El amor
El amor es el tema más importante del poemario. Todas las emociones del yo lírico nacen de la correspondencia o la no correspondencia amorosa entre él y su amada. Veinte poemas de amor y una canción desesperada no contiene historia o narración alguna; no sabemos por qué el yo lírico está junto a su amada o por qué luego están separados. Esos datos no son importantes, porque lo único importante es ver de qué manera se expresa el amor en la voz del yo lírico cuando los amantes están en diferentes situaciones. Entonces: ¿cuál es esa manera?
El yo lírico expresa su amor de manera extremista. Siempre. Pasa de la felicidad y la dicha plena a la angustia y la desesperación absoluta. Si bien es importante aclarar que el autor no es el yo lírico, puede ser útil recordar que Pablo Neruda escribió este poemario a los 19 años. Como dice Guillermo Araya en su artículo sobre la obra: “Estamos, pues, frente a un libro adolescente. Como uno de los temas centrales de la obra es el amor, se trata del amor adolescente, del descubrimiento de la mujer como cuerpo en primer lugar y las angustias consiguientes que esto causa es el centro principal del canto de este libro”.
Desde esta perspectiva, se puede afirmar que, en este poemario, el yo lírico no solamente se enamora de una mujer, sino que, al enamorarse, descubre lo que es el amor. No se angustia por el abandono, sino que descubre lo que se siente ser abandonado. Estos descubrimientos le otorgan al amor esa potencia extrema que arrastra al yo lírico de la felicidad a la desesperación sin punto medio.
El erotismo
El erotismo es la fuerza principal que une al yo lírico con su amada. En todos los poemas en los que él está junto a ella, en el mismo espacio, las descripciones de esa unión son, en su mayoría, eróticas. En Veinte poemas de amor y una canción desesperada el amor no se concibe como un ideal que está en el alma, por sobre los cuerpos (como en gran parte de la poesía romántica previa a esta época), sino que es al revés: la atracción erótica es la que genera el enamoramiento del yo lírico. Así se puede ver con claridad en este verso del “Poema 14”: “Amé desde hace tiempo tu cuerpo de nácar soleado” (p.63).
Esa atracción erótica tiene, además, una estrecha relación con la naturaleza. Los primeros versos del "Poema 1" (es decir, los primeros versos del libro) demuestran esto a la perfección y marcan su importancia para toda la obra: “Cuerpo de mujer, blancas colinas, muslos blancos, te pareces al mundo en tu actitud de entrega” (p.9). Como se ve en el verso citado, el erotismo también cumple la función de otorgarle a la amada las características de la naturaleza. Acá hay otro ejemplo, perteneciente al “Poema 8”: “Se parecen tus senos a los caracoles blancos/ Ha venido a dormirse en tu vientre una mariposa de sombra” (p.38).
El erotismo es, entonces, un tema fundamental de la obra, ya que tiene la función de unir al yo lírico con las dos fuerzas de atracción que lo guían: su amada y la naturaleza.
La soledad
En Veinte poemas de amor y una canción desesperada, el mundo en el que vive el yo lírico contiene solamente a dos personas: él mismo y su amada. No hay, más allá de ella, nadie más. Tampoco hay nada más que se relacione al mundo humano. No hay un trabajo, no hay casas (ni propias ni ajenas), no hay autos, no hay nada. Solo naturaleza. De todo esto se puede deducir que, cuando el yo lírico no está junto a su amada, se encuentra en la soledad más absoluta. Así lo demuestra el “Poema 7”: “Mi soledad que da vuelta los brazos como un/ náufrago” (p.33).
Al igual que un náufrago que quedó solo en su isla, el yo lírico vive en un mundo deshabitado. Es un ser que perdió todo y solo mantiene el contacto con lo humano a través del recuerdo de su amada. Por lo tanto, lo único que hace es profundizar su soledad reflexionando sobre la ausencia de ella.
En definitiva, en Veinte poemas de amor y una canción desesperada, la soledad no es algo elegido por el poeta para contemplar el universo. Es, en cambio, una fatalidad surgida del abandono de su amada, que no le permite observar el mundo que lo rodea, sino todo lo contrario: lo hunde en sí mismo y en sus recuerdos.
La mujer
La mujer en Veinte poemas de amor y una canción desesperada es siempre la amada del yo lírico. Por lo tanto, la construcción de la mujer depende de las emociones que provoca en él. Es importante destacar que la mujer no tiene voz propia en el poemario, sino que es representada desde la voz del hombre, ya sea como una fuente de dolor o angustia, ya sea como una fuente de pasión y felicidad.
En su estudio “El caracol y la sirena”, Octavio Paz asocia identifica el cuerpo de la mujer, en la obra de Neruda, con el cosmos. Esto significa que el poeta construye todas las imágenes de la mujer en relación estrecha con la naturaleza, otorgándole las mismas características a la una y la otra, convirtiéndolas en sinónimos. He aquí dos ejemplos: “He dicho que cantabas en el viento/ como los pinos y los mástiles/ Como ellos eres alta y taciturna” ("Poema 12", p.53), “Eres como la noche, callada y constelada” ("Poema 15", p.68).
El yo lírico construye a la mujer como un sinónimo de la naturaleza, no solo al describirla, sino en su modo de actuar en relación a ella. La mujer es, al igual que la tierra, un espacio que, primero, se debe conquistar para luego poseer, como vemos en el comienzo del “Poema 13”: “He ido marcando con cruces de fuego/ el atlas blanco de tu cuerpo” (p.57). Puede leerse también como un espacio que se debe sembrar para recoger sus frutos: “Mi cuerpo de labriego salvaje te socava/ y hace saltar el hijo del fondo de la tierra” (“Poema 1”, p.9). Finalmente, la mujer es también un espacio que le pertenece al yo lírico como si fuera su hogar: “En mi cielo al crepúsculo eres como una nube/ y tu color y forma son como yo los quiero/ Eres mía, eres mía, mujer de labios dulces” (“Poema 16”, p.71).
El silencio
En su análisis El infinito olvido en la poética nerudiana del amor, Luis Quintana Tejera afirma: “Si Lope de Vega refería al discurso del enamorado como el que ‘hablaba sin tener nada que decir’, Neruda hace un llamado al portador del amor para que calle aunque tenga mucho que decir” (2014: p.16).
Esta idea de que las palabras estorban y de que el verdadero lenguaje de los amantes es el silencio se ve claramente en estos versos del “Poema 15”: “Déjame que te hable también con tu silencio/ claro como una lámpara, simple como un anillo” (p.68). El silencio, para aquellos que se aman, es claro y simple. Ese mismo poema es el que comienza con el verso: “Me gusta cuando callas porque estás como ausente” (p.67), uno de los más famosos de la obra, y también uno de los más discutidos desde el feminismo, ya que postula el silencio de la mujer como una virtud.
Sin embargo, el silencio no es percibido de manera positiva por el yo lírico cuando este siente que la amada no le pertenece. En esos casos, aparece como el arma a través de la cual la amada oprime al yo lírico. Por ejemplo, en el “Poema 3”: “En torno a mí estoy viendo tu cintura de niebla/ y tu silencio acosa mis horas perseguidas” (p.17).
Por lo tanto, se puede concluir que, en Veinte poemas de amor y una canción desesperada, el silencio es, en principio, solamente el silencio de la amada, y, como tal, es percibido por el yo lírico desde dos lugares opuestos: por un lado, es el verdadero lenguaje de los amantes; por el otro, representa la distancia y el desamor por parte de la amada.
La naturaleza
Aunque el poemario no se desarrolla en ningún lugar específico (es decir, no se menciona pueblo, región o país), todos sus poemas, incluyendo la canción, están situados en entornos naturales. No hay ninguna referencia urbana, sino que el bosque y el mar son los espacios desde donde se expresa el yo lírico. La única vez que se nombra la ciudad es en el "Poema 17", y se la menciona, precisamente, para situar a la amada lejos de la misma: “Se te viene de bruces la noche, lejos de la ciudad” (p.75).
En Veinte poemas de amor y una canción desesperada, la naturaleza aparece como una fuerza arrasadora: exuberante, sensual, angustiante, desesperante. Estas diferentes concepciones nacen del estado de ánimo del yo lírico en relación con su amada. Cuando encuentra la pasión, el placer o la felicidad junto a ella, como al comienzo del “Poema 14”, su voz apela a la naturaleza construyendo imágenes de su amada como estas: “Juegas todos los días con la luz del universo/ Sutil visitadora, llegas en la flor y en el agua” (p.61). Cuando la angustia invade al yo lírico por la ausencia de su amada, como en el “Poema 20”, aparece este tipo de versos: “Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido/ Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella/ Y el verso cae al alma como al pasto el rocío” (p.87). Asimismo, todas las imágenes eróticas de la amada están construidas en base a la naturaleza, como se puede ver en el verso final del "Poema 14": “Quiero hacer contigo/ lo que la primavera hace con los cerezos” (p.63).
La naturaleza es, entonces, mucho más que el espacio donde se sitúan los poemas de la obra. Es el tópico a través del cual el yo lírico le expresa sus emociones a la amada, y la describe como si fueran sinónimos.
La posesión
En cada uno de los poemas, el estado de ánimo del yo lírico depende exclusivamente de la posesión de la amada. Esta posesión no es solamente física, sino que también es romántica. Es decir, al yo lírico no le alcanza con estar junto a ella físicamente para sentir plenitud, sino que además necesita tener la certeza de que ella lo ama. A partir de esto, podemos distinguir en el poemario tres modos de sentir dicha posesión:
· La posesión plena: sucede en los poemas en los que el yo lírico está junto a su amada y siente que ella le pertenece completamente. En estos poemas, él está dominado por la seguridad y la pasión. Por ejemplo, el “Poema 14”: “Tú estás aquí. Ah tú no huyes/ Tú me responderás hasta el último grito” (p.62).
· La posesión a medias: puede verse en los poemas en los que el yo lírico está junto a su amada físicamente, pero siente que ella, por momentos, escapa de él o está lejana desde el plano romántico. En estos poemas, el yo lírico alterna sus emociones drásticamente, pasando de la dicha a la angustia. Esto se ve claro en el “Poema 11”: “mi corazón da vueltas como un volante loco/ Niña venida de tan lejos, traída de tan lejos/ a veces fulgurece su mirada debajo del cielo/ Quejumbre, tempestad, remolino de furia/ cruza encima de mi corazón, sin detenerte” (p.49).
· La posesión nula: aparece en los poemas en los que la amada está en otro espacio, lejos del yo lírico, tanto desde el plano físico como romántico. La desesperación y la angustia son los sentimientos que dominan estos poemas: “Se fatiga mi vida inútilmente hambrienta/ Amo lo que no tengo. Estás tú tan distante” (“Poema 18”, p. 80).