Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos
te pareces al mundo en tu actitud de entrega.
En estos dos versos, los primeros del “Poema 1” y, por lo tanto, del libro, se condensan varios de los temas más importantes de la obra.
Por un lado, el erotismo aparece en relación con la naturaleza: el cuerpo de la mujer que se entrega sexualmente al yo lírico es comparado con las blancas colinas. Es decir, es un espacio al que el hombre puede acceder como si el encuentro erótico entre los cuerpos fuera una expedición; él, el explorador, y ella, el espacio a explorar.
Esta comparación con la naturaleza, además, conecta íntimamente con otros dos temas fundamentales: la mujer y la posesión. El mundo aparece como aquello que entrega, sin exigencias, lo que se quiera tomar de él. Al “convertir” a la mujer en un sinónimo del mundo, comparando su disposición sexual con dicha “entrega”, esta se convierte en una entidad pasiva que el yo lírico puede poseer sin exigencias y sin problemas.
Soy el desesperado, la palabra sin ecos
el que lo perdió todo, y el que todo lo tuvo
Última amarra, cruje en ti mi ansiedad última
En mi tierra desierta eres la última rosa
Ah, silenciosa!
En estos versos se entrecruzan distintos tópicos fundamentales de la obra. En un principio, aparece la desesperación amorosa del yo lírico al haber perdido todo. Siguiendo la lógica del poemario, perder todo significa perder a la amada. Sin embargo, a partir del tercer verso, pareciera que en realidad ella sigue allí y que es lo último que le queda (aquí vemos, además, cómo el yo lírico se adueña de ella convirtiéndola en parte de la naturaleza).
Esta contradicción aparente entre haber perdido todo y que ella (que es ese todo) siga allí, se resuelve en el siguiente verso: el silencio de ella, repetido varias veces durante el desarrollo del poema, sugiere que la amada solamente está allí como un recuerdo. Por eso la “palabra” del yo lírico no tiene “ecos”, y por eso la desesperación. En la tierra desierta del yo lírico, la amada, aún en forma de recuerdo, es su “última amarra”.
Para mi corazón basta tu pecho
para tu libertad bastan mis alas
Desde mi boca llegará hasta el cielo
lo que estaba dormido sobre tu alma.
En el primer verso de la cita aparece la entrega absoluta del amor del yo lírico hacia su amada. El verso puede interpretarse, al menos, de dos maneras: el corazón solamente necesita el pecho de ella para latir, como si este fuera el lugar fisiológico natural del corazón del yo lírico; o, de un modo más sencillo, se puede interpretar que el yo lírico consigue la plenitud amorosa al reposar sobre el pecho de su amada.
Ahora bien, inmediatamente esa entrega amorosa se une con la posesión cuando la libertad de la amada queda restringida a las alas del yo lírico: ella puede volar hasta donde él se lo permita. En los versos siguientes, esta idea es reforzada con la afirmación de que él es capaz de hacer llegar al cielo los sentimientos que duermen en ella. Es decir, la amada aparece como una figura incapaz de ser libre y sentir si no es a través de él.
He ido marcando con cruces de fuego
el atlas blanco de tu cuerpo.
Los temas del erotismo, la posesión, la mujer y la naturaleza se condensan en estos versos.
Por un lado, el yo lírico compara el cuerpo de la mujer con un atlas blanco. Ella es como la tierra que aún no pertenece a nadie, y él, entonces, la posee como un conquistador: marcando con cruces su territorio. Estas cruces, además, son de fuego, una característica que le otorga dos sentidos. Por un lado, son cruces que no se borran; marcas definitivas de la posesión del yo lírico. Por otro lado, el fuego remite al erotismo: esas cruces fueron marcadas con pasión durante los encuentros carnales de los amantes.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Este es uno de los versos más reconocidos de la obra. El silencio, la soledad, la mujer y la posesión son cuatro temas fundamentales que se condensan en esta cita.
En este poema, en el que el yo lírico está junto a su amada y la posee, el silencio aparece como una virtud, ya que se relaciona con una “supuesta ausencia”. Esa “supuesta ausencia” de la mujer es la que le permite al yo lírico tener a su amada junto a él sin riesgo de perderla, sin que la soledad sea una amenaza. Ese silencio que ausenta a la mujer, la convierte entonces en un ser sin autonomía.
Es importante remarcar que, al decir que está “como ausente”, el yo lírico no le da carácter de realidad a dicha ausencia. Así le quita la carga negativa que tiene en otros poemas, en los que el silencio de la amada, verdaderamente ausente, lo deja angustiado y desesperado en su soledad.
Este verso fue tomado por cierto sector del feminismo como un ejemplo de machismo y dominación patriarcal.
Pienso, camino largamente, mi vida antes de ti
Mi vida antes de nadie, mi áspera vida
El grito frente al mar, entre las piedras
corriendo libre, loco, en el vaho del mar.
Estos versos resumen a la perfección cómo aparece el tema de la soledad en toda la obra. El yo lírico vive en un mundo habitado solamente por su amada. Por eso, al pensar en su vida antes de la presencia de ella (“mi vida antes de ti”), se corrige inmediatamente para afirmar: “Mi vida antes de nadie, mi áspera vida”. A partir de allí, en los siguientes versos, el yo lírico aparece en ese mundo deshabitado donde lo único que existe es la naturaleza -sobre todo, el mar-. No hay otros hombres o mujeres; no hay otras actividades humanas.
Es interesante la aparición de la palabra “libre” en medio de esos versos llenos de desolación. Permite pensar que la libertad no tiene un sentido positivo al ser absoluta. Es decir, al estar en un mundo deshabitado, el yo lírico es totalmente libre de hacer lo que quiera, ya que no hay nadie para restringírselo. Ahora bien, esa falta de restricción no es positiva: la libertad absoluta es desoladora, porque el yo lírico no tiene, precisamente, con quien compartirla.
Niña morena y ágil, el sol que hace las frutas
el que cuaja los trigos, el que tuerce las algas
hizo tu cuerpo alegre, tus luminosos ojos
y tu boca que tiene la sonrisa del agua.
Con estos versos, el yo lírico entrelaza a la mujer con la naturaleza desde su nacimiento. La mujer (en este caso, una “Niña”) es una entidad creada por el universo natural; más precisamente, por el sol.
Este poema es particular, ya que el yo lírico intenta acercarse a su amada, pero la niña tiene, en su juventud, tan fresca la fuerza del universo natural que él no puede acceder a ella. A diferencia de la mayor parte de la obra, la naturaleza y la mujer se igualan, pero no le posibilitan a él la conquista de ella como si fuera un territorio. Más adelante, el yo lírico afirma: “Eres la delirante juventud de la abeja”: es esa delirante juventud la que lo atrae, pero lo expulsa a la vez, como si, en este caso, la naturaleza de la mujer no fuera simplemente un terreno fértil, sino una selva salvaje, inconquistable.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
La posesión, la mujer y el amor, tres temas claves de la obra, se unen con claridad en esta cita.
En el comienzo, el yo lírico enuncia que la mujer es algo que se posee. En este caso, al no estar junto a él, aparece la certeza de que su amada ya pertenece a otro. Es decir, la mujer no puede ser dueña de sí misma, sino que, como una parcela de tierra, tiene que tener un dueño. Aún más, al decir “como antes de mis besos”, el yo lírico expone que esa mujer, antes de pertenecer a él, pertenecía a otro y que él se la adueñó.
Luego, el yo lírico afirma que ya no la quiere (antes de esos versos, en el mismo poema, ya lo había hecho), pero de repente aparece una duda, como si la posibilidad de que su amada pudiera pertenecer a otro le reviviera su sentimiento hacia ella: un sentimiento de amor que nace del deseo de posesión.
Era la negra, negra soledad de las islas
y allí, mujer de amor, me acogieron tus brazos
Era la sed y el hambre, y tú fuiste la fruta
Era el duelo y las ruinas, y tú fuiste el milagro
Ah, mujer, no sé cómo pudiste contenerme
en la tierra de tu alma, y en la cruz de tus brazos.
En estos versos, pertenecientes a “La canción desesperada”, último poema del libro, se ve con claridad cómo la soledad del yo lírico es absoluta cuando no está con su amada. La tierra en la que se describe es un espacio sin alimento ni bebida (“la sed y el hambre”), habitado únicamente por él (“la negra soledad de las islas”) y signado por la muerte (“el duelo y las ruinas”).
Al estar sin su amada, el yo lírico habita en la nada, ya que ella es, por el contrario, el todo. No solo es la única persona que vive en el mundo además de él, sino que ella es también el mundo. Sinónimo de la naturaleza, la mujer es la fruta que puede saciar su hambre, es el milagro que genera vida, es la tierra en donde él puede vivir contenido.
Ah más allá de todo. Ah más allá de todo
Es la hora de partir. Oh abandonado.
Estos son los últimos versos de la obra. Luego de tener encuentros y desencuentros amorosos con su amante, el yo lírico enfrenta la soledad definitiva. La repetición de “Ah más allá de todo” remite a la desesperación y el cansancio que le generó el amor. Pareciera que el yo lírico está cansado, incluso, de las palabras: de expresar su amor, su deseo, su angustia a través de distintas metáforas complejas, y que ya no tiene nada para decir. La repetición parece una expresión de lamento pura; no le habla a su amada, no hay intención de conquista, no hay ni siquiera una metáfora sobre el dolor o la angustia. Es como si el yo lírico se encontrara más allá de todo lo que dijo y de todo lo que pasó con su amada, y lo único que le quedara por hacer, entonces, es partir, solo o, más bien, abandonado.