Resumen
El yo lírico imagina la soledad de su amada en el crepúsculo y su transformación al llegar la noche definitiva.
Análisis
El poema está dividido en cuatro estrofas irregulares: las primeras dos constan de cuatro versos; la tercera, de seis versos, y la última, de cuatro. Está compuesto en verso libre, sin rima y sin una métrica definida. El yo lírico es la única voz del poema. Desde el principio hasta el final, le habla en segunda persona a su amada.
El yo lírico comienza situando a su amada en la hora del crepúsculo, el momento definitivo en el que la vitalidad del día se extingue (ver sección "Símbolos, alegoría y motivos" de esta misma guía): “En su llama mortal la luz te envuelve” (p.13). Allí, la amada está “absorta”, como si el tiempo pasara alrededor de ella sin que ella lo percibiera, como si su vitalidad estuviera suspendida en ese momento en el que la luz del crepúsculo también se suspende antes de darle paso a la noche.
En la siguiente estrofa, descubrimos que la amada está sola, lo que implica que el yo lírico está imaginando o recordando la imagen que describe. En esa soledad, está muda, “llena de las vidas del fuego” (p.13), como si hubiese absorbido la energía del día y ahora estuviera sufriendo el final del mismo: “pura heredera del día destruido” (p.13).
A partir de la tercera estrofa, el poema cambia. El primer verso, “Del sol cae un racimo en tu vestido oscuro” (p.13), describe el último momento de luz. A partir de allí comienza la segunda parte del texto, en en el que la amada revive con la llegada de la noche: “De la noche las grandes raíces/ crecen de súbito desde tu alma” (p.13). Toda la vitalidad que estaba dentro de ella, suspendida, sale y se expande hacia afuera, llenando todo de vida: “de modo que un pueblo pálido y azul/ de ti recién nacido se alimenta” (p.13).
En la última estrofa, el yo lírico describe a su amada como una “esclava” de este círculo que se repite una y otra vez, diariamente: el paso del crepúsculo a la noche, el paso de la muerte a la vida.