¿De qué me acusan estos anónimos papelarios? ¿De haber dado a este pueblo una Patria libre, independiente, soberana? Lo que es más importante, ¿de haberle dado el sentimiento de Patria? ¿De haberla defendido desde su nacimiento contra los embates de sus enemigos de dentro y de fuera? ¿De esto me acusan? Les quema la sangre que haya asentado, de una vez para siempre, la causa de nuestra regeneración política en el sistema de la voluntad general. Les quema la sangre que haya restaurado el poder del Común en la ciudad, en las villas, en los pueblos; que haya continuado aquel movimiento, el primero verdaderamente revolucionario que estalló en estos Continentes.
En la circular perpetua que dirige a sus funcionarios, el Dictador realiza esta fervorosa declaración. En ella enfrenta a sus enemigos, los “papelarios” que se dedican escribir difamaciones como el pasquín que da inicio a la novela. En las preguntas retóricas que formula, expone las hazañas a favor de la Patria de la que se considera principal propulsor: la independencia y la soberanía paraguayas a partir de su liberación de la opresión extranjera y los enemigos internos.
El Supremo sugiere que las críticas que recibe no son más que expresiones de odio y envidia porque él ha sabido encauzar la regeneración política de Paraguay y generar un consenso al respecto en todo el pueblo. De este modo, se adjudica ni más ni menos que el proceso de liberación paraguaya y se erige como pilar fundamental de su supervivencia.
¿Quién puede asegurarme que no esté yo en el instante en que vivir es errar solo? Ese instante en que efectivamente, como lo ha dicho mi amanuense, uno muere y todo continúa sin que nada al parecer haya sucedido o cambiado.
Esta reflexión corresponde a un pasaje del cuaderno privado de El Supremo. Evidencia cómo la novela va instalando la posibilidad de que el líder ya esté muerto, lo cual desestabiliza el pacto realista de la novela y también el estatuto de lo que ya hemos leído. Los diálogos entre el Dictador y Patiño cobran otro sentido si aquel está muerto.
Hacia el final de la novela, la presencia fantasmática de Sultán confirmará que el Dictador sigue escribiendo y negando su muerte como si nada hubiera sucedido o cambiado. Este anticipo temprano, tanto como la alucinación con Sultán, dan cuenta de que El Supremo, si bien es incapaz de confirmar su condición, la intuye, la sospecha.
Después de mí vendrá el que pueda. Por ahora Yo puedo todavía. No solo no me siento peor; me siento terriblemente mejor (…). La muerte no nos exige tener un día libre. Aquí la esperaré sentado trabajando. La haré esperar detrás de mi sillón todo el tiempo que sea necesario.
Cuando el herbolario Estigarribia le sugiere a El Supremo que se prepare para la muerte y vaya pensando en designar a un sucesor, el líder responde con esta cita. En ella se ve la absoluta confianza que El Supremo tiene sobre su salud y su poder. Además, da cuenta de la omnipotencia de la que se cree portador: se describe capaz de quebrar las leyes de la naturaleza, controlar el paso del tiempo y la llegada de la muerte.
Sin embargo, esta potencia termina frustrándose hacia el final cuando el Dictador descubre que ya está muerto.
Dice que no, Excelencia. Dice que ve enteramente vacío el interior de Su Señoría. No hay más que huesos, dice. Las tres almas se han ido ya (…). La piedra grande de la muerte ha caído adentro y ya no hay forma de sacarla.
Esta frase corresponde a Chasejk, el traductor que interpreta para El Supremo las palabras del jefe nivaklé. Constituye un clímax en la novela, en la medida en que el hechicero confirma por primera vez lo que ya se sospechaba: el Dictador está muerto. La confirmación es más contundente en la medida en que la pronuncia un hechicero indígena, al que convocó el propio Dictador luego de desoír y desautorizar las voces de los médicos que también le daban un pronóstico negativo. El jefe nivaklé constata que el proceso de degradación de El Supremo es irreversible.
Puedo permitirme el lujo de mezclar los hechos sin confundirlos. Ahorro tiempo, papel, tinta, fastidio de andar consultando almanaques, calendarios, polvorientos anaquelarios. Yo no escribo la historia. La hago. Puedo rehacerla según mi voluntad, ajustando, reforzando, enriqueciendo su sentido y verdad.
Esta cita corresponde a un fragmento de la circular perpetua que El Supremo escribe a sus funcionarios. La circular tiene el objetivo de reconstruir la historia de Paraguay, desde su dependencia colonial hasta su independencia, haciendo especial hincapié en su participación central en el proceso.
En función de este objetivo, el texto debería resultar convincente y confiable, reflejando fielmente los sucesos históricos. No obstante, El Supremo se vanagloria de escribir la historia a su manera, alterando fechas, mezclando sucesos anacrónicos, generando sentido según su propio parecer. Por un lado, esto habla del poder absoluto que el Dictador se adjudica a sí mismo y de su autoritarismo, ya que está dispuesto a establecer como versión oficial la suya. Por otro lado, se hace eco de una de las particularidades del relato histórico, el cual nunca es un relato objetivo, pues supone un recorte y un ordenamiento específico de los hechos que genera un sentido sesgado. De este modo, El Supremo desenmascara la pretendida objetividad del relato histórico y redobla la apuesta: fiel a su estilo tiránico, hace y deshace la historia a su gusto según sus intereses.
¡Y todavía hay pasquinarlos que se atreven a presentar la Dictadura Perpetua como una época tenebrosa, despótica, agobiante! Para ellos sí. Para el pueblo no. ¡La Primera República del Sur convertida en Reino del Terror! ¡Archifalsarios felones! ¿No les consta acaso que ha sido, por el contrario, la más justa, la más pacífica, la más noble, la de más completo bienestar y felicidad, la época de máximo esplendor disfrutada por el pueblo paraguayo en su conjunto y totalidad, a lo largo de su desdichada historia?
El fragmento citado pertenece a la circular perpetua. En él, la defensa que el Dictador hace de su propia figura adquiere un punto altísimo, cargado de expresiones hiperbólicas a favor de su gobierno. Aunque busca contradecir las críticas recibidas -aquellas que cualquier lector familiarizado con la historia de Paraguay conoce-, el modo en que las contradice es exagerado y excesivamente elogioso, al punto que resulta poco creíble. Al terror, la violencia y el despotismo que se le adjudican, el Dictador contrapone valoraciones superlativas, cualidades en su grado máximo de expresión: “La más justa, la más pacífica, la más noble”, “la época de máximo esplendor”.
Con esta descripción que El Supremo hace de sí mismo, alienada del descontento social, Roa Bastos parece esbozar una crítica profunda y una exhibición del perfil extravagante y alucinatorio del líder.
Si él no sabe nuestro idioma, el Gobierno tampoco está en la obligación de saber el suyo. Di, pues a ese caballero Grandsire que aquí no hablamos francés y que el Gobierno del Paraguay no está dispuesto a pagar un intérprete para atender ni entender sus engañosas pretensiones.
En la circular a sus funcionarios, El Supremo evoca las diversas amenazas extranjeras que vivió el Paraguay y sus estrategias para hacerles frente. En esta cita reconstruye la visita del francés Grandsire, que llegó a Paraguay buscando rescatar a Bonpland. En esa oportunidad, él le negó al recién llegado la ayuda de un intérprete para ayudarlo a negociar. El Supremo considera que si Grandsire no sabe español, tampoco él está obligado a conocer el francés. Con ello, desconoce cualquier tipo de superioridad de los franceses por sobre los paraguayos y defiende la igualdad de condiciones entre la lengua intelectual y opresora de los franceses, y la lengua local.
De esta manera, El Supremo deja entrever la visión que tiene sobre la independencia y la soberanía paraguayas. Comprende que Paraguay no debe arrodillarse ante ninguna potencia y debe defender su soberanía, que no es solo política o económica, sino también cultural. Dejándolo aislado al francés, desafía a una potencia como Francia a instruirse sobre la cultura y la lengua paraguayas, si es que quiere aquel país quiere negociar con Paraguay.
Ya te he dicho que no entenderás hasta que entiendas. Pero esto no te ocurrirá mientras simules tu enterramiento en esos folios. Las falsas tumbas son pésimos refugios. El peor de todos, el sepulcro escriturario de a medio real la resma. Solo bajo la tierra-tierra encontrarás el sol que nunca se apaga.
Esta cita corresponde a un parlamento del perro Sultán durante la imaginaria conversación que mantiene con El Supremo en la octava parte. Como aquí se ve, el perro es el primer personaje capaz de instruir sobre algo al Dictador, así como el primero en atreverse a decirle que no entiende algo y explicarle cómo debe proceder. Resulta irónico y también humorístico que sea un perro el único con la capacidad de superar al supuesto portador del poder y el saber absolutos.
Además, el perro es quien alerta al Dictador sobre su negación a la muerte y devela su disposición a la escritura como un modo de alejarla y prolongar su vida. Sin embargo, Sultán asegura que esa escritura es un sepulcro falso (“falsas tumbas”), y le aconseja al líder dejar de escribir y entregarse a una sepultura verdadera, bajo tierra. Ahí, según el perro, es donde encontrará el entendimiento, el verdadero saber, metaforizado con el sol: “bajo la tierra-tierra encontrarás el sol que nunca se apaga”.
La verdadera santidad no es la fingida.
Esta cita es una agresiva declaración que le hace el Dictador al provisor Céspedes para denunciar su hipocresía. Ante la visita de Céspedes, que quiere ofrecerle la extremaunción al líder, este empieza a denunciar los vicios y desvíos de la Iglesia y, particularmente, del provisor, que van en contra del culto cristiano y también en contra del pueblo. Denuncia su lujuria, su ostentación de lujos, su corrupción; pone en evidencia lo aberrante del sueldo desmedido que cobra y se lo reduce; finalmente, lo expone a un juego de preguntas y respuestas que le hace perder más de su sueldo. Luego de todo ese espectáculo humillante, pronuncia esta cita categóricamente. Con ello, El Supremo da a entender que la santidad del provisor es fingida, pues no se traduce en acciones y en valores santos.
Si alguien debe quejarse de las letras, ese soy yo, puesto que en todo tiempo y en todo lugar sirvieron para perseguirme. Pero es necesario amarlas a pesar del abuso que de ellas se hace, como es necesario amar a la Patria, por muchas injusticias que en ella se padezca y aunque por ella misma perdamos la vida.
En esta cita el Dictador expone la compleja y contradictoria relación que mantiene con la escritura y las letras. Estas han sido, a lo largo de su vida, una amenaza, una fuente de conflicto, un arma que han usado sus oponentes para difamarlo y conspirar contra su gobierno y su propia vida. En efecto, es la escritura de un pasquín la que abre la novela porque preocupa al Dictador.
Pero además, la escritura es la herramienta que él utiliza para salvarse. En principio, para defenderse del pasquín recurre a escribir -a través de Patiño- una circular a sus funcionarios con el objetivo de defenderse y fortalecer su poder. Pero además, el Dictador recurre a la escritura en un cuaderno, práctica que le sirve para reflexionar y volcar su estado alucinatorio, preguntarse por su condición de salud y, finalmente, reconocer su propia muerte. Es por eso que, como dice la cita, a pesar de que las letras han servido para perseguirlo, también las ama, como ama a la Patria a pesar de que esta lo expone a injusticias y peligros.