Resumen
El yo lírico piensa en la amada con tanta pasión que puede sentir que ella sigue junto a él. Sin embargo, luego se aclara que ella solamente está allí como recuerdo y aparece el dolor. La ausencia y la presencia, por lo tanto, se mezclan en la mente del yo lírico durante todo el poema, generando sensaciones contrapuestas.
Análisis
Este poema está compuesto por doce estrofas. Nueve de ellas tienen dos versos, mientras que las tres restantes constan solamente de un verso que se repite cada tres estrofas, funcionando como estribillo: “Ah silenciosa!” (p.37). Las estrofas tienen versos alejandrinos y la rima varía entre asonante y consonante. El yo lírico es la única voz del poema, y durante todo el texto le habla a su amada.
En la primera estrofa, el yo lírico afirma: “Abeja blanca zumbas –ebria de miel- en mi alma/ y te tuerces en lentas espirales de humo” (p.37). La abeja ebria de miel, que metaforiza a la amada llena de pasión, brinda al lector una primera imagen de plenitud amorosa que, sin embargo, es un recuerdo: el zumbido está en el alma del yo lírico, y el movimiento sensual que evoca la imagen de las lentas espirales es de humo, es decir, se esfuma rápidamente.
Así lo demuestra la siguiente estrofa: “Soy el desesperado, la palabra sin ecos/ el que lo perdió todo, y el que todo lo tuvo” (p.37). El yo lírico está solo: una palabra sin ecos es una palabra que nadie oye. Pero lo interesante del poema es que esa ausencia es, a la vez, presencia, como lo afirma en la tercera estrofa: “En mi tierra desierta eres la última rosa” (p.37). Lo vívido del recuerdo genera que la ausencia no sea plena. La amada está allí de algún modo, aunque tampoco es una presencia plena. Está en un punto intermedio; en los recuerdos del yo lírico, pero no físicamente junto a él. Por eso, el estribillo es: “Ah, silenciosa” (p.37).
Así, el poema va alternando entre la pasión de la presencia en el recuerdo y el dolor de la ausencia física. Luego de la primera aparición del estribillo, en las siguientes tres estrofas, el yo lírico habla con su amada como si estuviera junto a él físicamente. Le pide que cierre los ojos, que se desnude; describe su cuerpo y, recién al final de esa descripción, aparece una imagen que lo devuelve a su soledad: “Ha venido a dormirse en tu vientre una mariposa de sombra” (p.38). Esa mariposa de sombra, que se puede pensar como una metáfora del pelo púbico, simboliza también la llegada de la oscuridad y la tristeza. Además, la mariposa es símbolo de la metamorfosis, lo que aquí podría pensarse como la transformación de la amada, nuevamente, en una entidad ausente. El estribillo vuelve a aparecer aquí, como si el yo lírico despertara de su ensoñación y lo gritara para lamentarse: “Ah, silenciosa”.
Luego, el yo lírico acepta, de nuevo, la ausencia de su amada y describe su absoluta soledad (ver "La soledad" en la sección "Temas" de esta misma guía). La última estrofa antes de la aparición del estribillo final describe a la perfección esta dualidad entre ausencia y presencia a través del recuerdo: “Abeja blanca, ausente, aún zumbas en mi alma/ Revives en el tiempo, delgada y silenciosa” (p.38).