.
Constantemente, el Director les reclama a la Hijastra y el Padre que dejen de hablar e interrumpir los ensayos, ya que el teatro no puede transmitir solo a partir de palabras. Luego, tanto la Hijastra como el Hijo acusan al Padre de ser bueno con el discurso, pero que este no se corresponde con sus acciones. El Padre, por su parte, menciona que las palabras son insuficientes porque se interpretan de un modo distinto en cada persona y nunca logran expresar en forma transparente lo que sucede en el interior de quien las enuncia. El Muchacho y la Niña, únicos capaces de prevenir el fatal destino de la familia, son mudos a causa de la muerte. Por último, la situación que desencadena el trágico final que recae sobre ellos se produce debido a la falta de comunicación entre la Madre y el Hijo.
Osvaldo López Chuhurra dice que, en Pirandello, todos se comunican con “Respuestas, palabras, sacos vacíos que se llenan con una verdad sospechosa y discutida” (522). Ahora, el tópico de la inexistencia de la verdad y el sentido, central en Pirandello, se vincula esta vez con el problema de la incomunicación o de la incapacidad del lenguaje a la hora de transmitir significados.
El teatro
En Seis personajes en busca de autor, Pirandello acude a varios elementos y dispositivos típicos del teatro clásico cuyo origen se remonta a las fiestas dedicadas al dios Dionisio en la Antigua Grecia. En estas celebraciones, los participantes realizaban representaciones dramáticas cuyos géneros estaban bien definidos: por un lado, las tragedias presentaban conflictos existenciales y eran protagonizadas por héroes cuyo destino grave, y muchas veces fatal, se presentaba como inevitable. Las comedias, por otro lado, presentaban situaciones más cotidianas en las que los conflictos que atravesaban los protagonistas -enredos o confusiones- generalmente tenían un desenlace feliz.
Ahora bien, estas representaciones -más aún en el caso de las tragedias- se orientaban a lograr una imitación realista o mímesis, ya que tenían como objetivo que los espectadores lograran la catarsis, es decir, que empatizaran con los protagonistas y sufrieran sus desdichas con ellos. Tener este elemento presente es importante para diferenciar la estrategia dramática de Pirandello, quien, lejos de buscar una mímesis con su obra, vuelve evidentes los elementos y dispositivos escénicos para romper así con cualquier ilusión de realidad que el público pudiera llegar a tener. En otras palabras, vuelve visible el carácter de artificio de la representación dramática.
Esto explica el hecho de que la historia transcurra en un ámbito teatral -con la escenografía y la utilería correspondientes-, que tenga como personajes a trabajadores propios del oficio -como el Tramoyista, el Director y los actores, entre otros- y que refiera en forma constante a cuestiones relativas a la tradición y el universo dramático. En suma, este gesto de volver evidentes los dispositivos y recursos escénicos vuelve al teatro uno de los temas fundamentales de Seis personajes en busca de autor, dando como resultado lo que la crítica conoce como ‘teatro dentro del teatro’.
Ilusión vs. realidad
La oposición entre ilusión y realidad es uno de los temas principales de Seis personajes en busca de autor, y se hace presente desde el comienzo de la obra, momento en que la familia de protagonistas interrumpe el ensayo de la compañía de actores solicitando que les dejen interpretar su historia. A partir de esta primera interrupción, muchas de las intervenciones que realizan los personajes se orientarán a que tanto el Director como los actores respeten su existencia ficcional o, más aún, pongan en duda su propia realidad.
Podemos considerar que esta oposición se expresa entonces en la obra mediante la propia rivalidad generada entre los trabajadores del teatro -representantes de la realidad- y los personajes -quienes encarnan la ilusión y la fantasía-. Así, los primeros se burlan y critican a los personajes al tratarlos de locos, mentirosos y absurdos, mientras que los segundos defienden la realidad de su existencia al tiempo que se ríen de las falsas interpretaciones de los actores y de las pretensiones de representación realista del teatro en general.
Sin embargo, el límite que en un principio divide estas dos nociones en términos de oposición, con el transcurrir de los acontecimientos se volverá difuso, permitiendo la fusión entre ambos mundos. Hacia el final de la obra, la confusión entre realidad e ilusión se consuma con la muerte de la Niña y el Muchacho, momento en que el Director pierde su capacidad de discernir qué es real y qué no, lo que lo lleva a asustarse y cancelar el ensayo.
Esta fusión debe comprenderse a la luz de los posicionamientos filosóficos de Pirandello, quien no creía posible establecer una verdad universal acerca de la realidad y la existencia. En este sentido, el tema de la ilusión vs. la realidad se vincula en forma estrecha con el de la imposibilidad de acceder a un sentido universal. Además, este tema se vincula también al tópico del teatro desde el momento en que los dispositivos dramáticos, los trabajadores del teatro y las alusiones meta-teatrales se presentan en la obra con el objetivo de volver evidente el carácter artificial de lo representado.
La tragedia familiar
Desde el momento en que irrumpen en el ensayo de la compañía teatral, la referencia a la tragedia familiar es un tópico constante en la boca de los protagonistas de la historia. El Padre lamenta una y otra vez el haber intentado el incesto con la Hijastra en la tienda de Madama Pace. La joven, a su vez, busca vengarse de él por haberla injuriado, mientras llora por el destino de su Madre, su padre muerto y sus pequeños hermanos. El Hijo, que los desprecia a todos, resentido por el abandono y la amenaza de sus hermanos. Finalmente y más que ninguno, la Madre es quien mejor encarna la tragedia familiar, a través de su llanto y lamento eterno por la desgracia y el infortunio en los que todos han caído.
Rumano Luperoni dice que Seis personajes en busca de autor produce una “disociación entre el argumento y su significado” (43). Con ello, el crítico intenta dar cuenta de que, mientras que la obra aparenta contar -en el plano del argumento- la tragedia de una familia atravesada por la desgracia, los significados que transmite -la tensión entre el arte y la vida, la crisis de la identidad, el vacío del lenguaje y la imposibilidad de un sentido universal- nos llegan a otro nivel de lectura que no es el de la progresión escénica.
Pese a ello, la presencia de la tragedia familiar en la historia es tal que debemos considerarla uno de los temas más trascendentes. En este punto, cabe mencionar que la historia retoma varios de los motivos típicos de la literatura del siglo XIX: la Hijastra que debe prostituirse con Madama Pace para sacar a su familia de la miseria, la Madre que ve a todos sus hijos caer en la perdición, un incesto que casi se produce, el Hijo indignado al ver peligrar el linaje familiar, el adulterio y la orfandad, la Niña que muere ahogada y el Muchacho que se suicida.
Cabe destacar que la sucesión de esos puntos trágicos de la trama se produce en la obra de un modo caótico y contradictorio, sin un hilo narrativo que los ligue en forma coherente y sin dar, tampoco, mayores explicaciones. Nunca se explica, por ejemplo, de dónde saca el Muchacho su arma, por qué se suicida o si es partícipe o no de la muerte de su hermanita; tampoco la relación entre el Padre y la Hijastra, como las causas por las que el Padre iba a buscarla a la escuela cuando era pequeña.