El crepúsculo (Símbolo)
En términos literales, el crepúsculo es la claridad de la luz al ponerse el sol, y también el momento del día en el que eso ocurre. Por lo tanto, se puede pensar el crepúsculo como el límite entre el día y la noche, o el momento final del día. En Veinte poemas de amor y una canción desesperada, Neruda toma ese momento límite como el instante crucial en el que la vitalidad se exalta para luego apagarse en la noche.
Por ejemplo, en el “Poema 6”, el yo lírico recuerda a su amada a la distancia, durante el último otoño que compartieron, y afirma: “Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos/ Hojas secas de otoño giraban en tu alma” (p.30). En este caso, los crepúsculos, con su luz del final del día, simbolizan la vitalidad del amor que se va terminando, mientras las hojas secas de otoño, símbolo del final definitivo, ocupan el alma de la amada.
Sin embargo, en otros poemas, como el “Poema 14”, el crepúsculo simboliza la vitalidad del encuentro erótico: “Hemos visto arder tantas veces el lucero besándonos los ojos/ y sobre nuestras cabezas destorcerse los crepúsculos en abanicos gigantes” (p.62). Los amantes están en la naturaleza, bajo un cielo crepuscular que se “destuerce”, simbolizando la pasión que los une.
Hojas de otoño (Símbolo)
En el “Poema 6”, las hojas aparecen como símbolo del final del amor. Aquí, el yo lírico recuerda la última vez que estuvo junto a su amada, precisamente en otoño. Con nostalgia, evoca esos momentos finales del amor: “En tus ojos peleaban las llamas del crepúsculo/ Y las hojas caían en el agua de tu alma” (p.29).
Por un lado, en los ojos de la amada, la vitalidad del amor lucha por mantenerse encendida, pero, de manera más definitiva, en su alma ya se va acentuando el final de ese amor. En la naturaleza, las hojas que caen (sobre todo, en otoño) son las hojas muertas. Si en los ojos de la amada el amor aún pelea, en su alma ya no hay posibilidad de que dicho amor sobreviva. Que las hojas caigan sobre el “agua del alma” es una imagen aún más definitiva: las hojas ya no tendrán movimiento, y el agua las destrozará rápidamente.
El “Poema 6”, además, cierra con una imagen, similar a la recién citada, que refuerza el valor simbólico de las hojas otoñales como el final del amor: “Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos/ Hojas secas de otoño giraban en tu alma” (p.30).
La huida de los pájaros (Símbolo)
En distintos poemas de la obra, los pájaros, con su huida, simbolizan la soledad del yo lírico. A veces, esos pájaros emigran desde su amada. Se van desde su cuerpo, su alma, sus palabras, como en “La canción desesperada”: “De ti alzaron las alas los pájaros del canto/ Todo te lo tragaste, como la lejanía” (p.91), o en el “Poema 12”: “Yo desperté y a veces emigran y huyen/ pájaros que dormían en tu alma” (p.54). Es como si los pájaros tuvieran su nido en la amada y, al habitar en ella, aseguraran su amor por él. Al abandonar el nido y huir, ese amor se desvanece, y el yo lírico queda solo.
En otros poemas, los pájaros huyen de él, como en el “Poema 1”: “Fui solo como un túnel. De mí huían los pájaros/ y en mí la noche entraba su invasión poderosa/ Para sobrevivirme te forjé como un arma/ como una flecha en mi arco, como una piedra en mi honda” (p.9). Para sobrevivir y no estar más solo, el yo lírico necesita cazar esos pájaros que huyen. Para eso, la convierte a ella en el arma con la cual realizar dicha cacería. Es decir, para terminar con su soledad, necesita estar con la amada.
Por último, en otros versos, se puede ver que los pájaros huyen de modo literal. Es decir, no escapan directamente de ella ni de él, sino que emigran naturalmente. En estos casos, el yo lírico ya está inmerso en la soledad absoluta, y los pájaros la confirman simbólicamente. Por ejemplo, sobre el final del libro, en “La canción desesperada”, cuando el yo lírico está en la desolación final, aparecen estos versos: “Surgen frías estrellas, emigran negros pájaros/ Abandonado como los muelles en el alba” (p.94).
Para concluir, se podría afirmar que la soledad simbolizada a través de la huida de los pájaros tiene tres modos de aparecer:
· Los pájaros huyendo desde ella: el yo lírico es abandonado por su amada y queda solo.
· Los pájaros huyendo de él: el yo lírico está solo y precisa unirse con su amada.
· Los pájaros emigrando: el yo lírico está solo, ya fue abandonado y no hay posibilidad de volver a estar junto a su amada.
El mar (Símbolo)
El mar aparece recurrentemente durante el poemario simbolizando la distancia entre el yo lírico y su amada. Este símbolo es utilizado de dos modos, dependiendo de si los amantes están juntos físicamente o no:
· Poemas en los que el yo lírico está lejos físicamente de su amada: el yo lírico está rodeado por el mar mientras que su amada está del otro lado del océano. En estos casos, el mar es un elemento que distancia a los amantes literal y simbólicamente. Por ejemplo, en el “Poema 18”, el yo lírico afirma: “Aquí te amo y en vano te oculta el horizonte/ Te estoy amando aún entre estas frías cosas/ A veces van mis besos en esos barcos graves/ que corren por el mar hacia donde no llegan” (p.80). La amada está lejos literalmente (detrás del horizonte; del otro lado, por lo tanto, del océano), y simbólicamente: los besos de él viajan en barcos rumbo a ella, pero no llegan. El mar es una distancia simbólica que el amor del yo lírico no puede atravesar para llegar hasta su amada.
· Poemas en los que el yo lírico está junto a su amada: en estos poemas, el mar es solamente un símbolo de la distancia de la amada. Aparece cuando el yo lírico percibe que ella, pese a estar con él, está ausente, es decir, no está entregada a él, sino que está inmersa dentro de sus pensamientos o sentimientos. Por ejemplo, en el “Poema 7”: “Hago rojas señales sobre tus ojos ausentes/ que olean como el mar a la orilla de un faro/ Solo guardas tinieblas, hembra distante y mía/ de tu mirada emerge a veces la costa del espanto” (p.33). El faro es él intentando atrapar la atención de su amada mediante señales, mientras que ella está ausente y distante como las olas que se acercan y se alejan.
El fuego (Símbolo)
El fuego es un símbolo clásico de la literatura romántica que Neruda utiliza en Veinte poemas de amor y una canción desesperada, y que simboliza la pasión de los amantes.
En este poemario, el fuego aparece plenamente encendido, simbolizando la pasión vivida en el momento, y también aparece como aquel fuego que aún no se extinguió, simbolizando la pasión que todavía dura, pese al paso del tiempo. En este segundo caso, se puede asociar al refrán popular: “Donde hubo fuego, cenizas quedan”.
El “Poema 13” comienza con los versos: “He ido marcando con cruces de fuego/ el atlas blanco de tu cuerpo” (p.57). En este caso, el fuego simboliza una pasión erótica en el éxtasis puro, de los amantes que están unidos. En “La canción desesperada”, por su parte, en la que los amantes están separados definitivamente, el fuego aparece como un resto de pasión que aún sobrevive en el recuerdo del yo lírico: “Mi deseo de ti fue el más terrible y corto/ el más revuelto y ebrio, el más tirante y ávido/ Cementerio de besos, aún hay fuego en tus tumbas” (p.92).