Resumen
El yo lírico comienza expresando el atractivo erótico de su amada y el goce sexual de estar junto a ella. Inmediatamente recuerda su soledad absoluta cuando no estaba con ella y cómo su amada se convirtió en una necesidad para sobrevivir a sí mismo. Finalmente, ese primer sentimiento de goce relacionado con el placer sexual se opone al de dicha necesidad, ya que el yo lírico sufre sabiendo que su amada no podrá calmar el dolor infinito interno de él como sí calma sus ansias físicas.
Análisis
El poema está dividido en cuatro estrofas de cuatro versos. Está compuesto en verso libre, sin rima y sin una métrica definida. El yo lírico es la única voz del poema. Desde el principio hasta el final, le habla en segunda persona a su amada.
En el primer verso de la primera estrofa compara el cuerpo de ella con las colinas, mientras que en el segundo verso compara la actitud de entrega de ella con el mundo. Ese mundo es el mundo natural. Su entrega se puede pensar como la posibilidad de sumergirse en la naturaleza y disponer de ella sin que el mundo se queje: comer sus frutos, utilizar su madera, sembrar y cosechar. Aquí se puede ver cómo la mujer se iguala con la naturaleza desde el plano físico y desde su actitud, permitiéndole al yo lírico poseerla sexualmente como se posee a un territorio virgen. Incluso, la utilización del color blanco (“blancas colinas, muslos blancos”, p.9) remite simbólicamente a la virginidad de la amada.
Efectivamente, en el tercer y cuarto verso de esa misma estrofa, el yo lírico posee como un labriego (un trabajador de la tierra) el cuerpo de su amada y “hace saltar el hijo del fondo de la tierra” (p.9). Este último verso puede interpretarse como el orgasmo femenino que emerge desde el fondo del cuerpo de ella.
En los primeros versos de la segunda estrofa, el yo lírico recuerda su pasado antes de estar con su amada. El verso “Fui solo como un túnel” (p.9) demuestra su soledad absoluta, tanto como la huida de los pájaros y la desolación que le generaba la noche al invadir sus emociones. A continuación, en el tercer y cuarto verso, el yo lírico expresa cómo convirtió a su amada en el arma para evitar dicha soledad: “Para sobrevivirme te forjé como un arma/ como una flecha de mi arco, como una piedra en mi honda” (p.9). Con la flecha y con la piedra, el yo lírico puede cazar esos pájaros que huyen de él dejándolo solo (ver sección "Símbolos, alegoría y motivos" de esta misma guía).
La tercera estrofa comienza con el verso: “Pero cae la hora de la venganza, y te amo” (p.9). Aquí, a partir de ese “Pero” se puede deducir que el yo lírico comprende esa necesidad absoluta que siente por su amada como algo negativo que, sin embargo, lo salva cuando llega la noche. Es un refugio que se describe en los siguientes tres versos: “Cuerpo de miel, de musgo, de leche ávida y firme/ Ah los vasos del pecho!/ Ah los ojos de ausencia/ Ah las rosas del pubis/ Ah tu voz lenta y triste” (p.9). La repetición de la interjección “Ah” demuestra la necesidad y la devoción absoluta del yo lírico por su amada. Además, en estos versos se ve cómo el yo lírico describe las partes eróticas del cuerpo de su amada con anhelo, mientras que los ojos y la voz, que remiten a la parte sentimental de la amada, son descritas de manera negativa, como si el refugio del yo lírico estuviera en el cuerpo de ella y no en su interioridad.
El primer verso de la última estrofa confirma esta suposición: “Cuerpo de mujer mía, persistiré en tu gracia” (p.10). El yo lírico se refiere al cuerpo como el lugar en donde podrá persistir para calmar su sed, su ansia sin límite, como lo dice en el siguiente verso.
En los últimos versos del poema, el yo lírico expresa la certeza de que no podrá nunca saciar del todo esa sed, ni la fatiga, ni el dolor infinito que habitan en él. El cuerpo de la amada puede calmar su necesidad física, pero no sus necesidades sentimentales.